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sábado, 30 de enero de 2021

Una travesía difícil por la vida en la que no hemos de debilitarnos sino saber acudir con fe a quien sabemos que está a nuestro lado para ser nuestra fuerza

 


Una travesía difícil por la vida en la que no hemos de debilitarnos sino saber acudir con fe a quien sabemos que está a nuestro lado para ser nuestra fuerza

Hebreos 11,1-2.8-19; Sal.: Lc 1,69-75; Marcos 4,35-41

Alguna vez habremos recibido el reproche, medio en broma, medio en serio en que nos echaban a la cara que estamos como atolondrados, que no nos enteramos, que no terminamos de caer en la cuenta de los problemas que hay. Seguramente a nosotros nos pasa cuando vivimos la vida medio superficialmente o no queremos complicarnos demasiado y así aunque veamos hacemos que no vemos, no vayan a meternos en el lío y tengamos que apechugar buscando soluciones. Es que esa tendría que ser la alerta que vivamos en todo momento, atentos a lo que pasa, atentos a los problemas, dispuestos a arrimar el hombro para buscar salidas y soluciones intentando salir de ese caparazón en que nos metemos en ocasiones para no enterarnos.

En esta introducción que nos estamos haciendo incido en nuestras posturas, cómodas muchas veces, aunque no es el caso de lo que hoy se nos plantea en el evangelio aunque no sabemos bien lo que pasaba por la cabeza de aquellos avezados pescadores que se veían envueltos en aquella tormenta tan normal en el lago de Tiberíades, mientras Jesús que iba en la barca pareciera que se desentendía de todo mientras dormía ausente de todo lo que pasaba a su alrededor. Medio acostumbrados a que Jesús les sacara de apuros en más de una ocasión, y como actuaba El cuando apreciaba sufrimiento en los demás, ahora no saben que pensar y bruscamente le despiertan.

¿Es que no te enteras? ¿Cómo puedes dormir tan tranquilo en medio del fragor de esta tormenta? Es que casi nos hundimos. Jesús no dormía ausente de cuanto pasaba, ni era insensible ante el momento difícil que estaban pasando. Aquel dormir de Jesús ¿sería como una prueba para la fe de aquellos hombres? ¿No les estaba obligando a que se las ingeniaran y supieran salir adelante sin tener que buscar una ayuda fácil? ¿Sabrían ellos más tarde caminar por la vida enfrentándose a dificultades e incluso persecuciones cuando Jesús no estuviera físicamente entre ellos?

Es cierto que les prometerá que nunca los dejará y de una forma o de otra siempre estaría con ellos, pero en muchas ocasiones también iban a sentir, como lo sentimos nosotros también, el dolor y la angustia de la soledad porque nos pareciera que Jesús se haya desentendido de nosotros. Pero ellos tendrían que aprender la lección, tendrían que aprender a confiar, tendrían o tendríamos también nosotros que saber buscar esa ayuda y esa presencia de Jesús que nunca nos faltará.

Sí, porque este texto del evangelio no es solo la lección que aprendieron aquel día los discípulos que iban en la barca que casi se hundía, sino que es la lección que nos vale a los cristianos de todos los tiempos, que nos vale a nosotros hoy cuando con mil problemas algunas veces también nos llenamos de angustias en nuestras soledades. Siempre hemos dicho, quizá como recurso fácil, pero no menos cierto, que esta barca zarandeada por las olas en medio de la tormenta del mar de Galilea es imagen de la Iglesia, barca también zarandeada por miles de olas a través del paso de los tiempos.

Ahora podemos pensar en la situación de la Iglesia con todos los problemas en que se ve envuelta a lo largo y a lo ancho del mundo, pero podemos pensar en más cosas también. Es la situación que vive hoy nuestra sociedad con la pandemia donde también nos vemos tan embrollados que nos parece que nunca vamos a salir; y aquí no sé si habremos sabido acudir al Señor que nos parece que duerme sobre un cabezal de la barca para pedirle con fe que nos ayude a salir de esta.

