Hay muchos signos de la presencia del Señor en cuanto nos
sucede que nos invitan a la vigilancia y avivan la esperanza
1Corintios 1, 1-9; Sal 144; Mateo 24, 42-51
Vigilantes… porque
esperan algo y se preparan para su llegada; es el familiar que se espera después
de larga ausencia y estamos ansiosos de su encuentro; es el amigo que nos ha
prometido una visita y nos preparamos para cómo mejor agasajarle. Vigilante el
que por seguridad tiene que cuidar de un edificio, de una institución;
vigilante el que cuida del orden público para evitar desórdenes y atropellos;
pero vigilante está el padre o la madre en el cuidado de sus hijos a los que ve
crecer y que no quiere que les pase nada malo, como vigilante está el médico o
la enfermera ante el paciente que está hospitalizado esperando su curación pero
poniendo todo de su parte para buscar los mejores remedios.
Podíamos seguir
describiendo situaciones y tendríamos que decir que todos nos sentimos
vigilantes de alguna manera, de nuestra propia vida, de nuestras posesiones o
en la espera de un futuro mejor. Y nuestra vigilancia que se fundamenta en la
esperanza sin embargo nunca puede ser algo pasivo, sino que nos exigirá
atención como nos pedirá el esfuerzo de no caer en un sopor pasivo porque nos
puede sorprender aquello que esperamos.
Y esa vigilancia no la
reducimos a la atención a lo que nos viene de fuera sino que parte del interior
de nosotros mismos y atentos estamos a lo que nos sucede de manera personal,
pero a lo que nos va sorprendiendo también en nuestro interior para aprovechar
lo buenos y las posibilidades que nos surgen, pero también para no perder el
equilibrio y el dominio de nosotros mismos en las diversas situaciones con que
nos vamos encontrando que algunas veces pueden ser incluso desagradables. Esa
vigilancia es también ese deseo de superación interior que nos haga madurar de
verdad para que nunca ni nuestras actitudes ni nuestras posturas o nuestros
actos puedan dañarnos a nosotros mismos ni dañar a los demás.
De todo esto nos está
hablando Jesús hoy en el evangelio. Y nos habla del dueño de casa que vigila
cuidadosamente para que el ladrón no se introduzca en la casa y produzca
estragos; y nos habla del criado fiel y vigilante que espera la llegada de su
amo a la hora que sea para abrir la puerta pero para estar dispuesto para el
servicio; y nos habla del que tiene especiales responsabilidades que no puede
hacer dejación de su funciones ni aprovecharse de su autoridad para tratar mal
a los demás. Habla Jesús de cosas muy concretas en el estilo de vida de
entonces y era lo que sucedía en su entorno, pero que tiene rabiosa actualidad
en lo que son nuestras responsabilidades hoy en la vida.
Pero Jesús quiere
darle aun mayor trascendencia a sus palabras, porque habla de la venida del
Señor, y en el fondo nos está hablando también de ese final de nuestra vida
donde vamos a ir al encuentro con el Señor de manera ya definitiva, pero que
nunca sabemos cuando será el momento. Son tantos los momentos en los que el
Señor nos va saliendo al encuentro en la vida en las circunstancias, en los
acontecimientos y en las mismas personas con las que nos vamos encontrando. Y
es donde tienen que estar abiertos los ojos de la vigilancia, los ojos de la fe
para descubrir al Señor que llega a nosotros, a nuestra vida y muchas veces
somos tan cegatos que no somos capaces de descubrirlo.
Es también en esos
momentos dolorosos, de dificultades y problemas, de contratiempos que podemos
tener con los demás donde hemos de escuchar esa voz del Señor que nos habla y
que nos llama. Todas aquellas esperas de las que hablábamos al principio como
situaciones humanas en las que nos encontramos o podemos encontrar pueden convertirse para nosotros en signos de
esa presencia del Señor.
Es ahí donde tenemos
también que hacer crecer nuestra fe para derrumbarnos en las dificultades,
aunque muchas veces nos sintamos rotos por dentro. Pero si sabemos descubrir
esa presencia del Señor no perderemos la paz, todo nos servirá para crecer, y
de todo podemos aprender para dar gloria siempre al Señor.
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