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sábado, 16 de febrero de 2013


Que por el amor brille la luz de nuestra fe en las tinieblas del mundo

Is. 58, 9-14; Sal. 85; Lc. 5, 27-32
‘Brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía’. Todo nos habla de encuentro con la luz. Todo nos habla de unas tinieblas que se disipan. Encuentro con la luz fue el encuentro de Leví con Jesús que le llama a seguirle. La luz brilla en medio de las tinieblas del pecado para disiparlas, para llenarnos de luz. A eso ha venido Jesús, aunque muchos no lo entiendan cuando lo ve en medio de los pecadores. ‘No  ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores a que se conviertan’. Habrá algunos que rechacen esa luz. No terminan de entender a Jesús.
Eso significa siempre nuestro encuentro con Jesús. Le necesitábamos porque estábamos envueltos en las tinieblas del pecado. Con Jesús nuestra vida ha de ser distinta, ha de ser luminosa. Con Jesús aprendemos actitudes nuevas, una nueva manera de vivir. La fe que tenemos en Jesús nos llena de luz.
Cuando comenzamos a creer en Jesús todo comienza a tener un sentido distinto, un valor nuevo. En Jesús encontramos la verdad de nuestra vida. Con Jesús caminamos hacia una nueva vida llena de luz, porque con Jesús todo lo vemos desde la óptica nueva del amor. Fue su amor el que nos lo trajo hasta nosotros. Fue por amor, y un amor infinito, por el que El se entrega por nosotros. Desde su amor alcanzamos su perdón y su gracia. Por Jesús nuestra vida se llena de luz.
Ayer nos hablaba el profeta de cuál era el ayuno que el Señor quería en nuestra vida y nos decía que cuando actuáramos así ‘entonces nacerá una luz como una aurora’. Nos hablaba de abrir prisiones injustas y de compartir el pan con el indigente. Las palabras del profeta hoy son continuación exacta de lo escuchado ayer y abundando en lo mismo nos dice: ‘Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía’.
En el evangelio vemos la alegría de Leví tras su encuentro con Jesús. Podría parecernos que el arrancarse de su vida anterior, el dejar atrás todo por Jesús podría significar un desgarro grande que le costara, y sin embargo le vemos sentar a su mesa a Jesús y a los discípulos. Nos manifiesta esto el gozo y la alegría que significó aquel paso adelante de seguir cuando Jesús le llamaba. Es la alegría de la fe, el gozo grande que hemos de sentir en el corazón cuando nos decidimos a seguir a Jesús arrancándonos de nuestra vida de tinieblas y pecado. ¿Cómo no va a haber gozo si encontramos la gracia y el perdón? ¿Cómo no nos vamos a llenar de gozo al emprender una vida entregada por el amor al seguir a Jesús?
Desde nuestra pobreza y nuestra indigencia clamamos a Jesús y El nos llenará de bendiciones. ‘Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy un pobre desamparado… salva a tu siervo que confía en ti’, clamábamos con el salmista. Y le pedimos al Señor que nos enseñe y nos instruya en sus caminos para encontrarnos con la verdad. ‘Ten piedad de mi y alegra el alma de tu siervo que te estoy llamando todo el día y levanto mi alma hacia ti’, seguíamos pidiendo.
Es la súplica continua que hemos de hacer, porque queremos seguir a Jesús - ojalá tuviéramos la valentía y prontitud que hoy contemplamos en Leví - pero muchas veces seguimos con nuestros apegos, nuestras ataduras; no terminamos de arrancarnos de las tinieblas porque la tentación continuamente nos acecha y nos engaña. Que en este camino cuaresmal que estamos iniciando nos sintamos en verdad fortalecidos en el Señor para que lleguemos a vivir con toda hondura la alegría y la luz de la Pascua. Que por el amor brille en verdad nuestra luz en las tinieblas de nuestro mundo y ayude a hacerlo mejor.