Epidemias y pestes ha habido numerosas a lo largo de los siglos y con más difícil solución cuando los medios sanitarios no eran los que hoy tenemos; y a lo largo y a lo ancho de nuestras tierras tenemos muchos santuarios y ermitas en honor de los santos a los que se invocaron en aquellas ocasiones como especiales protectores en aquellas situaciones. Hoy nos valen para romerías y fiestas, pero hemos de ser conscientes de que son testigos de la fe de nuestra gente y la ayuda del cielo.

Era la fe del pueblo cristiano, valiéndose de la devoción a algún santo en particular – ¿cuántas iglesias de san Roque hay en nuestra tierra y cuántas imágenes de ese santo en nuestros templos? – estaban implorando del Señor su protección en aquellos momentos. ¿Habremos sabido hacerlo o nos parece que no es moderno que hoy en el siglo XXI hagamos esas rogativas al Señor?

Considero también una travesía por un mar tumultuoso el enfriamiento espiritual que se pueda estar produciendo en el pueblo cristiano con la disculpa de los aforos limitados que de alguna manera nos impiden la asistencia a los actos religiosos. ¿Cómo nos levantaremos de este debilitamiento espiritual en que podemos estar cayendo? Nos tendrá que gritar Jesús también a nosotros: ‘hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?’

 

viernes, 29 de enero de 2021

 


Nos duele el tiempo del silencio y de la espera pero lo necesitamos para poder enraizarnos en lo que va a dar plenitud y sentido a nuestro vivir

Hebreos 10,32-39; Sal 36; Marcos 4,26-34

Vivimos el tiempo de la inmediatez; todo lo queremos al instante, no tenemos paciencia para esperar, nos duele ese tiempo y ese silencio de la espera; cuando nos parece que el ordenador va lento y tarda en darnos respuesta a las órdenes que le damos, nos desesperamos, aunque solo sean una segundos los que tenemos que esperar. Pero yo diría que todo, hasta lo más inmediato tiene su tiempo.

Estamos diciendo de los ordenadores porque es la herramienta de trabajo que hoy tenemos más a mano, ya sea en un propio ordenador personal, una tablet, un móvil o celular de última generación y a todo le pedimos, le exigimos la inmediatez. Como no lo vemos ni acaso sentimos ningún ruido de motor no nos damos cuenta, pero también todo eso en estos instrumentos también tiene su proceso, que como decíamos algunas veces se nos retarda. Y como decíamos antes, nos duele el tiempo y el silencio de la espera. Pero lo necesitamos aunque no queremos reconocerlo.

No había estas herramientas en el tiempo de Jesús y por eso sus parábolas parten de lo que era la vida habitual de entonces, sobre todo vida en el campo. En sus parábolas para hablarnos del reino de Dios nos habla entonces con esas imágenes de la siembra de la semilla, de la germinación de la misma y el brotar de la planta que irá creciendo, y que todo tiene su tiempo y tiene su silencio.

Como nos dice, no sabemos cómo, pero la semilla en el silencio de la tierra donde está enterrada germinará, brotará y hará surgir una nueva planta prometedora de hermosos frutos, o como nos dice de la mostaza, pequeña entre las semillas, crecerá como una hermosa hortaliza a cuya sombra hasta los pajarillos pueden hacer sus nidos.

Creo que nos damos cuenta por donde quiero llevar esta reflexión. Y nos valen las palabras de las parábolas de Jesús como nos valen las modernas herramientas que hoy tenemos en nuestras manos con la informática. Quiero pensar en ese tiempo del silencio y de la espera. Necesitamos en la vida de esos silencios y de saber esperar hasta que llegue su tiempo, que todo tiene su tiempo. Es el tiempo del rumiar interiormente, es el tiempo que necesitamos incluso para encontrarnos con nosotros mismos, pero también para ir madurando donde eso que va cayendo en nuestra vida; como la semilla a la que hay que dar un tierra en la tierra con la correspondiente humedad para que pueda germinar.

Son esos tiempo de silencio interior que nos harán en verdad crecer como personas; son esos tiempos que en silencio dedicamos a reflexionar y a meditar, a preguntarnos y a buscar, a interiorizar y a llegar a lo más profundo, a descubrir bien donde hemos hacer llegar nuestras raíces para arraigar bien en la vida y ningún viento pueda llegar a tumbarnos; es la planta que va enterrando poco a poco sus raíces para afianzarse bien, para encontrar los nutrientes que necesita, para encontrar vida en esa humedad del subsuelo y que hará que luego la planta crezca esbelta, llena de hojas, de flores y de frutos.

