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sábado, 10 de mayo de 2014

Dios te salve, madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra… Virgen Madre de los Desamparados

Apoc. 21, 1-5; Sal.13; Rom. 12.9-16; Jn. 19. 25-27
‘Dios te salve, madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra…’ ¡Cuántas veces habremos saludado así a nuestra madre, la Virgen María! Madre de misericordia, vida, dulzura, esperanza nuestra; así la invocamos, así le rezamos, así sentimos su presencia de madre amorosa que nunca nos desampara. Bajo su manto protector nos acogemos; ahí nos sentimos seguros, porque nos sentimos en los brazos de una madre. Siempre seremos como niños que corremos a sus brazos; siempre nos ponemos a su lado para sentir su mirada protectora sobre nosotros que nos libera de los miedos a los peligros de la vida.
Hermosa advocación con la que la invocamos y la celebramos aquí en nuestro hogar, Madre de los Desamparados, con el que las Hermanitas la han invocado siempre y bajo cuya protección han querido desde siempre poner su obra. Allí cerquita de la Basílica de la Madre de Dios de los Desamparados dio sus primeros pasos la Congregación y bajo la protección de María en esta hermosa advocación tan querida de los valencianos quisieron poner la hermosa e ingente tarea que iniciaban aquellas hermanitas que estaban aún en los comienzos de su fundación.
Hoy celebramos nosotros, como celebra toda Valencia y celebra toda la Congregación de las Hermanitas la fiesta, la solemnidad de la Virgen María, Madre de los Desamparados que como expresaremos en las palabras del prefacio es para nosotros modelo de fidelidad a la Palabra de Dios y amparo en nuestro desvalimiento al tiempo que estímulo constante para nuestra caridad. Quiso dejárnosla el Señor a nuestro lado como madre desde el momento supremo de la Cruz cuando a Juan, en quien estábamos todos nosotros representados,  se la dejó como madre. ‘Ahí tienes a tu madre’, le decía a Juan, mientras a María le decía: ‘Ahí tienes a tu hijo’.
Podría parecer que era María la que se quedaba en la soledad con la muerte de su hijo en la cruz, pero en la voluntad de Cristo le nacían los hijos cuando a todos nos confiaba a su cuidado para que fuéramos nosotros los que nunca nos sintiéramos solos, porque siempre íbamos a tener a nuestro lado la presencia de María, la presencia de una madre. Amparo en nuestro desvalimiento encontramos en María como expresamos en la liturgia, pero que nos hace abrir también nuestro corazón para que aprendamos de María también a ser acogedores de nuestros hermanos desvalidos, de nuestros hermanos que se sienten solos, tristes o abandonados. Y es que no puede ser de otra manera si decimos que María es modelo de fidelidad a la Palabra de Dios. Los modelos han de ser imitados, no solo contemplados.
Como bien sabemos la devoción a María es muy comprometedora para nosotros; no nos vamos a refugiar en María como en un limbo donde nos aislemos de lo que nos rodea y no sepamos contemplar el sufrimiento de nuestros hermanos que caminan a nuestro lado; la devoción a María nos compromete para que vivamos un amor semejante al de María la que siempre estuvo atenta, así la vemos en el evangelio, a cuanto pudiera ser sufrimiento, soledad o necesidad de cuantos estaban a su lado.
María, siempre dispuesta a servir; María, siempre atenta a la necesidad que pueda surgir, correrá primero a la montaña porque sabe que allá en casa de Isabel se pueden necesitar sus servicios, e intercederá por quienes se ven en un apuro en las bodas de Caná para remediar la falta de vino.
María será también la madre que acompaña a aquel primer grupo de los discípulos de Jesús ya fuera en la espera de Pentecostés o en el inicio de la tarea de la Iglesia. Qué hermoso ese sentido de acompañamiento que realiza y realizará María con la Iglesia a través de todos los tiempos.
‘Que vuestra caridad no sea una farsa… como buenos hermanos, sed cariñosos los unos con los otros, estimando a los demás más que a uno mismo… servid constantemente al Señor… practicad la hospitalidad…’ Así nos decía el apóstol san Pablo en la carta a los Romanos que hemos escuchado.  Todo un programa de amor cristiano. Servimos al Señor, pero lo servimos en los hermanos. No amamos de palabra o por facha para aparecer sino con un amor auténtico hecho de pequeños gestos y servicios que cada día y en cada momento tenemos oportunidad de realizar con los que están a nuestro lado. Cuánto podemos y tenemos que hacer y esto lo podemos o tenemos que ver de forma muy concreta en la situación que vivimos hoy en nuestra sociedad con tantas carencias, necesidades y sufrimientos.
Tendríamos que decir que al lado de un cristiano nadie nunca tendría que sentirse solo o abandonado porque siendo el amor y la caridad el lema y el distintivo del cristiano siempre tenemos que estar dispuestos para acoger, para escuchar, para tender una mano, para caminar junto al hermano que sufre, para ofrecer nuestro amor y nuestra ayuda de forma desinteresada, para el compartir generoso y también en justicia con el hermano que sufre. Es la tarea del cristiano. Es lo que hoy en esta fiesta de la Virgen también queremos aprender de ella.
