Vistas de página en total

sábado, 12 de enero de 2019

El espíritu de humildad de Juan Bautista que se gozaba en las obras de jesus nos enseñe a valorar tambien lo bueno que realizan los demás


El espíritu de humildad de Juan Bautista que se gozaba en las obras de Jesús nos enseñe a valorar también lo bueno que realizan los demás

1Juan 5,14-21; Sal 149; Juan 3,22-30
Hay como una tentación que todos podemos sufrir en ocasiones, nacida quizás de nuestros orgullos personales, de los recelos o sentimientos de envidia que se puedan albergar en nuestro corazón y es que si vemos que alguien que está a nuestro lado comienza a brillar con luz propia, comienzan a verse los logros que va teniendo en la vida, nosotros nos llenemos de desconfianza y recelo, no nos guste que quizás nosotros comencemos a estar como a su sombra, y ya sabemos bien como son las luchas que van apareciendo en la vida.
En una madurez humana si vemos que alguien que ha nacido y ha crecido como persona a nuestro lado o a nuestra sombra le vemos triunfar tendríamos que llenarnos de alegría, porque en fin de cuentas nos vamos dando pasos los unos a los otros y siempre tendríamos que desear lo mejor para las generaciones que nos siguen. Pero como decíamos, ya sabemos cómo son las negruras que muchas veces pueden aparecer en nuestro corazón y las luchas que nos tenemos unos y otros.
Eso pudo haber pasado en la relación entre Juan el Bautista y Jesús. Juan, ya lo había dicho, había venido como 'la voz que clamaba en el desierto para preparar los caminos del Señor'. Esa era su misión. Y él se atuvo a lo que era su misión, de manera que ni profeta quería considerarse, cuando como diría Jesús más tarde era profeta y más que profeta. Embajadas habían venido de Jerusalén para indagar sobre lo que hacia y realmente quién era. Las gentes lo escuchaban y venían de todas partes para escucharle y para someterse a aquel bautismo en las aguas del Jordán al que él les invitaba. Su llamada había sido siempre la conversión para preparar los caminos del Señor.
Una conversión que era purificación pero que era también abrirse a caminos nuevos. Porque por ahí ha de ir la verdadera conversión. Borramos, es cierto, lo viejo, porque queremos el perdón que el Señor nos ofrece, pero emprendemos un nuevo camino. No el volver a lo de antes, es algo nuevo que tiene que vivirse. En este caso en la invitación que Juan estaba haciendo era creer en Aquel a quien él estaba anunciando, en el Mesías esperado.
Acuden a él preguntando si acaso él no es el Mesías, pero les recuerda que el bautiza con agua pero que viene, y en medio de ellos está, quien los va a Bautizar con Espíritu Santo y fuego. Llegan noticias a Juan ya de lo que Jesús está realizando. Es este evangelista el único que nos dice que Jesús también estuvo bautizando junto al Jordán, pero ahi está la hermosa respuesta de Juan. 'El tiene que crecer y yo tengo que menguar'. Esa era su misión señalar al que venia como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Este texto del evangelio de hoy que bien nos prepara para la celebración del Bautismo del Señor que celebraremos mañana domingo, nos viene muy bien para revisar actitudes y posturas que nos tenemos tantas veces en la vida, conforme a aquello con lo que comenzábamos esta reflexión.
Tenemos que saber dar paso en la vida a los que nos siguen; tiene que haber buenos sentimientos de alegría y también en cierto modo de gratitud cuando vemos a nuestro lado a personas que avanzan en la vida, que van logrando progresos en su persona y en aquello que realizan, saludar agradecidos los logros y las cosas buenas que los otros hacen. No importa que nosotros pasemos a un segundo plano si vemos a alguien que hace el bien; no busquemos nosotros, como se suele decir, arrimar el ascua a nuestra sardina, atribuyéndonos méritos que no nos pertenecen.
Sepamos alabar y engrandecer a los demás reconociendo las cosas que hacen; que haya en nosotros un verdadero espíritu y sentimiento de humildad para reconocer lo bueno que hacen los demás, que tantas veces nos cuesta.

