Dios te salve, madre de misericordia, vida, dulzura
y esperanza nuestra… Virgen Madre de los Desamparados
Apoc. 21, 1-5; Sal.13; Rom. 12.9-16; Jn. 19. 25-27
‘Dios te salve, madre de misericordia, vida, dulzura y
esperanza nuestra…’ ¡Cuántas veces habremos saludado
así a nuestra madre, la Virgen María! Madre de misericordia, vida, dulzura,
esperanza nuestra; así la invocamos, así le rezamos, así sentimos su presencia
de madre amorosa que nunca nos desampara. Bajo su manto protector nos acogemos;
ahí nos sentimos seguros, porque nos sentimos en los brazos de una madre.
Siempre seremos como niños que corremos a sus brazos; siempre nos ponemos a su
lado para sentir su mirada protectora sobre nosotros que nos libera de los
miedos a los peligros de la vida.
Hermosa
advocación con la que la invocamos y la celebramos aquí en nuestro hogar, Madre
de los Desamparados, con el que las Hermanitas la han invocado siempre y bajo
cuya protección han querido desde siempre poner su obra. Allí cerquita de la
Basílica de la Madre de Dios de los Desamparados dio sus primeros pasos la
Congregación y bajo la protección de María en esta hermosa advocación tan
querida de los valencianos quisieron poner la hermosa e ingente tarea que
iniciaban aquellas hermanitas que estaban aún en los comienzos de su fundación.
Hoy
celebramos nosotros, como celebra toda Valencia y celebra toda la Congregación
de las Hermanitas la fiesta, la solemnidad de la Virgen María, Madre de los
Desamparados que como expresaremos en las palabras del prefacio es para
nosotros modelo de fidelidad a la Palabra de Dios y amparo en nuestro
desvalimiento al tiempo que estímulo constante para nuestra caridad. Quiso
dejárnosla el Señor a nuestro lado como madre desde el momento supremo de la
Cruz cuando a Juan, en quien estábamos todos nosotros representados, se la dejó como madre. ‘Ahí tienes a tu madre’, le decía a Juan, mientras a María le decía:
‘Ahí tienes a tu hijo’.
Podría
parecer que era María la que se quedaba en la soledad con la muerte de su hijo
en la cruz, pero en la voluntad de Cristo le nacían los hijos cuando a todos
nos confiaba a su cuidado para que fuéramos nosotros los que nunca nos
sintiéramos solos, porque siempre íbamos a tener a nuestro lado la presencia de
María, la presencia de una madre. Amparo en nuestro desvalimiento encontramos
en María como expresamos en la liturgia, pero que nos hace abrir también
nuestro corazón para que aprendamos de María también a ser acogedores de
nuestros hermanos desvalidos, de nuestros hermanos que se sienten solos,
tristes o abandonados. Y es que no puede ser de otra manera si decimos que
María es modelo de fidelidad a la Palabra de Dios. Los modelos han de ser
imitados, no solo contemplados.
Como bien
sabemos la devoción a María es muy comprometedora para nosotros; no nos vamos a
refugiar en María como en un limbo donde nos aislemos de lo que nos rodea y no
sepamos contemplar el sufrimiento de nuestros hermanos que caminan a nuestro
lado; la devoción a María nos compromete para que vivamos un amor semejante al
de María la que siempre estuvo atenta, así la vemos en el evangelio, a cuanto
pudiera ser sufrimiento, soledad o necesidad de cuantos estaban a su lado.
María,
siempre dispuesta a servir; María, siempre atenta a la necesidad que pueda
surgir, correrá primero a la montaña porque sabe que allá en casa de Isabel se
pueden necesitar sus servicios, e intercederá por quienes se ven en un apuro en
las bodas de Caná para remediar la falta de vino.
María será
también la madre que acompaña a aquel primer grupo de los discípulos de Jesús
ya fuera en la espera de Pentecostés o en el inicio de la tarea de la Iglesia.
Qué hermoso ese sentido de acompañamiento que realiza y realizará María con la
Iglesia a través de todos los tiempos.
‘Que vuestra caridad no sea una farsa… como buenos
hermanos, sed cariñosos los unos con los otros, estimando a los demás más que a
uno mismo… servid constantemente al Señor… practicad la hospitalidad…’
Así nos decía el apóstol san Pablo en la carta a los Romanos que hemos
escuchado. Todo un programa de amor
cristiano. Servimos al Señor, pero lo servimos en los hermanos. No amamos de
palabra o por facha para aparecer sino con un amor auténtico hecho de pequeños
gestos y servicios que cada día y en cada momento tenemos oportunidad de
realizar con los que están a nuestro lado. Cuánto podemos y tenemos que hacer y
esto lo podemos o tenemos que ver de forma muy concreta en la situación que
vivimos hoy en nuestra sociedad con tantas carencias, necesidades y
sufrimientos.
Tendríamos
que decir que al lado de un cristiano nadie nunca tendría que sentirse solo o
abandonado porque siendo el amor y la caridad el lema y el distintivo del
cristiano siempre tenemos que estar dispuestos para acoger, para escuchar, para
tender una mano, para caminar junto al hermano que sufre, para ofrecer nuestro
amor y nuestra ayuda de forma desinteresada, para el compartir generoso y
también en justicia con el hermano que sufre. Es la tarea del cristiano. Es lo
que hoy en esta fiesta de la Virgen también queremos aprender de ella.
