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sábado, 5 de diciembre de 2009

Se apiadará a la voz de tu gemido

Is. 30, 18-21.23-26
Sal.146
Mt. 9, 35-10, 1.6-8


Nos decía el profeta: ‘Pueblo de Sión, habitante de Jerusalén, no tendréis que llorar, porque se apiadará a la voz de tu gemido: apenas te oiga, te responderá… el grano de la cosecha del campo será rico y sustancioso… tus ganados pastarán en anchas praderas… habrá ríos y cauces de agua… cuando el Señor vende la herida de tu pueblo y cure la llaga de su golpe…’
Ricas imágenes, palabras que anuncian un tiempo nuevo, el tiempo mesiánico que en Cristo vemos cumplido. En la plenitud de los tiempos Dios envió a su Hijo que nos manifiesta la misericordia y el amor del Padre. Hoy nos ha dicho el evangelio: ‘Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias’.
Es el Señor que escucha nuestros gemidos que decía el profeta. Que nos manifiesta su amor y su compasión. ‘Al ver a las gentes se compadecía de ellas,,porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’. Y Jesús se nos manifestará en el evangelio como el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y las lleva a buenos pastos; nos ofrece el alimento de su Palabra y de su vida, dándosenos El mismo para que le comamos y así tengamos vida para siempre; se nos manifiesta como el Buen Pastor que va a buscar a la oveja descarriada y cuando la encuentra la carga sobre sus hombros y hace fiesta porque ha encontrado la oveja perdida.
Es lo que Cristo quiere seguir realizando hoy a través de su Iglesia, a través de sus pastores, a través de tantos y tantos que El llama para hacerles partícipes del ministerio pastoral; pero a través de tantos y tantos que se han consagrado al Señor para servirle en los pobres, en los enfermos, en los ancianos, en los excluidos, en los que nada tienen ni techo para cobijarse. Pensemos, por ejemplo, en las legiones – digámoslo así – de religiosos y religiosas en multitud de obras asistenciales para servir a Cristo en los pobres y en los que sufren. O pensemos también en tantos cristianos comprometidos que dan su tiempo, sus cosas, su vida para ofrecerse voluntarios y trabajar por los demás en tantas instituciones de la Iglesia como Cáritas, Manos Unidas, etc…
Son los que Cristo ha enviado como escuchamos hoy en el evangelio que hace con los doce con una especial misión de anunciar el Reino de Dios. ‘Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curad toda enfermedad y dolencia… Id y proclamad diciendo que el Reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido: dad gratis’.
Pero a algo más nos invita hoy el Señor en el Evangelio. ‘Entonces dijo a sus discípulos: La mies es abundante pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies’. Nos pide el Señor que oremos al Dueño de la mies para que envíe operarios a su mies. Una petición que ha de estar siempre presente en nuestras oraciones: la oración por las vocaciones. ‘La mies es abundante…’
Bien sabemos cuánto hay que hacer en nuestro mundo. Cómo tenemos que anunciar el Reino de Dios con obras y palabras. Se necesitan sacerdotes, misiones, personas consagradas, religiosos y religiosas, cristianos comprometidos con el Reino de Dios. Oremos con insistencia al Señor. Y al mismo tiempo abramos nuestro corazón para escuchar la llamada que el Señor nos pueda hacer para de una forma u otra trabajar también en su mies, en su viña.

