Ya no soy yo, sino que es Cristo que vive en mí
Hechos, 9, 1-20; Sal. 116; Jn. 6, 53-60
‘El que come mi carne
y bebe mi sangre habita en mi y yo en él… yo vivo por el Padre, del mismo modo,
el que me come vivirá por mí’.
Hermoso lo que podemos vivir por la Eucaristía. Cómo tenemos que pensarlo,
reflexionarlo, hacerlo vida nuestra.
Creemos Jesús y por esta fe llegamos a amarle; ya nos
había dicho Jesús que ‘todo el que ve al
Hijo y cree en él, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día’.
Creemos en Jesús y lo amamos; creemos en Jesús y nos sentimos profundamente
unidos a El; creemos en Jesús y nos llenamos de vida eterna, seremos
resucitados en el último día. Quienes se aman de verdad llegan a una profunda
comunión de vida, nacida desde ese amor. Es la comunión profunda que podemos
vivir con Jesús desde nuestra fe en El. Es un vivir en Dios y Dios que vive en
nosotros.
Hoy nos dice que quien come su carne y bebe su sangre ‘habita en mí y yo en él… el que me come
vivirá por mí’. Porque creemos en El y lo amamos, El nos ofrece el Pan de
vida para que le comamos y ese Pan de vida es Cristo mismo que se nos da, que
se hace alimento para nosotros. Y cuando
le comemos viene a habitar en nosotros y nosotros en El. Algo bien hermoso.
Cuando tomamos cualquier alimento hacemos nuestro
aquello que comemos de manera que lo que comemos se introduce en nuestro
cuerpo, algo así como si se disolviera para pasar su energía o alimento a
nuestro cuerpo, haciéndose una sola cosa con nosotros y haciendo crecer nuestra
vida. Así Cristo, podemos decir, en nosotros; por eso nos dice que viene a
habitar en nosotros y nosotros en El, nos hacemos una sola cosa con Cristo. Es
como un llenarnos de Cristo, inundarnos de su vida, de manera que llegará a
decir san Pablo que ya no es él quien vive sino que es Cristo quien vive en El.
Es lo que vivimos en la Eucaristía. ‘Ya
no soy yo, sino que es Cristo que vive en mí’.
Ya en otro momento del evangelio, en la despedida de la
última cena nos dirá que si lo amamos y guardamos sus mandamientos el Padre y
El vendrán a nosotros y harán morada en nosotros, habitará Dios en nosotros y
nosotros en Dios. Es lo mismo que ahora nos está diciendo de la Eucaristía.
Qué dicha más grande podemos sentir por nuestra fe en
Jesús; qué dicha más grande que nosotros podamos comer a Cristo y unirnos así a
El. Todo esto que estamos reflexionando es muy hermoso y tenemos que rumiarlo
intensamente en nuestro corazón para que podamos vivir con todo sentido y
hondura la comunión con Cristo. Por eso hemos venido diciendo que recibir la
Eucaristía, comer a Cristo no es cualquier cosa. Es cosa grande y maravillosa
que tenemos que pensárnoslo muy bien para poderlo vivir con toda su
profundidad. No lo podemos hacer de cualquier manera.
Cada vez que comulgamos tenemos que salir más
cristificados, porque salimos llenos de Cristo, porque llevamos a Cristo con
nosotros, porque Cristo habita en nosotros y nosotros hemos de habitar en
Cristo. Tendríamos que sentirnos totalmente transfigurados; digo sí,
transfigurados, como Cristo en el Tabor, porque Cristo con su luz y con su vida
está en nosotros, nos inunda de vida y de amor, nos hace resplandecer con su
luz.
Y todo esto tiene muchas consecuencias para nuestra
vida. Cada vez que salimos de la Eucaristía después de comulgar tenemos que
salir más llenos de amor, porque salimos llenos de Cristo. No tiene sentido que
comulguemos y no amemos; no tiene sentido que queramos comer a Cristo pero no
queramos entrar en comunión con los hermanos; no tiene sentido que vayamos a
comulgar y sigamos encerrados en nuestros egoísmos y en nuestro orgullo; no
tiene sentido que comamos a Cristo y no comulguemos con nuestros hermanos, y no
los amemos, y les neguemos la palabra, y no seamos capaces de perdonarnos.
No hay Eucaristía sin amor porque Cristo, el que se ha
hecho Pan de vida para nosotros, es amor; y en consecuencia si no hay amor en
nuestra vida no podemos celebrar la Eucaristía, comer a Cristo en la
Eucaristía. Si no hay amor en nosotros ¿cómo podemos decir que Cristo habita en
nosotros y nosotros en El? Da mucho que pensar. ‘¿Adónde vamos a acudir si tú tienes palabras de vida eterna?’,
terminaría diciendo Pedro.
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