viernes, 11 de enero de 2019

Con qué sencillos gestos podríamos ir nosotros repartiendo salud y vida y curando los dolores del alma que tantos sufren


Con qué sencillos gestos podríamos ir nosotros repartiendo salud y vida y curando los dolores del alma que tantos sufren

1Juan 5,5-13; Sal 147; Lucas 5,12-16

Los signos y los gestos con que nos expresamos y relacionamos los unos y los otros son verdaderos medios de comunicación que sin palabras nos expresan y nos dicen en muchas ocasiones mucho más que lo que incluso podamos expresar con palabras. Una mano sobre el hombro, unos brazos que nos cubren con cariño, una mirada a los ojos que sin palabras nos dice muchas cosas, una sonrisa que es mucho más y mejor que una simple mueca, una mano tendida que nos acerca hasta lo más profundo de nosotros mismos, una presencia quizá silenciosa a nuestro lado en un momento de dolor, una inclinación de cabeza quizá desde la distancia, el dar unos pasos hacia el otro cuando vemos indecisión para acortar distancias… son algunos de los muchos gestos que podemos tener los unos con los otros.
Hay quien quizá evita el contacto físico, y rehúsa quizás esa mano que nos toca o esos brazos sobre nuestros hombros, puede ser también un signo de la distancia que queremos poner ante el otro, o de otras actitudes que podamos tener en nuestro interior donde quizá nos sentimos tan puros y tan rectos que podríamos pensar que ese contacto nos llenaría a nosotros también de suciedad. Hay muchos que van de puritanos por el mundo y no quieren que nadie les pueda mancillar. Es quizá un signo negativo, pero signo en fin de cuentas con lo que queremos expresar algo que no somos capaces de decirlo con palabras.
Pero bien agradecemos esos signos que nos muestran cercanía y hoy es muy normal que pronto nos demos un abrazo o ya desde el principio nos demos un beso de saludo para expresar la buena voluntad o los buenos deseos con que nos acercamos a los demás. Un gesto que nos puede decir mucho más que muchas palabras que quizá no sabemos encontrar para expresar lo mejor de nosotros mismos.
El evangelio nos habla de muchos gestos de Jesús con los que quería manifestarnos su cercanía y su amor misericordioso y compasivo. Ya incluso aquellos hechos extraordinarios como son los milagros los evangelistas nos emplean la expresión de signos porque quiere manifestarnos cómo tenemos que saber leer en esos hechos todo lo que Jesús quería de nosotros y para nosotros.
Pero es que además nos encontramos con gestos sencillos, que quizá hasta nos pudieran pasar desapercibidos, con los que Jesús quiere decirnos tanto lo que es su amor. Hoy vemos uno de esos gestos; un gesto que no era comprendido por las gentes de su tiempo, e incluso era poco menos que prohibido para evitar contaminaciones que iban mucho más allá del contagio de una enfermedad. Un leproso no se podía tocar; incluso al mismo leproso se le consideraba impuro y quien osara tocarlo se contagiaba de esa misma impureza legal que, repito, era mucho más que el contagio de una enfermedad.
Y hoy contemplamos a Jesús extendiendo la mano para tocar al leproso. Había acudido aquel hombre, saltándose incluso las rígidas normas que le impedían estar en medio de los que estaban sanos, acercándose a Jesús para implorar misericordia y compasión. ‘Si quieres, puedes curarme’, era la súplica de aquel hombre. Y antes que las palabras la respuesta de Jesús está en el gesto. Se acercó – ya es un gesto y un detalle – y extendió la mano y lo tocó. ‘Quiero, queda limpio’, serán las palabras de Jesús.
¡Con qué sencillos gestos podríamos ir nosotros también repartiendo salud y vida! Es la cercanía de nuestro corazón, es la sonrisa amable que descorre los velos de las tristezas y las soledades, en la mirada comprensiva que sana desde dentro a quien se siente valorado y hasta perdonado, es la presencia silenciosa quizá que rompe soledades y que se convierte en cercanía que despierta una nueva ilusión y esperanza cuando se sienten comprendidos sin recriminaciones, es el oído atento para escuchar pero con labios cerrados para no escarbar en heridas pero que crea nuevas sintonías que hacen que la vida sea mas maravillosa en su música que ya no será tan monótona.
Así podríamos pensar en nuestra manera de acercarnos a los demás, en la forma cómo manifestamos nuestra comprensión, en el estímulo que pretendemos infundir en quien quiere comenzar de nuevo y no sabe cómo. Repasemos aquellos múltiples gestos de los que antes hablábamos para iniciar nuestra reflexión. ¡Cuántos dolores del alma podemos curar!

