En la
casa de nuestra mente tan llena de baratijas tenemos que dejar sitio para el
tesoro nuevo que nos ofrece Jesús con el evangelio del Reino de Dios
1Juan 3,22–4,6; Sal 2; Mateo
4,12-17.23-25
En pocas líneas el evangelista casi al principio de su relato
evangélico nos resume el comienzo de la actividad de Jesús en Galilea. Una
presencia y un anuncio de llena de la luz de la esperanza a aquellos pueblos y
a aquellas gentes. Por eso el evangelista Mateo, que haría siempre muchas
referencias al Antiguo Testamento sobre todo a los profetas, nos recuerda aquel
anuncio del profeta. A los pueblos que habitaban en tinieblas y en sombras de
muerte les apareció una gran luz que los llenaba de esperanza.
‘País de Zabulón y país
de Neptalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles,
el pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en
tierra de sombras de muerte, una luz les brilló’. En clara referencia precisamente a aquel
lugar donde Jesús comenzó su predicación. No fue en Jerusalén ni en el templo,
fue casi en los bordes de Palestina, en aquellos pueblos que se sentían más
influenciados por las costumbres paganas, ‘Galilea de los gentiles’, que
dice el profeta.
Cuando surge algo nuevo y
distinto para comenzar a creer en eso que se nos comunica o que se nos anuncia,
es necesario realizar un cambio de mente, un cambio de manera de ver las cosas.
Si seguimos obcecados en nuestra manera de pensar o en nuestra manera de ver
las cosas no seremos capaces de descubrir lo nuevo que se nos presente, ni
aunque lo viésemos creer en ello y aceptarlo. Por eso ese primer anuncio del
Reino de Dios que hace Jesús va unido a la invitación al cambio, a la
conversión, a dar la vuelta a la mentalidad y a la manera de ver las cosas para
poder aceptar lo nuevo que se nos anuncia y que se nos trae,
En la casa de nuestra mente
tan llena de baratijas, podríamos decir, tenemos que dejar sitio para el tesoro
nuevo que se nos ofrece. Si la casa está llena de ‘cositas’ hasta reventar no
cabe lo nuevo que se nos ofrece; tenemos un espacio limitado. Por eso tenemos
que vaciarnos de esas baratijas de nuestra vida en la que tantas veces habíamos
puesto nuestra confianza o nuestra esperanza. Sabemos que en esas cosas no
vamos a encontrar la salvación ni la vida, por eso tenemos que despojarnos,
vaciarnos. Es lo que Jesús nos dice, conversión.
Cuando en verdad nos hemos
convertido a lo nuevo que se nos ofrece, no es para que las cosas sigan igual,
para que sigamos manteniendo aquellas viejas cosas en nosotros y vayamos
haciendo unas mezcolanzas, vayamos tratando de hacer unos arreglos y unos
remiendos, porque no queremos quitar lo antiguo sino que queremos compaginarlo
con lo nuevo. No nos valen esas mezclas. Odres nuevos, vestido nuevo nos dirá Jesús
en otros momentos. Es el cambio, es la conversión que se nos pide para nuestra
vida.
Muchas veces pensamos que
no vemos avance en nuestra vida, que espiritualidad no crece, que nuestras
comunidades no cambian sino que parece que envejecen. Cuando vamos haciendo mezclas
de unas cosas y de otras al final todo se nos romperá, no podremos presentar
esa vida nueva, no podremos tener una autentica espiritualidad. Si mezclamos el
viejo cemento que ya está corrompido y estropeado con un nuevo cemento para la construcción
veremos que esa masa no funciona, se nos agrietará bien pronto y el edificio se
nos vendrá abajo. ¿Pasará algo así en nuestra Iglesia de hoy?
Es lo que pasa con nuestra vida
cristiana, con nuestra auténtica espiritualidad, al final nos quedamos en nada.
No hemos desechado del todo aquello que ya no nos valía, sino que hemos
pretendido hacer unos arreglos. También nos sucede que nos llegan voces de
distintos lugares, nos hablan de otras espiritualidades que no tienen que ver
nada con la espiritualidad auténticamente cristiana, y queremos coger de aquí y
de allá, y al final no seremos nada. Es una tentación que tenemos los hombres
de hoy. Nos dicen aquella persona es muy espiritual, nos dice cosas tan bonitas
que ha aprendido en no sé qué espiritualidades que vienen de aquí o de allá, y
al final veremos un vació y una nada.
Tenemos que centrarnos de
verdad en nuestra espiritualidad cristiana, que tiene su fundamento en Cristo y
en su evangelio. No lo conocemos y pretendemos conocer otras cosas. Vayamos a
ese autentico conocimiento de Cristo, de su evangelio y encontraremos de verdad
la luz para nuestra vida, como nos dice hoy el evangelio. Nuestro centro no
puede ser otro que Jesús y su evangelio, el Reino de Dios que nos anuncia y tal
como nos anuncia.
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