viernes, 4 de diciembre de 2009

¿Creéis que puedo hacerlo? Manifestemos las maravillas que hace el Señor

Is. 29.17-24
Sal. 26
Mt, 9, 27-31


‘¿Creéis que puedo hacerlo?’, les pregunta Jesús a los dos ciegos que iban tras El gritando por el camino. ‘Ten compasión de nosotros, Hijo de David’. La fe que tenían era grande. La confianza, total. ‘Sí, Señor’ fue su respuesta unánime. ‘Que os suceda conforme a vuestra fe… y se les abrieron los ojos’.
Nos hace falta esa fe y esa confianza. Sí, que cuando le pidamos algo al Señor desde nuestra necesidad o desde nuestros problemas, lo hagamos con total confianza. El Señor siempre nos escucha, aunque a nosotros el camino nos parezca largo.
Pero creo que el evangelio y toda la Palabra de Dios hoy proclamada quiere decirnos algo más. Eran unos ciegos llenos de oscuridad, pero que sin embargo vislumbraron donde podía estar la luz. Ellos llevaban otra luz por dentro, que era su fe. Intuían cuanto el Señor podía hacer por ellos. Desde su oscuridad ansiaban la luz y la alcanzaron.
Pero podríamos fijarnos también en el anuncio del profeta. El anuncio que hace es que todo se va a transformar, y además nos dice ‘pronto, muy pronto el Líbano se convertirá en vergel, el vergel parecerá un bosque; aquel día oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos…’
El mundo se nos vuelve oscuro muchas veces. Hay tantas cosas que no nos gustan. Camina por unos derroteros que no son precisamente lo que nosotros deseamos. Parece que el mal lo domina todo. No entendemos todo lo que sucede y por qué se llega a la situación en que estamos. Los que tenemos inquietud en el corazón con deseos de que las cosas no sean así no sentimos a veces impotentes; queremos trabajar por hacer que todos seamos mejores, para que resplandezcan los valores del evangelio, para hacer una sociedad más humana y respetuosa, para que brille la fe y la religión, y podemos sentirnos desalentados y tener la tentación de que nuestros esfuerzos son en vano.
Podemos pensar en los que trabajan pastoralmente en medio del pueblo de Dios que no siempre llegan a ver el fruto de tantos trabajos y esfuerzos, sino que parece más bien que todo pueda ser un fracaso cuando vemos la poca respuesta, o la no continuidad y perseverancia de aquellas personas con las que trabajamos. Pensemos en las tareas de la catequesis, en los grupos de jóvenes cristianos que tan pronto se desinflan y asúi podíamos pensar en muchas cosas más.
Pero es aquí cuando tenemos que escuchar el evangelio y la Palabra del Señor como una palabra de aliento que nos haga mantenernos firmes en nuestra fe, seguros de nuestra esperanza y fortalecidos frente a todos los cansancios y desalientos. La semilla tenemos que seguirla sembrando, nuestra fe tenemos que mantenerla íntegra y sentirnos seguros de que el Señor está con nosotros.
‘¿Creéis que puedo hacerlo?’ preguntaba Jesús a los ciegos y quizá nos lo preguntamos nosotros también. Tenemos que sentir la seguridad de la fe. Y la Palabra del Señor es fiel y es siempre eficaz. Y ese mundo transformado del que nos habla el profeta se puede realizar, se va a realizar.
Quizá algunos quieran desterrar la religión, lo cristiano, o los signos sagrados al ámbito de lo privado. Noticias en este sentido escuchamos continuamente porque esos sean los objetivos de ciertos movimientos o ideologías. Ahora hemos oído hablar de la guerra de los crucifijos en los lugares públicos o en las escuelas. Nosotros tenemos que ser valientes para seguir nuestras convicciones públicamente y con firmeza. Nada ni nadie podrá apartarme de mi fe. Y tenemos que buscar la forma de hacerlo.
Estamos en Adviento que, como hemos repetido tantas veces, es tiempo de esperanza. Viene el Señor y El es nuestra fortaleza. Viene con su salvación que nos transformará nuestro corazón para que también transformemos nuestro mundo. No nos faltará la presencia de su Espíritu. No nos podemos encerrar ni tampoco quedarnos en lastimeras lamentaciones por el rumbo que toma nuestro mundo. No son lloros ni lamentaciones lo que se necesita, sino el testimonio valiente y vivo de la fe.
Como aquellos ciegos que se vieron curados por el Señor con sus ojos llenos de luz, nosotros tenemos que ir también a proclamar ante el mundo las maravillas que hace Dios con su amor.

jueves, 3 de diciembre de 2009

¿En qué roca hemos de cimentar nuestra fe?