Nuestras carreras en la vida nos impiden saborear esos procesos interiores que tendríamos que saber hacer; nuestras prisas y nuestras búsquedas de los inmediato casi no nos dejan ver la flor porque queremos el fruto ya, ni disfrutar del verdor y de la frescura de sus hojas y no sabemos entonces tener ese buen nido de nuestra vida que sea nuestro apoyo y nuestro refugio. Y cuando nos va faltando todo eso nos va faltando esa espiritualidad que necesitamos, ese crecimiento de nuestro espíritu y por eso andamos por la vida tan superficialmente.

¿Sabremos anclar bien nuestras raíces en Jesús y en su evangelio para que en verdad lleguemos a dar frutos de vida? Si no estamos así enraizados en Jesús, ¿qué es lo que podemos ofrecer al mundo que está necesitando una luz, una sabia nueva, un sentido nuevo para llegar a una vida en plenitud?

jueves, 28 de enero de 2021

la amistad se construye día a día

Deseamos y nos prometemos una amistad para siempre pero no olvidemos que la amistad se construye día a día, con nuestros gestos y detalles, con palabras bellas y con presencia que nunca abandona, con largas conversaciones y con silencios que transmiten lo que llevamos en el alma, con un amor compartido y con una acogida siempre disponible

Aprendamos a saborear la buena noticia que es Jesús y pongamos bien alto el candil de la luz del evangelio para que renazca la esperanza en nuestro mundo

 


Aprendamos a saborear la buena noticia que es Jesús y pongamos bien alto el candil de la luz del evangelio para que renazca la esperanza en nuestro mundo

 Hebreos 10,19-25; Sal 23; Marcos 4,21-25

‘¿Qué hay de nuevo? ¿Qué me cuentas?’ Así en una expresión muy coloquial le preguntaba hace unos momentos a un amigo a través del WhatsApp por noticias de su vida o de su tierra. Cuando nos hablamos tratamos de comunicarnos las noticias de lo que sucede, intentamos que sean cosas buenas y agradables, pero muchas veces nuestras noticias son muy duras porque nos hablan quizá de las dificultades de la vida, de situaciones difíciles por las que estemos pasando o tantas noticias de crespón negro que se suceden continuamente en nuestra sociedad. Forma parte de nuestras relaciones entre unos y otros y de lo que es la vida misma de la sociedad en la que vivimos. Ojalá tuviéramos la oportunidad de estar trasmitiéndonos buenas noticias.

Claro que para nosotros los cristianos siempre tenemos una Buena Noticia que trasmitirnos, que comunicarnos, aunque muchas veces medio que la ocultamos o ya no parece que ser algo que pueda salir en la primera página de los periódicos o de los noticieros. Esa buena noticia que para nosotros – y también para nuestro mundo aunque no se lo crea – es Jesús. ¿Es que puede haber algo más grande que la noticia del amor de Dios que para nosotros es Jesús? Hemos cambiado la expresión por la palabra griega, pero muchas veces olvidamos lo que en sí misma significa, evangelio. Y eso un cristiano no tendría que olvidarlo nunca. Porque es buena noticia de amor y de salvación sigue hoy inundando nuestro corazón y tendría que enfervorizarnos de otra manera, porque desgraciadamente hemos caído en una terrible atonta espiritual y cristiana.

¿Habremos ocultado el candil debajo del cajón o nos habremos decidido ya de una vez por todas a poner el candil en el candelero, la luz en un lugar bien alto que pueda alumbrar a todos? ¿Qué estamos haciendo de la luz del evangelio?, tendríamos que preguntarnos con sinceridad o también con cierto temblor para que nos diera vergüenza de cómo hemos desvirtuado el mensaje del evangelio. Como decíamos antes hemos llegado al punto en que Jesús ya no es noticia de primera página. Pero es que los cristianos tampoco estamos destacando mucho ni haciendo todo lo posible porque esa buena noticia sea en verdad una revolución de corazones, una revolución para nuestro mundo.