viernes, 15 de febrero de 2013


El ayuno que el Señor quiere… abrir las prisiones injustas

Is. 58, 1-9; Sal. 50; Mt. 9, 14-15
Hasta las cosas más buenas los hombres tenemos el peligro de malearlas, de tergiversarlas y hacerles perder su sentido más hermoso y valioso. Será la malicia que podamos tener en el corazón, será el dejarnos arrastrar por la rutina y la frialdad, será la manipulación que podamos hacer de las cosas porque siempre busquemos nuestro interés egoísta, pueden ser muchas las formas y maneras. Sucede hoy como ha sucedido en todos los tiempos, como sucedía en tiempos de Jesús con muchas prácticas religiosas o muchas cosas que habían nacido en la tradición y en la religiosidad del pueblo para alimentar y fortalecer su fe.
Así eran las expresiones de penitencia como el ayuno que habían de practicar como una expresión de un vaciamiento interior para buscar lo que verdaderamente era importante y por otra parte como un sacrificio de sí mismo ofrecido al Señor en esa renuncia a algo bueno en si mismo y que además en la austeridad de la privación de unos alimentos podían ser también un hermoso entrenamiento para aprender a tener el necesario dominio de sí mismo para estar preparados para cuando viniera el mal momento de la tentación.
Sin embargo se habían convertido, como se nos puede convertir a nosotros también, en algo meramente ritual o formal que hasta podía convertirse en una vanidad ante los ojos de los hombres. Recordemos a lo que nos prevenía Jesús en el texto que escuchamos el pasado miércoles de ceniza. ‘Cuando ayunéis no andéis cabizbajos, como los farsantes que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan… tú cuando ayunes perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre que ve en lo escondido que te recompensará’.
Hoy las palabras del profeta Isaías que hemos escuchado son muy duras. No podemos intentar agradar al Señor con nuestros ayunos y penitencias, mientras somos injustos o insolidarios con los que están a nuestro lado. ‘Ayunáis entre riñas y disputas, les dice, dando puñetazos sin piedad… ¿ese es el ayuno que el Señor quiere para el día en que el hombre se mortifica?’ Nuestro ayuno y penitencia no puede estar al margen de lo que es nuestra vida; no tiene sentido una penitencia si no tenemos verdaderos deseos de tener un corazón compasivo y misericordioso.
Prescindir de unos alimentos, privarnos de alguna cosa por un tiempo determinado puede ser algo sencillo mientras que llenar de misericordia y compasión nuestro corazón para tratar con delicadeza al hermano que está a nuestro lado pudiera sernos más costoso. Lo que el Señor quiere de nosotros es ese buen corazón que tengamos con los demás para sabernos ayudar, para sabernos comprender y perdonar, para aceptarnos mutuamente aunque haya cosas que no nos agraden.
Por eso nos dice el profeta en el nombre del Señor: ‘El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne’. Muchas prisiones, cerrojos y cepos nos creamos muchas veces en nuestras relaciones mutuas con nuestros juicios y sospechas, con nuestras posturas llenas de envidia o de rencor para guardar en nuestro interior lo que hayan podido hacer y no terminar nunca de perdonar.
Desgraciadamente se vive hoy mucho entre actitudes así de resentimientos, de gentes que nos se hablan, de prejuicios contra los demás, de sospechas y de críticas y murmuraciones para estar siempre fijándonos en lo mal que lo hacen los demás. Cuántos rencores guardados sin buscar la forma de curar el corazón, cuantas sospechas levantadas contra los demás sin ningún tipo de fundamento. Cuánta insolidaridad y egoísmo cuando pensamos solo en nosotros mismos y no tenemos la mínima compasión ante el sufrimiento o la necesidad de los demás.
Esos cerrojos, esos cepos tenemos que hacer saltar cambiando nuestras actitudes y posturas. Ese es el ayuno que el Señor quiere que hagamos. ‘Entonces nacerá una luz como la aurora, te abrirá camino la justicia, descubrirás la gloria del Señor’.
Estamos en la cuaresma que es un tiempo de convertirnos al Señor y hoy es viernes un día especialmente penitencial. Mira lo que nos está señalando la Palabra del Señor y trata de descubrir cuáles son los caminos que el Señor quiere que recorramos. Caminos de justicia y de amor, caminos de solidaridad y de compartir que serán caminos de paz y de amor.

