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lunes, 13 de febrero de 2017

Con una mirada nueva y limpia de malicia, con ojos llenos de luz podremos acercarnos a los demás aceptándolos como son para caminar juntos los caminos de la vida

Con una mirada nueva y limpia de malicia, con ojos llenos de luz podremos acercarnos a los demás aceptándolos como son para caminar juntos los caminos de la vida

Génesis 4,1-15.25; Sal 49; Marcos 8, 11-13
No hay peor ciego que el que no quiere ver. Y eso nos puede suceder con frecuencia; las cosas están claras, nos las explican una y otra vez, nos dan mil razones, está suficientemente palpable lo que sucede, pero no lo queremos ver; nos encerramos tras nuestros cristales, nuestra manera de ver las cosas, nuestra cerrazón y no somos capaces de ver y aun así pedimos explicaciones.
Ahí están esos cristales enturbiados por la malicia, por la desconfianza, por las envidias y los celos, por los recelos y resentimientos que tanto daño nos hacen. Nos impiden ver con claridad, no nos dejan ver la luz, nos cierran a la capacidad de poder contemplar la belleza de las cosas, las buenas obras de los demás. Y como no encontramos las explicaciones que nosotros quisiéramos a nuestro gusto, vendrán nuestras reacciones con críticas, con descalificaciones, con querer destruir todo lo bueno que haya en los otros, destruyendo si podemos a las personas.
Es algo que se repite con demasiada frecuencia y cuanto daño nos hace en nuestras relaciones mutuas cuando nos falta la confianza, pero nos hace daño también para ver la realidad de la vida. Nuestros ojos turbios nos hacen ver demasiado en oscuro la vida para fijarnos principalmente en lo negativo, para no ser capaz de ver valores, cosas buenas, caminos que van avanzando quizás con dificultad, pero que quiere avanzar.
Sucedía en tiempos de Jesús en la reacción de los escribas y fariseos que continuamente le estaban pidiendo señales y signos a Jesús para creer en El. No eran capaces de ver los signos que hacia porque se acercaban a Jesús con un corazón lleno de malicia, pero sin querer en verdad purificarlo. Los limpios de corazón verán a Dios, diría Jesús en las bienaventuranzas. Por eso son los sencillos y los humildes  los que podrán ir descubriendo el misterio de Dios que se revela en Jesús. Jesús dará gracias al Padre porque revela estos misterios a los pequeños y a los sencillos, lo escuchamos en el evangelio.
Y es que los que son humildes, aunque reconocen que quizá su corazón está manchado, porque todos somos pecadores, se acercan a Jesús con deseos de salvación, de vida, de perdón. Por eso con cuánta alegría y esperanza escuchaban las palabras de Jesús, cómo entendían bien sus parábolas, cómo sabían descifrar sus signos, interpretar bien los milagros que Jesús hacia.
No era solo la salvación de unos cuerpos enfermos que sanaban, sino esa la salvación que por la fe alcanzaban en su interior que se purificaba con el perdón, se hacía más hermoso cuando se llenaba de amor para vivir las nuevas actitudes que Jesús enseñaba. Los que iban con un corazón lleno de malicia y no buscaban la salvación no podían descubrir ni entender los signos que Jesús realizaba.
Aprendamos la lección del evangelio, para acercarnos con un nuevo corazón a Jesús; pero aprendamos la lección del evangelio para acercarnos con una mirada nueva y distinta, con una mirada llena de luz a cuantos están a nuestro lado para aprender a caminar de manera nueva con ellos en la vida.

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