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sábado, 5 de agosto de 2017

Al celebrar la fiesta de la Virgen de las Nieves nos llenemos de la ternura de del corazón de María para hacer que nuestro mundo tenga un nuevo olor y sabor


Al celebrar la fiesta de la Virgen de las Nieves nos llenemos de la ternura de del corazón de María para hacer que nuestro mundo tenga un nuevo olor y sabor

Hoy 5 de agosto se celebra en muchos lugares con especial devoción una fiesta de la Virgen, la Virgen de las Nieves o la Virgen Blanca. En nuestras islas se celebra en diversos lugares, pero quiero destacar como la Virgen de las Nieves es la patrona de la Isla de la Palma donde hoy se celebra con particular devoción, acudiendo los palmeros desde todos los rincones de la Isla hasta el Santuario de las Nieves.
El origen de esta advocación está en la Basílica Papal de Santa María la Mayor en Roma. La tradición nos habla de cómo la Virgen en sueños le pidió al Papa Liberio la construcción de un templo en su honor en la ciudad de Roma; en la mañana siguiente, cinco de un tórrido agosto de Roma, apareció el Monte Esquilino – una de las siete colinas romanas – cubierto de nieve, viendo en ello la señal del lugar donde la Virgen quería que se edificase su templo. Fue el primer templo del orbe católico dedicado a la Virgen que en el Concilio de Efeso fue proclamada la Madre de Dios. De ahí el nombre o advocación con la que invocamos a la Virgen en muchos lugares y que hoy estamos celebrando.
Celebrar una fiesta de la Virgen siempre es algo entrañable para un cristiano; estamos celebrando la fiesta de la madre, de la Madre de Jesús que es la Madre de Dios, como esta misma celebración y advocación de hoy nos lo recuerda, y la fiesta de nuestra madre. Así quiso dárnosla Jesús desde la Cruz. Ahí tienes a tu hijo, le dijo señalándole a Juan, señalándonos a nosotros representados por Juan el que siempre fue fiel en su amor a Jesús, allí al pie de la cruz. Desde entonces Juan la tomó consigo. Desde entonces la Iglesia siempre ha tenido a María a su lado, como la invoca como Madre, la imita como fiel discípula de Jesús, quiere parecerse a ella la llena de la gracia, la llena de Dios.
Con ternura nos acercamos a María, como cualquier hijo que se precie se acerca a su madre. Necesitamos siempre esa ternura en nuestro corazón y la presencia de María nos lo recuerda y nos lo hace revivir. Es la ternura de Dios que nos la hace sentir con su presencia, es la ternura con que debemos envolver nuestra vida para romper esas aristas que tantas veces como costras se nos pegan a nosotros con las que hacemos daño a los que están a nuestro lado. Hace falta poner ternura en la vida, delicadeza, sencillez, humildad, amabilidad, cariño, buen trato, amor en una palabra. ¿Y a quien no le afloran esos brotes de ternura cuando está al lado de la Madre, cuando estamos al lado de María?
Es lo que hoy quiero pedirle a María, que nunca se endurezca mi corazón, que arranque de mi toda violencia, que sea capaz de controlar mis gestos y mis palabras, que nunca aparezca en mi corazón el frío del desamor y la insolidaridad, que tampoco viva en la tibieza de la indiferencia y la lejanía del que nunca se preocupa de los problemas de los demás, que encienda con fuerza mi corazón en el fuego del amor y sea capaz de derretirme en ternura hacia los demás.
Que de María aprenda a poner amor en la vida, el espíritu de servicio y la atención a los demás. Amó con todo su corazón y se lleno de Dios; amó hasta olvidarse de si misma y se puso al servicio de Isabel; amó a todos con la ternura de una madre y estaba atenta y vigilante a lo que pudiera faltar a los que la rodeaban como hizo en las bodas de Caná; amó a aquellos hijos que su Hijo le confió en la cruz y con ellos estaba orante para que como ella todos se llenaran del espíritu en Pentecostés.
Que con la ternura de María vayamos haciendo cada día un mundo mejor, un mundo con un nuevo olor y con un nuevo sabor, el olor y el sabor del amor y la ternura. Es así como iremos construyendo cada día el Reino de Dios.

