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martes, 20 de noviembre de 2018

No sigamos deprisa con nuestras locas carreras que alguien puede estar esperando detrás de las ramas de una higuera que me detenga junto a él


No sigamos deprisa con nuestras locas carreras que alguien puede estar esperando detrás de las ramas de una higuera que me detenga junto a él

Apocalipsis 3,1-6.14-22; Sal 14; Lucas 19,1-10

‘Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa’. Atravesaba Jesús Jericó camino de Jerusalén. Mucha gente había salido a su encuentro porque todos querían estar cerca de él, querían verle, querían escucharle, acaso incluso tocarle el manto. Nadie se había quedado en su casa. Todos se aglomeraban allí por donde había de pasar El.
Aquel hombre también había salido en su curiosidad abandonando por un rato su garita de cobrador. Quería pero no podía. La gente se lo impedía. No era solo que fuera bajo de estatura y quedando detrás de la gente no podría ver, sino que nadie quería que él se interpusiera ni dejar que estuviera a su lado. Como cobrador de impuestos era repudiado por todos, publicano lo llamaban, lo consideraban un pecador y no era digno de estar en medio de ellos. Además se consideraba un colaboracionista con el poder extranjero que los cargaban de impuestos. No le había quedado más remedio que subirse a una higuera, así no molestaba a nadie porque con nadie se mezclaba y en su poca estatura era el mejor sitio para ver pasar a Jesús.
Pero Jesús se había detenido delante de la higuera. Qué suerte pensaría él que si podía verlo con mayor detenimiento oculto entre las hojas de la higuera. Pero Jesús se había acercado a la higuera y se había dirigido a él. ‘Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa’. No se lo podía imaginar. Era a él. Jesús se le había quedado mirando y le había tendido la mano para ayudarlo a bajar. Sorpresa y alegría.
Ya sabemos todo lo que sucedió después, porque muchas veces hemos escuchado este episodio y en él hemos meditado. ‘Hoy ha llegado la salvación a esta casa’, proclamaría más tarde Jesús.
¿Por qué podía decir Jesús esas palabras? Pensamos en la decisión de Zaqueo, el cambio que había dado su vida, desde el momento en que Jesús se había querido alojar en su casa. Estaba dispuesto a todo, a devolver cuatrimultiplicado y a repartirlo entre los pobres, como aquello que Jesús había sugerido en otro momento, ‘asi tendrás un tesoro en el cielo’.
Pero ¿por qué podía decir Jesús esas palabras? La decisión de Zaqueo había llegado, porque antes Jesús había ido a buscarle, se había acercado a él, quería hospedarse en su casa. Como ahora está de moda decir, había ido Jesús a las periferias. No se había quedado Jesús en aquella gente entusiasmada de Jericó, sino que se había acercado al que nadie quería, al que era despreciado por todos, del que todos pensaban mal, que había tenido quizá un corazón turbio cuando defraudando se había enriquecido, al que todos consideraban un pecador.
Todo había comenzado por Jesús aunque fuera necesaria también la colaboración del hombre en su búsqueda y en su respuesta. Jesús se había querido detener delante de la higuera, y Zaqueo no había vuelto la cara para otro lado, para pasar desapercibido o para no darse por enterado. Y las barreras se habían caído. Sería incluso mas tarde escándalo para muchos que se seguían considerando buenos y los puros. Ya conocemos las críticas de escribas y fariseos porque Jesús comía con publicanos y pecadores. Jesús había querido llevar la salvación a aquella casa, a la que todos consideraban quizá indigna, y allí se había encontrado la mejor respuesta. No había rehuido Jesús el encuentro en la casa de un pecador, sino que lo había buscado. A las periferias, como ahora se nos llena la boca de tanto decirlo. Calladamente sin mucho aspaviento, ni fotógrafos que dejaran la fotografía para el recuerdo.
¿Seríamos capaces nosotros de hacer algo así? ¿Detenernos en silencio junto a aquel que nadie quiere ni ayuda? ¿Seguiremos marcando distancias con ciertos sectores o con determinados individuos porque quizá pensamos que con ellos no merece la pena? Es admirable la respuesta de Zaqueo, pero quiero quedarme en el gesto de Jesús que tendría que saber repetir yo. Hay muchos escondidos detrás de muchas hojas de higuera que están necesitado que yo me detenga junto a ellos. ¿Seguiré de largo? No sigamos deprisa con nuestras locas carreras que alguien puede estar esperando que me detenga junto a él.

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