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sábado, 7 de diciembre de 2013

la mision de Jesús es nuestra misión, la compasión de Jesús ha de ser también nuestro amor

La misión de Jesús es nuestra misión, la compasión de Jesús ha de ser también nuestro amor

Is. 30, 18-21.23-26; Sal. 146; Mt. 9, 35-10, 1.6-8
‘Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias… y llamó a doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia…’
Nos resume  en pocas palabras la misión y la actividad  de Jesús. El anuncio del Reino, las señales de que el Reino de Dios se va realizando porque va liberando de todo mal. Pero inmediatamente nos señala cual es nuestra misión. Hemos de continuar la misma misión de Jesús, el anuncio del Reino y la liberación de todo mal en cuantos sufren como consecuencia de la instauración del Reino de Dios. Elige a los apóstoles y los envía con su misma misión.
A nosotros se nos anuncia también el Reino de Dios y Cristo con su gracia viene también a liberarnos de todo mal. Hemos de ser conscientes de nuestra pertenencia al Reino de Dios. Nos hemos incorporado a la Iglesia, manifestación y presencia de ese Reino de Dios en nosotros, por la gracia del Bautismo. Pero cuando hemos recibido esa gracia del Señor nos convierte a nosotros también en evangelizadores y constructores de ese Reino de Dios.
Cuando hoy escuchamos nosotros el evangelio no lo hemos de mirar simplemente como el relato de algo sucedido en otro tiempo, y que pudiera, entonces, se ajeno a nosotros. De ninguna manera podemos pensar así. El evangelio es palabra viva y actuar para nosotros hoy y nos está señalando lo que con nosotros sigue haciendo la gracia de Dios. A nosotros también el Señor nos cura y nos libera, nos llena de gracia y de vida. Tendríamos que comenzar por dar gracias a Dios, no cansarnos de dar gracias a Dios por cuanto hace en nosotros con su amor.
Pero al mismo tiempo estamos recibiendo su misión, estamos impregnándonos de los mismos sentimientos de Jesús y de su mismo amor. Hoy nos dice que ‘al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’. Expresa los sentimientos de Jesús en aquellos momentos al ver la multitud que le rodeaba. ¿Serán esos también nuestros sentimientos? Porque tenemos el peligro de acostumbrarnos a las cosas y de insensibilizarnos.
Miramos nuestro mundo y no somos capaces de verlos con los ojos de Jesús. Miramos nuestro  mundo que se va materializando, va perdiendo los sentimientos religiosos o confundiéndolos, va perdiendo el sentido cristiano de la vida a la luz del Evangelio, y nos acostumbramos a que sea así y quizá no sentimos dolor en el alma porque Dios sea tan dejado a un lado en nuestra sociedad o Cristo sea apartado del sentido profundo del hombre. Que se despierten en nosotros esos mismos sentimientos de Jesús porque a ese mundo es al que El nos está enviando, confiando su misma misión.
‘Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido: dad gratis’.  Gratis hemos recibido; pensemos en la gracia de Dios que a lo largo de nuestra vida hemos recibido de tantas formas. La mano amorosa de Dios ha estado de tantas maneras sobre nosotros a los que también nos ha curado, resucitado, limpiado, liberado de tantos males. Es lo que ahora nosotros tenemos que ir a hacer con los demás. Eso que nos expresa Jesús con esas palabras puede significar muchas cosas buenas que nosotros podemos hacer en nombre de Jesús por los demás.
¡Cuántas angustias podemos compartir y consolar! ¡Cuántas lágrimas podemos enjugar! Y podemos y tenemos que hacernos solidarios de verdad con los que sufren; y podemos y tenemos que acercarnos al que está solo y deprimido y llenarlo de una ilusión nueva que le dé nuevas ganas de vivir; y podemos poner nuestro hombro para que con nuestra presencia se sienta descansado y apoyado aquel que lucha y que quizá le cuesta salir adelante; y podemos simplemente ponernos a su lado con oídos bien atentos para escucharle y se pueda sentir comprendido y animado.
¡Cuánto podemos curar! ¡Cuánto podemos hacer para llenar de ilusión de una nueva vida al que se siente caído y deprimido, que es lo mismo que resucitarlo! ¡Cuánto podemos hacer con el hermano que se siente marginado y orillado de la vida para que siga creyendo en si mismo porque también se sienta valorado por alguien a su lado!

