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martes, 8 de enero de 2019

Si lo que se reparte es amor por mucho que se comparta nunca se acaba ni se desgasta, sino que crece y se multiplica


Si lo que se reparte es amor por mucho que se comparta nunca se acaba ni se desgasta, sino que crece y se multiplica

1Juan 4,7-10; Sal 71; Marcos 6,34-44

‘¡Que se las arreglen ellos! Es su problema…’ escuchamos decir en más de una ocasión y también nosotros tenemos esa tentación. Cuando vemos a alguien enrollado en sus problemas o necesidades, no queremos complicarnos, porque si les das un dedo se cogen la mano, solemos decir. Y es que ya sabemos si empezamos por poco, luego se nos van complicando las cosas y no sabremos como nosotros nos podemos desenredar del problema en que por nuestra buena voluntad nos hemos metido. Así piensan muchos; así tenemos la tentación nosotros de pensar y de escurrir el bulto. ¿Es eso humano? ¿Tiene algún sentido el actuar de esa manera? Quizás no sabemos responder pero a nosotros que no nos compliquen.
Algo así les daba por pensar a los discípulos más cercanos a Jesús en aquella ocasión. Había una multitud inmensa que se había ido tras Jesús en sus correrías de pueblo en pueblo. Ahora se les está haciendo de noche, están en descampado y aquella gente lleva ya mucho tiempo con Jesús y sus provisiones se habrán acabado. ‘Despide a la gente, para que se vayan a los cortijos cercanos y busquen que comer’, le dicen a Jesús. No saben cuál es la solución y lo más fácil sería que cada uno se buscara su camino por su cuenta.
Pero Jesús no está por esa labor, no es ese su estilo y es lo que quiere que sea nuestro estilo. Por eso directamente les dice: ‘Denles ustedes de comer’. Mira por donde nos sale. Ni aunque tuviéramos mucho dinero podríamos darles de comer porque además de necesitarse mucho que no tenemos aquí en descampado tampoco hay donde comprar pan. Doscientos denarios necesitarían para darle de comer a toda aquella gente.
Pero Jesús insiste. ‘¿Cuántos panes tenéis? Id a ver’. Y se ponen a averiguar con sus esperanzas perdidas, pero también con el apuro de lo que les ha dicho el maestro. Por más que buscan solo hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces. Pero ¿qué van a hacer con esas migajas para tantos? Pero al menos hay uno que ha comenzado a compartir.
Jesús insiste. Hay que darles de comer. Y manda que la gente se siente por el suelo, en la hierba, donde encuentren. Y les da el pan, aquellos pocos panes y peces, para que los repartan ante el asombro de los discípulos que no saben qué hacer. pero Jesús si sabe lo que hace, ha vuelto su mirada al cielo, nos dice el evangelista; es una invocación divina, es una bendición, es la confianza de quienes se sienten en las manos del Padre; un día dirá, ‘en tus manos, Padre, pongo mi espíritu’. Y se reparten los panes y todos comen. Es el amor lo que se está repartiendo y el amor por mucho que se comparta nunca se acaba ni se desgasta, sino que más bien crece y se multiplica.
¿Aprenderemos nosotros a multiplicar el amor? ¿Aprenderemos nosotros a mirar a lo alto para aprender a mirar bien y con sentido a los que están a nuestra altura? ¿Aprenderemos a vaciarnos de nosotros mismos, por muy pequeña cosa que nos consideremos, o por muy pequeñas cosas que pensemos que tenemos? ¿Aprenderemos a tener una mirada distinta al que camina a nuestro lado, al que sufre a nuestro lado para no encerrarnos jamás en nosotros mismos o pensar solo en  nosotros mismos?
Con esa mirada nueva seguro que ya no diremos nunca jamás, que les arreglen ellos que es su problema, porque ya sentiremos que el problema del otro es también mi problema, y que no importa complicarme cuando hay amor, porque desde el amor siempre encontraremos una salida, una solución.


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