jueves, 10 de enero de 2019

Nunca podemos decir ante la Palabra que se nos proclama eso ya me lo sé, sino que siempre ha de ser Buena Noticia de salvación para nosotros y nuestro mundo


Nunca podemos decir ante la Palabra que se nos proclama eso ya me lo sé, sino que siempre ha de ser Buena Noticia de salvación para nosotros y nuestro mundo

1Juan 4,19–5,4; Sal 71; Lucas 4,14-22a

No hay cosa más reconfortante para un enfermo que el que vengan un día y le digan te vas a curar, ya hemos encontrado el remedio para tu mal, para tu enfermedad; así se sentirá el que está en la cárcel sin esperanza de salir de ella en mucho tiempo, y de repente le anuncian que hay una amnistía y ya va a ser liberado inmediatamente de la prisión; así el que se ve oprimido, y ya no es solo de esclavitudes que las hay todavía de muchas maneras, sino quizá del acoso de alguien que lo quiere mal y le hace la vida imposible. El anuncio de una liberación, de una curación es una esperanza cumplida y llena de alegría los corazones de los que sufren.
Así se sentirían en aquella mañana de sábado en la sinagoga de Nazaret. Un hijo del pueblo se había levantado y ofrecido para hacer la lectura del profeta y había que escuchar de sus labios, porque no es fácil explicarlo con palabras nuestras, como iba derramando aquellas palabras del profeta pero sintiendo cada uno en su corazón que aquello anunciado siglos atrás por el profeta ahora tenia cumplimiento. Tal era la fuerza con que eran pronunciadas por Jesús, que llegaban al corazón de cada uno como un rayo de luz, como un despertar de un sueño a una esperanza que ya veían inminentemente cumplida. Más aun cuando al terminar la proclamación de la lectura de labios de Jesús salen aquellas palabras de gracia ‘esta Escritura que acabáis de oír se cumple hoy’.
Era, sí, una buena noticia que llegaba para los pobres y para cuantos tenían su corazón lleno de sufrimientos; era una buena noticia que anunciaba libertad y vida nueva; era una buena noticia que anunciaba un perdón universal que era mucho más que lo que vivian solo en esperanza en los años jubilares que anunciaban los profetas y que eran ley en Israel. Esos años jubilares, por la situación de la opresión de otros pueblos que sufrían, que habían sufrido de hacia tanto tiempo, se quedaba en una esperanza en cierto modo lejana, porque aunque era ley en Israel, sin embargo a ello no podían dar cumplimiento.
Ahora llegaba quien les decía que eso tenía cumplimiento ya. ¿Cómo no se iba a enardecer el corazón de todos los presentes al escucharlo? ¿Cómo no iban a estar pendiente de sus labios con esas palabras de gracia que de ellos brotaban? Y ya habían escuchado cómo este nuevo profeta, hijo de su pueblo y cuyos parientes estaban entre sus convecinos, había ido dando señales de ello con las curaciones que escuchaban que hacía en Cafarnaún y en otros sitios.
Esto nos llevaría a muchas consideraciones para nuestra vida. Lo primero sería preguntarnos con qué sentido escuchamos las palabras de Jesús. ¿Nos ponemos de verdad con nuestra vida, con la realidad de lo que somos, con nuestros sufrimientos y con nuestras esperanzas, con nuestras angustias o con los problemas que sabemos que tienen tantos a nuestro lado ante Jesús y su Palabra para escucharle? ¿Estamos en verdad pendientes de sus labios porque sabemos que sus palabras son en verdad palabras de vida para nosotros?
No es ajena nuestra vida y nuestros sufrimientos, nuestras angustias o nuestras alegrías a las palabras de Jesús. Tenemos que sentir seriamente, y para eso la sinceridad con que nos ponemos ante el Señor, que son en verdad un rayo de esperanza para nosotros, para nuestras preocupaciones, por los sufrimientos de los  hombres de hoy. Por eso fue un rayo de luz y esperanza para aquella gente que estaba aquel día en la Sinagoga de Nazaret.
Es así como tenemos que escucharlas para que no se conviertan en una rutina que nos aburre, como tantas veces quizás nos sucede cuando venimos a nuestras celebraciones y escuchamos la proclamación de la Palabra de Dios. Nunca podemos decir, esto  nos lo sabemos, sino siempre hemos de escucharlas como Buena Nueva para nuestra vida y nuestro mundo.


