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jueves, 8 de diciembre de 2022

Con María desbordamos de gozo en el Señor porque a ella la hizo la llena de gracia y por ella somos nosotros bendecidos con toda clase de bendiciones

 


Con María desbordamos de gozo en el Señor porque a ella la hizo la llena de gracia y por ella somos nosotros bendecidos con toda clase de bendiciones

Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97; Efesios 1, 3-6. 11-12; Lucas 1, 26-38

¡Qué suerte hemos tenido! Pensamos, por ejemplo ahora que estamos en fechas de eso, si nos toca la lotería. Es como un regalo que no esperábamos, aunque quizás lo deseamos. Nos volvemos locos de alegría. Como si nos hacen un regalo muy valioso que ni esperábamos y ni siquiera habíamos pensado en ello. No lo podemos callar, desborda la alegría de nosotros y queremos contagiar de ello a los demás.

‘Desbordo de gozo en el Señor mi Dios, porque se ha fijado en la pequeñez de su esclava y el Señor ha hecho maravillas en mi’, cantará María cuando llega a casa de Isabel y no puede callar la noticia que lleva dentro de sí. Todo el camino había sido como un ensayo de cómo decirlo, de cómo cantar a Dios, de cómo dejar que todo aquel río de alegría y felicidad que lleva dentro de ella desborde y contagie a los demás. Por eso dirá Isabel que tan pronto oyó las palabras de saludo de María, la criatura – Juan el Bautista - saltaba de gozo en su seno.

No era para menos. El ángel en su saludo la había llamado la ‘llena de gracia’, y ante las dudas de María el ángel insiste en que ‘ha hallado gracia’ en la presencia de Dios y por eso ha sido elegida para ser la madre del Altísimo. Es más, el ángel le dirá que el Espíritu divino vendrá sobre ella y la cubrirá con su sombra para que lo que de ella ha de nacer sea llamado el Hijo de Dios.

Ha hallado gracia ante Dios, la llena de gracia, nos hemos acostumbrado a estas palabras que terminamos por no captar su hondo sentido. Gracia significa don, significa regalado; es lo que se regala gratuitamente, simplemente porque se quiere, no como pago a unos merecimientos, sino como un don que nos enriquece, porque nos da algo nuevo. Y María es la agraciada del Señor, la regalada del Señor; Dios derrocha en ella toda gracia, todo don, porque nada menos que le regala el que pueda ser su madre, la Madre de Dios. Y colmada de la bendición del Señor todo en ella será belleza porque será vida y será amor.

Es lo que se derrocha del corazón de Maria. En ella ya no podemos ver ninguna mancha, ninguna impureza, ningún pecado. Por eso hoy la llamamos Inmaculada, porque en ella ni siquiera la mancha del pecado original con el que todos nacemos la pudo manchar, porque en virtud de los méritos de Cristo, como decimos en el catecismo y en la teología, Maria fue preservada de toda mancha de pecado original. Es lo que hoy celebramos, es lo que hace que hoy la Iglesia se vista de fiesta con María.

Hoy nosotros nos sentimos bendecidos con María. Ese don de Dios, esa gracia de Dios para María no era solo para ella; somos nosotros los bendecidos también, somos nosotros los agraciados también. Porque en María, podemos decirlo así, se hizo presente la salvación de Dios para nosotros; quien nació de María, se llamaría Jesús, porque sería el Salvador, porque seria la salvación de Dios para la humanidad. El que nacerá de María, y ya prontamente lo vamos a celebrar, será el Emmanuel, el Dios con nosotros.

Dios que se encarna en el seno de María, Dios que se hace hombre en las entrañas de María para participar de nuestra humanidad a la que iba a divinizar, iba a elevar también con ese don y esa gracia sobrenatural que a nosotros nos haría hijos de Dios. Es hermoso. Es motivo para que nosotros también desbordemos de gozo en el Señor, desbordemos de gozo con María porque también nos sentimos unos bendecidos de Dios, y para nosotros sería también la gracia, para nosotros sería también ese regalo del amor de Dios.

‘Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos’, decía el apóstol en la carta que hemos escuchado en la segunda lectura. Toda clase de bendiciones, porque ‘nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor… nos ha destinado a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado’.

Somos, pues, también nosotros los agraciados, los regalados del Señor. Llamamos a María, la llena de gracia, pero es lo que también tendría que rebosar en nosotros. Tendríamos que aprender de María a decir sí, a reconocer la inmensidad de gracias y de maravillas que el Señor también realiza en nosotros, aunque seamos indignos, pero es el regalo del amor, que en María comprendemos mejor, que con María queremos por ello dar gracias a Dios.

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