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sábado, 24 de noviembre de 2018

¿Qué hay más dichoso y de mayor plenitud que vivir en el amor? Y ya no es un amor que se puede acabar, sino un amor en plenitud de eternidad, es la plenitud en el amor de Dios



¿Qué hay más dichoso y de mayor plenitud que vivir en el amor? Y ya no es un amor que se puede acabar, sino un amor en plenitud de eternidad, es la plenitud en el amor de Dios

Apocalipsis 11,4-12; Sal 143; Lucas 20,27-40

Algunas veces cuando no tenemos argumentos razonables para mantener nuestras opiniones o tratamos de desprestigiar al oponente o quizá sin saber qué decir nos ponemos a buscar casos y pequeñeces que de nada nos valen para nuestros argumentos queriendo sacar de un hecho generalidades para apagar las argumentaciones que se nos ponen en contra a nuestra manera de pensar.
Demasiado estamos viendo en nuestros tiempos en nuestra agitada vida social, donde tantas confusiones se crean y donde tantos salvadores surgen para remediar la situación de nuestra sociedad pero que muchas veces lo que hacen es crear un caos peor. Lo vemos en grandes acciones o actividades de la vida de la sociedad, pero lo vemos fácilmente también en el día a día de nuestras relaciones personales con aquellos que están más cerca de nosotros.
Hoy nos encontramos en el evangelio una de esas situaciones en las que algunos ya no saben como argumentar contra Jesús. Son los saduceos y quieren plantear la diatriba por el tema de la resurrección que ellos niegan. Y tratan de argumentar con un caso ficticio, que es cierto que se puede dar según la ley del Levítico, de la situación de una mujer que enviudando de su marido ha de casarse con un hermano, pero que va enviudando de todos hasta los siete hermanos que tiene su marido. Quieren crear confusión y mermar la fe en la Palabra de Jesús. Y desde ahí plantean lo que ellos consideran un absurdo de la resurrección, ¿de quien será entonces esposa aquella mujer?
‘En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección’, les responde Jesús.
Jesús nos habla del Dios de la vida, y de la vida que quiere en plenitud para nosotros. Ya cuando entramos en la vida de Dios podíamos decir que los parámetros son otros. No podemos ver esa vida en Dios como una repetición de nuestra vida humana. De todas maneras estamos entrando en el misterio de Dios en el que todos nuestros razonamientos humanos se nos quedan cortos, porque todo ese misterio de Dios nos supera, y es ahí donde entra el ámbito de la fe. Nos fiamos de lo que Dios nos ha revelado, de la Palabra de Jesús que nos está invitando a la plenitud, a la plenitud de la vida en Dios.
Y la prueba grande de la resurrección la tenemos en la resurrección de Jesús, porque si no creemos en la resurrección vana seria nuestra fe como nos dice san Pablo en sus cartas. No creemos en un hombre bueno que fue capaz de dar la vida por los demás, aunque estoy ya es un supremo gesto de amor, sino que creemos en Jesús que es Dios, y que resucitó y que vive para siempre queriendo hacernos a nosotros participes de su misma vida en Dios.
Es una dicha de plenitud, de felicidad en Dios porque vivimos en el amor de Dios para siempre. ¿Y qué hay más dichoso y de mayor plenitud que vivir en el amor? Y ya no es un amor que un día se puede acabar, sino que es un amor en plenitud de eternidad, porque es vivir esa plenitud en el amor de Dios.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Busquemos el silencio interior para escuchar a Dios en nuestro corazón y que nada nos perturbe ni nos quite la paz



Busquemos el silencio interior para escuchar a Dios en nuestro corazón y que nada nos perturbe ni nos quite la paz