jueves, 14 de febrero de 2013


Compromiso apostólico en medio del mundo y oración por las vocaciones

Hechos, 13, 46-49; Sal. 116; Lc. 10, 1-9
Aunque apenas iniciamos ayer el tiempo de Cuaresma hoy sin embargo la liturgia nos ofrece la celebración de la fiesta de los Santos Cirilo y Metodio a quien Juan Pablo II declaró patronos de Europa. En el siglo X fueron apóstoles y misioneros de grandes regiones de Europa en las que sembraron las semillas del Evangelio. Habían sido enviados en principio por el Obispo de Constantinopla pues que procedían de aquella zona, fueron luego confirmados en su misión por el Papa de Roma que consagro obispo y envío como legado suyo a Metodio por aquellas regiones eslavas de la Europa oriental.
La Palabra del Señor proclamada en esta fiesta nos ha hablado en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles del momento en que Pablo y Bernabé que iban haciendo su recorrido e instituyendo las diversas iglesias, se dedican de manera especial al anuncio del evangelio a los gentiles, a causa del rechazo de los judíos. ‘Te he puesto como luz de las naciones para que lleves la salvación hasta los confines de la tierra, recuerdan cual era su misión’.
Por su parte en el evangelio hemos escuchado el envío de los setenta y dos discípulos de dos en dos a anunciar el Reino de Dios. Un camino que han de hacer desde una disponibilidad total y siempre con el mensaje del amor y de la paz. ‘Curad a los enfermos que haya y decidles el Reino de Dios esta llegando a vosotros’.
Pero hay también una recomendación que les hace Jesús. ‘La mies es abundante y los obreros pocos. Rogad por tanto al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. Creo que la celebración de estos dos santos misioneros de Europa entre otras cosas nos ha de ayudar a reflexionar por una parte en esa misión que a nosotros también Jesús nos confía de anunciar el Reino de Dios.
Todo cristiano ha de sentir ese ardor misionero en su corazón de querer extender el Reino de Dios a todas partes. No todos quizás tenemos la vocación o la llamada del Señor para ir a lejanas tierras para hacer ese anuncio de Jesús y de su evangelio, pero si todos hemos de sentir la inquietud en el corazón de que Jesús sea conocido. No será necesario quizás ir a lejanas tierras para encontrar un lugar donde hacer ese anuncio de Jesús, porque a nuestro lado, cerca de nosotros tenemos a tantos que no conocen a Jesús.
Aunque creamos que todos somos cristianos no siempre es así porque nuestra sociedad se ha descristianizado, porque hay muchos a nuestro lado han perdido la fe, o su fe es tan débil que viven como si no tuvieran fe. Un campo inmenso donde tenemos que sembrar la semilla del evangelio, multitudes a nuestro lado que necesitan esa luz de Jesús. Y eso es tarea nuestra, preocupación y responsabilidad. Hemos de ser cristianos intrépidos que no tengamos miedo de hacer ese anuncio de Jesús con nuestra palabra y con nuestra vida para despertar la fe de tantos a nuestro alrededor que quizás la han perdido.
‘La mies es abundante, nos dice Jesús, los obreros son pocos’. Esa es otra hermosa tarea que tenemos que realizar. Rogar a Dios que sean muchos los llamados, porque el Señor siempre llama, pero que sean muchos los que respondan con generosidad a esa llamada de Dios. Que sean numerosas las vocaciones y numerosos los jóvenes o mayores que den respuesta al Señor para convertirse en evangelizadores en la vida sacerdotal, en la vida religiosa, o desde el compromiso apostólico desde su propia vida en el seno de sus familias o viviendo en el mundo del trabajo en medio de la sociedad.
Un compromiso y una oración, nos esta pidiendo la Palabra de Dios en la fiesta de estos dos grandes misioneros de Europa.

