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martes, 3 de diciembre de 2013

Solo con humildad y amor podremos acercarnos a Dios para mejor conocerle

Is. 11, 1-10; Sal. 71Lc. 10, 21-24
Nadie puede conocer a Dios en plenitud sino aquel a quien Dios se quiera revelar. Podemos, es cierto, llegar a conocer su existencia y vislumbrar algo de su inmensidad y de su grandeza, que para eso Dios nos ha dotado de esa capacidad de inteligencia y conocimiento y por los huellas que Dios nos va dejando de si mismo podemos emprender un camino que nos lleve hasta El; pero conocer todo el misterio de Dios nos sobrepasa y eso formará parte de la revelación que Dios hace de si mismo. La plenitud del misterio de Dios solo la podremos conocer por su revelación, por lo que Dios nos dice de sí mismo. Es de lo que nos habla Jesús hoy en el evangelio.
Y, ¿quiénes son los que mejor podrán adentrarse en el misterio de Dios? ¿a quienes Dios quiere revelarse de manera especial? Nunca desde nuestro orgullo o autosuficiencia podemos acercarnos a Dios; es que cuando en la vida nos dejamos seducir por esa tentación del orgullo o de la autosuficiencia seremos nosotros los que nos creamos dioses y la imagen que nos queramos hacer de Dios será una imagen de nosotros mismos, queriendo de alguna manera manipular esa imagen del Dios verdadero que, entonces, no terminaremos de conocer.
¿Qué son los ídolos o falsos dioses que los hombres se han hecho en todos los tiempos? Esos dioses creados por el hombre no hacen sino reflejar lo que son las pasiones de los hombres rebajando, por así decirlo, lo que es la belleza, la bondad, el bien y la sabiduría de Dios en sí mismo.
Hoy escuchamos a Jesús dar gracias al Padre porque todo el misterio de Dios se revela no a los que se creen sabios y entendidos, sino a los pequeños y los humildes, porque será en ellos donde Dios mejor se complace. Ya hemos dicho en otro momento que la humildad es la llave maestra que abre nuestros corazones a Dios. Es que Dios a quien se revela es a los pequeños y a los humildes.
Serán precisamente a los que Jesús llamarán dichosos y bienaventurados. Recordemos las bienaventuranzas de Jesús. Los pobres y los pequeños, los que están llenos de sufrimientos y los que sufren en el ansia del bien y de la justicia, los que son sencillos y los que son limpios de corazón, los que tienen un corazón sano capaz de contagiar esa salud y esa paz del espíritu a los que los rodean, los que rebosan de amor y de misericordia serán dichosos, heredaran el reino, verán a Dios, serán llamados hijos de Dios.
El que es humilde y sencillo estará siempre abierto al amor, buscará siempre la armonía y la paz, destilará dulzura de su alma porque en todo sabrá poner siempre amor; el que es humilde y sencillo estará siempre abierto a Dios y Dios se le manifestará, se le revelará allá en lo más hondo del corazón, porque será el que ha sido capaz de hacer de su corazón una morada de Dios.
Hoy nos ha anunciado Isaías al que viene lleno del Espíritu del Señor para señalarnos los dones y las gracias de las que estará dotado el Mesías de Dios, el Ungido del Señor. Estará lleno del Espíritu de Dios y en él y por él va a florecer la paz y la justicia, la armonía entre todas las cosas y todos los seres de la creación porque habrá de desaparecer para siempre la violencia y la injusticia, el odio y la mentira y para siempre brillará la rectitud y la verdad. Imágenes hermosas las que nos ofrece la descripción del profeta pero que nos están realmente describiendo la transformación que se va a realizar en el corazón de los hombres. Son los tiempos nuevos del Mesías Salvador en que podremos en verdad conocer a Dios.

Nosotros ahora en este camino de Adviento nos vamos dejando conducir por la Palabra de Dios. Los profetas que ayudaron con su profecía al pueblo de Dios a mantener viva la esperanza del Mesías que había de llegar, a nosotros como Palabra de Dios también nos ayudan para que en verdad preparemos nuestro corazón al Señor que quiere llegar a nuestra vida y a nosotros también se nos quiere revelar. Empapémonos de su sentido, de su palabra, de su profecía y preparémonos como un pueblo bien dispuesto para el Señor. Ya vamos viendo los caminos que hemos de recorrer.

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