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jueves, 3 de agosto de 2017

Cuánto se va guardando en nuestro corazón de lo que vamos recibiendo en la vida, de nuestras reflexiones personales, de lo que nos han aportado los demás y lo que aprendimos de tantos maestros en el sentir cristiano

Cuánto se va guardando en nuestro corazón de lo que vamos recibiendo en la vida, de nuestras reflexiones personales, de lo que nos han aportado los demás y lo que aprendimos de tantos maestros en el sentir cristiano

Éxodo 40,16-21.34-38; Sal 83; Mateo 13,47-53
Recuerdo un viejo profesor que haciéndonos reflexionar sobre todo lo que teníamos que estudiar y aprender nos explicaba al final que es lo que él consideraba que era la sabiduría de la persona. Y nos hablaba de un caudal inmenso de agua revuelta que bajaba impetuosa, por ejemplo, por un río o por cualquier otra conducción, pero que al llegar al recipiente que iba a contenerla poco a poco con el paso de los días aquella agua se iba asentando, se iba decantando quedándose en el fondo una serie de materiales que venían en aquella agua revuelta mientras en la superficie el agua se volvía cristalina y limpia.
Todo lo que queda de aquel río revuelto después que llegase el sosiego viene a ser la sabiduría que queda en nosotros después de todas las cosas que hayamos ido aprendiendo en la vida. No todas quizá las recordaremos con detalle, pero van dejando en nosotros un poso de sabiduría del que vamos echando mano según lo vayamos necesitando en la vida. Algunos serán capaces de citar aquellas cosas o aquellas personas que tuvieron una influencia en su vida, pero otras las hemos asimilado de tal manera que ya las sentimos como nuestras y van a ser expresión de lo que sentimos, de lo que somos, de todo lo que hemos recibido y de lo que ahora somos capaces de aportar a los demás.
Hoy Jesús en el final de esta serie de parábolas que se nos han ido ofreciendo en este capitulo del evangelio de san Mateo nos habla del escriba sabio que va sacando del arcón lo viejo o lo nuevo según convenga en cada momento. Esa sabiduría de la vida para saber discernir en cada momento lo que hemos de hacer, lo que hemos de decir, lo que aportamos a los demás, aquello con lo que nosotros contribuimos a una vida mejor y a un mundo mejor.
Aunque esto que hemos venido diciendo tiene una referencia amplia a todo lo que es nuestra vida en sus diferentes aspectos, lo aplicamos a ese sentir y a ese vivir nuestra vida según el sentido de Cristo. Cuántas cosas se van guardando en nuestro corazón, como nos dice el evangelio de María que todo lo conservaba en el corazón, en todo lo que vamos recibiendo en la vida, lo que han sido nuestros estudios y lecturas, o lo que han sido nuestras reflexiones personales, en aquello que nos hayan aportado los demás de lo que es el testimonio de su vida y aquello que aprendimos de tantos maestros en la fe y en el sentir cristiano a través de tantos cauces. Un caudal inmenso que hemos de dejar reposar para que aflore lo que más enriquece nuestra vida.
De cuantas cosas podemos echar mano en cada momento en esa sabiduría del Espíritu. Es ese madurar en la fe y en la vida cristiana; es ese deseo que ha de haber en nosotros de querer profundizar mas y mas en el evangelio de Jesús; es ese dejarnos guiar por la acción del Espíritu que se nos manifiesta en la Iglesia, que se hace presente en el testimonio de la comunidad cristiana, a la que nosotros también vamos aportando nuestro ser y nuestro saber, el testimonio de nuestra vida y la riqueza espiritual que llevamos dentro de nosotros.


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