Es la misión que realizaba Jesús. Es la misión que nosotros también hemos de seguir realizando en el nombre de Jesús. 

viernes, 6 de diciembre de 2013

Una buena noticia que nos anuncia luz para un mundo nuevo



Una buena noticia que nos anuncia luz para un mundo nuevo

Is. 29, 17-24; Sal. 26; Mt. 9, 27-31
‘Pronto, muy pronto, el Líbano se convertirá en vergel, el vergel parecerá un bosque; aquel día oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos…’ Parece un anuncio urgente, de algo que es inmediato; pero una noticia buena, una buena noticia porque anuncia una transformación muy grande.
La naturaleza rebrota con fuerza para hacerse un vergel y tanta será su intensidad que parecerá un bosque. Pero eso son signos de algo más que sucede, porque los sordos podrán oír y los ciegos llenarán sus ojos de luz.
Además lo que sigue anunciando el profeta indica también que será como un mundo nuevo donde reine la justicia y la verdad para siempre y entonces todos se alegrarán porque los oprimidos alcanzarán la ansiada libertad.
Un hermoso anuncio mesiánico es el que nos hace el profeta. Un anuncio que nosotros también escuchamos en la liturgia cuando estamos emprendiendo este camino de Adviento que nos lleva al encuentro con el Señor que viene y que celebraremos de manera intensa en la Navidad. Las señales que nos pone el profeta, los signos que anuncia que se realizarán para nosotros también tienen pleno sentido. Es lo que con Jesús conseguimos si ponemos toda nuestra fe en El.
¿No quiere Jesús realizar un mundo nuevo, transformando desde lo más hondo el corazón del hombre? Son los signos que tienen que irse manifestando en nuestra vida. No nos quedamos en imágenes bonitas o bonitas palabras que nos encantan, sino que hemos de hacer realidad eso en nuestra vida. Como decíamos nos hablaba de un mundo nuevo donde reine la justicia y la verdad para siempre y que a todos llene de alegría. ¿No será algo por lo que nosotros tenemos que luchar?
Algunas veces nos escandalizamos cuando vemos tanta maldad y tanta corrupción como hay en nuestro mundo. No pasa un día que no nos traiga una nueva noticia de todos esos chanchullos de injusticia, falsedad, corrupción que corre por nuestra sociedad. Estamos cansados de escuchar todas esas noticias mientras vemos a tanta gente sufriendo porque lo pasan mal, porque no tienen lo necesario para una vida digna.
Y nosotros ¿qué podemos hacer? Primero cuidado que no nos contagiemos con esas cosas, porque terminamos  viéndolo todo tan normal que al final podemos tener la tentación de obrar de una forma semejante. Vayamos cambiando nuestro corazón, cambiando nuestra manera de pensar para obrar  siempre con rectitud. Llenemos de luz nuestros ojos y no enturbiemos de tinieblas nuestro corazón dejándonos arrastrar por ambiciones desmedidas, por tantas falsedades que nos pueden contagiar y tantas hipocresías como vemos en nuestro mundo. Si ponemos cada uno  nuestro granito de arena de bondad, de amor, de verdad, de justicia podemos ir haciendo un mundo mejor.
Y en esa tarea no estamos solos. Jesús está de nuestra parte. Por eso tenemos que acudir a él con la confianza y la certeza que vimos hoy en el evangelio que iban aquellos dos ciegos gritándole: ‘Ten compasión de nosotros, Hijo de David’. Vamos con las tinieblas que a veces también envuelven nuestra vida cuando nos dejamos cegar por el pecado, o con el peligro de caer en esas redes de tinieblas y de muerte en que nos envuelve nuestro mundo.
Por eso acudimos a Jesús porque sabemos que El es el que verdaderamente nos libera de todo mal, arranca de nosotros las tinieblas del pecado, nos llena de su luz y de su vida y nos hará con la fuerza de su Espíritu unos hombres nuevos. Así iremos dando señales de ese mundo nuevo que con Jesús se ha de ir realizando en nuestro mundo. Así, siguiendo este camino en el Adviento llegaremos a una verdadera navidad, porque es el Señor que llega a nuestra vida y nos inunda con su salvación.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti

Is. 26, 1-6; Sal. 117; Mt. 7, 21.24-27
El mensaje de Jesús es bien claro. Seguirle, ser su discípulo es algo más que palabras. Seguir a Jesús es ponernos en camino, es vivir una vida. Lo que confesamos con nuestra fe, tiene que convertirse en vida práctica de cada día.
Hoy nos dice: ‘No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo’. Tenemos que decir, confesar con nuestros labios y con nuestro corazon que Jesús es el Señor, para obtener la salvación, pero no tiene que ser solo esa confesion con los labios, sino que tiene que ser la confesion con toda la vida.
Reconocer que Jesús es el Señor no se puede quedar en palabras bonitas o llenas de fervor que en un momento determinado digamos. Reconocemos que Jesús es el Señor cuando en nuestra vida obramos en consecuencia. Por eso nuestros comportamientos, nuestras actitudes, las cosas que hacemos, el sentido que le damos a la vida, la forma como nos enfrentamos a nuestros sufrimientos o nuestros problemas, la manera de vivir, por ejemplo, una enfermedad o de pensar en la muerte cierta, han de pasar por el cristal del Evangelio, por el sentido que nos da Jesús cuando decimos que El es nuestro Señor.
Por eso nos pone Jesús a continuación esas pequeñas parábolas que así podemos considerarlas. El hombre que edifica sobre roca o el hombre necio que edifica sobre arena. Estamos edificando nuestra vida sobre roca cuando en verdad en todo lo que hacemos o vivimos ponemos a Jesús en el centro y sentido de nuestra vida.
Jesús es la roca firme de nuestra vida. Por eso ponemos en El toda nuestra confianza. Es hermoso lo que nos ha dicho el profeta. ‘Tenemos una ciudad fuerte, ha puesto para salvarla murallas y baluartes’. ¿A qué fortaleza se refiere? ¿cuáles son esos baluartes y murales que la defienden? La confianza que ponemos en el Señor. ‘Su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti’.
Muchas pueden ser las cosas que nos hacen flaquear en la vida, o nos pueden poner en peligro, problemas, enfermedades, contratiempos no solo consigo mismo sino también muchas veces con los que nos rodean. Todas esas cosas podrían hacernos perder la paz. Somos conscientes de cómo nos afectan esas cosas a nuestra vida. Pero como nos decía el profeta: ‘Su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti’. Ponemos nuestra confianza en el Señor y El es nuestra fortaleza.
Que así sigamos haciendo el camino de nuestra vida cristiana, este camino de Adviento que ahora estamos haciendo con la esperanza puesta en el Señor que llega a nuestra vida y nos trae la salvación y la paz.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Unos signos del Reino Nuevo que se han de manifestar en nuestra vida