Quejarnos es una cosa que fácilmente sabemos hacer. Nos quejamos de la situación que vivimos, de los problemas de nuestro mundo, de la atonta de la vida vivida con tanta superficialidad y frialdad, de que no sabemos cómo salir del atolladero en que se encuentra la sociedad, de que no encontramos soluciones. Como plañideras andamos con nuestras lágrimas de desesperanza que enturbian la vida, que enturbian los corazones.

¿Y la Buena Noticia de Jesús no nos dice nada? ¿No siembra inquietud en nuestros corazones para buscar caminos de cosas mejores? ¿No se despierta nuestra esperanza con el camino que Jesús nos ofrece? ¿Será acaso que no hemos llegado a saborear bien el sabor del evangelio de Jesús? Pongamos esa luz de Jesús delante de nuestros ojos, bien alta para que el mundo la vea también. Y mirando y escuchando a Jesús creo que podremos aprender mucho para esa solidaridad que tanto necesitamos en nuestro mundo, para ese compromiso de lucha por el bien emprendiendo los caminos de la generosidad y del amor, emprendiendo caminos de mayor responsabilidad en las funciones que tenemos que realizar en nuestra sociedad.

‘Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa; fijémonos los unos en los otros, para estimularnos a la caridad y a las buenas obras’, nos decía la carta a los Hebreos.

Con esas premisas del evangelio seguro que encontraremos caminos para hacer nuestro mundo mejor. Pero no nos pongamos a llorar, sino pongámonos a hacer, a comprometernos, a ser responsables, a ser más solidarios, a pensar menos en nosotros mismos para pensar más en los demás. Es lo que contemplamos en Jesús, es la Buena Nueva que Él quiere transmitirnos, es la luz que dará un sentido nuevo a nuestra vida, pero que iluminará también nuestro mundo para emprender nuevos caminos. El Evangelio sigue siendo luz para el mundo de hoy.

miércoles, 27 de enero de 2021

La semilla no siempre encuentra terrenos propicios por la dureza del corazón, la superficialidad de nuestro vivir o la carrera de intereses con que vivimos la vida

 


La semilla no siempre encuentra terrenos propicios por la dureza del corazón, la superficialidad de nuestro vivir o la carrera de intereses con que vivimos la vida

Hebreos 10,11-18; Sal 109; Marcos 4,1-20

‘Les enseñaba muchas cosas en parábolas’, nos dice el evangelista. Nos ofrece una serie de circunstancias de la predicación de Jesús. La gente que se agolpa alrededor de Jesús, están en la orilla del lago y Jesús aprovecha la oportunidad de una de las barcas que están allí en la orilla para subirse y desde ella hablar de manera que todos pudieran escucharle. Buen anfiteatro podríamos decir la gente por la orilla o echados en la arena, mientras Jesús les habla desde el frente y con la altura de la barca para que todos puedan verle y escucharle. Cualquier momento es válido y cualquier ocasión es propicia para sembrar la semilla de la Palabra de Dios.

Y esa va a ser la imagen de la parábola que les propone. Un sembrador, una semilla, unos terrones donde es arrojada la semilla para que pueda germinar y llegar a dar fruto. Pero la semilla no siempre encuentra los terrenos propicios, viene a decirnos Jesús en la parábola; terrenos endurecidos por el paso de los caminantes, terrenos llenos de pedruscos y de abrojos, terrenos que no siempre están debidamente preparados para recibir la semilla, y terrenos preparados para un cultivo provechoso. Así es nuestro corazón, así somos nosotros.

Endurecidos en nuestro corazón, que parece que ya venimos de vuelta porque nada nos impresiona, nada nos llama la atención; con el corazón distraído porque quiere atender a muchas cosas y entonces vivimos en la superficialidad del momento, de lo que nos llame la atención ahora, pero que dentro de un momento ya no nos acordamos; agobiados por preocupaciones, llenos de problemas que nos absorben, a la carrera por unos intereses donde lo que nos preocupan son quizá las ganancias, o será el pasarlo bien sin ninguna preocupación que nos impida lo que decimos de vivir la vida.