viernes, 4 de agosto de 2017

Que sepamos aceptar cuanto de bueno puedan ofrecernos, podamos recibir de los otros que esa valoración los estimula también para saber caminar siempre unidos colaborando por un mundo mejor

Que sepamos aceptar cuanto de bueno puedan ofrecernos, podamos recibir de los otros que esa valoración los estimula también para saber caminar siempre unidos colaborando por un mundo mejor

Levítico 23, 1. 4-11. 15-16. 27. 34b-37; Sal 80; Mateo 13,54-58
En una ocasión escuché a alguien hacer un comentario un poco fuerte sobre un pueblo, al que no quiero mencionar porque por encima de todo respeto y valoro mucho, del que decía que para los que llegaran de otro lugar, fueran quienes fueran, los acogían con toda generosidad, pero que entre ellos se mataban como perros.
Un poco, o un mucho, fuerte puede ser la expresión, pero quiere expresar como muchas veces valoramos mucho más lo que nos pueda venir del exterior que lo que tengamos en la propia casa, en el propio pueblo. Vemos que alguien destaca por algún motivo y desde esas envidias pueblerinas y celos que muchas veces se nos meten por dentro no lo valoramos, tratamos quizás hasta de desprestigiarlo, o comenzamos a sacar de aquí y de allá, que si es de esta o cual otra familia, que donde se cree él que ha aprendido para que venga a darnos lecciones a nosotros y cosas por el estilo.
Qué lastima que no sepamos valorar bien lo que tenemos y siempre andemos haciéndonos odiosas y destructivas comparaciones. En lugar de construir con los valores que tenemos lo que hacemos es cortar el árbol por la base para que no nos dé sombra. Es triste pero muchas veces nos sucede así. Somos tan mezquinos.
¿No fue algo así lo que le sucedió a Jesús en su propio pueblo? Es lo que hoy hemos escuchado en el evangelio. Cuando san Lucas en su evangelio nos narra un hecho paralelo nos habla primero de los elogios y orgullos que aparecieron cuando escucharon a Jesús pero que pronto se convirtieron en desprecios y odios que le llevarían incluso a intentar arrojarlo desde el monte al precipicio.
Son las preguntas que se hacen los de Nazaret en lo que hoy escuchamos en el evangelio. ‘¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es María su madre, y no son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde, pues, ha sacado todas estas cosas?’ Y comenta el evangelista que no querían creer en El. Y terminará diciéndonos que allí no pudo hacer ningún milagro.
Por una parte con este evangelio que estamos reflexionando tenemos que hacer crecer nuestra fe en Jesús dejando que su Palabra llegue claramente a nosotros. Que no interpongamos nunca nuestros prejuicios, las barreras de nuestra manera de pensar, nuestros filtros interesados para aceptar solo aquello que nos parece bien. Con sinceridad tenemos que poner siempre en su presencia, ante su Palabra para dejar que su gracia llegue a nosotros y nos transforme.
Pero también creo que el mensaje de la Palabra de Dios hoy ha de llevarnos a algo más, a nuestra aceptación respetuosa y con corazón abierto y generoso de los demás, de cuantos nos rodean. Que sepamos aceptar cuanto de bueno puedan ofrecernos, podamos recibir de ellos. Cuanto nos cuesta a veces, como reflexionábamos antes, la aceptación del otro, de cuantos prejuicios llenamos nuestra mente, cuantas barreras nos interponemos. Sepamos valorar a los demás con nuestra acogida humilde y generosa.
Además la valoración que hacemos de los otros a ellos también los enriquecen, porque los estimulan, se sienten alentados en lo bueno que hacen y eso les hará estar en mejor disposición para caminar junto a los demás. Cuantas veces un desaire nuestro ha hecho mucho daño a aquel a quien se lo hemos inflingido porque no se ha sentido valorado, se ha sentido quizás despreciado, y puede llevarle a muchas reacciones negativas para su vida. Nuestra acogida a los demás no solo nos enriquece por lo que recibimos de ellos, sino que también estimula a lo bueno a los que nos rodean. Valoremos a los que están a nuestro lado.