miércoles, 9 de enero de 2019

Dudas y miedos, silencios y soledades, oscuridades y abandonos, pero tenemos una Palabra de vida que anunciar, Jesús está con nosotros y no estamos solos


Dudas y miedos, silencios y soledades, oscuridades y abandonos, pero tenemos una Palabra de vida que anunciar, Jesús está con nosotros y no estamos solos

1Jn. 4, 11-18; Sal 71; Marcos 6,45-52

Hay ocasiones en que la travesía de la vida se nos hace dura. Son las luchas y trabajos, es cierto, de cada día  en el cumplimiento de nuestras responsabilidades o de aquellas cosas que hemos asumido con entusiasmo pero que luego la constancia en la tarea se nos hace dura, en ocasiones nos parece estéril y hasta tediosa por no ver los frutos que nos proponíamos conseguir.
En ocasiones quizá las circunstancias nos han embarcado en tareas porque queríamos ponernos metas y queríamos avanzar en la vida, o bien porque alguien nos ha entusiasmado en un proyecto, en el que luego  nos vimos solos porque incluso aquellos que nos parecían mas entusiasmados abandonaron y nos dejaron solos en la tarea.
Es, por otra parte, la soledad que podemos sentir cuando no nos vemos valorados, o quizá por errores que hemos cometido en la vida la gente se ha apartado de nosotros porque quizás ya nuestra presencia no les era rentable para sus prestigios personales. Se nos convierte la vida en un túnel oscuro en el que no somos capaces de vislumbrar una luz al final, y el hacerlo con la apariencia al menos de la soledad nos lo hace largo de atravesar, o porque quizá los que van a nuestro lado van tan acobardados como nosotros.
Qué aliento recibimos si aparece en momentos así una mano amiga que se posa sobre nuestro hombro y ya con su sola presencia nos hace renacer fuerzas y esperanzas de que merece bien la pena lo que podamos estar pasando. Aunque también en nuestra confusión podemos mal interpretar esa presencia y esa mano que nos tienden y aparecen en nuestro desconcierto las desconfianzas de todo y de todos.
El evangelio de hoy nos describe un episodio así. Habían vivido una tarde de gloria allá en el descampado cuando dieron de comer a aquella multitud inmensa a parte de cinco panes y dos peces. Se había mostrado la gloria del Señor e incluso las gentes entusiasmadas hasta querían hacer rey a Jesús que milagrosamente les había dado pan en abundancia. Pero Jesús los había embarcado para la otra orilla del lago, mientras El se quedaba a solas en la montaña para orar. Pero la travesía se les había hecho difícil. El viento se les había puesto en contra y no podían avanzar en medio de las olas del lago que se iban encrespando cada vez más.
¿Les recordaba quizá una tempestad que habían soportado un día, estando Jesús con ellos, aunque dormido en la barca en medio de la tormenta? Al final Jesús los había salvado, pero ahora estaban solos, porque Jesús se había quedado en la orilla. Se sentían sin fuerzas y la travesía era dificultosa en medio de la  noche y la tormenta. Como nos vemos nosotros tantas veces, porque esto tenemos que aplicarlo a lo que es nuestra vida de cada día con sus luchas y dificultades, con sus soledades y silencios.
Jesús sin embargo estaba acercándose a ellos aunque de entrada no comprendieran su presencia. Parecía un fantasma en la noche caminando sobre el agua. Cuantos fantasmas vemos en tantas ocasiones y no sabemos discernir lo que realmente son las cosas, los signos que Jesús pone a nuestro lado.
‘No temáis, soy yo’, escuchan que les dice Jesús, pero siguen sin creer; Pedro pretende caminar también sobre el agua al encuentro de Jesús, pero siguen las dudas en el corazón y comienza también a hundirse.
Son nuestras dudas y miedos, son las dudas y miedos que también vemos en los demás y que algunas veces  nos desaniman. Pero ¿no será así como hemos de presentarnos ante el Señor? Pero ¿no será así también con nuestras dudas y miedos en nuestro interior cómo nosotros tenemos que ir a los que también están con sus miedos para llevar una palabra de aliento?
Tenemos que creer de verdad en la Palabra que tenemos que llevar a los demás. Tenemos que confiar en que es una Palabra de vida, que nos llena de vida a nosotros y llena de vida también a nuestro mundo. No nos podemos acobardar; no podemos decir que nosotros no podemos; no podemos decir que estamos solos. Sabemos quien está con nosotros, porque El nos ha prometida su presencia para siempre y su palabra nunca nos fallará.

martes, 8 de enero de 2019

Si lo que se reparte es amor por mucho que se comparta nunca se acaba ni se desgasta, sino que crece y se multiplica


Si lo que se reparte es amor por mucho que se comparta nunca se acaba ni se desgasta, sino que crece y se multiplica

1Juan 4,7-10; Sal 71; Marcos 6,34-44

‘¡Que se las arreglen ellos! Es su problema…’ escuchamos decir en más de una ocasión y también nosotros tenemos esa tentación. Cuando vemos a alguien enrollado en sus problemas o necesidades, no queremos complicarnos, porque si les das un dedo se cogen la mano, solemos decir. Y es que ya sabemos si empezamos por poco, luego se nos van complicando las cosas y no sabremos como nosotros nos podemos desenredar del problema en que por nuestra buena voluntad nos hemos metido. Así piensan muchos; así tenemos la tentación nosotros de pensar y de escurrir el bulto. ¿Es eso humano? ¿Tiene algún sentido el actuar de esa manera? Quizás no sabemos responder pero a nosotros que no nos compliquen.
Algo así les daba por pensar a los discípulos más cercanos a Jesús en aquella ocasión. Había una multitud inmensa que se había ido tras Jesús en sus correrías de pueblo en pueblo. Ahora se les está haciendo de noche, están en descampado y aquella gente lleva ya mucho tiempo con Jesús y sus provisiones se habrán acabado. ‘Despide a la gente, para que se vayan a los cortijos cercanos y busquen que comer’, le dicen a Jesús. No saben cuál es la solución y lo más fácil sería que cada uno se buscara su camino por su cuenta.
Pero Jesús no está por esa labor, no es ese su estilo y es lo que quiere que sea nuestro estilo. Por eso directamente les dice: ‘Denles ustedes de comer’. Mira por donde nos sale. Ni aunque tuviéramos mucho dinero podríamos darles de comer porque además de necesitarse mucho que no tenemos aquí en descampado tampoco hay donde comprar pan. Doscientos denarios necesitarían para darle de comer a toda aquella gente.
Pero Jesús insiste. ‘¿Cuántos panes tenéis? Id a ver’. Y se ponen a averiguar con sus esperanzas perdidas, pero también con el apuro de lo que les ha dicho el maestro. Por más que buscan solo hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces. Pero ¿qué van a hacer con esas migajas para tantos? Pero al menos hay uno que ha comenzado a compartir.
Jesús insiste. Hay que darles de comer. Y manda que la gente se siente por el suelo, en la hierba, donde encuentren. Y les da el pan, aquellos pocos panes y peces, para que los repartan ante el asombro de los discípulos que no saben qué hacer. pero Jesús si sabe lo que hace, ha vuelto su mirada al cielo, nos dice el evangelista; es una invocación divina, es una bendición, es la confianza de quienes se sienten en las manos del Padre; un día dirá, ‘en tus manos, Padre, pongo mi espíritu’. Y se reparten los panes y todos comen. Es el amor lo que se está repartiendo y el amor por mucho que se comparta nunca se acaba ni se desgasta, sino que más bien crece y se multiplica.
¿Aprenderemos nosotros a multiplicar el amor? ¿Aprenderemos nosotros a mirar a lo alto para aprender a mirar bien y con sentido a los que están a nuestra altura? ¿Aprenderemos a vaciarnos de nosotros mismos, por muy pequeña cosa que nos consideremos, o por muy pequeñas cosas que pensemos que tenemos? ¿Aprenderemos a tener una mirada distinta al que camina a nuestro lado, al que sufre a nuestro lado para no encerrarnos jamás en nosotros mismos o pensar solo en  nosotros mismos?
Con esa mirada nueva seguro que ya no diremos nunca jamás, que les arreglen ellos que es su problema, porque ya sentiremos que el problema del otro es también mi problema, y que no importa complicarme cuando hay amor, porque desde el amor siempre encontraremos una salida, una solución.