Así con irresponsabilidad nos tomamos la vida, así andamos de acá para allá movidos por cualquier viento como veletas que al final no sabemos cuál dirección tomar en la vida o cuáles son las cosas verdaderamente importantes, así con esa superficialidad donde no queremos ni pensar para que así quizás nuestra conciencia no se nos despierte. ¿Cómo nos tomamos la vida? ¿Nos buscamos realmente metas, ponemos objetivos en lo que hacemos o vamos a lo que salga en cada momento? ¿Tratamos de discernir seriamente todos los mensajes que recibimos, o tantas cosas que pueden influir en nosotros pero que tendríamos que sopesar bien al menos deteniéndonos a pensar un poco?

Cuando comparamos los diversos terrenos mirando nuestra vida quizás añoramos ser esa tierra buena, preparada, cultivada porque será donde la semilla podrá germinar debidamente y hacer surgir esa hermosa planta que nos llene de flores y de frutos. Pero quizás nos cuesta dar el paso adelante, porque ya eso depende de nosotros. Significará un esfuerzo de reflexión y profundización, significará un esfuerzo de purificación interior, significará hacer un silencio interior porque los ruidos tanto exteriores como ruidos interiores que hemos dejado meter en el alma no nos dejarán escuchar el susurro de lo que nos dará el mejor sentido a nuestra vida.

Demos el paso, acojamos esa semilla que llega a nuestra vida que cuando comencemos a dar fruto también nos podemos convertir en sembradores de la buena semilla entre los hermanos, en ese mundo que nos rodea.

martes, 26 de enero de 2021

Como María, la madre de Jesús, y sus hermanos queremos ver a Jesús para estar con El y empaparnos de su presencia

 


Como María, la madre de Jesús, y sus hermanos queremos ver a Jesús para estar con El y empaparnos de su presencia

2Timoteo 1, 1-8; Sal 95; Marcos 3, 31-35

El episodio que nos narra hoy el evangelio tiene los rasgos de algo muy normal y al mismo tiempo refleja una gran humanidad. Es normal que una madre se interese por donde está su hijo, como le va en las tareas que ha emprendido, quiera tener noticias de El o vaya a buscarlo o a verle cuando se entera que está cerca. Jesús había marchado de Nazaret y se había establecido en Cafarnaún; desde allí iba de un lugar para otro haciendo el anuncio del Reino y no hay datos por el relato del evangelio que nos hable de su madre y de su familia como siguiéndole allá por donde vaya haciendo el anuncio del Reino. Esporádicamente aparece casi al comienzo en las bodas de Caná – ambos estaban invitados a la boda -, ahora en esta búsqueda de Jesús, y solamente más tarde la veremos en Jerusalén a la hora de la Pascua. Por eso digo entra en lo más normal y con los rasgos de humanidad que sabe vivir una familia.

Sin embargo aparentemente pareciera que hay un choque y casi como que Jesús no quisiera en esos momentos hablar de su madre y su familia ni incluso atenderlos. Y digo aparentemente, porque si nos ponemos a profundizar en las palabras de Jesús estaremos viendo la profundidad del testimonio que nos quiere ofrecer de su madre.

‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ se pregunta Jesús dirigiéndose a los que le traían el recado pero también a todos los presentes. Y nos dice el evangelista que señalando con su mano a todos los presentes viene a hacer esta afirmación. ‘Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’.

No niega Jesús lo que significan su madre y sus hermanos. Cuando en otra ocasión una mujer anónima en medio de las gentes grite a pleno pulmón en alabanzas para la madre que lo parió, Jesús afirmará entonces que dichosos son los que escuchan la Palabra de Dios y la plantan en su corazón, la cumplen en su vida. Dichosa era María, sí, porque era la madre de Jesús, porque era la Madre de Dios, pero más dichosa aun porque así acogía ella la Palabra de Dios en su vida.

¿No fue María la que plantó la Palabra de Dios en su corazón, porque de Dios se sentía la humilde esclava del Señor y quería que se realizase en ella, se cumpliese la Palabra del Señor? Ahora podemos afirmar lo mismo con las palabras de Jesús, María es la que hace lo que es la voluntad de Dios. Entonces, de alguna manera, nos la está poniendo como ejemplo, como modelo para nosotros para que así plantemos en nuestra vida la Palabra de Señor y así seremos la familia de Dios.

