Con
María desbordamos de gozo en el Señor porque a ella la hizo la llena de gracia
y por ella somos nosotros bendecidos con toda clase de bendiciones
Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97; Efesios 1, 3-6.
11-12; Lucas 1, 26-38
¡Qué suerte
hemos tenido! Pensamos, por ejemplo ahora que estamos en fechas de eso, si nos
toca la lotería. Es como un regalo que no esperábamos, aunque quizás lo
deseamos. Nos volvemos locos de alegría. Como si nos hacen un regalo muy
valioso que ni esperábamos y ni siquiera habíamos pensado en ello. No lo
podemos callar, desborda la alegría de nosotros y queremos contagiar de ello a
los demás.
‘Desbordo
de gozo en el Señor mi Dios, porque se ha fijado en la pequeñez de su esclava y
el Señor ha hecho maravillas en mi’, cantará María cuando llega a casa de Isabel y no
puede callar la noticia que lleva dentro de sí. Todo el camino había sido como
un ensayo de cómo decirlo, de cómo cantar a Dios, de cómo dejar que todo aquel
río de alegría y felicidad que lleva dentro de ella desborde y contagie a los
demás. Por eso dirá Isabel que tan pronto oyó las palabras de saludo de María,
la criatura – Juan el Bautista - saltaba de gozo en su seno.
No era para
menos. El ángel en su saludo la había llamado la ‘llena de gracia’, y
ante las dudas de María el ángel insiste en que ‘ha hallado gracia’ en
la presencia de Dios y por eso ha sido elegida para ser la madre del Altísimo.
Es más, el ángel le dirá que el Espíritu divino vendrá sobre ella y la cubrirá
con su sombra para que lo que de ella ha de nacer sea llamado el Hijo de Dios.
Ha hallado
gracia ante Dios, la llena de gracia, nos hemos acostumbrado a estas palabras
que terminamos por no captar su hondo sentido. Gracia significa don, significa
regalado; es lo que se regala gratuitamente, simplemente porque se quiere, no
como pago a unos merecimientos, sino como un don que nos enriquece, porque nos
da algo nuevo. Y María es la agraciada del Señor, la regalada del Señor; Dios
derrocha en ella toda gracia, todo don, porque nada menos que le regala el que
pueda ser su madre, la Madre de Dios. Y colmada de la bendición del Señor todo
en ella será belleza porque será vida y será amor.
Es lo que se
derrocha del corazón de Maria. En ella ya no podemos ver ninguna mancha,
ninguna impureza, ningún pecado. Por eso hoy la llamamos Inmaculada, porque en
ella ni siquiera la mancha del pecado original con el que todos nacemos la pudo
manchar, porque en virtud de los méritos de Cristo, como decimos en el
catecismo y en la teología, Maria fue preservada de toda mancha de pecado
original. Es lo que hoy celebramos, es lo que hace que hoy la Iglesia se vista
de fiesta con María.
Hoy nosotros
nos sentimos bendecidos con María. Ese don de Dios, esa gracia de Dios para
María no era solo para ella; somos nosotros los bendecidos también, somos
nosotros los agraciados también. Porque en María, podemos decirlo así, se hizo
presente la salvación de Dios para nosotros; quien nació de María, se llamaría
Jesús, porque sería el Salvador, porque seria la salvación de Dios para la
humanidad. El que nacerá de María, y ya prontamente lo vamos a celebrar, será
el Emmanuel, el Dios con nosotros.
Dios que se
encarna en el seno de María, Dios que se hace hombre en las entrañas de María
para participar de nuestra humanidad a la que iba a divinizar, iba a elevar
también con ese don y esa gracia sobrenatural que a nosotros nos haría hijos de
Dios. Es hermoso. Es motivo para que nosotros también desbordemos de gozo en el
Señor, desbordemos de gozo con María porque también nos sentimos unos
bendecidos de Dios, y para nosotros sería también la gracia, para nosotros
sería también ese regalo del amor de Dios.
‘Bendito
sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con
toda clase de bendiciones espirituales en los cielos’, decía el apóstol en la
carta que hemos escuchado en la segunda lectura. Toda clase de bendiciones,
porque ‘nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que
fuésemos santos e intachables ante él por el amor… nos ha destinado a ser sus
hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha
concedido en el Amado’.
Somos,
pues, también nosotros los agraciados, los regalados del Señor. Llamamos a
María, la llena de gracia, pero es lo que también tendría que rebosar en
nosotros. Tendríamos que aprender de María a decir sí, a reconocer la
inmensidad de gracias y de maravillas que el Señor también realiza en nosotros,
aunque seamos indignos, pero es el regalo del amor, que en María comprendemos
mejor, que con María queremos por ello dar gracias a Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario