Nos
preparamos porque vamos a celebrar a quien viene a nosotros en el hoy de
nuestra vida para poner esperanza en el corazón, ser nuestro descanso y nuestra
fortaleza
Isaías 40, 25-31; Sal 102; Mateo 11, 28-30
Nos creemos
que todos son felices, pero no lo son tanto. Quizás vivimos tan ensimismados en
nuestras cosas que no se nos ocurre mirar alrededor, pero no por fuera, por la
apariencia, sino en lo más hondo detrás de esa puerta, de ese rostro, de esa
persona que pasa a nuestro lado corriendo a sus tareas, en medio de sus
ocupaciones. También detrás de esa apariencia que nosotros manifestamos hay
también muchas cosas que solo tu sabes si no lo compartes con nadie; aunque
participemos en muchas cosas, hagamos fiesta o convivencia en muchas ocasiones
juntos, siempre hay algo detrás que no a todos manifestamos y también la gente
creerá que somos felices del todo, pero nos decimos ¡si tú supieras todo lo que
hay dentro de mi, no tendrías esa opinión! Pero es lo que nos sucede con los
otros.
La misma
situación que vivimos en el momento presente no es propicia para muchas
alegrías si nos paramos a pensar y a hacernos concientes de lo que hay a
nuestro alrededor. En ocasiones parece que nos envolvieran tinieblas, o el túnel
que atravesamos es tan oscuro que nos cuesta ver el final.
¿No nos duele
el sufrimiento de los que llegan a nuestras costas – y pienso en nuestras
costas canarias – en pateras que van dejando tras de sí un reguero de cadáveres
mientras atraviesan nuestras aguas, o sobre el timón de carguero – como ha
sucedido en estos días - en búsqueda de una vida mejor? Menciono lo más cercano
a mi geografía, pero podemos pensar en esa riada continua que atraviesa
Centroamérica en búsqueda de ese mundo mejor más al norte. Tantos desplazados
de un lugar para otro en tantos lugares del mundo, o como sucede también
cercano a nosotros en quienes dejan el campo para irse a las ciudades, o se van
de una isla a otra, con todas las incógnitas e interrogantes que llevan en lo
profundo de sí mismos ante lo que les deparará ese cambio de vida.
Pero está la
lucha del día a día, con sus trabajos y preocupaciones, con los problemas que
surgen en las familias o en los lugares de trabajo, con la convivencia que se
hace cuesta arriba entre vecinos que no se hablan, con las enfermedades que no
siempre se esperan y nunca se desean que nos van apareciendo en nosotros mismos
o en los seres queridos que tenemos a nuestro lado, y así podríamos pensar en
tantas cosas que nos llenan de angustias y de agobios, que nos quitan la
sonrisa de nuestro semblante y nos hacen perder la paz en el corazón, aunque
muchas veces intentemos por fuera mantener el tipo. A veces parece que perdemos
la ilusión y la esperanza. Y eso amarga los corazones, nos hace perder la paz
interior.
¿Dónde
podremos encontrar una luz que nos haga soñar en algo mejor? ¿Podrá haber una
esperanza que nos ilusione de nuevo y nos haga levantarnos de la angustia que
nos envuelve? ¿Será posible la esperanza?
Es lo que los
cristianos queremos proclamar en este tiempo de Adviento de una manera
especial. Nos preparamos para celebrar algo que en verdad cambió la historia de
la humanidad, aunque por falta de fe hayamos perdido de nuevo las esperanzas.
Lo que vamos a celebrar próximamente no son unas fiestas de añoranzas, que al
final nos pudieran dejar más tristes. Vamos a celebrar que viene a nosotros – y
viene realmente nosotros en el hoy de nuestra vida – aquel que nos dice, como
hemos escuchado en el evangelio, ‘Venid a mi todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré’.
No son unas palabras cualquiera, no son algo que repe
timos sin más porque queda bonito, es escuchar que Jesús se nos ofrece para que vayamos y descarguemos en El todos nuestros agobios y cansancios porque en el encontramos descanso, encontramos alivio, encontraremos paz. No son palabras para adormecernos, sino para comprometernos. Es que en Jesús vamos a encontrar un camino nuevo, un nuevo sentido de vida, un compromiso que nos transforma, una nueva manera de actuar, una sensibilidad especial para el corazón. Es un evangelio, es una buena noticia, que nos llenará de alegría porque toda buena noticia siembra paz y esperanza en el corazón.
Y vamos a
escuchar a Jesús, y vamos a sentirnos unidos a El, y vamos a vivir en su mismo
sentido de vida, y entonces iremos llenando de luz nuestro mundo porque nos
sentiremos comprometidos a hacer un mundo mejor. No nos cruzaremos de brazos
ante el sufrimiento sino que vamos a poner todo nuestro amor para mitigarlo,
para transformarlo. Es algo grande lo que nos ofrece, es algo grande lo que
vamos a celebrar, por eso queremos ir haciendo este camino de Adviento con toda
intensidad para estar bien preparados, para que demos nuestra respuesta.
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