miércoles, 13 de febrero de 2013


MIÉRCOLES DE CENIZA

Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y nos convertimos a El

Joel, 2, 12-18; Sal. 50; 2Cor. 5, 20-6, 2; Mt. 6, 1-6.16-18
‘Convertios al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad…’ Es el primer anuncio, el primer grito e invitación que escuchamos al iniciar con esta liturgia el tiempo de Cuaresma. Es consolador. Es exigente la llamada porque ahora es tiempo favorable, ‘es tiempo de gracia’, pero al mismo tiempo es estimulante. Somos llamados e invitados a volver nuestra vida al Señor ‘porque es compasivo y misericordioso’. Esa es la razón y el motivo, el amor compasivo y misericordioso del Señor.
Es el amor del Señor el que nos llama. ‘Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en El’, que nos dice san Juan en sus cartas. Como nos recuerda el Papa en su mensaje para la Cuaresma ‘no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva… y puesto que es Dios quien nos ha amado primero, ahora es el amor ya no solo un mandamiento sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro’.
Mas adelante el Papa en este sentido nos dice en su mensaje: ‘Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta precisamente es la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. El sí de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito.  No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí’.
Creo que nos pueden bastar estas palabras del Papa en el comienzo de la Cuaresma para iniciar este camino que nos conduce hasta la Pascua precisamente en este año de la fe que estamos recorriendo. Tiene que salir renovada y fortalecida nuestra fe. Este ha de ser nuestro empeño en el que vamos a intensificar todo lo posible durante toda esta Cuaresma. Esa fe que en la medida que vaya creciendo más y más en nuestro corazón, hará que crezca de la misma manera el amor, el amor que le tenemos a Dios y el amor que en consecuencia hemos de tener a los hermanos.
‘Abrirnos a su amor significa dejar que El viva en nosotros y nos lleve a amar con El, en El y como El; solo entonces nuestra fe llega verdaderamente a actuar por la caridad y El mora en nosotros’. Es la conversión de nuestro corazón al Señor, a la fe y al amor. Y necesitamos hacer ese proceso de conversión porque nuestra fe es débil muchas veces y en consecuencia no vivimos con toda intensidad el amor, la caridad. Vamos como cojeando en la vida. Palabra del Señor que vamos a ir escuchando es esa medicina, ese alimento, ese apoyo que nos fortalece en nuestra fe y en nuestro amor.
Para ello necesitamos intensificar la escucha de la Palabra de Dios y la oración, porque ahí en la escucha del Señor, en el encuentro vivo con El en la oración iremos sintiendo en el corazón esa luz y esa fuerza, esa gracia y esa presencia del Espíritu del Señor que nos impulsa a progresar en todo lo que ha de ser nuestra vida cristiana. La liturgia cuaresmal es muy rica en la Palabra del Señor que nos va ofreciendo cada día, podíamos decir, de forma muy pedagógica para que vayamos dando esos pasos que renueven nuestra vida, para que demos esos pasos de verdadera conversión al Señor.
Es un tiempo también con un profundo sentido penitencial porque en la medida en que vamos dejándonos  iluminar por la Palabra del Señor y vamos viviendo ese encuentro intimo y profundo de nuestra oración al ir examinando nuestra vida nos sentimos pecadores, nos sentimos limitados y así acudiremos al Señor invocando su misericordia y su perdón. El ayuno penitencial que Dios quiere es que nos liberemos de todo lo que nos ata y esclaviza pero haciendo abierto y generoso nuestro corazón para compartir en el amor con los demás.
Es la austeridad con que hemos de aprender a vivir en la vida para no ser esclavos del consumo, pero también haciéndonos solidarios con tantos que quizá a nuestro alrededor o a lo largo del mundo tienen que ayunar pero porque no tienen para comer en su indigencia o en su necesidad. Por eso la austeridad penitencial que de manera especial queremos vivir en este tiempo nos tiene que llevar a la solidaridad y al compartir.
Por eso como decíamos antes nuestra auténtica conversión nos ha de llevar al amor. Amor para compartir y ser solidarios; amor para ser capaces de tener un corazón compasivo y misericordioso en el trato con los demás; amor que nos ha de llevar a ese buen trato que tengamos con los otros, a evitar todo lo que pueda dañar o herir al hermano que está a nuestro lado; amor que nos ha de llevar a tener auténtica ternura en nuestro corazón con los que están a nuestro lado ofreciendo alegría, amistad, comprensión, perdón, esperanza.
El saber superarnos en todas estas cosas y el vivir con ese corazón lleno de ternura y de misericordia puede ser un buen ejercicio de penitencia, porque será algo que muchas veces nos costará hacer porque nos sentimos tentados tantas veces al orgullo y al egoísmo, o nos aparecen las envidias y las desconfianzas. Y eso que nos cuesta superar son las verdaderas penitencias que hemos de hacer cada día, para ser cada vez más gratos al Señor.
Ahora con la liturgia vamos a dejar caer sobre nuestra frente la ceniza penitencial; pero vamos a escuchar con los oídos del corazón bien abiertos la invitación y la llamada del Señor: ‘Conviértete y cree en el Evangelio’. Que no caiga en saco roto esta llamada y esta gracia del Señor.

martes, 12 de febrero de 2013


La verdadera nobleza no está en la apariencia sino en lo que llevamos en el corazón