lunes, 7 de enero de 2019

En la casa de nuestra mente tan llena de baratijas tenemos que dejar sitio para el tesoro nuevo que nos ofrece Jesús con el evangelio del Reino de Dios


En la casa de nuestra mente tan llena de baratijas tenemos que dejar sitio para el tesoro nuevo que nos ofrece Jesús con el evangelio del Reino de Dios

1Juan 3,22–4,6; Sal 2; Mateo 4,12-17.23-25

En pocas líneas el evangelista casi al principio de su relato evangélico nos resume el comienzo de la actividad de Jesús en Galilea. Una presencia y un anuncio de llena de la luz de la esperanza a aquellos pueblos y a aquellas gentes. Por eso el evangelista Mateo, que haría siempre muchas referencias al Antiguo Testamento sobre todo a los profetas, nos recuerda aquel anuncio del profeta. A los pueblos que habitaban en tinieblas y en sombras de muerte les apareció una gran luz que los llenaba de esperanza.
‘País de Zabulón y país de Neptalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles, el pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra de sombras de muerte, una luz les brilló’. En clara referencia precisamente a aquel lugar donde Jesús comenzó su predicación. No fue en Jerusalén ni en el templo, fue casi en los bordes de Palestina, en aquellos pueblos que se sentían más influenciados por las costumbres paganas, ‘Galilea de los gentiles’, que dice el profeta.
Cuando surge algo nuevo y distinto para comenzar a creer en eso que se nos comunica o que se nos anuncia, es necesario realizar un cambio de mente, un cambio de manera de ver las cosas. Si seguimos obcecados en nuestra manera de pensar o en nuestra manera de ver las cosas no seremos capaces de descubrir lo nuevo que se nos presente, ni aunque lo viésemos creer en ello y aceptarlo. Por eso ese primer anuncio del Reino de Dios que hace Jesús va unido a la invitación al cambio, a la conversión, a dar la vuelta a la mentalidad y a la manera de ver las cosas para poder aceptar lo nuevo que se nos anuncia y que se nos trae,
En la casa de nuestra mente tan llena de baratijas, podríamos decir, tenemos que dejar sitio para el tesoro nuevo que se nos ofrece. Si la casa está llena de ‘cositas’ hasta reventar no cabe lo nuevo que se nos ofrece; tenemos un espacio limitado. Por eso tenemos que vaciarnos de esas baratijas de nuestra vida en la que tantas veces habíamos puesto nuestra confianza o nuestra esperanza. Sabemos que en esas cosas no vamos a encontrar la salvación ni la vida, por eso tenemos que despojarnos, vaciarnos. Es lo que Jesús nos dice, conversión.
Cuando en verdad nos hemos convertido a lo nuevo que se nos ofrece, no es para que las cosas sigan igual, para que sigamos manteniendo aquellas viejas cosas en nosotros y vayamos haciendo unas mezcolanzas, vayamos tratando de hacer unos arreglos y unos remiendos, porque no queremos quitar lo antiguo sino que queremos compaginarlo con lo nuevo. No nos valen esas mezclas. Odres nuevos, vestido nuevo nos dirá Jesús en otros momentos. Es el cambio, es la conversión que se nos pide para nuestra vida.
Muchas veces pensamos que no vemos avance en nuestra vida, que espiritualidad no crece, que nuestras comunidades no cambian sino que parece que envejecen. Cuando vamos haciendo mezclas de unas cosas y de otras al final todo se nos romperá, no podremos presentar esa vida nueva, no podremos tener una autentica espiritualidad. Si mezclamos el viejo cemento que ya está corrompido y estropeado con un nuevo cemento para la construcción veremos que esa masa no funciona, se nos agrietará bien pronto y el edificio se nos vendrá abajo. ¿Pasará algo así en nuestra Iglesia de hoy?
Es lo que pasa con nuestra vida cristiana, con nuestra auténtica espiritualidad, al final nos quedamos en nada. No hemos desechado del todo aquello que ya no nos valía, sino que hemos pretendido hacer unos arreglos. También nos sucede que nos llegan voces de distintos lugares, nos hablan de otras espiritualidades que no tienen que ver nada con la espiritualidad auténticamente cristiana, y queremos coger de aquí y de allá, y al final no seremos nada. Es una tentación que tenemos los hombres de hoy. Nos dicen aquella persona es muy espiritual, nos dice cosas tan bonitas que ha aprendido en no sé qué espiritualidades que vienen de aquí o de allá, y al final veremos un vació y una nada.
Tenemos que centrarnos de verdad en nuestra espiritualidad cristiana, que tiene su fundamento en Cristo y en su evangelio. No lo conocemos y pretendemos conocer otras cosas. Vayamos a ese autentico conocimiento de Cristo, de su evangelio y encontraremos de verdad la luz para nuestra vida, como nos dice hoy el evangelio. Nuestro centro no puede ser otro que Jesús y su evangelio, el Reino de Dios que nos anuncia y tal como nos anuncia.

