Y no
estamos solos, ni hemos de perder la esperanza ni llenarnos de angustia o de
zozobra, porque sabemos bien que podemos hacer ese mundo nuevo y ese cielo
nuevo
Daniel 12, 1-3; Sal. 15; Hebreos 10, 11-14. 18; Marcos 13,
24-32
La incertidumbre del final parece que es algo que no nos podemos
quitar de encima. Mil imaginaciones llenan nuestra mente y fácilmente afloran
miedos y temores ante lo que pueda ser el final de la historia, del mundo
conocido o de todo el universo.
Las catástrofes naturales que azotan nuestro planeta tierra casi de
una manera cíclica, los anuncios del cambio climático con mil calamidades que
se avecinan sin que podamos determinar los tiempos, las noticias que nos llegan
de agujeros negros que se acercan a nuestra galaxia como hemos escuchado
recientemente, o la misma destrucción que el hombre va realizando de la
naturaleza hacen surgir agoreros de malas noticias que parece que lo dan todo
por irremediable y el fin se acerca.
Y de esto hay mucha gente que se aprovecha y aparecen los profetas de
calamidades que nos anuncian y hasta nos ponen fechas para ese fin del mundo.
Los que somos mayores muchas veces hemos oído anuncios de este tipo aprovechado
por ciertos sectores incluso religiosos más alarmistas.
Este mismo texto del evangelio que en este domingo se nos ofrece da pie a interpretaciones
radicales que nos pueden llenar de alarmismos y no es eso lo que Jesús quiere
trasmitirnos con sus palabras. Los últimos tiempos de Antiguo Testamento
estuvieron marcados por anuncios apocalípticos que no siempre se supieron o se
saben interpretar y eso era algo que estaba latente también entre los judíos en
los tiempos de Jesús. Es la época de los profetas con más sentido apocalíptico
como Daniel a quien hoy escuchamos.
Es por lo que surgen las preguntas que le hacen a Jesús sus discípulos.
No responde Jesús a esas alarmas apocalípticas aunque los discípulos hacen
interpretación de las palabras de Jesús para entender también los tiempos
difíciles que se Vivian entre los cristianos en el momento en que se redactan
los evangelios. Y eso se va a reflejar en el texto evangélico.
Jesús quiere, si, ponernos en alerta, pero es una vigilancia llena de
esperanza. En las palabras que hoy le escuchamos pretende ayudarnos a aprender
a leer los signos de los tiempos y sepamos descubrir lo que en cada momento de
la historia Dios nos está pidiendo. Nos habla de la parábola de la higuera,
cada año cuando se acerca la primavera las ramas se ponen tiernas y brotan las
yemas anuncio de una nueva floración y de unos nuevos frutos.
En cada momento de la historia, y el que vivimos no es ajeno a ello,
se viven momentos difíciles de un signo o de otro; podemos pensar en las catástrofes
naturales pero no hemos de quedarnos en eso, sino que mas bien tenemos que
pensar en la situación en que vivimos los hombres, en que vive nuestra sociedad
muchas veces muy llenas de confusión. Nos atormenta quizás en muchos momentos
esos momentos difíciles que pueda vivir una sociedad desorientada y que parece
que va a la deriva, como nos preocupa la situación que podamos estar pasando
los que tenemos fe y vemos como el hecho religioso se ve zarandeado de mil
maneras por muchos en la sociedad. ¿Qué hacer? ¿Cómo responder? ¿Cuál tiene que
ser nuestra manera de actuar?
En los tiempos en que los evangelistas nos trasladaron las palabras de
Jesús comenzaban las persecuciones contra los cristianos y a eso querían
responder con las palabras de Jesús para que no se perdiera nunca la esperanza
y se tuviera siempre la certeza del Señor que viene como Señor de la historia y
será nuestra fortaleza para la salvación del mundo. El libro del Apocalipsis de
Juan es una buena imagen de lo que estoy diciendo.
Ahora también en el tiempo presente tenemos que saber leer e
interpretar los signos de los tiempos. Ahora también tenemos que escuchar esas
palabras de Jesús que nos llenan de esperanza. Son palabras con un lenguaje
especial pero que nos hablan de esa venida del Señor a nuestra vida y a nuestra
historia y donde creemos que podemos transformar nuestro mundo y hacer un mundo
mejor. Parece que todo se tambalea como si el sol y el universo entero perdiera
sus cimientos, pero ‘entonces
verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad;
enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de
horizonte a horizonte’.
No nos quedemos en las
imágenes asombrosas de nubes sobre las que aparece el Señor y de Ángeles que lo
acompañan; son imágenes que nos hablan de esa presencia misteriosa pero
maravillosa a la vez del Señor en nuestra vida, en nuestra historia y en
nuestro mundo. A nosotros nos envió y nos confió el mensaje que habíamos de
trasmitir porque su salvación es para todos los hombres y de todos los tiempos.
Sentiremos, pues, la presencia del Señor en nuestra vida, porque ya nos dijo
que estaría siempre con nosotros hasta el final de los tiempos, pero nosotros hemos de ser esas señales, esos
signos vivos de su presencia también en nuestro mundo.
Y no estamos solos, y no hemos de perder la esperanza ni llenarnos
de angustia o de zozobra, no nos puede faltar la paz en el corazón porque
sabemos bien que podemos hacer ese mundo nuevo y ese cielo nuevo. Somos
constructores de esa nueva humanidad, y cada uno de nosotros ha de ser semilla
que se plante en ese mundo y lo haga fructificar. Somos levadura en esa masa,
somos la sal que ha de dar ese sabor nuevo, somos la luz que hemos de llevar
reflejando la luz de Cristo para eliminar y destruir toda tiniebla.
Es lo que nos ha confiado
Jesús, es lo que nos ha venido diciendo a lo largo de todo el evangelio, es la misión
que nosotros tenemos que realizar.
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