Gn. 1, 20-2, 4; Sal. 8; Mc. 7, 1-13
La grandeza y el valor de lo que hacemos o de lo que somos no lo podemos medir por las apariencias ni por el mero cumplimiento de unas normas o unas reglas. Manifestaremos mejor la grandeza y la hondura de la persona en la medida en que seamos más auténticos y así nos manifestemos.
La verdadera nobleza de la persona no está en lo que aparentamos ser sino en lo que somos en lo más hondo de nosotros mismos y en la veracidad y autenticidad con que nos manifestemos en la vida, aunque tengamos fallos y debilidades. Es eso lo que va a manifestar lo profundo que hay en el corazón y es ahí donde podemos medir la verdadera grandeza. En ocasiones en la vida nos podemos encontrar personas con las que estaremos o no estaremos de acuerdo con sus opiniones o su sentido de la vida, pero si vemos congruencia y autenticidad en lo que hace y dice eso nos llevará a valorarla por encima incluso de sus propias ideas con las que estaremos de acuerdo o no.
Esto que decimos humanamente hablando, hemos de decirlo de nuestra religiosidad y de nuestras expresiones de fe y de los comportamientos religiosos que tengamos en la vida. No nos vale aparentar, hacer las cosas para que nos vean, o simplemente cumplir porque haya que cumplir. Cuando hacemos las cosas así nos sucederá que nos faltará hondura en lo que hacemos y aunque digamos que somos cumplidores, nuestro corazón puede estar muy lejos de una autentica religiosidad y de una auténtica relación con Dios. Es más, podemos ser cumplidores pero lo hacemos a regañadientes y a la larga protestando o rebelándonos en nuestro interior sin darle autenticidad a lo que hacemos.
Es lo que nos denuncia el pasaje del evangelio que hoy escuchamos. Vienen poco menos que a reclamarle a Jesús porque sus discípulos no se lavan las manos al volver de la plaza, y eso lo consideraban una causa de impureza. Se están quedando en minucias y como Jesús les dice su corazón está bien lejos del Señor. ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí; el culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos’.
Cuando comentamos este pasaje tenemos la tendencia a hacernos muchas reflexiones sobre la actitud hipócrita de los fariseos, de manera que incluso ya la llamamos actitud farisaica, pero nos cuesta más reflexionar y analizarnos a nosotros mismos por si acaso tenemos también actitudes semejantes en nuestra relación con Dios o con el cumplimiento de lo que decimos tiene que ser nuestra religiosidad o vida cristiana. Algunas ves, sin embargo, damos la impresión que aún nosotros no hemos superado las posturas de los fariseos del siglo primero del cristianismo, de los tiempos de Jesús, que nos denuncia el evangelio, pero que realmente nos está denunciando a nosotros también. Seamos sinceros con nosotros mismos.
No es que no tengamos que cumplir los mandamientos o que no tengamos que hacer las recomendaciones que se nos hacen en todo lo que tendría que ser nuestra vida cristiana. Pero es que en todo eso tenemos que partir de una auténtica fe y de un autentico amor que le tengamos a Dios y a los hermanos, para que tengamos una religiosidad profunda. Esa religiosidad que no podemos medirla por la cantidad de ‘cositas’ o prácticas que realicemos sino que tiene que partir siempre de un auténtico encuentro con el Señor, de una auténtica vida de gracia, de un amor verdadero y profundo no hecho solo de palabras sino porque pongamos toda nuestra vida en ese amor que le tenemos a Dios y que en consecuencia le tenemos también a los demás.
Ahora vamos a comenzar la cuaresma y la Iglesia nos ofrece toda una serie, podríamos llamarlo así, de prácticas y de acciones que nos ayuden a vivir el verdadero sentido de la cuaresma como un camino que vamos a recorrer preparándonos hondamente para vivir las celebraciones de la Pascua del Señor. No es una acumulación de actos o de prácticas religiosas o de penitencia en lo que tenemos que quedarnos. Tiene que ser algo hondo porque en verdad vivamos unas actitudes auténticas de conversión al Señor.
Todo eso que realicemos tiene que irse plasmando de verdad en nuestra vida, en nuestras actitudes profundas, en la conversión de nuestro corazón, en el crecimiento de nuestra fe y de nuestro amor, en el comportamiento en consecuencia y en el trato que tengamos con los que nos rodean. No es la apariencia que nos llevaría a la vanidad, sino las actitudes profundas de nuestro corazón.

