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miércoles, 9 de enero de 2019

Dudas y miedos, silencios y soledades, oscuridades y abandonos, pero tenemos una Palabra de vida que anunciar, Jesús está con nosotros y no estamos solos


Dudas y miedos, silencios y soledades, oscuridades y abandonos, pero tenemos una Palabra de vida que anunciar, Jesús está con nosotros y no estamos solos

1Jn. 4, 11-18; Sal 71; Marcos 6,45-52

Hay ocasiones en que la travesía de la vida se nos hace dura. Son las luchas y trabajos, es cierto, de cada día  en el cumplimiento de nuestras responsabilidades o de aquellas cosas que hemos asumido con entusiasmo pero que luego la constancia en la tarea se nos hace dura, en ocasiones nos parece estéril y hasta tediosa por no ver los frutos que nos proponíamos conseguir.
En ocasiones quizá las circunstancias nos han embarcado en tareas porque queríamos ponernos metas y queríamos avanzar en la vida, o bien porque alguien nos ha entusiasmado en un proyecto, en el que luego  nos vimos solos porque incluso aquellos que nos parecían mas entusiasmados abandonaron y nos dejaron solos en la tarea.
Es, por otra parte, la soledad que podemos sentir cuando no nos vemos valorados, o quizá por errores que hemos cometido en la vida la gente se ha apartado de nosotros porque quizás ya nuestra presencia no les era rentable para sus prestigios personales. Se nos convierte la vida en un túnel oscuro en el que no somos capaces de vislumbrar una luz al final, y el hacerlo con la apariencia al menos de la soledad nos lo hace largo de atravesar, o porque quizá los que van a nuestro lado van tan acobardados como nosotros.
Qué aliento recibimos si aparece en momentos así una mano amiga que se posa sobre nuestro hombro y ya con su sola presencia nos hace renacer fuerzas y esperanzas de que merece bien la pena lo que podamos estar pasando. Aunque también en nuestra confusión podemos mal interpretar esa presencia y esa mano que nos tienden y aparecen en nuestro desconcierto las desconfianzas de todo y de todos.
El evangelio de hoy nos describe un episodio así. Habían vivido una tarde de gloria allá en el descampado cuando dieron de comer a aquella multitud inmensa a parte de cinco panes y dos peces. Se había mostrado la gloria del Señor e incluso las gentes entusiasmadas hasta querían hacer rey a Jesús que milagrosamente les había dado pan en abundancia. Pero Jesús los había embarcado para la otra orilla del lago, mientras El se quedaba a solas en la montaña para orar. Pero la travesía se les había hecho difícil. El viento se les había puesto en contra y no podían avanzar en medio de las olas del lago que se iban encrespando cada vez más.
¿Les recordaba quizá una tempestad que habían soportado un día, estando Jesús con ellos, aunque dormido en la barca en medio de la tormenta? Al final Jesús los había salvado, pero ahora estaban solos, porque Jesús se había quedado en la orilla. Se sentían sin fuerzas y la travesía era dificultosa en medio de la  noche y la tormenta. Como nos vemos nosotros tantas veces, porque esto tenemos que aplicarlo a lo que es nuestra vida de cada día con sus luchas y dificultades, con sus soledades y silencios.
Jesús sin embargo estaba acercándose a ellos aunque de entrada no comprendieran su presencia. Parecía un fantasma en la noche caminando sobre el agua. Cuantos fantasmas vemos en tantas ocasiones y no sabemos discernir lo que realmente son las cosas, los signos que Jesús pone a nuestro lado.
‘No temáis, soy yo’, escuchan que les dice Jesús, pero siguen sin creer; Pedro pretende caminar también sobre el agua al encuentro de Jesús, pero siguen las dudas en el corazón y comienza también a hundirse.
Son nuestras dudas y miedos, son las dudas y miedos que también vemos en los demás y que algunas veces  nos desaniman. Pero ¿no será así como hemos de presentarnos ante el Señor? Pero ¿no será así también con nuestras dudas y miedos en nuestro interior cómo nosotros tenemos que ir a los que también están con sus miedos para llevar una palabra de aliento?
Tenemos que creer de verdad en la Palabra que tenemos que llevar a los demás. Tenemos que confiar en que es una Palabra de vida, que nos llena de vida a nosotros y llena de vida también a nuestro mundo. No nos podemos acobardar; no podemos decir que nosotros no podemos; no podemos decir que estamos solos. Sabemos quien está con nosotros, porque El nos ha prometida su presencia para siempre y su palabra nunca nos fallará.

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