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lunes, 2 de diciembre de 2013

Dios viene a nuestro encuentro para sanarnos, para salvarnos

Is. 4, 2-6; Sal. 121; Mt. 8, 5-11
El centurión viene a decirle a Jesús que tiene un criado enfermo y sufre mucho. Jesús inmediatamente se ofrece a ir a su casa a curarlo. Era lo más normal para el actuar de Jesús que siempre viene al encuentro del hombre, sobre todo del débil y del que sufre. Lo vemos en muchos momentos del evangelio. Es lo que ahora quiere hacer cuando el centurión le dice que tiene un criado enfermo. ‘Voy yo a curarlo’.
¿No es eso lo que hace Dios con nosotros? ¿No es lo que ha hecho cuando nos ha enviado a su Hijo para traernos la salvación y el perdón? Dios que nos había creado para la dicha y la felicidad - es la imagen del paraíso que aparece en la primera página de la Biblia al hablarnos de la creación del hombre - cuando el hombre rompe su amistad con Dios por el pecado, le busca, viene a su encuentro, nos hace una promesa de salvación y finalmente nos envía a su Hijo. El hombre está enfermo - y qué terrible enfermedad - con su pecado y Dios viene a nuestro encuentro para sanarnos, para salvarnos.
Creo que esta página del Evangelio, aún quedándonos solamente en este primer momento de esa escena del encuentro del centurión con Jesús, ya nos ayuda mucho en este camino de Adviento que estamos emprendiendo. No es otra cosa lo que pretendemos con este tiempo sino prepararnos para ese encuentro con Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros, que viene también a nuestro encuentro para ofrecernos la salvación.
La ternura de la misericordia de Dios, que se nos manifiesta en Jesús, tiene que mover nuestro corazón. Ante tanta misericordia y amor hemos de sentirnos movidos desde lo más hondo de nosotros mismos a volver nuestro corazón a Dios, convertir nuestro corazón al Señor. Cuando estamos junto a alguien que nos ofrece gratuitamente, generosamente su amor y su amistad desviviéndose por mostrarnos el amor que nos tiene, hasta el corazón más endurecido tiene que enternecerse. Nos tenemos que sentir ganados por el amor del Señor.
Pero creo que si seguimos considerando el texto, meditándolo y rumiándolo en nuestro interior nos damos cuenta que aun nos ofrece un mensaje mayor. Es de considerar la actitud humilde y confiada de aquel hombre con Jesús. Viene hasta Jesús lleno de fe, con una confianza total en Jesús, porque sabe muy bien que Jesús le va a escuchar y acceder a cuanto le pide. Es la confianza con que hemos de orar al Señor conociendo como conocemos su amor, y teniendo la certeza de que Dios es nuestro Padre, un padre amoroso y con un corazón lleno de misericordia.
Pero está la humildad del centurión. ‘Señor, no soy digno…’ confiesa ante Jesús. Era un hombre importante, un centurión romano, y además acostumbrado a mandar y ordenar. Sin embargo ante Jesús se muestra humilde y confiado. Humilde porque no se cree digno de que Jesús entre en su casa; confiado porque sabe que la palabra de Jesús es una palabra verdadera, una palabra de vida y salvación. ‘Basta que lo digas de palabra…’
Buenas actitudes nos está ofreciendo la Palabra de Dios en este testimonio del centurión romano cuando estamos iniciando el tiempo del Adviento. Es la confianza y la esperanza de nuestra espera; es la confianza y la humildad de lo que hemos de llenar nuestro corazón ante el que viene con su salvación.
Buena actitud, la humildad, que es como una llave maestra que abre los corazones a Dios. Y es que Dios se complace en los humildes. Como se complacía en María, a la que hizo grande cuando Dios se fijó en ella para hacerla su madre, pero que ella se consideraba siempre la humilde esclava del Señor. Y es que Dios se revela de manera especial a los que son humildes de corazón y nos llena con sus gracias. Buena manera de acercarnos a Dios; buena manera de preparar nuestro corazón para la navidad; buena manera para llenarnos de esperanza porque sabemos que en el Señor siempre vamos a encontrar la salvación. 

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