lunes, 11 de febrero de 2013


Con nuestro dolor unidos a Jesús buscamos la salvación

Mc. 6. 53-56
En el evangelio hemos contemplado cómo eran traídos a la presencia de Jesús, allá por donde pasara, numerosos enfermos para que Jesús imponiéndoles las manos los curara, o al menos le dejaran tocar la orla de su manto. La gente quiere acercarse a Jesús con sus dolores y sufrimientos, salen al encuentro con Jesús con todas las miserias de su vida.  En Jesús tenían la certeza de encontrar vida y salud. La curación de los enfermos eran señales de que el Reino de Dios que llegaba a ellos encontrando en Jesús su salvación.
Cuando Jesús envíe a sus discípulos por el mundo haciendo el anuncio del Reino esas serán las señales también que se han de dar de la llegada del Reino de Dios. Por eso como hemos escuchado más de una vez les da poder sobre los espíritus inmundos y les manda ungir a los enfermos para curarlos. Como hemos dicho más de una vez no era un acto mágico lo que se buscaba, sino que lo importante es ese encuentro vivo y personal con Cristo.
En esta fecha del once de febrero estamos celebrando también a la Virgen María en su advocación de nuestra Señora de Lourdes, recordando aquel lugar allá entre los Pirineos donde en el siglo XIX se sintió de manera especial la presencia de la Virgen en sus apariciones a Bernardita de Sobirous. Un lugar que se ha convertido en punto de peregrinación con gentes venidas de todas partes del mundo para postrándose a los pies de María vivir momentos de conversión y de encuentro con el Señor. Ese era el mensaje que la Virgen le trasmitía a Bernardita para que rezara por los pecadores y por la conversión del mundo.
Quienes hayamos visitado en alguna ocasión aquel lugar o haya visto sus imágenes desde los medios de comunicación u otros medios impresos, no pueden alejar de la retina de su memoria la imágenes de las filas interminables de enfermos de todo tipo que acuden a aquel lugar para pedir la protección y la intercesión de María y obtener la gracia de la curación ya sea de sus miembros doloridos o impedidos o ya sea la curación del corazón en su conversión al Señor.
Es por eso por lo que el Beato Juan Pablo II, queriendo expresar y llevar a la celebración lo que es la preocupación que la Iglesia ha de sentir por todo este mundo del dolor, instituyó la Jornada mundial del Enfermo en esta fecha de las apariciones de la Virgen de Lourdes. Es lo que hoy también estamos celebrando.
Como nos decía el Papa al instituir esta Jornada ha de ser ‘un momento fuerte de oración, participación y ofrecimiento para el bien de la Iglesia, así como de invitación a todos  para que reconozcan en el rostro del hermano enfermo el santo rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y resucitando, realizó la salvación de la humanidad’.
Los enfermos y todos los que sufren, pues, hemos de saber descubrir el valor que nuestro dolor puede tener cuando nos unimos a Cristo, cuando somos capaces de hacer la ofrenda de nuestro sacrificio y nuestro sufrimiento unidos al sacrificio de Jesús en la cruz, y descubrir también cuanto bien podemos hacer a la Iglesia y al mundo desde nuestro sufrimiento. Cuando terminaba el concilio Vaticano II se dirigía un mensaje a los enfermos y se les decía ‘no estáis ni abandonados, ni sois inútiles; sois los llamados por Cristo, su viva y trasparente imagen’.
Es lo que todos hemos de saber descubrir en los hermanos que sufren, ‘la viva y trasparente imagen de Cristo’, y es entonces la manera cómo hemos de acercarnos a ese mundo del dolor con respeto y con amor, con espíritu de servicio y con generosidad de corazón para ayudar, consolar, mitigar esos sufrimientos. Como le dijo Jesús a aquel letrado que le preguntaba quién era su prójimo, cuando Jesús le propone la parábola del Buen Samaritano, al final le dirá, ‘anda y haz tú lo mismo’.
Como nos dice el Papa Benedicto XVI en el mensaje de la Jornada de este año ‘la parábola evangélica del Buen Samaritano… nos enseña el amor profundo de Dios por todo ser humano, especialmente cuando experimenta la enfermedad y el dolor… pero además nos señala cuál es la actitud que todo discípulo de Jesús ha de tener hacia los demás, especialmente a los que están necesitados de atención… extraer del amor infinito de Dios, a través de una intensa relación con El en la oración, la fuerza para vivir cada día como el Buen Samaritano con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido y no tenga recursos…’
Y nos dirá el Papa que El Año de la fe que estamos viviendo constituye una ocasión propicia para intensificar la diaconía de la caridad en nuestras comunidades eclesiales, para ser cada uno buen samaritano del otro, del que está a nuestro lado’. 
Terminará su mensaje hablándonos de la Virgen y su lugar en el sufrimiento de Jesús en la cruz y en el sufrimiento de sus hijos. ‘En el evangelio destaca la figura de la Bienaventurada Virgen María, que siguió al Hijo sufriente hasta el supremo sacrifico en el Gólgota. No perdió nunca la esperanza en la victoria de Dios sobre el mal, el dolor y la muerte, y supo acoger con el mismo abrazo de fe y amor al Hijo de Dios nacido en la gruta de Belén y muerto en la cruz. Su firme confianza en la potencia divina se vio iluminada por la resurrección de Cristo, que ofrece esperanza a quien se encuentra en el sufrimiento y renueva la certeza de la cercanía y el consuelo del Señor’.
Que María Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra, a quien hoy invocamos con Virgen de Lourdes, nos ayude a comprender este hermoso mensaje y con la gracia que nos trae del Señor ilumine nuestra vida tan llena de dolores y sufrimientos para que los sepamos vivir con verdadero sentido cristiano, no desde la resignación sino desde la esperanza, sabiendo hacer esa ofrenda de nuestra vida al Señor.