Is. 25, 6-10; Sal. 22; Mt. 15, 29-37
Habían anunciado los profetas del Antiguo Testamento los tiempos nuevos del Mesías como un banquete al que todos estamos invitados, donde todo será alegría y fiesta, porque así tiene que ser siempre la presencia de Dios. ‘Preparará para todos los pueblos… en este monte… un festín… con manjares enjundiosos y vinos generosos…’
Jesús luego en el evangelio repetidamente nos irá comparando el reino de Dios como un banquete de bodas, también al que todos están invitados. Pero no serán solo las parábolas sino que las páginas del evangelio estarán llenas de signos y de gestos donde se nos quiere expresar en el mismo sentido lo que es el Reino de Dios que viene a instaurar y al que todos están llamados.
Lo veremos sentarse a la mesa tanto con los fariseos u hombres principales que lo invitan a comer, dejando siempre muy claro el sentido nuevo y el estilo nuevo que han de vivir sus discípulos cuando hagan una fiesta e inviten a alguien a su mesa - no faltará incluso una mujer pecadora que se introduce en la sala del banquete para ir a lavarle los pies a Jesús con sus lágrimas ante la extrañeza de quien le ha invitado y los demás comensales - pero también se sentará a la mesa de los publicanos y los pecadores, lo que le traerá críticas y reproches por parte de los que siempre se consideran puros. No siguen faltando quienes siguen haciendo reproches cuando alguien se quiera comportar según el espíritu evangélico, y podemos recordar algunas críticas que ya ha sufrido el Papa Francisco.
Pero además irá realizando signos que nos anuncian el banquete nuevo del Reino de los cielos. Hoy lo hemos escuchado. La multitud se agolpa en torno a Jesús. Allí están con sus dolencias y sus sufrimientos de todo tipo. ‘Acudió a El mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los echaban a sus pies y El los curaba’. Mucha gente, mucho sufrimiento, muchas dolencias - ‘muchos otros’ dice el evangelista para expresarnos que no eran solo los sufrimientos del cuerpo, sino que era en verdad el sufrimiento de la vida - Jesús los curaba y todos daban gloria a Dios.
Pero es algo más lo que siente Jesús que les falta a aquella gente. ‘Me da lástima de esta gente’, dice Jesús. Y claro que están hambrientos porque llevan ya tres días con Jesús y no tienen que comer, pero algo más querrá decir Jesús que les falta a aquella gente. Los hará sentarse en el suelo, intentará que los discípulos encuentren manera de responder a lo que pedía aquella gente. Solo tienen ‘siete panes y unos pocos peces’ pero para Jesús es suficiente para ofrecernos la imagen del banquete del Reino porque se realiza el gran signo, todos comen y aun al final sobrarán hasta siete cestas llenas.
Mucho está anunciando Jesús con este signo. Recordamos lo que habían anunciado los profetas como Isaías al que hoy hemos escuchado; recordamos la señales que Jesús iba realizando en lo que El hacia y en su manera de comportarse con la gente. Ahora nos está diciendo con este signo que El verdaderamente saciará nuestra vida. Más tarde en la sinagoga de Cafarnaún tratará de explicar y nos hablará de un pan bajado del cielo, de un pan que da vida eterna, de cómo El quiere que le comamos para que tengamos vida y El nos resucite en el último día.
Entendemos bien que en el fondo este signo de la multiplicación de los panes es un anuncio del Pan de la Eucaristía que quiere darnos. Sagrado banquete en que Cristo es nuestra comida… y que se nos da en prenda de la vida futura, anticipo, anuncio y adelanto del Banquete del Reino de los cielos, pero que aquí y ahora hemos de ir viviendo, realizando esos signos y señales que sean anuncio también para cuantos nos rodean.
Nos sentimos invitados y todos estamos llamados a participar del mismo banquete; y ya nos anunciaba el profeta que se acabaron los tiempos de los duelos y de las tristezas, porque un nuevo sentido de vivir tenía que impregnar nuestra vida. La imagen del banquete en que todos con alegría nos reunimos en torno a una misma mesa está ya expresándonos lo que ha de ser ese vivir el reino de Dios que es reino de comunión y de paz, que es reino de fraternidad y de amor, es reino de justicia y de generosidad en el amar y compartir, es reino de autenticidad y de verdad.

¿No tendría que ser así como viviéramos los cristianos que nos decimos seguidores de Jesús? Ahí tenemos algo que revisar en nuestra vida en este camino de Adviento que estamos haciendo para recibir al Señor que llega a nuestra vida. Si nos faltan esas actitudes fundamentales nos va a costar encontrarnos con el Señor. Que su Espíritu transforme nuestro corazón.