Is. 26, 1-6
Sal. 117
Mt. 7, 21.24-27


Cuando queremos edificar una casa tenemos que procurarle unos buenos cimientos. No nos podemos quedar sólo en la apariencia externa o en los adornos. Así en el edificio de nuestra vida cristiana, en el edificio de nuestra fe.
Tenemos fe y decimos que creemos en Dios, pero no pueden ser sólo buenas palabras. Y cuando nosotros en un Dios que tanto nos ama, que es nuestro Padre y que por nosotros y para nosotros nos ha enviado a su Hijo Jesús, honda tiene que ser nuestra respuesta. Por eso hemos de comenzar por querer conocerle más y descubrir en lo más profundo cuál es su voluntad para nosotros. Y por ahí tenemos que caminar, que será siempre un camino de amor, una respuesta de amor, de amor fiel. Lo que tendrá que darle hondura a nuestra fe y a nuestra vida cristiana.
Hoy nos habla Jesús de casa edificada sobre roca y casa edificada sobre arena. Cuando no hay verdaderos cimientos ante cualquier embate el edificio se pone en peligro. ‘Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente’. No queremos entrar en juicio contra nadie, pero bien hemos visto muchas veces gente que nos parecía buena y hasta piadosa, pero que se enfriaron, abandonaron su práctica religiosa y cristiana y hasta algunas veces los vemos alejados de la fe. ¿Qué les habrá sucedido? ¿Tendrían bien cimentada su vida cristiana? ¿Nos puede suceder a nosotros lo mismo?
Jesús había dicho que ‘el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo… el que escucha estas palabras mías y las pone en práctica… es el que entrará en el reino de los cielos… porque se parece a aquel hombre prudente que edificó sobre roca’. Buscar, pues, lo que es la voluntad del Padre del cielo, escuchar a Jesús que es quien mejor nos descubre quien es Dios y lo que Dios quiere de nosotros, y ponerlo en práctica, vivirlo con toda la intensidad de nuestra vida.
Esto nos pide que en verdad tengamos deseos y tengamos voluntad de ponernos en un verdadero camino de crecimiento espiritual, de crecimiento en nuestra vida cristiana. Cuántos nos dicen es que yo soy cristiano de toda la vida, ahora a estas alturas qué voy a aprender, qué me van a enseñar o qué nuevo tengo que hacer. Y se contentan con lo de siempre, no le han dado profundidad a su fe y a su vida cristiana, tienen el peligro de quedarse en lo superficial, no han crecido en la fe, en el descubrimiento de la voluntad de Dios, muchas veces su fe se queda en lo infantil y sin madurar. Les falta una verdadera sustentación.
Y es que en la medida en que amemos a Dios con toda sinceridad, cada día tendremos deseos de conocerle más y más y nunca nos cansaremos de ese crecimiento, de ese avance en su vida cristiana. Dos enamorados que se aman de verdad cada día quieren conocerse más, cada día quieren sentirse más unidos y, si no les falla o les merma su amor, cada día tendrán más deseos de amarse más y mejor.
Es así cómo tiene que ser el alimento de cada día de nuestra vida cristiana la Palabra de Dios. Ese lectura de la Biblia que hacemos a nivel personal e individual para aprenderla, y cuando digo para aprenderla es apresarla, tomarla para mi vida, rumiarla en mi interior, reflexionarla, hacerla oración. Esa oración que me hace sentir en la presencia de Dios, para sentirle y para vivirle allá en lo más hondo de nosotros, para amarle cada vez más, pero para experimentar cada vez con mayor intensidad su amor en mi vida. Y de ahí en nuestro proyecto espiritual, pues, nuestra vida sacramental, la vivencia de la Eucaristía y de los sacramentos que alimentan con la gracia de Dios nuestra vida cristiana.
Ahí tenemos el cimiento sobre roca que necesitamos para mantenernos firmes en nuestra fe, comprometidos en nuestro amor y llenos de esperanza en la vida eterna de la que Dios quiere hacernos partícipes y que un día viviremos en plenitud.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Aquí esta nuestro Dios… celebremos y gocemos con su salvación