Es la reflexión que surge para nosotros en nuestro interior ante esta Palabra de Dios que hoy se nos proclama. ¿Somos nosotros en verdad la familia de Jesús porque así aceptamos y acogemos en nuestra vida la Palabra de Dios? Como María y los hermanos y las hermanas de Jesús, queremos ir también nosotros a estar con Jesús.

Estar con Jesús, qué cosa más importante; qué cosa más necesaria para nuestra vida. Estamos a su lado y nos gozamos de su presencia, estamos muy cerca de El y nos bebemos sus palabras, no queremos dejar perder ninguna de sus palabras, queremos escucharle atentamente, masticar y saborear cuanto nos dice, sentir la alegría de su mirada llena de ternura pero que llega a lo más hondo de nosotros mismos desnudándonos por dentro, disfrutar conociéndole más y más pero al mismo tiempo sintiendo como se corren muchos velos de nuestro corazón y nos conocemos más sintiéndonos cada vez más impulsados a parecernos a El, a vivir como El, a llenarnos de su vida y de su amor.

Es muy importante para nosotros ese saber estar con Jesús, porque solamente cuando estemos con El desde lo más profundo, podremos ponernos en camino para esa misión que nos confía, para que vayamos a hablar de El a los demás, para que trasmitamos con toda sinceridad y valentía el evangelio, la buena nueva de la salvación que nos trae Jesús. Nos sentimos nosotros salvados porque nos sentimos inundados de su amor, pero sentimos que no nos podemos quedar quietos porque eso tenemos que transmitirlo a los demás.

lunes, 25 de enero de 2021

Cuidado seamos tan cegatos que dejemos pasar de largo el paso de Jesús por nuestra vida que viene a nuestro encuentro como con Saulo en el camino de Damasco

 


Cuidado seamos tan cegatos que dejemos pasar de largo el paso de Jesús por nuestra vida que viene a nuestro encuentro como con Saulo en el camino de Damasco

Hechos de los apóstoles 22, 3-16; Sal 116; Marcos 16, 15-18

Tenemos nuestros caminos, nuestras ideas, nuestros principios por los que tratamos de guiarnos, nos hemos trazado una metas y nos sentimos muy seguros en aquello que hacemos y aquello que queremos lograr en la vida, pero quizá en un momento determinado algo nos ha sucedido que trastocado nuestros planes; un acontecimiento en nuestra vida o algo que acaece en nuestro mundo que a todos nos afecta y aquellos caminos parece que se fueron al traste, aquellos ideales por los soñábamos se nos derrumbaron y otro es el camino que tenemos que tomar aunque nos cueste, aunque eso produzca una grave conmoción en nuestra vida. La situación que vivimos en estos últimos tiempos en nuestra sociedad un poco a todo esto suenan.

Pero si me he hecho este planteamiento desde el principio de esta reflexión es pensando en lo que le sucedió a san Pablo que hoy nos lo recuerda en su discurso de los Hechos de los Apóstoles. Hoy estamos celebrando lo que llamamos la conversión de san Pablo. Saulo tenía su camino trazado, había recibido una sólida formación en la ley judía, como nos dice hoy estudió a los pies de Gamaliel que fue un rabino de mucha sabiduría e importancia en el mundo judío, pero todo aquello por lo que luchaba se le vino abajo.

Perseguía a los que seguían el camino de Jesús – era la forma de llamar o señalar en aquellos primeros tiempos a los seguidores de Jesús – y con esos deseos iba a Damasco para traer presos a Jerusalén a todos los que seguían el camino. Pero el camino le hizo dar un vuelco en su vida, porque se encontró con quien era en verdad el Camino, y la Verdad y la Vida. A las puertas de Damasco tiene lugar el encuentro que incluso le dejará ciego a las luces de este mundo hasta que pocos días después al recibir el Bautismo iba a recobrar la luz de sus ojos y de su corazón.

