Tito, 3, 1-7;
Sal. 22;
Lc. 17, 11-19
Este texto del evangelio nos ha servido muchas veces para motivarnos a la acción de gracias al Señor y sigue siendo un hermoso punto de referencia para analizar hasta donde llegamos en nuestro reconocimiento de la acción de Dios en nuestra vida. Unos leprosos que claman pidiendo misericordia y compasión, y de los que al ser curados de su enfermedad sólo será capaz de dar la vuelta para primero que nada manifestar su agradecimiento por su curación ‘alabando a Dios a grandes gritos y echándose por tierra a los pies de Jesús dándole gracias’.
Creo que una reflexión sobre este hecho ha de movernos al reconocimiento y a la gratitud por cuanto por benevolencia y misericordia recibimos; tendría que movernos a hacer de verdad eucaristía de toda nuestra vida. Dar gracias no es servilismo sino reconocimiento; dar gracias no es humillación sino actitud humilde y gozosa para saber descubrir cuánto recibimos no por merecimientos nuestros sino por benevolencia de quien nos lo da.
Nos cuesta muchas veces ser agradecidos quizá por falta de humildad para reconocer lo que no tenemos y hemos recibido por pura benevolencia; nos cuesta dar gracias en muchas ocasiones porque nos sobran esos merecimientos que creemos tener por lo que pensamos que lo que hacen por nosotros es siempre algo a lo que tenemos nuestro derecho y entonces no tenemos por qué dar gracias. Vivimos tan engreídos y tan poseídos de nosotros mismos que nos cegamos para no ver aquello que recibimos sin merecimiento nuestro.
Actitudes así tenemos en ocasiones en nuestro trato y relación con los demás lo que hará poco agradable la convivencia con los que nos rodean porque fácilmente aparece el orgullo, la soberbia y la prepotencia. Pero actitudes así nos surgen también en nuestra relación con Dios. No tendría que ser así de ninguna manera en ninguno de los casos, y no tendría que ser así por supuesto en nuestra relación con Dios si aquellos actos de piedad o de religión que hacemos los viviéramos con todo sentido y profundidad dándonos cuenta bien de lo que hacemos o decimos.
Primero que nada porque el centro de nuestro culto y de nuestra relación con Dios es la celebración de la Eucaristía; y Eucaristía es ante todo Acción de Gracias. Y damos gracias al Señor en nuestra celebración haciendo memorial de la pascua de Cristo, de la muerte y la resurrección del Señor que es la gran prueba y manifestación de cuánto es el amor que Dios nos tiene. Venir, pues, a la Eucaristía es venir a la acción de gracias; es venir con esa actitud humilde pero también de reconocimiento de la presencia y de la gracia del Señor en nuestra vida, o sea, de cuánto el Seños nos ha regalado y sigue regalándonos en Cristo Jesús muerte y resucitado para nuestra salvación.
Pero como decíamos, si nos fuéramos fijando bien en lo hacemos o decimos en la celebración nos daríamos cuenta de cuántas veces a lo largo de la celebración estamos expresando esa acción de gracias. ¿Os habéis fijado cuántas veces en la misa decimos que damos gracias a Dios? Y ya no son sólo los cantos que vamos utilizando en la celebración o incluso los salmos que recitamos o cantamos con ese sentido de acción de gracias en la liturgia de la Palabra, sino las propias palabras de la acción litúrgica. En el himno del gloria, en el prefacio con que iniciamos la plegaria eucarística ya desde su mismo diálogo inicial, en distintos momentos de la propia plegaria eucarística, en los diferentes textos eucológicos, o la oración de después de la comunión.
Damos gracias por sentirnos en la presencia del Señor celebrando el misterio de Cristo y damos gracias por poder ofrecer el sacrificio vivo y santo, repetimos de una forma o de otra a lo largo de la celebración. Y terminaremos dando gracias a Dios al sentirnos enviados al final de la Eucaristía para llevar esa Buena Noticia de Jesús que hemos vivido a los demás.
Que en verdad hagamos eucaristía de nuestra vida, con nuestra acción de gracias por cuanto del Señor recibimos y porque seamos capaces de hacer esa ofrenda de nuestra vida para todo sea siempre para la gloria del Señor.
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