Aprendamos a poner luz de amor en nuestros ojos para que nuestro encuentro con los que nos rodean esté lleno de humanidad
Génesis
8,6-13.20-22; Sal 115; Marcos 8,22-26
En la vida necesitamos el contacto humano entre las personas
significado en el encuentro, en la conversación, en la convivencia, en gestos y
detalles que tengamos los unos con los otros y una cercanía que se manifiesta también
en un contacto por así decirlo físico como puede ser el darnos la mano, un
abrazo u otras muestras de afecto que tengamos los unos con los otros.
Ya se que hay personas que
rehuyen ese contacto por así llamarlo físico e incluso hay quienes parecen alérgicos
a cualquier muestra de afecto que podamos manifestar. Traumas quizás en su
vida, malas experiencias, o una vida excesivamente solitaria que a veces los
puede hacer ariscos con los demás llevan a esas reacciones. Pero el ser humano
necesita de ese encuentro y de esa convivencia, de esa cercanía y de esos
signos de afecto.
Quizás habremos tenido la experiencia de algún encuentro con un
profesional del que hemos necesitado sus servicios y que se redujo simplemente
a tramitarnos aquello que llevábamos en mano o resolvernos el problema, pero
donde no hubo quizás una mirada personal, una palabra distinta a lo simplemente
profesional y todo se quedo en una sequedad que nos hizo quizás salir
insatisfechos a pesar de que nos solucionaran el problema con que acudimos.
Necesitábamos algo más. Es algo que hemos de tener en cuenta mucho en
nuestra conveniencia cada día incluso con los más cercanos a nosotros, donde
quizás no tenemos una palabra amable y cariñosa, una muestra de gratitud o una
delicadeza en el trato que quizás lo damos por supuesto.
Me quiero fijar en estos aspectos humanos de la vida, que algunas
veces descuidamos, a la hora de hacerme una reflexión también de los textos del
evangelio, porque ese es un aspecto que podemos destacar mucho en Jesús y su
trato con las gentes de su tiempo. Es el dialogo, las palabras que se cruzan
entre Jesús y los que le rodean o acuden a El pidiendo su ayuda, es la cercanía
de Jesús, es ese tender la mano no temiendo incluso tocar con su mano al
leproso.
Es lo que hoy palpamos en el evangelio. Le llevan a Jesús en las cercanías
de Betsaida a un ciego para que lo cure. Jesús se lo lleva aparte, y aunque las
palabras del evangelio son parcas parece que surge una conversación entre
ellos. Nos lo podemos imaginar, Jesús interesándose por aquel hombre; se
muestra en los pasos que va dando para su curación que es signo de lo que va
sucediendo en el corazón de aquel hombre en el contacto con Jesús.
Nos descubre que la ceguera puede ser mucho más que unos ojos cegados
que nada ven, porque tantas veces vemos, pero confundimos. Aquel hombre decía
que veía personas en movimiento pero que le parecían árboles, hasta que con Jesús
recobra totalmente su vista para ver bien. Nuestras cegueras nos hacen muchas
veces que no veamos a las personas que están a nuestro lado; ¿nos parecen árboles?,
¿nos parecen simplemente cosas que podemos manipular o utilizar para nuestro
exclusivo bien? Tendríamos que analizar bien cómo vemos a cuantos están a
nuestro alrededor. Como aquellos profesionales de lo que hablábamos al
principio de esta reflexión; parece que no tratan a personas, sino casos,
problemas, números de una lista, pero les falta ese contacto personal.
Que aprendamos a mirar para descubrir bien que con tratamos es con
personas. Que no haya esa frialdad y esa aridez en nuestro trato y en nuestro
encuentro con los demás. Que pongamos humanidad en lo que vamos haciendo. Jesús
nos ayuda a descubrir el verdadero valor de la humanidad. Que se nos abran los
ojos, que haya luz de amor en nuestros ojos.
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