‘¿Quién eres? ¿Qué quieres que haga?’ eran las preguntas que se hacía Saulo ante el resplandor de Dios que lo envolvió. ‘¿Qué debo hacer?’ Y la Palabra que escucha le señalará que siga su camino hasta Damasco y allí ya se le dirá lo que tiene que hacer. Será Ananías el que Dios le enviará para que reciba el Bautismo y se encuentre definitivamente con la luz, recuperando también la luz de sus ojos que habían quedado cegados. Sus compañeros lo llevan de la mano a Damasco. Pero ahora todo va a ser distinto, porque quien perseguía a los seguían el camino se ha encontrado con el camino y pronto va a ser también anunciador de ese evangelio. ‘El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, veas al Justo y escuches la voz de sus labios, porque vas a ser su testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído. Ahora, ¿qué te detiene? Levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre’. Una nueva vida, un nuevo camino comienza para Pablo. Un vuelco grande se había realizado en su vida.

Quiero quedarme aquí en la reflexión. Podríamos hacer un recuento de lo que fue su vida a partir de entonces, pero es algo que prácticamente todos conocemos de alguna manera, pues también muchas veces hemos escuchado sus cartas. Pero es importante este momento que hoy conmemoramos y que podría convertirse en un interrogante en nuestro interior. Ha habido un encuentro muy importante; quien hasta ahora no conocía a Jesús aunque perseguía a los que seguían el camino de Jesús, se ha encontrado con Jesús en el camino. Es un momento de suma importancia y que ha de llevarnos a que nosotros también nos dejemos encontrar por Jesús.

Quizá nosotros conocemos muchas cosas de Jesús, en la fe cristiana fuimos educados, aprendimos un catecismo, vivimos en una cultura que tiene también sus raíces y resonancias cristianas, muchas de las costumbres que se viven en nuestro entorno las llamamos también costumbres cristianas, pero quizás no haya podido faltar algo importante en nuestra vida, dejarnos encontrar por Jesús.

Todas esas cosas que hemos mencionado tendrían que formar parte de ese encuentro con Jesús a lo largo de la vida, pero quizá se hayan podido quedar en cosas meramente formales que hemos hecho o que hemos vivido. Pero es algo vital lo que quizás nos falta. Es lo que hemos de buscar o hemos de estar atentos a esa llegada de Jesús a nuestra vida que nos puede suceder en cualquier momento y en cualquier acontecimiento. Cuidado seamos tan cegatos que dejemos pasar de largo ese paso de Jesús por nuestra vida y ese encuentro vital.

domingo, 24 de enero de 2021

No nos podemos quedar en lo mismo, tenemos que ir con Jesús para en su cercanía escucharle más y mejor y conocer todo lo que significa el Reino de Dios que nos anuncia

 


No nos podemos quedar en lo mismo, tenemos que ir con Jesús para en su cercanía escucharle más y mejor y conocer todo lo que significa el Reino de Dios que nos anuncia

 Jonás 3, 1-5. 10; Sal 24; 1Corintios 7, 29-31; Marcos 1, 14-20

Cuando se cumplen los plazos hay que cumplir con lo pactado o lo prometido; será un negocio o una compraventa, será una deuda, será una promesa de algo bueno, muchas cosas pueden caber en esa expresión de cumplimiento de plazos.

Con esa idea o ese concepto comienza el evangelio de san Marcos, que será el que predominantemente tendremos los domingos en este ciclo. ‘Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio’. Previamente nos ha dicho el evangelista que habían arrestado a Juan – se acabó la predicación en el desierto a las orillas del Jordán – y Jesús se viene a Galilea, pero se establece en Cafarnaún. Y comienza la predicación de Jesús. ‘Se ha cumplido el tiempo’, una frase que tiene una resonancia profética, de cumplimiento de las promesas, de la llegada del Reino de Dios. Es el anuncio que Jesús comienza haciendo. ‘Está cerca el Reino de Dios’. Pero eso va a necesitar unas actitudes nuevas, eso va a significar un cambio muy grande, se ha de despertar una fe nueva. ‘Convertíos y creed en el Evangelio’.

El evangelista Mateo al narrarnos episodios paralelos nos recordará lo anunciado por los profetas. ‘El pueblo que estaba en tinieblas vio una luz grande, una luz les brilló’. Las sombras se transforman en luz, las tinieblas desaparecen porque comienza un tiempo nuevo. Ese tiempo nuevo no es una simple conjunción de estrellas como si una nueva era cósmica comenzara. Ese tiempo nuevo tiene que comenzar en el corazón de las personas, aceptando ese reino de Dios, haciendo todo lo posible porque se haga realidad ese Reino de Dios; hay que poner toda nuestra fe en esa buena nueva que se nos trasmite, ese evangelio, ese anuncio que llega a nosotros. Es necesario creer, creer en el evangelio.