En la
novena que hemos venido haciendo como preparación para esta fiesta todos los
días le decíamos a la Virgen en la oración introductoria que queríamos
contemplar su vida y sus virtudes para tratar de imitar a María en nuestra
vida. Le ofrecíamos nuestro corazón y nuestra vida para que ella lo llenara
de amor, de pureza, de humildad, de
entrega para que así con la ayuda de María viviéramos intensamente nuestra
identidad cristiana. Mirando a María, decíamos, estamos contemplando como Dios
quiere que seamos; ¡qué mejor modelo podemos contemplar!; mirando a María
sentiremos fuerza, y María nos alcanza la gracia para ello, para que nos
decidamos de verdad a dar esos pasos que me lleven a vivir toda intensidad mi
identidad cristiana, mi vida cristiana, que se ha de manifestar especialmente
en el amor.
A María la
contemplamos como modelo de toda virtud y toda gracia pero de ella esperamos
también su intercesión que nos ayude a realizar esos caminos de santidad. ‘Intercede Madre por nosotros, ante tu Hijo
Jesucristo nuestro Señor’, le pedíamos cada día. Al cuidado de María queríamos
confiar las necesidades de todos los hombres, la alegría de los niños, la ilusión de los
jóvenes, el desvelo de los adultos, el dolor de los enfermos, el sereno
atardecer de los ancianos; le pedíamos que fuera socorro y amparo de cuantos
sufren por cualquier motivo, su presencia se convirtiera en fortaleza para los
débiles, e hiciera enardecer nuestro corazón en disponibilidad para el servicio
y la entrega por los demás.
Con María
a nuestro lado sentiremos que siempre hay una luz que ilumina nuestras noches
oscuras de dudas y de problemas; con María a nuestro lado nos podemos sentir
fuertes y llenos de paz en nuestras luchas por superarnos a nosotros mismos
venciendo nuestros egoísmos y orgullos y por hacer también que nuestro mundo
sea mejor; con María a nuestro lado aprendemos a poner amor en todo lo que
hacemos y a desterrar de nosotros las negatividades del odio y de la envidia;
con María a nuestro lado siempre estaremos dispuestos al servicio y al trabajo
porque sabemos que así podemos hacer un mundo mejor.
María es la estrella de nuestra esperanza, la senda
que nos lleva por caminos de fe, el aliento para nuestros cansancios, la mano
que me levanta en nuestras caídas, el consuelo para nuestras tristezas y
depresiones, la fuente de nuestra alegría. Maria nos enseña a caminar siempre
apoyados en la fe porque nos habla de lo que es el amor eterno de Dios que
nunca nos falla, abre el corazón a la esperanza porque si a ella la contemplamos
gloriosa y triunfante en su asunción a los cielos y glorificada junto al trono
de Dios aprendemos que si caminamos un camino como el de María también es meta
para nosotros esa gloria de Dios en el cielo.
Tú eres el orgullo de nuestro pueblo, porque el Señor
te ha bendecido más que todas las mujeres de la tierra y ha glorificado tu
nombre de manera que todas las generaciones te llamarán bienaventurada.
Así queremos contemplar a María, nuestra Madre y la Madre del Señor. Así
queremos cantar a María en esta fiesta que hoy estamos celebrando. Así nos
queremos gozar con María, felicitar con María,
porque bajo su manto podemos acogernos en nuestros desvalimientos y su protección
maternal la vamos a sentir siempre sobre nosotros.
Hoy
hacemos fiesta aquí en nuestro hogar de manera especial porque esa protección
maternal de María llega a nosotros a través de estas Hermanitas que con sus
vidas están siendo para nosotros signos de ese amor de Dios, de ese amor de
María, Madre de los Desamparados, en la hermosa tarea de acoger a estos
ancianos y ancianas a los que sirven como si estuvieran sirviendo a Cristo,
atendiéndolos y cuidándolos con ese amor maternal y maduro que ellas saben
ofrecer para que nunca nadie se sienta desamparado.
Con la
protección de María realizan ellas su labor, con el ejemplo de María viven
ellas su entrega total y llena de amor, con la fuerza de la gracia del Señor y
con la trascendencia que da a sus vidas su esperanza son capaces de olvidarse
de si mismas para servir a los ancianos y ser además acogedoras para todos
cuantos llegamos a su lado. Esa es la verdadera fiesta de María, Madre de los
Desamparados que hoy quieren celebrar, pero que celebran cada día con su fe,
con su entrega, con su amor, con su alegría que nunca se aleja de sus corazones
ni de sus rostros. Lo que antes escuchábamos en la carta a los Romanos y que
brevemente subrayamos en algunos de sus aspectos es el trasfondo de la
espiritualidad de sus vidas.
Es por lo
que todos hoy hacemos fiesta también, celebramos esta fiesta de la Virgen Madre
de los Desamparados. Es también la oración que hemos de elevar al Señor con
toda la gratitud de nuestro corazón.