martes, 3 de diciembre de 2013

Solo con humildad y amor podremos acercarnos a Dios para mejor conocerle

Is. 11, 1-10; Sal. 71Lc. 10, 21-24
Nadie puede conocer a Dios en plenitud sino aquel a quien Dios se quiera revelar. Podemos, es cierto, llegar a conocer su existencia y vislumbrar algo de su inmensidad y de su grandeza, que para eso Dios nos ha dotado de esa capacidad de inteligencia y conocimiento y por los huellas que Dios nos va dejando de si mismo podemos emprender un camino que nos lleve hasta El; pero conocer todo el misterio de Dios nos sobrepasa y eso formará parte de la revelación que Dios hace de si mismo. La plenitud del misterio de Dios solo la podremos conocer por su revelación, por lo que Dios nos dice de sí mismo. Es de lo que nos habla Jesús hoy en el evangelio.
Y, ¿quiénes son los que mejor podrán adentrarse en el misterio de Dios? ¿a quienes Dios quiere revelarse de manera especial? Nunca desde nuestro orgullo o autosuficiencia podemos acercarnos a Dios; es que cuando en la vida nos dejamos seducir por esa tentación del orgullo o de la autosuficiencia seremos nosotros los que nos creamos dioses y la imagen que nos queramos hacer de Dios será una imagen de nosotros mismos, queriendo de alguna manera manipular esa imagen del Dios verdadero que, entonces, no terminaremos de conocer.
¿Qué son los ídolos o falsos dioses que los hombres se han hecho en todos los tiempos? Esos dioses creados por el hombre no hacen sino reflejar lo que son las pasiones de los hombres rebajando, por así decirlo, lo que es la belleza, la bondad, el bien y la sabiduría de Dios en sí mismo.
Hoy escuchamos a Jesús dar gracias al Padre porque todo el misterio de Dios se revela no a los que se creen sabios y entendidos, sino a los pequeños y los humildes, porque será en ellos donde Dios mejor se complace. Ya hemos dicho en otro momento que la humildad es la llave maestra que abre nuestros corazones a Dios. Es que Dios a quien se revela es a los pequeños y a los humildes.
Serán precisamente a los que Jesús llamarán dichosos y bienaventurados. Recordemos las bienaventuranzas de Jesús. Los pobres y los pequeños, los que están llenos de sufrimientos y los que sufren en el ansia del bien y de la justicia, los que son sencillos y los que son limpios de corazón, los que tienen un corazón sano capaz de contagiar esa salud y esa paz del espíritu a los que los rodean, los que rebosan de amor y de misericordia serán dichosos, heredaran el reino, verán a Dios, serán llamados hijos de Dios.
El que es humilde y sencillo estará siempre abierto al amor, buscará siempre la armonía y la paz, destilará dulzura de su alma porque en todo sabrá poner siempre amor; el que es humilde y sencillo estará siempre abierto a Dios y Dios se le manifestará, se le revelará allá en lo más hondo del corazón, porque será el que ha sido capaz de hacer de su corazón una morada de Dios.
Hoy nos ha anunciado Isaías al que viene lleno del Espíritu del Señor para señalarnos los dones y las gracias de las que estará dotado el Mesías de Dios, el Ungido del Señor. Estará lleno del Espíritu de Dios y en él y por él va a florecer la paz y la justicia, la armonía entre todas las cosas y todos los seres de la creación porque habrá de desaparecer para siempre la violencia y la injusticia, el odio y la mentira y para siempre brillará la rectitud y la verdad. Imágenes hermosas las que nos ofrece la descripción del profeta pero que nos están realmente describiendo la transformación que se va a realizar en el corazón de los hombres. Son los tiempos nuevos del Mesías Salvador en que podremos en verdad conocer a Dios.

Nosotros ahora en este camino de Adviento nos vamos dejando conducir por la Palabra de Dios. Los profetas que ayudaron con su profecía al pueblo de Dios a mantener viva la esperanza del Mesías que había de llegar, a nosotros como Palabra de Dios también nos ayudan para que en verdad preparemos nuestro corazón al Señor que quiere llegar a nuestra vida y a nosotros también se nos quiere revelar. Empapémonos de su sentido, de su palabra, de su profecía y preparémonos como un pueblo bien dispuesto para el Señor. Ya vamos viendo los caminos que hemos de recorrer.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Dios viene a nuestro encuentro para sanarnos, para salvarnos