Apocalipsis 10,8-11; Sal 118; Lucas 19,45-48

Dos pensamientos con mensaje surgen del texto del evangelio que hoy se  nos ofrece. Contemplamos a Jesús que llega al templo y le disgusta lo que ve, la situación en la que se encuentra. Por todas partes andan los vendedores que ofrecen a los peregrinos y a cuantos suben al templo a orar lo necesario para los sacrificios. Por allá andan los vendedores de animales, los que ofrecen las palomas o las tórtolas para los padres que hacen la ofrenda por sus primogénitos, los cambistas con sus monedas porque en el cepillo del templo solo podrán utilizarse las monedas de los judíos y muchos eran los peregrinos que llegaban de todas partes.
Como sucede en torno a nuestros santuarios de devoción ya sea a una determinada imagen de Cristo o a la Virgen en sus distintas advocaciones. En este caso quizá todos queremos llevarnos un recuerdo del lugar, portar alguna medalla con la imagen de la Virgen, ofrecer la ofrenda de unas velas o de unas flores, hasta puede ser un medio de sostenimiento del propio santuario y surgen fácilmente en su entorno todo este comercio que en ocasiones se convierte en asfixiante y hay el peligro que nos aleje de la verdadera devoción que nos haya llevado a aquel lugar.
Aquel mercado no le satisface a Jesús; el templo ha de ser en verdad para la oración y el encuentro con el Señor. ¿Qué es lo importante que nos ha de llevar a esos lugares sacros de devoción? ¿Qué es lo que realmente hemos de encontrar en ellos? No somos quien para impedir lo que pueda suceder puertas afuera en las calles del lugar, pero si tenemos que cuidar que esos recintos sean en verdad lo que tienen que ser. Un lugar de paz, de recogimiento, donde podamos vivir un silencio interior ayudado por el buen ambiente con lo rodeemos, para poder vivir ese encuentro vivo con el Señor.
Mi casa es casa de oración, nos recuerda Jesús. Y oración es encuentro, es escucha de Dios en nuestro corazón, al mismo tiempo que en ese dialogo de amor podamos ponernos con lo que somos, lo que son nuestras necesidades o las necesidades de nuestro mundo, en la presencia del Señor.
Un lugar de escucha de Dios en nuestro corazón, hemos dicho. Y es el segundo pensamiento o imagen que nos ofrece hoy el evangelio. Tras expulsar a los vendedores del templo, Jesús se puso a enseñar a la gente. Es cierto que había ya algunos que no le agradaban las enseñanzas de Jesús y pretendían incluso impedírselo, pero la gente escuchaba con corazón abierto la Palabra de Jesús.
Que nada nos impida a nosotros escuchar la Palabra de Dios. Muchas cosas nos pueden distraer o nos lo pueden impedir, pero ahí está nuestra vigilancia, la atención que hemos de saber tener para encontrarnos con Dios; aprendamos a hacer de verdad silencio en nuestro corazón y que nada nos perturbe ni nos quite la paz. Tenemos que cuidar, como decíamos, que aquellos lugares de especial devoción sean preservados de esos peligros, pero es importante también que cada uno sepa encontrar ese lugar interior para su recogimiento, para su silencio interior, para la reflexión y para la oración, para ese encuentro vivo y personal con Dios.

jueves, 22 de noviembre de 2018

El llanto de Jesús sobre aquella ciudad que no supo encontrar la paz, es el llanto por la falta de paz en tantos corazones y en tantos que sufren las consecuencias de la violencia





El llanto de Jesús sobre aquella ciudad que no supo encontrar la paz, es el llanto por la falta de paz en tantos corazones y en tantos que sufren las consecuencias de la violencia