jueves, 3 de agosto de 2017

Cuánto se va guardando en nuestro corazón de lo que vamos recibiendo en la vida, de nuestras reflexiones personales, de lo que nos han aportado los demás y lo que aprendimos de tantos maestros en el sentir cristiano

Cuánto se va guardando en nuestro corazón de lo que vamos recibiendo en la vida, de nuestras reflexiones personales, de lo que nos han aportado los demás y lo que aprendimos de tantos maestros en el sentir cristiano

Éxodo 40,16-21.34-38; Sal 83; Mateo 13,47-53
Recuerdo un viejo profesor que haciéndonos reflexionar sobre todo lo que teníamos que estudiar y aprender nos explicaba al final que es lo que él consideraba que era la sabiduría de la persona. Y nos hablaba de un caudal inmenso de agua revuelta que bajaba impetuosa, por ejemplo, por un río o por cualquier otra conducción, pero que al llegar al recipiente que iba a contenerla poco a poco con el paso de los días aquella agua se iba asentando, se iba decantando quedándose en el fondo una serie de materiales que venían en aquella agua revuelta mientras en la superficie el agua se volvía cristalina y limpia.
Todo lo que queda de aquel río revuelto después que llegase el sosiego viene a ser la sabiduría que queda en nosotros después de todas las cosas que hayamos ido aprendiendo en la vida. No todas quizá las recordaremos con detalle, pero van dejando en nosotros un poso de sabiduría del que vamos echando mano según lo vayamos necesitando en la vida. Algunos serán capaces de citar aquellas cosas o aquellas personas que tuvieron una influencia en su vida, pero otras las hemos asimilado de tal manera que ya las sentimos como nuestras y van a ser expresión de lo que sentimos, de lo que somos, de todo lo que hemos recibido y de lo que ahora somos capaces de aportar a los demás.
Hoy Jesús en el final de esta serie de parábolas que se nos han ido ofreciendo en este capitulo del evangelio de san Mateo nos habla del escriba sabio que va sacando del arcón lo viejo o lo nuevo según convenga en cada momento. Esa sabiduría de la vida para saber discernir en cada momento lo que hemos de hacer, lo que hemos de decir, lo que aportamos a los demás, aquello con lo que nosotros contribuimos a una vida mejor y a un mundo mejor.
Aunque esto que hemos venido diciendo tiene una referencia amplia a todo lo que es nuestra vida en sus diferentes aspectos, lo aplicamos a ese sentir y a ese vivir nuestra vida según el sentido de Cristo. Cuántas cosas se van guardando en nuestro corazón, como nos dice el evangelio de María que todo lo conservaba en el corazón, en todo lo que vamos recibiendo en la vida, lo que han sido nuestros estudios y lecturas, o lo que han sido nuestras reflexiones personales, en aquello que nos hayan aportado los demás de lo que es el testimonio de su vida y aquello que aprendimos de tantos maestros en la fe y en el sentir cristiano a través de tantos cauces. Un caudal inmenso que hemos de dejar reposar para que aflore lo que más enriquece nuestra vida.
De cuantas cosas podemos echar mano en cada momento en esa sabiduría del Espíritu. Es ese madurar en la fe y en la vida cristiana; es ese deseo que ha de haber en nosotros de querer profundizar mas y mas en el evangelio de Jesús; es ese dejarnos guiar por la acción del Espíritu que se nos manifiesta en la Iglesia, que se hace presente en el testimonio de la comunidad cristiana, a la que nosotros también vamos aportando nuestro ser y nuestro saber, el testimonio de nuestra vida y la riqueza espiritual que llevamos dentro de nosotros.


miércoles, 2 de agosto de 2017

Busquemos ese tesoro del evangelio, esa piedra preciosa de la sabiduría del evangelio, esos valores que van dar verdadera hondura y cimiento a nuestra vida