Is. 4, 2-6; Sal. 121; Mt. 8, 5-11
El centurión viene a decirle a Jesús que tiene un criado enfermo y sufre mucho. Jesús inmediatamente se ofrece a ir a su casa a curarlo. Era lo más normal para el actuar de Jesús que siempre viene al encuentro del hombre, sobre todo del débil y del que sufre. Lo vemos en muchos momentos del evangelio. Es lo que ahora quiere hacer cuando el centurión le dice que tiene un criado enfermo. ‘Voy yo a curarlo’.
¿No es eso lo que hace Dios con nosotros? ¿No es lo que ha hecho cuando nos ha enviado a su Hijo para traernos la salvación y el perdón? Dios que nos había creado para la dicha y la felicidad - es la imagen del paraíso que aparece en la primera página de la Biblia al hablarnos de la creación del hombre - cuando el hombre rompe su amistad con Dios por el pecado, le busca, viene a su encuentro, nos hace una promesa de salvación y finalmente nos envía a su Hijo. El hombre está enfermo - y qué terrible enfermedad - con su pecado y Dios viene a nuestro encuentro para sanarnos, para salvarnos.
Creo que esta página del Evangelio, aún quedándonos solamente en este primer momento de esa escena del encuentro del centurión con Jesús, ya nos ayuda mucho en este camino de Adviento que estamos emprendiendo. No es otra cosa lo que pretendemos con este tiempo sino prepararnos para ese encuentro con Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros, que viene también a nuestro encuentro para ofrecernos la salvación.
La ternura de la misericordia de Dios, que se nos manifiesta en Jesús, tiene que mover nuestro corazón. Ante tanta misericordia y amor hemos de sentirnos movidos desde lo más hondo de nosotros mismos a volver nuestro corazón a Dios, convertir nuestro corazón al Señor. Cuando estamos junto a alguien que nos ofrece gratuitamente, generosamente su amor y su amistad desviviéndose por mostrarnos el amor que nos tiene, hasta el corazón más endurecido tiene que enternecerse. Nos tenemos que sentir ganados por el amor del Señor.
Pero creo que si seguimos considerando el texto, meditándolo y rumiándolo en nuestro interior nos damos cuenta que aun nos ofrece un mensaje mayor. Es de considerar la actitud humilde y confiada de aquel hombre con Jesús. Viene hasta Jesús lleno de fe, con una confianza total en Jesús, porque sabe muy bien que Jesús le va a escuchar y acceder a cuanto le pide. Es la confianza con que hemos de orar al Señor conociendo como conocemos su amor, y teniendo la certeza de que Dios es nuestro Padre, un padre amoroso y con un corazón lleno de misericordia.
Pero está la humildad del centurión. ‘Señor, no soy digno…’ confiesa ante Jesús. Era un hombre importante, un centurión romano, y además acostumbrado a mandar y ordenar. Sin embargo ante Jesús se muestra humilde y confiado. Humilde porque no se cree digno de que Jesús entre en su casa; confiado porque sabe que la palabra de Jesús es una palabra verdadera, una palabra de vida y salvación. ‘Basta que lo digas de palabra…’
Buenas actitudes nos está ofreciendo la Palabra de Dios en este testimonio del centurión romano cuando estamos iniciando el tiempo del Adviento. Es la confianza y la esperanza de nuestra espera; es la confianza y la humildad de lo que hemos de llenar nuestro corazón ante el que viene con su salvación.
Buena actitud, la humildad, que es como una llave maestra que abre los corazones a Dios. Y es que Dios se complace en los humildes. Como se complacía en María, a la que hizo grande cuando Dios se fijó en ella para hacerla su madre, pero que ella se consideraba siempre la humilde esclava del Señor. Y es que Dios se revela de manera especial a los que son humildes de corazón y nos llena con sus gracias. Buena manera de acercarnos a Dios; buena manera de preparar nuestro corazón para la navidad; buena manera para llenarnos de esperanza porque sabemos que en el Señor siempre vamos a encontrar la salvación. 

