Necesitamos un silencio interior que nos aísle de los ruidos de la vida para crecer en una espiritualidad que de un nuevo brillo a nuestra vida
Hebreos
11,1-7; Sal 144; Marcos 9, 2-13
Todos necesitamos momentos de tranquilidad y sosiego; necesitamos
hacer una parada en nuestra actividad por muchas que sean las cosas que
tengamos que hacer o en las que estemos comprometidos. Es el descanso físico
pero es algo mas, como un descanso espiritual para encontrar esa paz que
necesitamos en nuestro interior, esa serenidad para enfrentarnos a los
problemas que nos va dando la vida, esa iluminación interior que nos haga ver
dentro de nosotros mismos pero también con una mirada nueva y luminosa la
realidad que nos rodea, ese silencio que sea como un buen caldo de cultivo de
nuestro espíritu interior, nuestra espiritualidad, ese silencio que nos abre a
la trascendencia, al misterio también y nos eleva nuestro espíritu también para
un encuentro con Dios. De lo contrario se va a producir un desgaste grande en
nosotros que nos puede destruir desde dentro de nosotros mismos.
Es cierto que vivimos ajetreados y parece que el tiempo no nos da para
todo lo que tenemos que hacer; en ello nos escudamos para no encontrar ese
tiempo para nosotros mismos, para ese cultivo interior que necesitamos y en el que vamos a encontrar esa fuerza, que
no es solo físico, esa fuerza espiritual que nos haga crecer en los valores mas
profundos, que nos haga crecer como personas.
Ahí entra también el cultivo de nuestra fe. Porque necesitamos abrirnos
a la trascendencia, no nos podemos quedar limitados en lo material que aquí
vivamos por muy hermoso que sea lo que construimos con nuestro quehacer. Es la
fe que tenemos que purificar y que solo en el fuego del misterio de Dios
podemos hacer resplandecer; será el
crisol que limpie de impurezas y escorias nuestra vida y nuestra propia fe. Si
no cultivamos nuestra fe se debilita y muere, terminamos por dejar de saborear
todo el misterio del amor de Dios porque el materialismo de la vida nos llenara
de esas escorias que le quiten el brillo de nuestra fe más verdadera y mas autentica.
Hoy contemplamos en el evangelio que Jesús se lleva a tres de sus discípulos
preferidos, podríamos decir, a lo alto de un monte para orar. En muchos
momentos vemos a Jesús que se va a solas con los discípulos a lugares apartados
para estar a solas con ellos, como dice el evangelio en alguna ocasión, para
descansar un poco porque era tanta la gente que iba y venia que no tenían
tiempo ni para comer. Ahora sube solo con Pedro, Santiago y Juan a este
monte alto que nosotros situamos en el Tabor en medio de las llanuras de
Galilea.
Es un lugar de paz alejado de todo bullicio y para poder llegar a el
es necesario también un fuerte esfuerzo. Como tenemos que aprender a hacer ese
esfuerzo por apartarnos, por buscar ese lugar tranquilo y de silencio. Como nos
dirán los evangelistas allá subió para orar y mientras estaba en oración se
transfiguro Jesús en la presencia de sus discípulos. También estos necesitaron
de ese silencio, de esa paz y tranquilidad para descubrir el misterio de Dios
que allí se les manifestaba. Pudieron así contemplar la gloria de Dios que se
manifestaba en Jesús transfigurado, pudieron escuchar la voz del Padre que
desde el cielo en lo más profundo de ellos mismos les hablaba señalando a Jesús
como el Hijo de Dios que habían de escuchar.
El silencio que les llenaba del misterio de Dios. ‘¡Que bien se
esta aquí!’ diría Pedro y sentía la tentación de quedarse en ese silencio
para siempre porque la paz inundaba su alma y su vida toda. Será necesario
bajar de la montaña luego para seguir el camino pero ya una nueva luz iba
iluminando sus corazones. Comenzaría incluso Jesús a hablarles de su inminente pasión
pero ya llevaban una luz interior. Como nos pueda suceder a nosotros cuando
hemos cargado las pilas de nuestro espíritu que nos sentiremos fortalecidos
para continuar el camino.
Muchas más consideraciones podríamos seguir haciéndonos. Quede esta reflexión
que en torno a este pasaje de la transfiguración de Jesús nos hacemos como una invitación
para encontrar ese silencio interior que también nos ayude a transfigurarnos
desde dentro de nosotros mismos, que nos abra al misterio de nuestro ser y nos
levante también hasta el misterio de Dios, que nos haga crecer esa necesaria
espiritualidad que de un nuevo brillo a nuestra vida y a lo que hacemos, que
nos fortalezca en nuestra fe.