La
semilla no siempre encuentra terrenos propicios por la dureza del corazón, la
superficialidad de nuestro vivir o la carrera de intereses con que vivimos la
vida
Hebreos 10,11-18; Sal 109; Marcos 4,1-20
‘Les enseñaba muchas cosas en
parábolas’, nos dice el evangelista.
Nos ofrece una serie de circunstancias de la predicación de Jesús. La gente que
se agolpa alrededor de Jesús, están en la orilla del lago y Jesús aprovecha la
oportunidad de una de las barcas que están allí en la orilla para subirse y
desde ella hablar de manera que todos pudieran escucharle. Buen anfiteatro podríamos
decir la gente por la orilla o echados en la arena, mientras Jesús les habla
desde el frente y con la altura de la barca para que todos puedan verle y
escucharle. Cualquier momento es válido y cualquier ocasión es propicia para
sembrar la semilla de la Palabra de Dios.
Y esa va a ser la imagen de la parábola
que les propone. Un sembrador, una semilla, unos terrones donde es arrojada la
semilla para que pueda germinar y llegar a dar fruto. Pero la semilla no
siempre encuentra los terrenos propicios, viene a decirnos Jesús en la
parábola; terrenos endurecidos por el paso de los caminantes, terrenos llenos
de pedruscos y de abrojos, terrenos que no siempre están debidamente preparados
para recibir la semilla, y terrenos preparados para un cultivo provechoso. Así
es nuestro corazón, así somos nosotros.
Endurecidos en nuestro corazón, que
parece que ya venimos de vuelta porque nada nos impresiona, nada nos llama la
atención; con el corazón distraído porque quiere atender a muchas cosas y
entonces vivimos en la superficialidad del momento, de lo que nos llame la
atención ahora, pero que dentro de un momento ya no nos acordamos; agobiados
por preocupaciones, llenos de problemas que nos absorben, a la carrera por unos
intereses donde lo que nos preocupan son quizá las ganancias, o será el pasarlo
bien sin ninguna preocupación que nos impida lo que decimos de vivir la vida.
Así con irresponsabilidad nos tomamos
la vida, así andamos de acá para allá movidos por cualquier viento como veletas
que al final no sabemos cuál dirección tomar en la vida o cuáles son las cosas
verdaderamente importantes, así con esa superficialidad donde no queremos ni
pensar para que así quizás nuestra conciencia no se nos despierte. ¿Cómo nos
tomamos la vida? ¿Nos buscamos realmente metas, ponemos objetivos en lo que
hacemos o vamos a lo que salga en cada momento? ¿Tratamos de discernir
seriamente todos los mensajes que recibimos, o tantas cosas que pueden influir
en nosotros pero que tendríamos que sopesar bien al menos deteniéndonos a
pensar un poco?
Cuando comparamos los diversos terrenos
mirando nuestra vida quizás añoramos ser esa tierra buena, preparada, cultivada
porque será donde la semilla podrá germinar debidamente y hacer surgir esa
hermosa planta que nos llene de flores y de frutos. Pero quizás nos cuesta dar
el paso adelante, porque ya eso depende de nosotros. Significará un esfuerzo de
reflexión y profundización, significará un esfuerzo de purificación interior,
significará hacer un silencio interior porque los ruidos tanto exteriores como
ruidos interiores que hemos dejado meter en el alma no nos dejarán escuchar el
susurro de lo que nos dará el mejor sentido a nuestra vida.
Demos el paso, acojamos esa semilla que
llega a nuestra vida que cuando comencemos a dar fruto también nos podemos
convertir en sembradores de la buena semilla entre los hermanos, en ese mundo
que nos rodea.
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