Apocalipsis 5,1-10; Sal 149; Lucas 19,41-44

No es agradable ver llorar a alguien y seguro que tampoco a nosotros nos gusta que nos vean llorar. Pero es un aflorar de sentimientos que muchas veces y por distintos motivos anegan y entristecen nuestro corazón. Lloramos cuando algo nos duele por dentro y con nuestro dolor y nuestra tristeza se nos escapan las lágrimas por los ojos.
Lloramos en la pérdida de lo o de los que queremos; será una separación que nos priva de su presencia por un tiempo o será la separación definitiva de la muerte. Lloramos en la impotencia de no conseguir lo que mucho anhelamos. Lloramos en nuestra soledad o cuando nos sentimos desatendidos quizá por los que amamos. Lloramos cuando por algo en lo que habíamos puesto mucha ilusión y muchas ganas sin embargo no encontramos respuesta. Lloramos compartiendo el sufrimiento de los que están a nuestro lado o de aquellos que han sufrido desgracias y calamidades que parecen inconsolables. No queremos ser exhaustivos pero son muchas las cosas que nos pueden hacer llorar.
Es más triste y doloroso quizá el llorar solo, porque nadie comprende nuestras lágrimas o quizá las rehuyen los que están cerca de nosotros para no verse envueltos en ese dolor. Es triste llorar porque se hayan perdido las esperanzas y nos encontremos en la vida como en un callejón oscuro y sin salida. Es cierto que son buenas las lágrimas como un desahogo y también como un grito queriendo quizás encontrar solidaridad, que ya no es solo para nosotros sino también por tantos que sufren en silencio y quizá nadie lo sabe apreciar.
Me han surgido estas consideraciones como muchas más que podríamos seguir haciéndonos al contemplar las lágrimas de Jesús bajando por el monte de Los Olivos frente a la ciudad de Jerusalén. Allí queda para el recuerdo y la meditación una pequeña capilla en la que nos detenemos siempre los peregrinos antes de entrar en la ciudad santa de Jerusalén.
Un día contemplamos a Jesús llorar ante la tumba de su amigo Lázaro y en su compasión con la soledad de aquellas que habían perdido al hermano. Hoy lo contemplamos ante la ciudad de Jerusalén. Entonces fue el amor de un amigo y la solidaridad con aquellas personas que tanto le amaban y le acogían en su hogar. Hoy llora Jesús por la amada ciudad de Jerusalén que tanto significaba para todo buen judío porque proféticamente Jesús ve como aquella ciudad seria un día no tan lejano destruida, pero es más hondo el llanto de Jesús.
Es la ciudad que no le ha sabido acoger ni recibir, en donde tanto rechazo encuentra mientras tanto quiere Jesús hacer por ella y por todos. De alguna manera en esas lagrimas se adelanta aquel sudor de sangre que al pie de ese mismo monte de los Olivos en Getsemaní no muy tarde Jesús va a sufrir como inicio de su pasión. ‘¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos’. Es la ciudad de la paz como si mismo nombre indica, pero no ha encontrado la paz. Fue entonces con el rechazo de Jesús el que venia derramando su paz para poner en paz todas las cosas, para lograr la reconciliación de todos, pero sigue siendo también nuestra historia.
No es solo la historia sangrienta de aquella ciudad que ha seguido siendo así a través de los siglos – cuanta sangre se sigue derramando en aquella tierra que llamamos santa porque fue hollada los pies de Jesús – pero es también nuestra historia, la de todos los hombres, pero también nuestra historia personal, en que tantas veces no sabemos encontrar esa paz, no sabemos vivir esos caminos de encuentro y de reconciliación.
¿No tendría que hacernos pensar en tantas lágrimas derramadas por tantos que no han encontrado la paz en sus corazones, y por tantos que sufren las consecuencias de esa falta de paz con nuestras guerras y nuestras violencias de todo tipo?

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Quien sigue a Jesús no puede andar dormido en la vida, en planos de comodidad y desidia, con falta de compromiso con su vida y con su mundo



Quien sigue a Jesús no puede andar dormido en la vida, en planos de comodidad y desidia, con falta de compromiso con su vida y con su mundo