No será posible si no ponemos en juego toda nuestra fe. No podemos realizar aquello en lo que no creemos. Es un tiempo nuevo que comienza y las cosas tienen que ser nuevas también, porque no se trata de decir que creemos pero que todo sigue igual sin ningún cambio. Por eso esa palabra tan importante, ‘conversión’, es necesario convertirse, darle la vuelta a la vida, tomar un rumbo nuevo, unos nuevos derroteros, que no es seguir igual como si nada pasase.

Ha comenzado la predicación de un nuevo ‘profeta’, un nuevo ‘maestro’ por los caminos, las aldeas, los pueblos de Galilea. Y lo nuevo puede despertar desconfianzas cuando venimos ya quemados de la vida, o puede producir entusiasmo porque renacen las esperanzas. Podemos ponernos a la expectativa pero a distancia, para ver en qué para todo eso, o podemos ponernos en camino para escuchar, para conocer, para saber y en la medida en que crecen las esperanzas nuestra fe en esa palabra que escuchamos se va afianzando, va creciendo. Aunque el evangelio es muy escueto, aquellos primeros momentos no fueron fáciles en la predicación de Jesús. Quizá cuando veían los signos que realizaba se despertaba un poco más la esperanza y al menos traían a los enfermos para que recobraran la salud. Pero era algo más lo que Jesús estaba pidiendo.

Y hoy nos lo expresa el evangelista con el episodio que a continuación nos narra. Pasa Jesús por la orilla del lago y allí hay unos pescadores con sus redes, en sus barcas, intentando pescar algo o arreglando los desperfectos que siempre en el trabajo se producen. Y allí llega Jesús y les pide dar un paso. Seguramente ellos ya habrían escuchado hablar al Maestro en alguna ocasión, allí mismo en la orilla del lago, o los sábados en la sinagoga, hasta ellos habría llegado quizá también la fama de lo que Jesús iba haciendo, de los signos y milagros que realizaba. ‘Venid conmigo y os hará pescadores de hombres’.

Pero Jesús les está pidiendo que no se queden en la distancia, que se vengan con El, que El los hará pescadores de hombres. Entenderían o no aquello de ser pescadores de hombres, porque hasta entonces eran peces en el lago lo que intentaban pescar, pero ante la invitación de Jesús se ponen en camino. No se pueden quedar en lo mismo, tienen que ir con Jesús para en su cercanía escucharle más y mejor y conocer entonces todo lo que significaba ese Reino de Dios que Jesús anunciaba.


Quien quiere alcanzar una meta tiene que ponerse en camino, quien quiere tener conocimiento de la verdad tendrá que ponerse a escuchar, quien quiere saborear lo que es la amistad verdadera y el nuevo sentido del amor tiene que estar con el amigo que le ofrece esa amistad y poder empaparse de ese amor. Y es lo que ellos hicieron, se fueron con Jesús dejando redes, dejando barcas, dejándolo todo por el Reino de Dios que Jesús les anunciaba.

‘Se ha cumplido el tiempo, se han cumplido los plazos…’ tenemos hoy que escuchar nosotros también. Porque no hablamos de tiempos pasados. Es el ahora y es el hoy de nuestra vida. En este ahora y en este hoy llega también para nosotros la Palabra de Dios y la invitación de Jesús para que de una vez por todas nos pongamos en camino.

Todavía seguimos demasiado a la expectativa y a la distancia y es necesario en verdad ponernos a caminar al paso de Jesús, para estar con El, para escucharle allá en lo más hondo de nuestro corazón y no perdernos una palabra suya, para empaparnos de su vida y de su amor, para disfrutar de la amistad que nos ofrece y ponernos nosotros en sintonía con esa amistad. Muchos apegos, rutinas, cosas de siempre tenemos que dejar atrás, como aquellos pescadores que dejaron sus redes y sus barcas.

Algo nuevo tenemos que sentir que se va produciendo en nuestra vida, un fuego nuevo tenemos que sentir en nuestro corazón.