Aprendamos
a saborear la buena noticia que es Jesús y pongamos bien alto el candil de la
luz del evangelio para que renazca la esperanza en nuestro mundo
Hebreos 10,19-25; Sal 23; Marcos
4,21-25
‘¿Qué hay de nuevo? ¿Qué me cuentas?’ Así en una expresión muy coloquial le preguntaba hace
unos momentos a un amigo a través del WhatsApp por noticias de su vida o de su
tierra. Cuando nos hablamos tratamos de comunicarnos las noticias de lo que
sucede, intentamos que sean cosas buenas y agradables, pero muchas veces
nuestras noticias son muy duras porque nos hablan quizá de las dificultades de
la vida, de situaciones difíciles por las que estemos pasando o tantas noticias
de crespón negro que se suceden continuamente en nuestra sociedad. Forma parte
de nuestras relaciones entre unos y otros y de lo que es la vida misma de la
sociedad en la que vivimos. Ojalá tuviéramos la oportunidad de estar trasmitiéndonos
buenas noticias.
Claro que para nosotros los cristianos
siempre tenemos una Buena Noticia que trasmitirnos, que comunicarnos, aunque
muchas veces medio que la ocultamos o ya no parece que ser algo que pueda salir
en la primera página de los periódicos o de los noticieros. Esa buena noticia
que para nosotros – y también para nuestro mundo aunque no se lo crea – es Jesús.
¿Es que puede haber algo más grande que la noticia del amor de Dios que para
nosotros es Jesús? Hemos cambiado la expresión por la palabra griega, pero muchas
veces olvidamos lo que en sí misma significa, evangelio. Y eso un cristiano no tendría
que olvidarlo nunca. Porque es buena noticia de amor y de salvación sigue hoy
inundando nuestro corazón y tendría que enfervorizarnos de otra manera, porque
desgraciadamente hemos caído en una terrible atonta espiritual y cristiana.
¿Habremos ocultado el candil debajo del
cajón o nos habremos decidido ya de una vez por todas a poner el candil en el
candelero, la luz en un lugar bien alto que pueda alumbrar a todos? ¿Qué
estamos haciendo de la luz del evangelio?, tendríamos que preguntarnos con
sinceridad o también con cierto temblor para que nos diera vergüenza de cómo
hemos desvirtuado el mensaje del evangelio. Como decíamos antes hemos llegado
al punto en que Jesús ya no es noticia de primera página. Pero es que los
cristianos tampoco estamos destacando mucho ni haciendo todo lo posible porque
esa buena noticia sea en verdad una revolución de corazones, una revolución
para nuestro mundo.
Quejarnos es una cosa que fácilmente
sabemos hacer. Nos quejamos de la situación que vivimos, de los problemas de
nuestro mundo, de la atonta de la vida vivida con tanta superficialidad y
frialdad, de que no sabemos cómo salir del atolladero en que se encuentra la
sociedad, de que no encontramos soluciones. Como plañideras andamos con
nuestras lágrimas de desesperanza que enturbian la vida, que enturbian los
corazones.
¿Y la Buena Noticia de Jesús no nos
dice nada? ¿No siembra inquietud en nuestros corazones para buscar caminos de
cosas mejores? ¿No se despierta nuestra esperanza con el camino que Jesús nos
ofrece? ¿Será acaso que no hemos llegado a saborear bien el sabor del evangelio
de Jesús? Pongamos esa luz de Jesús delante de nuestros ojos, bien alta para
que el mundo la vea también. Y mirando y escuchando a Jesús creo que podremos
aprender mucho para esa solidaridad que tanto necesitamos en nuestro mundo,
para ese compromiso de lucha por el bien emprendiendo los caminos de la
generosidad y del amor, emprendiendo caminos de mayor responsabilidad en las
funciones que tenemos que realizar en nuestra sociedad.
‘Mantengámonos firmes en la
esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa; fijémonos los
unos en los otros, para estimularnos a la caridad y a las buenas obras’, nos decía la carta a los Hebreos.
Con esas premisas del evangelio seguro
que encontraremos caminos para hacer nuestro mundo mejor. Pero no nos pongamos
a llorar, sino pongámonos a hacer, a comprometernos, a ser responsables, a ser
más solidarios, a pensar menos en nosotros mismos para pensar más en los demás.
Es lo que contemplamos en Jesús, es la Buena Nueva que Él quiere transmitirnos,
es la luz que dará un sentido nuevo a nuestra vida, pero que iluminará también
nuestro mundo para emprender nuevos caminos. El Evangelio sigue siendo luz para
el mundo de hoy.
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