En la novena que hemos venido haciendo como preparación para esta fiesta todos los días le decíamos a la Virgen en la oración introductoria que queríamos contemplar su vida y sus virtudes para tratar de imitar a María en nuestra vida. Le ofrecíamos nuestro corazón y nuestra vida para que ella lo llenara de  amor, de pureza, de humildad, de entrega para que así con la ayuda de María viviéramos intensamente nuestra identidad cristiana. Mirando a María, decíamos, estamos contemplando como Dios quiere que seamos; ¡qué mejor modelo podemos contemplar!; mirando a María sentiremos fuerza, y María nos alcanza la gracia para ello, para que nos decidamos de verdad a dar esos pasos que me lleven a vivir toda intensidad mi identidad cristiana, mi vida cristiana, que se ha de manifestar especialmente en el amor.
A María la contemplamos como modelo de toda virtud y toda gracia pero de ella esperamos también su intercesión que nos ayude a realizar esos caminos de santidad. ‘Intercede Madre por nosotros, ante tu Hijo Jesucristo nuestro Señor’, le pedíamos cada día. Al cuidado de María queríamos confiar las necesidades de todos los hombres, la  alegría de los niños, la ilusión de los jóvenes, el desvelo de los adultos, el dolor de los enfermos, el sereno atardecer de los ancianos; le pedíamos que fuera socorro y amparo de cuantos sufren por cualquier motivo, su presencia se convirtiera en fortaleza para los débiles, e hiciera enardecer nuestro corazón en disponibilidad para el servicio y la entrega  por los demás.
Con María a nuestro lado sentiremos que siempre hay una luz que ilumina nuestras noches oscuras de dudas y de problemas; con María a nuestro lado nos podemos sentir fuertes y llenos de paz en nuestras luchas por superarnos a nosotros mismos venciendo nuestros egoísmos y orgullos y por hacer también que nuestro mundo sea mejor; con María a nuestro lado aprendemos a poner amor en todo lo que hacemos y a desterrar de nosotros las negatividades del odio y de la envidia; con María a nuestro lado siempre estaremos dispuestos al servicio y al trabajo porque sabemos que así podemos hacer un mundo mejor.
María  es la estrella de nuestra esperanza, la senda que nos lleva por caminos de fe, el aliento para nuestros cansancios, la mano que me levanta en nuestras caídas, el consuelo para nuestras tristezas y depresiones, la fuente de nuestra alegría. Maria nos enseña a caminar siempre apoyados en la fe porque nos habla de lo que es el amor eterno de Dios que nunca nos falla, abre el corazón a la esperanza porque si a ella la contemplamos gloriosa y triunfante en su asunción a los cielos y glorificada junto al trono de Dios aprendemos que si caminamos un camino como el de María también es meta para nosotros esa gloria de Dios en el cielo.
Tú eres el orgullo de nuestro pueblo, porque el Señor te ha bendecido más que todas las mujeres de la tierra y ha glorificado tu nombre de manera que todas las generaciones te llamarán bienaventurada. Así queremos contemplar a María, nuestra Madre y la Madre del Señor. Así queremos cantar a María en esta fiesta que hoy estamos celebrando. Así nos queremos gozar con María, felicitar con María,  porque bajo su manto podemos acogernos en nuestros desvalimientos y su protección maternal la vamos a sentir siempre sobre nosotros.
Hoy hacemos fiesta aquí en nuestro hogar de manera especial porque esa protección maternal de María llega a nosotros a través de estas Hermanitas que con sus vidas están siendo para nosotros signos de ese amor de Dios, de ese amor de María, Madre de los Desamparados, en la hermosa tarea de acoger a estos ancianos y ancianas a los que sirven como si estuvieran sirviendo a Cristo, atendiéndolos y cuidándolos con ese amor maternal y maduro que ellas saben ofrecer para que nunca nadie se sienta desamparado.
Con la protección de María realizan ellas su labor, con el ejemplo de María viven ellas su entrega total y llena de amor, con la fuerza de la gracia del Señor y con la trascendencia que da a sus vidas su esperanza son capaces de olvidarse de si mismas para servir a los ancianos y ser además acogedoras para todos cuantos llegamos a su lado. Esa es la verdadera fiesta de María, Madre de los Desamparados que hoy quieren celebrar, pero que celebran cada día con su fe, con su entrega, con su amor, con su alegría que nunca se aleja de sus corazones ni de sus rostros. Lo que antes escuchábamos en la carta a los Romanos y que brevemente subrayamos en algunos de sus aspectos es el trasfondo de la espiritualidad de sus vidas.

Es por lo que todos hoy hacemos fiesta también, celebramos esta fiesta de la Virgen Madre de los Desamparados. Es también la oración que hemos de elevar al Señor con toda la gratitud de nuestro corazón.

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