domingo, 10 de febrero de 2013


Nos llama el Señor para hacer una pesca mejor

Is. 6, 1-8; Sal. 137; 1Cor. 15, 1-11; Lc. 5, 1-11
‘¿A quién mandaré? ¿quién irá por mí? Aquí estoy, mándame’. Es la experiencia y la respuesta del profeta. Isaías contempla la gloria del Señor, tiene una visión de la gloria del cielo y se siente pequeño, humilde, anonadado, pecador, pero al mismo tiempo siente que la gloria del Señor le envuelve y le purifica. Es el ángel del Señor que viene a él y con un ascua de fuego divino purifica sus labios. Ahora cuando se ha vaciado totalmente de sí mismo se ofrece en disponibilidad total. ‘Aquí estoy, mándame’, es su respuesta y su disposición.
Este texto del profeta es como una figura de lo que le ha de suceder a Pedro, como escuchamos en el evangelio de hoy. Jesús enseña a la gente que se agolpa a su alrededor desde la barca de Pedro. Tras la proclamación de la Palabra - ‘desde barca, sentado, enseñaba a la gente’ - le pide a Pedro: ‘Rema mar adentro, y echad las redes para pescar’.
¿Cómo se siente Pedro ante la petición de Jesús? Fueron los primeros pasos de desprendimiento, de vaciamiento de sí mismo que Pedro va a ir dando. Ha estado toda la noche bregando y había sido una tarea infructuosa. Hay días que parece que las cosas no salen. Esa había sido aquella noche. No había peces. Lo sabía bien él que conocía el lago, porque era su herramienta o su lugar de trabajo. Ahora viene Jesús, que no es pescador, y le está pidiendo que eche de nuevo las redes.
Muchas cosas podrían pasar por la mente de Pedro, como nos sucede a nosotros cuando se nos pide una nueva tarea, un nuevo compromiso, o un paso adelante que hemos de dar en nuestra vida. Nosotros que nos conocemos, decimos, y que nos creemos saber hasta donde podemos llegar. ¿Quién me puede pedir más? ¿Quién me puede pedir que me comprometa en algo nuevo y distinto?
Pedro había escuchado a Jesús; en aquella ocasión cuando su barca le sirve de púlpito a Jesús para hablar a la gente que se agolpaba en la playa o en otras ocasiones en la sinagoga o en otros momentos en que se había ido manifestando aquel nuevo profeta que había venido anunciando la llegada del Reino y pedía la conversión del corazón. ¿Tendría Pedro ya la suficiente confianza en Jesús para darle un sí a lo que Jesús le pedía? ¿Habría ido realizando esa conversión del corazón para creer y aceptar la Palabra de Jesús?
Seguro que Jesús ya le había tocado el corazón porque su respuesta está pronta, aunque sin rehuir la realidad. ‘Maestro, nos hemos pasado la  noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes’. Porque tú lo dices, yo por mi mismo  no estoy seguro; porque me fío de ti; no sé a donde me irás a llevar o lo demás que me vas a pedir. ‘Pero, por tu palabra, echaré las redes’.
Y sucedió el milagro. Se manifiesta la gloria del Señor. Donde no  había peces, ahora se revientan las redes. Hay que llamar a los compañeros de otras barcas para que vengan a echar una mano. ‘Hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red… llenaron las dos barcas que casi se hundían’.
Ahora sí está Pedro anonadado, se siente empequeñecido. Están sucediendo cosas admirables. Allí está la gloria del Señor. Aquel profeta de Nazaret no es un simple profeta, es algo más que un Maestro. Así lo había llamado, Maestro, cuando echó las redes en su nombre. Ahora reconocerá algo más y se siente indigno de estar en su presencia. Como Isaías cuando contemplaba la gloria de Dios en su visión del templo celestial decía: ‘¡Ay de mi, estoy perdido! Yo un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos’. Ahora Pedro se postrará ante Jesús: ‘Apártate de mí, Señor, que soy un pecador’. Es el Señor y él es un hombre pecador.