Busquemos ese tesoro del evangelio, esa piedra preciosa de la sabiduría del evangelio, esos valores que van dar verdadera hondura y cimiento a nuestra vida

Éxodo 34,29-35; Sal 98; Mateo 13,44-46

Según sea aquello que nos proponemos conseguir serán los medios que pongamos para alcanzarlo. Hemos de tener claro lo que queremos en la vida, saber a donde queremos ir, que es lo que queremos que sea nuestro sentido, la meta de nuestra vida, el mundo que queremos construir. Según eso que nos propongamos y en la medida en que lo tengamos claro serán los valores que adorne, mejor empapen y sean fundamento de nuestra vida.
Esta claro que no todos queremos lo mismo, que tenemos una concepción de la vida distinta o al menos con matices que nos diferencian unos de otros; son las maneras distintas de pensar, la ideología o filosofía que marca nuestra vida, el sentido que le hayamos querido dar, que hemos aprendido o recibido, o que hemos madurado en la interiorización de cuanto nos sucede.
Entramos en dialogo los unos con los otros, buscamos puntos de encuentro y de entendimiento, aprendemos unos de otros, queremos mejorar recogiendo también lo mejor que veamos en los demás; no siempre es fácil ese dialogo, porque tenemos la tentación de imponernos, y algunas veces nos puede faltar el respeto hacia los otros y su manera de pensar. No es que hagamos una mezcolanza, como un sincretismo donde todo nos parezca igual olvidando quizás nuestros principios, sino que siempre hay algo que podemos aprender de los demás.
Por eso es tan importante descubrir cuales son esos valores que nos ayuden a construir nuestra vida y con los que contribuimos también a la construcción de nuestro mundo. No siempre es fácil, repito, también porque recibimos muchas influencias que no son siempre tan positivas. Esa es la sabiduría de nuestra vida, que hemos de descubrir, por lo que seremos capaces de luchar, que será la base de nuestra realización personal y de esa felicidad que todos ansiamos alcanzar. Son los verdaderos cimientos del edificio de nuestra vida.
Hoy nos habla Jesús en el evangelio de dos imágenes o comparaciones, parábolas, que nos ayudan a profundizar en todo esto que estamos reflexionando. Nos habla de un tesoro escondido en el campo y que alguien encuentra y que dándose cuenta de todo su valor es capaz de despojarse de todo por obtener dicho tesoro. Lo mismo nos habla del hombre que se dedica al comercio de las joyas y que un día encuentra una de tanto valor que él la considera las mas grande e importante; será capaz de desprenderse de todas las otras joyas para poder conseguir aquella de tanto valor que ha encontrado.
¿Nos estará hablando Jesús de esos valores por los que hemos de luchar por conseguir y que van a ser fundamento de las cosas importantes que tenemos que realizar en nuestra vida? Ese tesoro del evangelio, esa piedra preciosa de la sabiduría del evangelio, esos valores que nos trasmite Jesús y que han de fundamentar nuestra vida, no como un adorno externo y pasajero sino como algo que de hondura nuestra vida. Es esa búsqueda y esa reflexión e interiorización que hemos de hacernos de cuanto nos sucede para buscar lo que de verdad vale para nuestra vida, para nuestro caminar.
Decimos que el cristiano ha de tener honda espiritualidad, porque nos llenamos de los valores del Espíritu que darán verdadera profundidad y sentido a nuestra vida. Es donde encontramos esa fuerza que necesitamos y son los materiales de la construcción de nuestro ser. Nuestro apoyo lo tenemos en el Señor y de El recibimos la fortaleza de su Espíritu que transforma nuestra vida para encontrar lo que verdaderamente es importante.

martes, 1 de agosto de 2017

Cuando hagamos silencio en el corazón, cuando lleguemos a gustar de la presencia de Dios, escucharemos su voz allá en lo más hondo de nosotros mismos

Cuando hagamos silencio en el corazón, cuando lleguemos a gustar de la presencia de Dios, escucharemos su voz allá en lo más hondo de nosotros mismos