domingo, 6 de enero de 2019

Tenemos que dejarnos iluminar de verdad por esa luz que es Jesús para ponernos en camino para hacer el anuncio, para llevar esa luz al mundo que tanto la necesita



Tenemos que dejarnos iluminar de verdad por esa luz que es Jesús para ponernos en camino para hacer el anuncio, para llevar esa luz al mundo que tanto la necesita

Isaías 60, 1-6; Sal 71; Efesios 3, 2-3a. 5-6; Mateo 2, 1-12

‘¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora…’
Es el anuncio del profeta cuyo cumplimiento vemos hoy. Una estrella aparecerá en el cielo como signo y como señal de un nuevo resplandor que comienza a brillar. En la noche de Belén las tinieblas se disiparon y todo se llenó del resplandor de la gloria del Señor. Los ángeles como estrellas luminosas iluminaron los campos de Belén anunciando a los pastores el nacimiento del Salvador.
Pero aquella luz no podía quedarse circunscrita a los campos de Belén ni a los territorios de Israel sino que era una luz que tenia que resplandecer para todo el mundo. ‘Caminarán los pueblos a su luz…’ que decía el profeta. ‘Porque vendrán todos, de todos los pueblos… cantando las alabanzas del Señor’.
El resplandor va mucho mas allá de los territorios de Judá y de Israel por eso la estrella que brilla en el cielo la van a descubrir, como nos dice el evangelio, unos magos de Oriente. Y descubrirán la señal y se pondrán en camino. La sabiduría de aquellos magos, conocedores de las escrituras antiguas, les han llegar hasta Jerusalén preguntando por el recién nacido rey de los judíos. ‘Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo’.
Las gentes de Jerusalén se alborotan con la caravana, el rey Herodes intrigado mandará llamar a los recién llegados para indagar sobre todo lo que podría poner en peligro su reino y su poder, se consultan a los doctores de la ley y encuentran lo anunciado por el profeta. ‘Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel’.
Con las indicaciones precisas del camino, pero también de la advertencia del regreso para comunicar a Herodes lo que hayan encontrado, los magos se dirigen a Belén, guiados de nuevo por la estrella que ya les señalará el lugar exacto. Y ya lo hemos escuchado en el relato evangélico. ‘Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra’.
Hasta aquí los detalles del relato. No tratemos de ponernos ahora de astrónomos ni de historiadores que nos den explicaciones o certezas del hecho en sí. Podíamos contemplarlo casi como una parábola porque todo el relato está lleno de signos que trascienden del relato en si mismo y que pueden ser pauta para nuestro camino de encuentro con el Señor.