Apocalipsis 4, 1-11; Sal 150; Lucas 19, 11-28

‘Te tenía miedo, porque eres hombre exigente…’ Miedos y exigencias. Quizás van unidos más de la cuenta. Las exigencias nos aturden. Y nos encontramos con mucha gente exigente. Provocan miedos y huidas. No nos gusta que nos exijan, nos hemos acostumbrado demasiado a hacer las cosas a nuestra bola, como dicen algunos. Queremos ir a nuestro ritmo o hacer simplemente lo que nos plazca.
Claro que vemos gentes que son exigentes, pero lo son primero que nada consigo mismo. Quieren crecer, quieren ir a más, se trazan metas y no cejan hasta que las consiguen; entonces consigo mismo no se permiten debilidades, aunque las tienen como todos, tratan siempre de superarse, de mejorar en la vida corrigiendo aquello que ven torcido en si mismos, porque quieren avanzar y actuar con autentica rectitud.
Pero cuando nosotros somos flojos, no nos gusta el esfuerzo, nos preocupamos poco de nuestra superación personal, personas así con esa rectitud y con esos deseos a nuestro lado nos cuesta aceptarlos, de alguna manera los rechazamos o huimos de ellos. Y es que nos estamos creando un mundo de mucha comodidad y de poco esfuerzo. Claro que no todos son así. Para unos sirve de estimulo, aunque a otros les cueste aceptar esas exigencias en su propia vida.
Tampoco nos sirve ir por la vida con miedos. Los miedos nos anulan, nos impiden sacar lo mejor de nosotros mismos que llevamos dentro. Porque tenemos miedo no lo intentamos. Porque tenemos miedo a que nos podamos equivocar o incluso a fracasar no nos atrevemos a arriesgarnos y queriendo medirlo todo tanto antes de comenzar, no terminamos nunca de comenzar. Y es que tenemos que probar de lo que somos capaces, porque somos capaces de mucho más de lo que pensamos. Pero hay que decidirse, no temer al que dirán, no esperar simplemente aplausos al primer paso que vayamos a dar. Claro que tenemos que sentir estimulo de los que nos rodean, porque eso nos ayudará, pero tenemos que creer en nosotros mismos.
Hoy nos quiere hablar Jesús en el evangelio de esas exigencias de nuestra vida. Serán esos deseos de superación que tiene que haber en nuestra vida, o sean esos miedos que tenemos que quitar. Nos ofrece el mensaje en esa parábola que tiene su paralelismo en la parábola de los talentos que se nos ofrece en otro lugar. Aquel hombre que había ido a buscar algo más para su vida, mientras va de viaje confía sus tesoros a sus empleados. Unos responden negociándolos bien para que produzcan sus frutos, pero el otro se deja llevar por el miedo y entierra su tesoro para no perderlo, pero  no lo hará fructificar.
Nos pasa tantas veces en la vida. Hay valores, cualidades en nosotros que tenemos encerradas, no nos atrevemos a desarrollar, por cobardía quizás, por esos miedos que nos aturden, por esos pocos deseos que tenemos de crecer y de mejor en la vida. Cada uno ha de mirar cuales son esas cosas que nos encierran en si mismos. Esas cosas que no desarrollamos ni en nuestra vida personal, ni en la vida familiar – cuantas más cosas podríamos hacer si tuviéramos más creatividad -, ni en el plano de la vida laboral o social y dejamos así de enriquecer a nuestro mundo.
Quien sigue a Jesús no puede andar dormido en la vida, en planos de comodidad y desidia, con falta de compromiso dándole igual una cosa que otra. El que sigue a Jesús quiere vivir, vivir con intensidad, y desarrolla sus valores, y hace no solo por si mismo sino también por los demás comprometido con el mundo en el que vive. Tenemos que despertar.

martes, 20 de noviembre de 2018

No sigamos deprisa con nuestras locas carreras que alguien puede estar esperando detrás de las ramas de una higuera que me detenga junto a él


No sigamos deprisa con nuestras locas carreras que alguien puede estar esperando detrás de las ramas de una higuera que me detenga junto a él