Éxodo 33, 7-11; 34, 5b-9. 28; Sal 102; Mateo 13, 36-43
Qué a gusto nos sentimos o qué gozo interior nos envuelve cuando alguien se detiene a nuestro lado para hablarnos y para explicarnos con sencillez aquellas cosas que quizás no entendíamos. Es como la huella que queda en el alma del niño a quien su padre le va explicando con detalle las cosas de la vida en la medida en que va creciendo y siente como que ya le tratan ya como a mayor en cuanto le van descubriendo esos misterios de la vida que por otra parte no entendería. Importante es esa actitud positiva que hemos de tener en la vida también en nuestro trato con los demás para saber tener esos detalles de comprensión y entendimiento.
Es la actitud pedagógica y paciente que contemplamos hoy en Jesús. Ha hablado en parábolas a la gente, pero cuando llega a casa o bien porque los propios discípulos le preguntan o por esa actitud amorosa y comprensiva de Jesús, se detiene a hablar con los discípulos más cercanos para irles explicando el sentido de las parábolas y para hacerles comprender con toda hondura el misterio del Reino de Dios que les anuncia. Es por demás lo que va creando esos lazos de amor que unían a los discípulos con Jesús.
Aparte de entrar ahora en la consideración de la explicación de la parábola del trigo y de la cizaña que ya repetidamente hemos meditado en estos días me gustaría que aprendiéramos a gustar también en lo más hondo de nosotros mismos esa cercanía de Jesús, como la que tenía con los discípulos. Quizá de alguna manera sentimos como una sana envidia de aquellos discípulos que tenían la suerte de esa cercanía e intimidad con Jesús. De alguna forma nosotros también tendríamos que desearlo, también podríamos entrar en esa sintonía de intimidad con Jesús.
¿Qué tendríamos que hacer? ¿Cómo entrar en esa sintonía de intimidad con Jesús? Nuestro camino es la oración, pero una oración en la que sepamos hacer ese silencio interior para gustar de la presencia de Dios en nosotros. No vamos simplemente a pedir, a presentarle nuestro listado de deseos y peticiones, aunque también tengamos momentos para hacerlo.
Oración que es gustar de ese silencio de la presencia de Dios, un silencio que es un grito de amor que vamos a sentir en nuestro corazón. Sentir que el Señor nos ama y planta también su tienda en nuestro corazón. Ya nos lo dice Jesús que si lo amamos, si entramos en esa sintonía de amor, el Padre y El vendrán y habitarán en nosotros, habitarán en nuestro corazón. Es un llenarnos de Dios, porque comenzamos vaciándonos de nosotros mismos y de nuestros intereses tantas veces mezquinos y pobres.
Cuando hagamos ese silencio, cuando lleguemos a gustar de esa presencia de Dios, escucharemos su voz allá en lo más hondo de nosotros mismos. Sentiremos la fuerza de su Espíritu que nos revela a Dios, que nos abre el corazón de Dios, que nos hace escuchar y gozar de los misterios de Dios, que nos va manifestando lo que es su designio de amor para con nosotros. Y entenderemos su Palabra, recibiéremos su mensaje de amor, nos hará descubrir esos caminos de Dios en nosotros, nos impulsara a una nueva vida.

lunes, 31 de julio de 2017

Calladamente viviendo íntegramente nuestra fe con todas sus consecuencias tenemos que ser esa levadura de los valores cristianos allí donde estamos para hacer un mundo mejor

Calladamente viviendo íntegramente nuestra fe con todas sus consecuencias tenemos que ser esa levadura de los valores cristianos allí donde estamos para hacer un mundo mejor

