Dios viene a nuestro encuentro para sanarnos, para salvarnos
Is. 4, 2-6; Sal. 121; Mt. 8, 5-11
El centurión viene a decirle a Jesús que tiene un
criado enfermo y sufre mucho. Jesús inmediatamente se ofrece a ir a su casa a
curarlo. Era lo más normal para el actuar de Jesús que siempre viene al
encuentro del hombre, sobre todo del débil y del que sufre. Lo vemos en muchos
momentos del evangelio. Es lo que ahora quiere hacer cuando el centurión le
dice que tiene un criado enfermo. ‘Voy yo
a curarlo’.
¿No es eso lo que hace Dios con nosotros? ¿No es lo que
ha hecho cuando nos ha enviado a su Hijo para traernos la salvación y el
perdón? Dios que nos había creado para la dicha y la felicidad - es la imagen
del paraíso que aparece en la primera página de la Biblia al hablarnos de la
creación del hombre - cuando el hombre rompe su amistad con Dios por el pecado,
le busca, viene a su encuentro, nos hace una promesa de salvación y finalmente
nos envía a su Hijo. El hombre está enfermo - y qué terrible enfermedad - con
su pecado y Dios viene a nuestro encuentro para sanarnos, para salvarnos.
Creo que esta página del Evangelio, aún quedándonos
solamente en este primer momento de esa escena del encuentro del centurión con
Jesús, ya nos ayuda mucho en este camino de Adviento que estamos emprendiendo.
No es otra cosa lo que pretendemos con este tiempo sino prepararnos para ese
encuentro con Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros, que viene también a
nuestro encuentro para ofrecernos la salvación.
La ternura de la misericordia de Dios, que se nos
manifiesta en Jesús, tiene que mover nuestro corazón. Ante tanta misericordia y
amor hemos de sentirnos movidos desde lo más hondo de nosotros mismos a volver nuestro
corazón a Dios, convertir nuestro corazón al Señor. Cuando estamos junto a
alguien que nos ofrece gratuitamente, generosamente su amor y su amistad desviviéndose
por mostrarnos el amor que nos tiene, hasta el corazón más endurecido tiene que
enternecerse. Nos tenemos que sentir ganados por el amor del Señor.
Pero creo que si seguimos considerando el texto,
meditándolo y rumiándolo en nuestro interior nos damos cuenta que aun nos
ofrece un mensaje mayor. Es de considerar la actitud humilde y confiada de
aquel hombre con Jesús. Viene hasta Jesús lleno de fe, con una confianza total
en Jesús, porque sabe muy bien que Jesús le va a escuchar y acceder a cuanto le
pide. Es la confianza con que hemos de orar al Señor conociendo como conocemos
su amor, y teniendo la certeza de que Dios es nuestro Padre, un padre amoroso y
con un corazón lleno de misericordia.
Pero está la humildad del centurión. ‘Señor, no soy
digno…’ confiesa ante Jesús. Era un hombre importante, un centurión romano, y
además acostumbrado a mandar y ordenar. Sin embargo ante Jesús se muestra
humilde y confiado. Humilde porque no se cree digno de que Jesús entre en su
casa; confiado porque sabe que la palabra de Jesús es una palabra verdadera,
una palabra de vida y salvación. ‘Basta que lo digas de palabra…’
Buenas actitudes nos está ofreciendo la Palabra de Dios
en este testimonio del centurión romano cuando estamos iniciando el tiempo del
Adviento. Es la confianza y la esperanza de nuestra espera; es la confianza y
la humildad de lo que hemos de llenar nuestro corazón ante el que viene con su
salvación.
Buena actitud, la humildad, que es como una llave
maestra que abre los corazones a Dios. Y es que Dios se complace en los
humildes. Como se complacía en María, a la que hizo grande cuando Dios se fijó
en ella para hacerla su madre, pero que ella se consideraba siempre la humilde
esclava del Señor. Y es que Dios se revela de manera especial a los que son
humildes de corazón y nos llena con sus gracias. Buena manera de acercarnos a
Dios; buena manera de preparar nuestro corazón para la navidad; buena manera
para llenarnos de esperanza porque sabemos que en el Señor siempre vamos a
encontrar la salvación.
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