Apocalipsis 3,1-6.14-22; Sal 14; Lucas 19,1-10

‘Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa’. Atravesaba Jesús Jericó camino de Jerusalén. Mucha gente había salido a su encuentro porque todos querían estar cerca de él, querían verle, querían escucharle, acaso incluso tocarle el manto. Nadie se había quedado en su casa. Todos se aglomeraban allí por donde había de pasar El.
Aquel hombre también había salido en su curiosidad abandonando por un rato su garita de cobrador. Quería pero no podía. La gente se lo impedía. No era solo que fuera bajo de estatura y quedando detrás de la gente no podría ver, sino que nadie quería que él se interpusiera ni dejar que estuviera a su lado. Como cobrador de impuestos era repudiado por todos, publicano lo llamaban, lo consideraban un pecador y no era digno de estar en medio de ellos. Además se consideraba un colaboracionista con el poder extranjero que los cargaban de impuestos. No le había quedado más remedio que subirse a una higuera, así no molestaba a nadie porque con nadie se mezclaba y en su poca estatura era el mejor sitio para ver pasar a Jesús.
Pero Jesús se había detenido delante de la higuera. Qué suerte pensaría él que si podía verlo con mayor detenimiento oculto entre las hojas de la higuera. Pero Jesús se había acercado a la higuera y se había dirigido a él. ‘Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa’. No se lo podía imaginar. Era a él. Jesús se le había quedado mirando y le había tendido la mano para ayudarlo a bajar. Sorpresa y alegría.
Ya sabemos todo lo que sucedió después, porque muchas veces hemos escuchado este episodio y en él hemos meditado. ‘Hoy ha llegado la salvación a esta casa’, proclamaría más tarde Jesús.
¿Por qué podía decir Jesús esas palabras? Pensamos en la decisión de Zaqueo, el cambio que había dado su vida, desde el momento en que Jesús se había querido alojar en su casa. Estaba dispuesto a todo, a devolver cuatrimultiplicado y a repartirlo entre los pobres, como aquello que Jesús había sugerido en otro momento, ‘asi tendrás un tesoro en el cielo’.
Pero ¿por qué podía decir Jesús esas palabras? La decisión de Zaqueo había llegado, porque antes Jesús había ido a buscarle, se había acercado a él, quería hospedarse en su casa. Como ahora está de moda decir, había ido Jesús a las periferias. No se había quedado Jesús en aquella gente entusiasmada de Jericó, sino que se había acercado al que nadie quería, al que era despreciado por todos, del que todos pensaban mal, que había tenido quizá un corazón turbio cuando defraudando se había enriquecido, al que todos consideraban un pecador.
Todo había comenzado por Jesús aunque fuera necesaria también la colaboración del hombre en su búsqueda y en su respuesta. Jesús se había querido detener delante de la higuera, y Zaqueo no había vuelto la cara para otro lado, para pasar desapercibido o para no darse por enterado. Y las barreras se habían caído. Sería incluso mas tarde escándalo para muchos que se seguían considerando buenos y los puros. Ya conocemos las críticas de escribas y fariseos porque Jesús comía con publicanos y pecadores. Jesús había querido llevar la salvación a aquella casa, a la que todos consideraban quizá indigna, y allí se había encontrado la mejor respuesta. No había rehuido Jesús el encuentro en la casa de un pecador, sino que lo había buscado. A las periferias, como ahora se nos llena la boca de tanto decirlo. Calladamente sin mucho aspaviento, ni fotógrafos que dejaran la fotografía para el recuerdo.
¿Seríamos capaces nosotros de hacer algo así? ¿Detenernos en silencio junto a aquel que nadie quiere ni ayuda? ¿Seguiremos marcando distancias con ciertos sectores o con determinados individuos porque quizá pensamos que con ellos no merece la pena? Es admirable la respuesta de Zaqueo, pero quiero quedarme en el gesto de Jesús que tendría que saber repetir yo. Hay muchos escondidos detrás de muchas hojas de higuera que están necesitado que yo me detenga junto a ellos. ¿Seguiré de largo? No sigamos deprisa con nuestras locas carreras que alguien puede estar esperando que me detenga junto a él.

lunes, 19 de noviembre de 2018

Señor que yo pueda ver, le pedimos a Jesús descubriendo cuantas cegueras hay en nuestra vida de las que nos libera nuestra fe en Jesús



Señor que yo pueda ver, le pedimos a Jesús descubriendo cuantas cegueras hay en nuestra vida de las que nos libera nuestra fe en Jesús