Éxodo 32 15-24.30-34; Sal 105; Mateo 13, 31-35

Soñamos con cosas grandes. Es bueno, hay que decir, tener grandes metas en la vida, aspiraciones a algo bueno y mejor porque eso nos ayuda a superarnos, a querer mejorar, a no dormirnos, como solemos decir, en los laureles, en las pequeñas cosas que cada día podamos ir consiguiendo. Pero si hemos de darnos cuenta que esas cosas grandes están construidas de pequeñas cosas que nos pudieran parecer insignificantes pero que son parte importante y muchas fundamental para eso grande que queremos conseguir. No comenzamos por las cosas grandes aunque las tengamos como meta en nuestra cabeza, sino en esas pequeñas cosas que van a ser base y fundamento.
Podemos tener la tentación de no valorar esas cosas pequeñas que hay en nuestra vida o que también tendremos que ir construyendo en nosotros. Nos puede parecer quizá sin importancia el que sepamos decir si o no a pequeñas cosas, o tener dominio de nosotros mismos en cosas que nos pudiera parecer que a nada ni a nadie afectan, pero son las que van construyendo nuestro carácter, enseñándonos a fortalecer nuestra voluntad, y las que nos darán esa constancia que necesitamos en la vida para poder saber llegar lejos.
Nos gustaría quizás ser personas importantes e influyentes en la vida que al final nos recordaran por esas cosas grandes que hemos hecho. Pero también tenemos que saber ser ese pequeño grano de sal, por muy insignificante que nos pudiera parecer, pero que será el que le dará verdadero saber a lo que hacemos.
Hoy nos habla Jesús del pequeño grano de mostaza que nos puede parecer tan pequeño que nos haga pensar qué es lo que puede salir de esa insignificante semilla. Pero ya vemos que se va a convertir en un arbusto, que si no es un árbol grande, sin embargo sobresale sobre las otras hortalizas, y hasta puede dar nido en sus ramas a los pajarillos.
O nos habla también Jesús de la levadura que se echa en la masa. No son grandes cantidades de levadura lo que se va a mezclar con la masa de harina, sino ese puñado pequeño pero justo pero que será el que va a hacer fermentar bien la masa que nos de un sabroso pan o un rico dulce para nuestro paladar. Puñado pequeño que se mezcla y se diluye en la masa de manera que no aparecerá ni se distinguirá, pero sin embargo tiene su gran función al hacerla fermentar.
Nos viene a decir que Jesús que eso es el Reino de Dios en medio de nuestro mundo; nos viene a decir que eso tenemos que ser nosotros impregnados y empapados de evangelio en medio de nuestro mundo para darle un nuevo sabor y un nuevo sentido. Tenemos que aprender a ser levadura. No seremos los que nos manifestemos con grandes obras, pero si podemos transformar desde dentro nuestro mundo. Es ese sitio que nosotros los cristianos tenemos que ocupar en medio de nuestra sociedad sin dejarnos corromper por los males de este mundo, sino siendo esa levadura o ese puñado de sal que va a liberar al mundo de tanta corrupción y va a darle un nuevo sentido y sabor.
Pensemos cómo calladamente viviendo íntegramente nuestra fe con todas sus consecuencias tenemos que ser esa levadura de los valores cristianos allí donde estamos, en la familia, con los vecinos, en el lugar de trabajo, donde vivimos nuestra vida social, o en aquellos lugares que ocupemos con una responsabilidad donde tenemos que dar nuestra impronta, dejar el buen olor de nuestro quehacer viviendo los valores del evangelio. Esas cosas pequeñas son las verdaderas cosas grandes que tenemos que realizar para transformar nuestro mundo.

domingo, 30 de julio de 2017

Que quienes nos vean, descubran en nosotros esa alegría de la fe, la alegría de habernos encontrado con ese tesoro de la fe

Que quienes nos vean, descubran en nosotros esa alegría de la fe, la alegría de habernos encontrado con ese tesoro de la fe

