Señor que yo pueda ver, le pedimos a Jesús descubriendo cuantas cegueras hay en nuestra vida de las que nos libera nuestra fe en Jesús
Apocalipsis 1,1-4; 2, 1-5ª; Sal
1; Lucas 18,35-43
‘¿Qué quieres que haga por ti?’ Es la pregunta de Jesús a aquel
hombre que gritaba al borde del camino. Había escuchado a un grupo que pasaba
donde él pedía limosna. Era el camino que atravesando Jericó subía desde el
valle del Jordán a Jerusalén. Muchos peregrinos de Galilea utilizaban aquel
camino bajando por el valle del Jordán y subiendo desde Jericó hasta Jerusalén
para evitar el paso por Samaria donde no eran bien recibidos. El camino que
ahora estaba haciendo Jesús. Era lo que le habían anunciado porque en su
ceguera no podía conocer a los que por allí pasaban.
‘¿Qué quieres que haga por ti?’ le había preguntado Jesús, y
aunque él estaba allí para pedir limosna en su pobreza, no fue eso lo que ahora
pidió. Era pobre porque era ciego y no podía valerse por si mismo. Si recobraba
la vista – y había escuchado que aquel profeta de Galilea hacia milagros y devolvía
la vista a los ciegos – podría valerse por si mismo. Y eso era lo importante
porque era recobrar su dignidad y honradamente con su trabajo valerse por si
mismo.
‘¿Qué quieres que haga por ti?’ nos está preguntando a nosotros
hoy cuando escuchamos este evangelio. Porque es la pregunta que Jesús nos hace.
El evangelio es una Palabra viva y no es simplemente un libro que nos cuente
historias pasadas. Si nos quedáramos en eso seríamos como aquel ciego del
camino, porque también habría ceguera no ya en nuestros ojos corporales, sino
lo que es peor en nuestro espíritu.
A esa pregunta de Jesús podríamos tener muchas respuestas, muchas
peticiones. Repasemos lo que ha sido muchas veces el motivo de nuestra oración.
Fácilmente nos quedamos en pobrezas materiales que podamos estar sufriendo, en
necesidades de cosas para nosotros o para los más cercanos a nosotros. Aquel
hombre no busco solo algo material como fuera la limosna que necesita incluso
para comer. Estaba por medio la integridad de su persona, en la dignidad que podría
vivir si recuperaba la vista de sus ojos.
¿No habrá cegueras en nosotros que nos impidan vivir dignamente? ¿No
habrá cegueras que no nos dejen ver los verdaderos valores que necesitamos en
la vida? ¿No habrá cegueras que nos lleven a no respetar a los demás, a todos,
en su dignidad? ¿No habrá cegueras que nos impidan ver los valores que hay en
las otras personas para no dejarnos llevar por prejuicios? ¿No habrá una
ceguera que nos encierre en nosotros mismos y nos haga insolidarios con los
otros? ¿No nos cegaremos tantas veces en un materialismo que nos paraliza, o un
hedonismo de la vida con lo que por lo único que nos preocupamos es por pasarlo
nosotros bien?
Habrá quizás muchas cosas que poner en orden en nuestra vida y que nos
haga elevarnos por encima de esos materialismos para poner otras metas más
espirituales en nosotros. Nos cerramos tanto en nosotros mismos, queriendo que
todo circulo en derredor de nosotros como en un circulo cerrado que quizá no
dejamos lugar para Dios.
‘Señor, que pueda ver’, le pidió el ciego de Jericó. ¿Será esa
también nuestra oración? Que sepamos descubrir nuestras cegueras; que
descubramos la luz que nos viene de Jesús; que seamos capaces de vivir en la
nueva dignidad que desde Jesús dará plenitud
a nuestra vida.
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