3Jn. 5-8;
Sal. 111;
Lc. 18, 1-8
Estos últimos días hemos escuchado los tres textos más pequeños del Nuevo Testamento y de toda la Biblia: la carta de Pablo a Filemón y las segunda y tercera carta de san Juan.
Son como pequeños billetitos de recomendación o de recordatorio que uno y otro apóstol enviaron a diversos cristianos de la comunidad; Filemón en el caso de Pablo recomendándole que reciba como a un hermano a Onésimo, esclavo que se le había escapado y que con Pablo había abrazado la fe, y al que considera como un hijo; Juan en un caso a la que llama él la elegida a quien le recuerda el antiguo y nuevo mandamiento, siempre permanente del amor; y en la última de las mencionadas, la escuchada hoy, a Gayo, un discípulo fiel colaborador de la comunidad en la sustentación de los apóstoles y misioneros de la fe.
Esta tercera carta de Juan nos manifiesta algo hermoso, que ya también hemos visto destacar en las cartas de Pablo, que es la colaboración que entre todos los miembros de la comunidad se tiene también en el orden de lo material o económico para el sustento de los que se dedican a la predicación o a ser pastores de la comunidad, atendiendo también a los gastos de los que como misioneros son enviados a anunciar el evangelio de Jesús.
‘Han hablado de tu caridad ante la comunidad de aquí… provéelos para el viaje como Dios se merece… se pusieron en camino para trabajar por Cristo… debemos sostener a hombres como éstos, cooperando así en la propagación de la verdad’. Es lo que hemos escuchado.
Creo que este texto providencialmente es muy oportuno en las vísperas de la jornada que la Iglesia celebra este domingo, el DIA DE LA IGLESIA DIOCESANA. Como todos sabemos es una vez más ocasión para que tomemos conciencia de nuestra pertenencia a la Iglesia, pero pertenencia en esta Iglesia concreta en la que vivimos que es nuestra Diócesis.
Como nos dice nuestro Obispo don Bernardo en su mensaje para esta Jornada, ‘Doy gracias a Dios por todos vosotros, por vuestra fe, por sentir la Iglesia como algo propio y por contribuir con el testimonio de vuestra vida, y la participación activa en su misión, a que nuestra Diócesis sea cada día más una “comunidad de fe, caridad y esperanza”. Todos somos Iglesia y todos, cada uno según su condición, edificamos la Iglesia. Todos los ministerios, funciones y servicios son necesarios y, como en una buena familia, todos nos beneficiamos mutuamente de lo que hacen los demás’.
Pero esa pertenencia a la Iglesia de la que nos sentimos miembros, como si de una misma familia se tratara, y en la que cada uno estamos en nuestro lugar, colaboramos en los distintos servicios de la comunidad según sus carismas y los dones recibidos del Señor, nos obliga a algo más, que es la colaboración también en lo material, en lo económico para poder mantener toda esa obra de gracia en la realización de las distintas acciones pastorales y servicios.
El evangelio nos ha hablado del óbolo de la viuda, destacando el Señor que aquella mujer con sus dos reales había aportado más que los que echaban grandes cantidades. Es el granito de arena que todos podemos aportar, que aunque nos pueda parecer pequeño en nuestra pobreza, será grande si lo ponemos con amor y desinteresadamente. El Señor nos premiará por ello.
‘Les invito y animo a seguir adelante —creciendo en fe, caridad y esperanza— con renovada confianza en Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo’. Así termina el mensaje de nuestro pastor y creo que nos puede valer a nosotros también en esta reflexión que nos hacemos hoy desde la Palabra del Señor proclamada.