Apocalipsis 1,1-4; 2, 1-5ª; Sal 1; Lucas 18,35-43

‘¿Qué quieres que haga por ti?’ Es la pregunta de Jesús a aquel hombre que gritaba al borde del camino. Había escuchado a un grupo que pasaba donde él pedía limosna. Era el camino que atravesando Jericó subía desde el valle del Jordán a Jerusalén. Muchos peregrinos de Galilea utilizaban aquel camino bajando por el valle del Jordán y subiendo desde Jericó hasta Jerusalén para evitar el paso por Samaria donde no eran bien recibidos. El camino que ahora estaba haciendo Jesús. Era lo que le habían anunciado porque en su ceguera no podía conocer a los que por allí pasaban.
‘¿Qué quieres que haga por ti?’ le había preguntado Jesús, y aunque él estaba allí para pedir limosna en su pobreza, no fue eso lo que ahora pidió. Era pobre porque era ciego y no podía valerse por si mismo. Si recobraba la vista – y había escuchado que aquel profeta de Galilea hacia milagros y devolvía la vista a los ciegos – podría valerse por si mismo. Y eso era lo importante porque era recobrar su dignidad y honradamente con su trabajo valerse por si mismo.
‘¿Qué quieres que haga por ti?’ nos está preguntando a nosotros hoy cuando escuchamos este evangelio. Porque es la pregunta que Jesús nos hace. El evangelio es una Palabra viva y no es simplemente un libro que nos cuente historias pasadas. Si nos quedáramos en eso seríamos como aquel ciego del camino, porque también habría ceguera no ya en nuestros ojos corporales, sino lo que es peor en nuestro espíritu.
A esa pregunta de Jesús podríamos tener muchas respuestas, muchas peticiones. Repasemos lo que ha sido muchas veces el motivo de nuestra oración. Fácilmente nos quedamos en pobrezas materiales que podamos estar sufriendo, en necesidades de cosas para nosotros o para los más cercanos a nosotros. Aquel hombre no busco solo algo material como fuera la limosna que necesita incluso para comer. Estaba por medio la integridad de su persona, en la dignidad que podría vivir si recuperaba la vista de sus ojos.
¿No habrá cegueras en nosotros que nos impidan vivir dignamente? ¿No habrá cegueras que no nos dejen ver los verdaderos valores que necesitamos en la vida? ¿No habrá cegueras que nos lleven a no respetar a los demás, a todos, en su dignidad? ¿No habrá cegueras que nos impidan ver los valores que hay en las otras personas para no dejarnos llevar por prejuicios? ¿No habrá una ceguera que nos encierre en nosotros mismos y nos haga insolidarios con los otros? ¿No nos cegaremos tantas veces en un materialismo que nos paraliza, o un hedonismo de la vida con lo que por lo único que nos preocupamos es por pasarlo nosotros bien?
Habrá quizás muchas cosas que poner en orden en nuestra vida y que nos haga elevarnos por encima de esos materialismos para poner otras metas más espirituales en nosotros. Nos cerramos tanto en nosotros mismos, queriendo que todo circulo en derredor de nosotros como en un circulo cerrado que quizá no dejamos lugar para Dios.
‘Señor, que pueda ver’, le pidió el ciego de Jericó. ¿Será esa también nuestra oración? Que sepamos descubrir nuestras cegueras; que descubramos la luz que nos viene de Jesús; que seamos capaces de vivir en la nueva dignidad que desde Jesús dará plenitud  a nuestra vida.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Y no estamos solos, ni hemos de perder la esperanza ni llenarnos de angustia o de zozobra, porque sabemos bien que podemos hacer ese mundo nuevo y ese cielo nuevo




Y no estamos solos, ni hemos de perder la esperanza ni llenarnos de angustia o de zozobra, porque sabemos bien que podemos hacer ese mundo nuevo y ese cielo nuevo

