Que quienes nos vean, descubran en nosotros esa alegría de la fe, la alegría de habernos encontrado con ese tesoro de la fe
Reyes 3, 5. 7-121; Sal 118; Rom. 8, 28-30;
Mateo 13, 44-52
¿Quién no quiere encontrarse un tesoro? Son sueños que tenemos en
nuestra vida. Ojalá tengamos suerte, nos decimos y compramos lotería o
cualquier otro juego de azar de tantos que están a nuestro alcance y donde
vamos a jugar a ver si nos cae el gordo, como solemos decir. La vida muchas
veces nos la jugamos como una suerte y ponemos más empeño en ello que en el
esfuerzo personal, la lucha de cada día por avanzar y crecer en la vida que
bien sabemos que no son esos bienes materiales o económicos. ¿Qué es lo que
realmente tendríamos que buscar?
Jesús nos propone hoy dos parábolas que son casi como una sola porque
la temática es repetida, hablándonos de la suerte de quien encuentra un tesoro
escondido o una perla preciosa por la que está dispuesto a pagarlo todo por
conseguirlo. Partiendo de esas ambiciones humanas del tener o del poseer y si
es posible con el mínimo esfuerzo, nos quiere hacer pensar Jesús para que
seamos capaces de descubrir cual ha de ser el verdadero tesoro de nuestra vida.
Casi como en contraposición termina Jesús esta serie de parábolas que nos
ofrece este capitulo del evangelio de Mateo hablándonos del que tiene la
sabiduría de sacar del arco lo viejo o lo nuevo según más convenga. Es el
escriba sabio, nos viene a decir Jesús.
¿Cuáles son los tesoros que en verdad ansiamos en la vida? tendríamos
que partir de ahí, de lo que es la realidad, el piso que pisamos, para llegar a
descubrir bien lo que Jesús nos quiere decir. Cuantas cosas ansiamos y deseamos
en la vida; por cuantas cosas nos sacrificamos y somos capaces de gastarlo
todo, hasta de gastar nuestra propia vida; cuantas cosas nos cautivan y hasta
nos hacen esclavos allá en lo más hondo de nosotros mismos por esas ambiciones
que pueden convertirse en luchas y hasta violencias que nos puedan llevar a
enfrentarnos con los demás.
Sí, ahí están nuestros sueños y nuestras ambiciones materiales que se
centran en un tener o en poseer cosas con una avaricia hasta peligrosa; serán
ambiciones por lo económico o por el poder, por la influencia o hasta la
manipulación que pueda hacer de lo demás, por alcanzar una situación o un
brillo vanidoso con lo que nos queremos dar importancia teniendo la ilusión de
que manejamos todos los hilos de poder de este mundo.
Y todo eso, ¿a dónde nos conduce? ¿Encontraremos una satisfacción
honda que nos de paz y plenitud en nosotros mismos o estaremos siempre con el
miedo de que venga otro y nos haga bajar de ese pedestal? Luchas,
enfrentamientos, envidias, recelos, desconfianzas, suspicacia, malicia que se
nos va metiendo en el corazón.
¿Qué nos querrá decir, entonces, Jesús con estas parábolas? Las
compara con el Reino de los cielos; nos está queriendo decir cuales son las
actitudes, la manera de obrar de quienes queremos vivir el sentido del Reino.
No es lo caduco lo que tenemos que buscar. Como ya se nos dice como pauta en la
primera lectura que se nos ofrece en la liturgia de hoy, Salomón no buscó ni
larga vida, ni riquezas ni grandezas humanas, sino sabiduría, tener
discernimiento para en cada momento saber encontrar lo que fuera más justo.
Es una sabiduría encontrar el sentido del Reino; es una sabiduría la
que nos está ofreciendo Jesús con su Palabra; es una sabiduría ese nuevo
sentido de ser y de actuar que nos va proponiendo con los valores del Reino; es
una sabiduría esa mirada nueva con que hemos de acercarnos a los demás para ver
unos hermanos, para ver unas personas siempre dignas de todo amor, unas
personas con las que voy a colaborar trabajando juntos para hacer ese mundo
nuevo; es una sabiduría nueva y profunda el sentido del evangelio que Jesús nos
anuncia. Es el tesoro que hemos de descubrir y que encontrándolo va a ser el
sentido de todo nuestro vivir.
Quién no quiere encontrarse un tesoro me preguntaba al principio de
esta reflexión. Que sepamos buscar ese verdadero tesoro que Jesús nos ofrece y
que es El mismo. Sintamos la dicha de la fe que tenemos en Jesús. Demos gracias
porque podemos creer, tener fe en Jesús y sentir que Jesús llena nuestra vida. Aprendamos
a valorarlo. Sepamos trasmitirlo a los demás. Que quienes nos ven, descubran en
nosotros esa alegría de la fe, esa alegría de habernos encontrado con esta
sabiduría de la fe. No digo más.
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