domingo, 1 de diciembre de 2013

Porque viene, se le espera, El nos tiene anunciada su venida

Is. 2, 1-5; Sal. 121; Rm. 13, 11-14; Mt. 24, 37-44
Llega el tiempo del Adviento y van surgiendo, como rebotando, una serie de palabras con las que queremos expresar lo que son los sentimientos que brotan en nosotros ante la llegada del Adviento o que nos señalan una serie de actitudes que consideramos importante vivir en este tiempo.  
Hablamos de adviento y hablamos de la venida del Señor; hablamos de adviento y enseguida surgen el pensamiento de la esperanza o de la vigilancia, como  nos recuerda la noche con sus sueños y tinieblas de la que hay que despertar parece que se  nos abriera un camino que nos condujera a la luz; va sintiéndose como aparecen unos sentimientos de alegría por algo que está por llegar y nos sentimos en la necesidad de preparar algo o de prepararnos nosotros ante un acontecimiento grande que se acerca a nuestra vida y de alguna manera va a influir en nosotros, en nuestros sentimientos o en nuestras actitudes.
Pero ¿qué es el Adviento?, nos seguimos preguntando en el fondo; ¿qué es lo que tenemos que hacer o preparar?, parece que son preguntas que se nos hacen o nos hacemos a nosotros mismos.
La palabra en si misma, Adviento, sí que nos está hablando de una venida y de una venida para la que hemos de estar preparados. En sentido cristiano estamos hablando de la venida del Señor, porque por una parte nos disponemos a celebrar su primera venida en la carne cuando se hizo Enmanuel para ser Dios con nosotros que nos traía la salvación; pero nos sigue hablando de una venida del Señor que ya no es solo celebración y memorial de algo pasado, sino que nos hace pensar en el futuro y en su segunda venida al final de los tiempos.
Pero media el tiempo presente en el que también hemos de saber descubrir una venida, la venida del Señor que llega a nuestra vida y para lo que hemos de estar atentos para no perdernos su presencia y su gracia salvadora en el  hoy de nuestra vida. La liturgia con que celebramos nuestra fe está empapada de estos tres aspectos, llamémoslos así, de su venida.
Porque viene, se le espera, pero además El nos tiene anunciada su venida. Es por eso por lo que realmente, sí, llamamos a este momento tiempo de esperanza. Esperamos al Señor como lo anunciaban y esperaban los profetas del Antiguo Testamento y como lo esperaba el pueblo creyente de Israel deseosos de la llegada de su Mesías; esperamos la venida del Señor porque nos prometió una venida con gran poder y gloria al final de los tiempos donde el Hijo del Hombre llegará como juez que nos juzgue en el último día; esperamos la venida del Señor cada día y en cada momento porque El nos prometió su presencia para siempre con nosotros hasta el final de los tiempos y muchas veces se nos nublan los ojos del alma y no sabemos descubrir su presencia ni llenarnos de su gracia salvadora.
Pero nuestra esperanza no es una esperanza pasiva; es una esperanza que nos hace estar atentos y vigilantes, como el vigía o el centinela que espera la llegada del amanecer de un nuevo día pero durante la noche está vigilante para que en medio de aquellas tinieblas no haya ninguna sorpresa que nos pudiera poner en peligro.
Pero la esperanza verdadera nunca se vive desde el agobio ni la angustia; la esperanza verdadera no solo nos hace abrir bien los ojos para que no haya ningun peligro que nos dañe, sino para estar muy atento a las señales que van anunciandonos la llegada de lo que esperamos; la esperanza verdadera nos hace vivir con un sentido nuevo todo aquello que nos va pasando en la espera del sumo bien que estamos esperando y deseando; la esperanza verdadera va ya pregustando las mieles de la alegría que un día podrá vivir en plenitud, aunque ahora el camino se haga tortuoso o esté lleno de sufrimientos y dificultades; la verdadera esperanza no nos deja adormecernos en rutinas y desganas, ni nos permite dejarnos sucumbir en medio de los esfuerzos y responsabilidades que cada día hemos de vivir.