Daniel 12, 1-3; Sal. 15; Hebreos 10, 11-14. 18; Marcos 13, 24-32

La incertidumbre del final parece que es algo que no nos podemos quitar de encima. Mil imaginaciones llenan nuestra mente y fácilmente afloran miedos y temores ante lo que pueda ser el final de la historia, del mundo conocido o de todo el universo.
Las catástrofes naturales que azotan nuestro planeta tierra casi de una manera cíclica, los anuncios del cambio climático con mil calamidades que se avecinan sin que podamos determinar los tiempos, las noticias que nos llegan de agujeros negros que se acercan a nuestra galaxia como hemos escuchado recientemente, o la misma destrucción que el hombre va realizando de la naturaleza hacen surgir agoreros de malas noticias que parece que lo dan todo por irremediable y el fin se acerca.
Y de esto hay mucha gente que se aprovecha y aparecen los profetas de calamidades que nos anuncian y hasta nos ponen fechas para ese fin del mundo. Los que somos mayores muchas veces hemos oído anuncios de este tipo aprovechado por ciertos sectores incluso religiosos más alarmistas.
Este mismo texto del evangelio que en este domingo se  nos ofrece da pie a interpretaciones radicales que nos pueden llenar de alarmismos y no es eso lo que Jesús quiere trasmitirnos con sus palabras. Los últimos tiempos de Antiguo Testamento estuvieron marcados por anuncios apocalípticos que no siempre se supieron o se saben interpretar y eso era algo que estaba latente también entre los judíos en los tiempos de Jesús. Es la época de los profetas con más sentido apocalíptico como Daniel a quien  hoy escuchamos.
Es por lo que surgen las preguntas que le hacen a Jesús sus discípulos. No responde Jesús a esas alarmas apocalípticas aunque los discípulos hacen interpretación de las palabras de Jesús para entender también los tiempos difíciles que se Vivian entre los cristianos en el momento en que se redactan los evangelios. Y eso se va a reflejar en el texto evangélico.
Jesús quiere, si, ponernos en alerta, pero es una vigilancia llena de esperanza. En las palabras que hoy le escuchamos pretende ayudarnos a aprender a leer los signos de los tiempos y sepamos descubrir lo que en cada momento de la historia Dios nos está pidiendo. Nos habla de la parábola de la higuera, cada año cuando se acerca la primavera las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas anuncio de una nueva floración y de unos nuevos frutos.
En cada momento de la historia, y el que vivimos no es ajeno a ello, se viven momentos difíciles de un signo o de otro; podemos pensar en las catástrofes naturales pero no hemos de quedarnos en eso, sino que mas bien tenemos que pensar en la situación en que vivimos los hombres, en que vive nuestra sociedad muchas veces muy llenas de confusión. Nos atormenta quizás en muchos momentos esos momentos difíciles que pueda vivir una sociedad desorientada y que parece que va a la deriva, como nos preocupa la situación que podamos estar pasando los que tenemos fe y vemos como el hecho religioso se ve zarandeado de mil maneras por muchos en la sociedad. ¿Qué hacer? ¿Cómo responder? ¿Cuál tiene que ser nuestra manera de actuar?
En los tiempos en que los evangelistas nos trasladaron las palabras de Jesús comenzaban las persecuciones contra los cristianos y a eso querían responder con las palabras de Jesús para que no se perdiera nunca la esperanza y se tuviera siempre la certeza del Señor que viene como Señor de la historia y será nuestra fortaleza para la salvación del mundo. El libro del Apocalipsis de Juan es una buena imagen de lo que estoy diciendo.
Ahora también en el tiempo presente tenemos que saber leer e interpretar los signos de los tiempos. Ahora también tenemos que escuchar esas palabras de Jesús que nos llenan de esperanza. Son palabras con un lenguaje especial pero que nos hablan de esa venida del Señor a nuestra vida y a nuestra historia y donde creemos que podemos transformar nuestro mundo y hacer un mundo mejor. Parece que todo se tambalea como si el sol y el universo entero perdiera sus cimientos, pero ‘entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte’.
No nos quedemos en las imágenes asombrosas de nubes sobre las que aparece el Señor y de Ángeles que lo acompañan; son imágenes que nos hablan de esa presencia misteriosa pero maravillosa a la vez del Señor en nuestra vida, en nuestra historia y en nuestro mundo. A nosotros nos envió y nos confió el mensaje que habíamos de trasmitir porque su salvación es para todos los hombres y de todos los tiempos. Sentiremos, pues, la presencia del Señor en nuestra vida, porque ya nos dijo que estaría siempre con nosotros hasta el final de los tiempos, pero  nosotros hemos de ser esas señales, esos signos vivos de su presencia también en nuestro mundo.
Y no estamos solos, y  no hemos de perder la esperanza ni llenarnos de angustia o de zozobra, no nos puede faltar la paz en el corazón porque sabemos bien que podemos hacer ese mundo nuevo y ese cielo nuevo. Somos constructores de esa nueva humanidad, y cada uno de nosotros ha de ser semilla que se plante en ese mundo y lo haga fructificar. Somos levadura en esa masa, somos la sal que ha de dar ese sabor nuevo, somos la luz que hemos de llevar reflejando la luz de Cristo para eliminar y destruir toda tiniebla.
Es lo que nos ha confiado Jesús, es lo que nos ha venido diciendo a lo largo de todo el evangelio, es la misión que nosotros tenemos que realizar.