Es lo mismo que cuenta san Pablo en la carta a los Corintios. Les está recordando el credo de la fe que les ha anunciado y que ellos confiesan. Cuando les recuerda las apariciones de Cristo resucitado dirá que ‘por último, se me apareció también a mi, como si de un hijo nacido a destiempo se tratara, porque soy el menor de los apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios’. Pero también con él quiso contar el Señor.
‘El asombro se había apoderado de Pedro y de los que estaban con él… y lo mismo le pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón’, nos dice el evangelista. Pero allí está la palabra de Jesús que siempre es palabra de ánimo, de paz, de vida, de amor. Allí está la palabra de Jesús que quiere contar con Pedro y con aquel pequeño grupo de pescadores, porque los quiere para una pesca mejor. ‘No temas, desde ahora serás pescador de hombres’. No serán ya las aguas de aquel lago, sino serán las aguas más profundas del mar del mundo, porque donde un día han de ir a hacer la pesca, a hacer el anuncio del Evangelio.
Fue necesaria esa actitud de humildad, de vaciamiento de sí, de desprendimiento total y de generosa disponibilidad para sentir que el misterio de Dios les llegaba y les inundaba. Fueron necesarias esas actitudes para poder escuchar la invitación del Señor. ‘¿A quien mandaré? ¿quién irá por mi?... Aquí estoy, mándame’, que decía el profeta. ‘Serás pescador de hombres’, que le dice ahora a Pedro.
‘No temas…’ la misión te puede parecer grande, pero yo estoy contigo. Muchas veces nos lo repite Jesús en el Evangelio. ‘No temas, basta que tengas fe’, dirá un día a Jairo. ‘No temáis, soy yo’, les dirá en medio del mar embravecido cuando atraviesan el lago. ‘No temáis, mirad mis manos y mis pies, soy yo’, les dirá en la tarde de la resurrección y les dará su Espíritu para que vayan anunciando el perdón de los pecados, llevando la salvación hasta los últimos confines de la tierra.
‘En tu nombre, por tu palabra…’ había sido la actitud de Pedro vaciándose de si mismo. Y Jesús les enviará de dos en dos por los caminos del mundo pero no han de preocuparse de llevar dinero en la bolsa ni una túnica de repuesto. Han de ir así, hemos de ir así, no confiando en nuestros saberes o en nuestros poderes, sino confiados de la Palabra del Señor que nos da su Espíritu que estará siempre con nosotros, que pondrá palabras en nuestros labios y fuego en nuestro corazón.
Pero hemos de dejarnos hacer, dejarnos guiar, dejarnos conducir sin hacer resistencia al Espíritu y se realizarán las maravillas del Señor resultando una pesca abundante. Quizá aun no nos hemos desprendido de todo lo que debíamos desprendernos, no confiamos mucho en la Providencia de Dios y pudiera ser por eso que no vemos los frutos que el Señor quiere.
Cuando Pedro solo confiaba en si mismo, avezado pescador del mar de Galilea, se pasaba las noches bregando sin coger nada; cuando lo hizo por la Palabra de Jesús, la redada fue grande. Algo tenemos que aprender. Demasiado confiamos en poderes humanos, en sabidurías humanas, en tácticas humanas también en la Iglesia a través de todos los siglos. Tendremos que aprender de nuevo a ser esa Iglesia pobre que pone toda su confianza sólo en el poder del Señor. El Espíritu nos irá guiando.
Ojalá aprendamos a sentir admiración por las obras de Dios. Que nos llenemos de asombro. Que no nos acostumbremos a las cosas de Dios y seamos capaces de postrarnos humildemente ante el Misterio de Dios que se nos revela. Pero escuchemos también esa palabra de Jesús ‘no temas’, porque sintamos siempre la paz de sentirnos seguros con El.