Nos está hablando de una estrella que los ilumina y los guía con el resplandor nuevo de su luz. Y efectivamente una luz nueva vamos a encontrar en Jesús, o, si queremos decirlo de otra manera, Jesús nos va a iluminar con una luz nueva que nos haga caminar caminos nuevos y distintos por la vida. Pero tenemos que dejarnos iluminar por esa luz. No la podemos ocultar ni dejar que las nubes borrascosas de la vida apaguen su resplandor. Esa estrella es para nosotros como evangelio, como Buena Nueva que nos anuncia una salvación que está por llegar a nuestra vida y que se hace presente con Jesús. Miremos, pues, por qué algunas veces nos ocultamos de esa luz o no dejamos que nos ilumine; si junto a la ventana de la vida ponemos muchas cosas que obstaculicen el paso de la luz, no podrá llegar a iluminarnos. Y cuántas cosas ponemos en las ventanas de nuestra vida como adornos que nos llenan de vanidad. Cuantos apegos como cortinas que quieren tamizar esa luz,  cuantas vanidades de cosas que nosotros decimos bonitas pero que se convierten en obstáculos para nuestra vida.
Otro signo lo podemos encontrar en el camino que hicieron los magos. Vieron la estrella en Oriente y se pusieron en camino; les señalan el camino de Belén y se ponen en camino; han cumplido su misión y se pusieron de nuevo en camino para ir a su tierra. Supieron descubrir las señales pero no se quedaron en elucubraciones muy juiciosas sino que apareció la disponibilidad de sus vidas para ponerse en camino para descubrir el significado de aquellas señales. No temieron las dificultades ni las incomodidades del camino, aunque para ello tuvieran que atravesar desiertos; cuando todo parecía que eran murallas que se ponían ante sus ojos supieron ir más allá saltando por encima de las dificultades porque lo que querían era encontrar aquel recién nacido rey de los judíos, con todo lo que ello pudiera significar.
Nos cuesta ponernos en camino, queremos tenerlo todo planificado y bien atado, tememos las incomodidades o los contratiempos, estamos viendo de antemano la oposición que nos podamos encontrar y nos llenamos de miedo porque pensamos que son más fuertes que nosotros. Igualmente nosotros somos barreras en muchas ocasiones para los demás, ponemos barreras desde nuestras propias sabidurías que se quedan en banalidades pero que ni vamos nosotros ni dejamos que otros vayan y encuentren.
Sabemos muy bien que hoy nosotros tenemos que ser estrella, luz que ilumine con la riqueza de nuestra fe al mundo que nos rodea. Pero cuánto nos cuesta ponernos en camino, cuantas razones nos buscamos o cuantas dificultades imaginamos que vamos a encontrar. Los magos fueron valientes; no temieron que los tacharan de ingenuos o unos iluminados; no temieron lo que se podrían encontrar por el hecho de ser extranjeros y desconocidos en aquella tierra. Se pusieron en camino. Ellos llevaban una luz interior desde que habían descubierto aquella estrella y eso les hacia sentirse seguros en su camino pese a las dificultades que pudieran encontrar.
¿Nos habremos dejado iluminar nosotros de verdad por esa luz que es Jesús para sentirnos igual de valientes para ir a hacer el anuncio, a llevar esa luz al mundo que tanto la necesita? Piensa si tu vida de fe es una luz que ilumina a cuantos están a tu lado.