La verdadera esperanza nos hace fuertes y maduros, nos da ánimos para la lucha y para la superación en valores y virtudes cada día, nos impulsa al crecimiento de nuestra verdadera personalidad humana pero levanta también nuestro espíritu haciendonos mirar hacia lo alto para poner grandes metas e ideales en la vida. La verdadera esperanza nos hace cada día más humanos y más divinos al mismo tiempo, porque caminando con los pies a ras de tierra en lo que es la vida de cada día, nos hace levantar el espíritu dándole alas de trascendencia a lo que hacemos o por lo que luchamos acercándonos más a Dios.
Sin embargo somos conscientes de que muchas veces nuestra esperanza se nos puede debilitar por muchos motivos y razones. Nos podemos sentir turbados por los agobios que nos producen los problemas que nos envuelven en lo inmediato de cada día o podemos sentir la tentación de tirar la toalla en nuestro camino de superación porque quizá nos sintamos débiles o incapaces; podemos cegarnos en el deseo de las cosas cercanas e inmediatas que deseamos obtener pronto y podemos olvidar la grandeza de aquellas otras cosas por las que merece mantener el esfuerzo y la lucha porque ponen altas metas e ideales en nuestra vida.
Todo esto puede hacer que nos encontremos en medio de un mundo donde muchas veces se ha perdido la esperanza; las crisis y los problemas pueden cegarnos el alma y hacernos olvidar lo que es verdaderamente grande y nos haría grandes; el materialismo que todo lo invade o el deseo del placer fácil nos pueden hacer que nos arrastremos demasiado a ras de tierra dejándonos llevar por la pasión inmediata y se pierda toda ilusión por algo más grande y mejor.
Pero en medio de ese mundo estamos nosotros celebrando el Adviento. Y no olvidamos que viene el Señor y su venida viene a avivar nuestra esperanza haciendola rebrotar con los más hermosos y puros deseos. En medio de ese mundo queremos mantener nuestra esperanza porque sabemos que viene a nuestra vida el que con su salvación va a hacer surgir un mundo nuevo empezando por transformar nuestro corazón.
Aunque sean muchas las cosas que nos quieran adormecer o hacer perder la esperanza nosotros queremos escuchar el grito que nos despierta y nos da fuerza para salir de esas sombras de tinieblas en que el mundo con sus pasiones quiere envolvernos. Sí, queremos estar atentos y vigilantes porque no sabemos a que hora vendrá nuestro Señor. Atentos y vigilantes porque queremos estar bien preparados y pertrechados con las armas de la luz y con el escudo protector de la Palabra de Dios y revestidos con el vestido de la gracia del Señor.
‘Daos cuenta del momento en que vivís, nos decía el apóstol san Pablo; ya es hora de despertarnos del sueño porque nuestra salvación está cerca.… Conduzcámonos como en pleno día.… vestíos del Señor Jesucristo’. Que nada nos confunda ni nos distraiga de un verdadero Adviento. Habrán otras luces que brillarán queriéndonos encandilar y confundir; aunque brillen muchas luces externas sin embargo el mundo sigue envuelto en las tinieblas de la noche y muchas veces rechaza la luz verdadera.
De cuántas cosas nos habla el mundo para decirnos que eso es navidad. Busquemos la verdadera navidad, la que llega a nosotros con la venida del Señor a nuestra vida y nos hará vivir la verdadera salvación del Señor. Que no son comidas ni golosinas, ni regalos superficiales ni encuentros muchos de ellos llenos de falsedad e hipocresía. No nos dejemos engatusar ni confundir. Dejemonos, sí, transformar por la presencia y la gracia del Señor para hacer que nosotros seamos mejores y nuestro mundo sea mejor y esté más lleno de justicia y de paz, para hacer que en verdad todos lleguen a reconocer que Dios es el único Señor de nuestra vida y que el Evangelio de Jesús tendrá que ser el verdadero motor de nuestro mundo para hacer un mundo mejor que realmente sea el Reino de Dios.

‘Estad preparados porque a la hora que menos pensais llega el Hijo del Hombre’. Que no perdamos la perspectiva de la verdadera esperanza en nuestra vida.