Un testimonio de fidelidad que hace resplandecer la verdad,
el bien, la justicia, la solidaridad, el amor
1Corintios 1, 26-31; Sal 32; Marcos 6, 17-29
No podemos confundir
la fidelidad con la cabezonería nacida del orgullo o del amor propio pero que
no sabe descubrir la rectitud de lo que hacemos. Hoy lo vemos claramente
contrapuestos en los dos personajes del evangelio, Juan el Bautista, y el rey
Herodes.
Brilla la fidelidad
del Bautista en el anuncio profético que con su palabra y con su vida cuando
anuncia la llegada del Mesías e invita a las gentes a preparar los caminos del
Señor va señalando a cada uno cuales son los caminos que ha de enderezar
señalando como siempre habrá que obrar en rectitud y justicia anteponiendo por
encima de todo el amor. Su palabra es clara, sus gestos son proféticos, la
denuncia del mal y de la injusticia están bien presentes en su palabra
profética y el testimonio de fidelidad a esa Palabra de Dios que quiere
trasmitir hasta el final. Todo quedará rubricado con su sangre al ser
decapitado en su martirio, pues es testigo de la verdad y de la justicia hasta
derramar su sangre por ello.
Enfrente, Herodes con
su vida disoluta y llena de vicios. Aunque siente en su corazón la verdad de la
palabra del Bautista y hasta se dice que le agradaba escucharle, el vicio y la pasión
lo ciegan para hacerse sordo ante el profeta e instigado por quien es causa
también de su ciega pasión tener encerrado en la mazmorra al Bautista porque no
le agradaba la denuncia que había de su mal en sus palabras proféticas.
Cuando nos cegamos y
caemos en las redes de la pasión todo es una pendiente peligrosa en la que
parece que no podemos parar y como en una terrible espiral crece y crece el mal
en el corazón. Es lo que le sucedió en aquella fiesta en el que la lujuria de
todo tipo se había adueñado de sus corazones y ante la sensualidad del baile de
la hija de Herodías promete y promete regalar hasta la mitad de su reino si así
se lo piden. Aquella palabra y promesa insensata de la que no sabe volverse
atrás aunque comprenda la maldad y crueldad de lo que le piden, por aquello de
la fidelidad a una palabra dada y por miedo a perder el prestigio ante sus
invitados, llevará a la muerte del bautista.
Ya decíamos que no
podemos confundir la auténtica fidelidad con la cabezonería del orgullo y la pasión
cuando incluso está en juego la vida de una persona. No se puede llamar
fidelidad ese permanecer en una palabra dada cuando eso conduce a obrar el mal
y la injusticia. La pasión nos ciega tantas veces, la cobardía nos encierra en
nosotros mismos y nos hace temerosos, los prestigios del mundo nos llenan de
vanidades que al final son vacíos para el alma y todo terminará volviéndose
oscuro en nuestro interior y en nuestra vida toda.
Creo que este
testimonio que hoy nos ofrece la Palabra de Dios en el martirio del Bautista
nos tiene que llevar a hondas reflexiones para nuestra vida. Queremos quedar
bien, mantener nuestros prestigios, dar una apariencia de persona buena y
complaciente, tratar de agradar a todos y a todos complacer, pero cuidado nos
veamos envueltos en esas vanidades que terminarán llevándonos a la ruina. Son
pendientes resbaladizas y peligrosas.
Nuestro testimonio
verdadero tiene que ser el de una vida recta y honrada, que busca el bien y la
justicia, que hace resplandecer la generosidad y la solidaridad en un amor
auténtico y que no se deja cautivar por respetos humanos ni por la adulación, y
que si mantenemos nuestra fidelidad hasta el final es porque sabemos muy bien
de quien nos hemos fiado.