Que sepamos aceptar cuanto de bueno puedan ofrecernos, podamos recibir de
los otros que esa valoración los estimula también para saber caminar siempre
unidos colaborando por un mundo mejor
Levítico 23, 1. 4-11. 15-16. 27. 34b-37; Sal 80; Mateo
13,54-58
En una ocasión escuché a alguien hacer un comentario un poco fuerte
sobre un pueblo, al que no quiero mencionar porque por encima de todo respeto y
valoro mucho, del que decía que para los que llegaran de otro lugar, fueran
quienes fueran, los acogían con toda generosidad, pero que entre ellos se
mataban como perros.
Un poco, o un mucho, fuerte puede ser la expresión, pero quiere
expresar como muchas veces valoramos mucho más lo que nos pueda venir del
exterior que lo que tengamos en la propia casa, en el propio pueblo. Vemos que
alguien destaca por algún motivo y desde esas envidias pueblerinas y celos que
muchas veces se nos meten por dentro no lo valoramos, tratamos quizás hasta de
desprestigiarlo, o comenzamos a sacar de aquí y de allá, que si es de esta o
cual otra familia, que donde se cree él que ha aprendido para que venga a
darnos lecciones a nosotros y cosas por el estilo.
Qué lastima que no sepamos valorar bien lo que tenemos y siempre
andemos haciéndonos odiosas y destructivas comparaciones. En lugar de construir
con los valores que tenemos lo que hacemos es cortar el árbol por la base para
que no nos dé sombra. Es triste pero muchas veces nos sucede así. Somos tan
mezquinos.
¿No fue algo así lo que le sucedió a Jesús en su propio pueblo? Es lo
que hoy hemos escuchado en el evangelio. Cuando san Lucas en su evangelio nos
narra un hecho paralelo nos habla primero de los elogios y orgullos que
aparecieron cuando escucharon a Jesús pero que pronto se convirtieron en
desprecios y odios que le llevarían incluso a intentar arrojarlo desde el monte
al precipicio.
Son las preguntas que se hacen los de Nazaret en lo que hoy escuchamos
en el evangelio. ‘¿De dónde ha sacado
éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿No es el hijo del carpintero?
¿No es María su madre, y no son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No
viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde, pues, ha sacado todas estas
cosas?’ Y comenta el evangelista que no querían creer en El. Y terminará diciéndonos
que allí no pudo hacer ningún milagro.
Por una parte con este evangelio
que estamos reflexionando tenemos que hacer crecer nuestra fe en Jesús dejando
que su Palabra llegue claramente a nosotros. Que no interpongamos nunca
nuestros prejuicios, las barreras de nuestra manera de pensar, nuestros filtros
interesados para aceptar solo aquello que nos parece bien. Con sinceridad
tenemos que poner siempre en su presencia, ante su Palabra para dejar que su
gracia llegue a nosotros y nos transforme.
Pero también creo que el mensaje
de la Palabra de Dios hoy ha de llevarnos a algo más, a nuestra aceptación
respetuosa y con corazón abierto y generoso de los demás, de cuantos nos
rodean. Que sepamos aceptar cuanto de bueno puedan ofrecernos, podamos recibir
de ellos. Cuanto nos cuesta a veces, como reflexionábamos antes, la aceptación
del otro, de cuantos prejuicios llenamos nuestra mente, cuantas barreras nos
interponemos. Sepamos valorar a los demás con nuestra acogida humilde y
generosa.
Además la valoración que hacemos
de los otros a ellos también los enriquecen, porque los estimulan, se sienten
alentados en lo bueno que hacen y eso les hará estar en mejor disposición para
caminar junto a los demás. Cuantas veces un desaire nuestro ha hecho mucho daño
a aquel a quien se lo hemos inflingido porque no se ha sentido valorado, se ha
sentido quizás despreciado, y puede llevarle a muchas reacciones negativas para
su vida. Nuestra acogida a los demás no solo nos enriquece por lo que recibimos
de ellos, sino que también estimula a lo bueno a los que nos rodean. Valoremos
a los que están a nuestro lado.
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