Cuando hagamos silencio en el corazón, cuando lleguemos a gustar de la presencia de Dios, escucharemos su voz allá en lo más hondo de nosotros mismos
Éxodo 33, 7-11; 34, 5b-9. 28; Sal 102;
Mateo 13, 36-43
Qué a gusto nos sentimos o qué gozo interior nos envuelve cuando
alguien se detiene a nuestro lado para hablarnos y para explicarnos con
sencillez aquellas cosas que quizás no entendíamos. Es como la huella que queda
en el alma del niño a quien su padre le va explicando con detalle las cosas de
la vida en la medida en que va creciendo y siente como que ya le tratan ya como
a mayor en cuanto le van descubriendo esos misterios de la vida que por otra
parte no entendería. Importante es esa actitud positiva que hemos de tener en
la vida también en nuestro trato con los demás para saber tener esos detalles
de comprensión y entendimiento.
Es la actitud pedagógica y paciente que contemplamos hoy en Jesús. Ha
hablado en parábolas a la gente, pero cuando llega a casa o bien porque los
propios discípulos le preguntan o por esa actitud amorosa y comprensiva de Jesús,
se detiene a hablar con los discípulos más cercanos para irles explicando el
sentido de las parábolas y para hacerles comprender con toda hondura el
misterio del Reino de Dios que les anuncia. Es por demás lo que va creando esos
lazos de amor que unían a los discípulos con Jesús.
Aparte de entrar ahora en la consideración de la explicación de la
parábola del trigo y de la cizaña que ya repetidamente hemos meditado en estos días
me gustaría que aprendiéramos a gustar también en lo más hondo de nosotros
mismos esa cercanía de Jesús, como la que tenía con los discípulos. Quizá de
alguna manera sentimos como una sana envidia de aquellos discípulos que tenían
la suerte de esa cercanía e intimidad con Jesús. De alguna forma nosotros también
tendríamos que desearlo, también podríamos entrar en esa sintonía de intimidad
con Jesús.
¿Qué tendríamos que hacer? ¿Cómo entrar en esa sintonía de intimidad
con Jesús? Nuestro camino es la oración, pero una oración en la que sepamos
hacer ese silencio interior para gustar de la presencia de Dios en nosotros. No
vamos simplemente a pedir, a presentarle nuestro listado de deseos y
peticiones, aunque también tengamos momentos para hacerlo.
Oración que es gustar de ese silencio de la presencia de Dios, un
silencio que es un grito de amor que vamos a sentir en nuestro corazón. Sentir
que el Señor nos ama y planta también su tienda en nuestro corazón. Ya nos lo
dice Jesús que si lo amamos, si entramos en esa sintonía de amor, el Padre y El
vendrán y habitarán en nosotros, habitarán en nuestro corazón. Es un llenarnos
de Dios, porque comenzamos vaciándonos de nosotros mismos y de nuestros
intereses tantas veces mezquinos y pobres.
Cuando hagamos ese silencio, cuando lleguemos a gustar de esa
presencia de Dios, escucharemos su voz allá en lo más hondo de nosotros mismos.
Sentiremos la fuerza de su Espíritu que nos revela a Dios, que nos abre el corazón
de Dios, que nos hace escuchar y gozar de los misterios de Dios, que nos va
manifestando lo que es su designio de amor para con nosotros. Y entenderemos su
Palabra, recibiéremos su mensaje de amor, nos hará descubrir esos caminos de
Dios en nosotros, nos impulsara a una nueva vida.
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