Reyes 3, 5. 7-121; Sal 118; Rom. 8, 28-30; Mateo 13, 44-52
¿Quién no quiere encontrarse un tesoro? Son sueños que tenemos en nuestra vida. Ojalá tengamos suerte, nos decimos y compramos lotería o cualquier otro juego de azar de tantos que están a nuestro alcance y donde vamos a jugar a ver si nos cae el gordo, como solemos decir. La vida muchas veces nos la jugamos como una suerte y ponemos más empeño en ello que en el esfuerzo personal, la lucha de cada día por avanzar y crecer en la vida que bien sabemos que no son esos bienes materiales o económicos. ¿Qué es lo que realmente tendríamos que buscar?
Jesús nos propone hoy dos parábolas que son casi como una sola porque la temática es repetida, hablándonos de la suerte de quien encuentra un tesoro escondido o una perla preciosa por la que está dispuesto a pagarlo todo por conseguirlo. Partiendo de esas ambiciones humanas del tener o del poseer y si es posible con el mínimo esfuerzo, nos quiere hacer pensar Jesús para que seamos capaces de descubrir cual ha de ser el verdadero tesoro de nuestra vida. Casi como en contraposición termina Jesús esta serie de parábolas que nos ofrece este capitulo del evangelio de Mateo hablándonos del que tiene la sabiduría de sacar del arco lo viejo o lo nuevo según más convenga. Es el escriba sabio, nos viene a decir Jesús.
¿Cuáles son los tesoros que en verdad ansiamos en la vida? tendríamos que partir de ahí, de lo que es la realidad, el piso que pisamos, para llegar a descubrir bien lo que Jesús nos quiere decir. Cuantas cosas ansiamos y deseamos en la vida; por cuantas cosas nos sacrificamos y somos capaces de gastarlo todo, hasta de gastar nuestra propia vida; cuantas cosas nos cautivan y hasta nos hacen esclavos allá en lo más hondo de nosotros mismos por esas ambiciones que pueden convertirse en luchas y hasta violencias que nos puedan llevar a enfrentarnos con los demás.
Sí, ahí están nuestros sueños y nuestras ambiciones materiales que se centran en un tener o en poseer cosas con una avaricia hasta peligrosa; serán ambiciones por lo económico o por el poder, por la influencia o hasta la manipulación que pueda hacer de lo demás, por alcanzar una situación o un brillo vanidoso con lo que nos queremos dar importancia teniendo la ilusión de que manejamos todos los hilos de poder de este mundo.
Y todo eso, ¿a dónde nos conduce? ¿Encontraremos una satisfacción honda que nos de paz y plenitud en nosotros mismos o estaremos siempre con el miedo de que venga otro y nos haga bajar de ese pedestal? Luchas, enfrentamientos, envidias, recelos, desconfianzas, suspicacia, malicia que se nos va metiendo en el corazón.
¿Qué nos querrá decir, entonces, Jesús con estas parábolas? Las compara con el Reino de los cielos; nos está queriendo decir cuales son las actitudes, la manera de obrar de quienes queremos vivir el sentido del Reino. No es lo caduco lo que tenemos que buscar. Como ya se nos dice como pauta en la primera lectura que se nos ofrece en la liturgia de hoy, Salomón no buscó ni larga vida, ni riquezas ni grandezas humanas, sino sabiduría, tener discernimiento para en cada momento saber encontrar lo que fuera más justo.
Es una sabiduría encontrar el sentido del Reino; es una sabiduría la que nos está ofreciendo Jesús con su Palabra; es una sabiduría ese nuevo sentido de ser y de actuar que nos va proponiendo con los valores del Reino; es una sabiduría esa mirada nueva con que hemos de acercarnos a los demás para ver unos hermanos, para ver unas personas siempre dignas de todo amor, unas personas con las que voy a colaborar trabajando juntos para hacer ese mundo nuevo; es una sabiduría nueva y profunda el sentido del evangelio que Jesús nos anuncia. Es el tesoro que hemos de descubrir y que encontrándolo va a ser el sentido de todo nuestro vivir.
Quién no quiere encontrarse un tesoro me preguntaba al principio de esta reflexión. Que sepamos buscar ese verdadero tesoro que Jesús nos ofrece y que es El mismo. Sintamos la dicha de la fe que tenemos en Jesús. Demos gracias porque podemos creer, tener fe en Jesús y sentir que Jesús llena nuestra vida. Aprendamos a valorarlo. Sepamos trasmitirlo a los demás. Que quienes nos ven, descubran en nosotros esa alegría de la fe, esa alegría de habernos encontrado con esta sabiduría de la fe. No digo más.