Is. 25, 6-10
Sal. 22
Mt. 15, 29-39


Cuando nos sentimos agobiados por el sufrimiento, sea del tipo que sea, parece que lo menos que apetecería una sería comer o participar en un banquete de fiesta. Pareciera que se hubiera perdido toda esperanza y más quisiéramos dejarnos morir cuando así nos vemos hundidos y deprimidos.
Sin embargo, el profeta hoy, hablándole a su pueblo que precisamente no pasa por sus mejores momentos, les anuncia que se descorrerán los velos y festones de luto y de muerte porque todos estamos invitados a un magnífico banquete. Y nos hace una hermosa descripción. ‘Preparará el Señor de los Ejércitos, para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos…’
El dolor y el sufrimiento tienen que haber pasado, la esperanza tiene que haber renacido, los velos de la tristeza y las lágrimas del dolor tienen que desaparecer porque la muerte ha sido aniquilada para siempre y todo tiene que ser vida y alegría. ‘Arrancará el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa las naciones. Aniquilará la muerte para siempre… enjugará las lágrimas de todos los rostros’.
¿Cuál es la razón, el motivo de semejante banquete y de tan alegre fiesta? ‘Aquel día se dirá: Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación’.
Todos entendemos el mensaje mesiánico de este texto, pero que también es como una figura y tipo del banquete del Reino de Dios al que todos estamos invitados en Jesús. El evangelio de hoy nos hablará de una comida bien abundante que será anuncio y anticipo del banquete de la Eucaristía que Jesús nos dará.
Hemos escuchado en el evangelio el relato de la multiplicación de los panes y los peces allá en el descampado comiendo hasta saciarse una multitud considerable de personas. ‘Comieron hasta saciarse y recogieron las sobras… los que comieron fueron cuatro mil hombres, sin contar mujeres y niños’.
Un milagro de Jesús que es todo un signo. No será ya el pan milagrosamente multiplicado el que Jesús quiere darnos a comer, sino que será Él mismo el que se nos dé como comida y alimento de vida eterna. En el evangelio de san Juan es precisamente después del relato de la multiplicación de los panes cuando Jesús nos anuncia el banquete de la Eucaristía. ‘El que come del pan que yo le daré tendrá vida para siempre y yo lo resucitaré en el último día’, nos dirá.
Ése sí que es un festín de manjares enjundiosos porque comemos al mismo Cristo. Con Cristo ya no puede haber muerte, sino que todo tiene que ser alegría y vida. Se correrán para siempre los paños del luto y la tristeza. Con Cristo está superado todo dolor y todo sufrimiento porque con El toda la vida adquiere un nuevo sentido en el amor.
Estamos haciendo el camino del Adviento que nos tiene que llevar a ese encuentro pleno con el Señor que viene a nuestra vida. Y El quiere ser para nosotros vida, salvación, paz, alegría. Para eso se nos da en la Eucaristía. Que así lo podamos vivir en plenitud, así nos llenemos de su salvación. ‘Aquí esta nuestro Dios… celebremos y gocemos con su salvación’.

martes, 1 de diciembre de 2009

Un vástago florecerá de su raíz

Is. 11, 1-10
Sal. 71
Lc. 10, 21-24


‘Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz…’ hemos escuchado que así ha comenzado el profeta.
Es como hablar de un tronco viejo, endurecido, reseco del que parece que no puede tener vida ni hacer que de él pueda surgir un nuevo brote o una nueva planta. Sin embargo el profeta nos dice que sí brotará un renuevo, y de su raíz un vástago nuevo. Y ya nos dice que el Espíritu del Señor es el que le dará vida y hará surgir un nuevo vivir. Es muy significativa esta imagen.
La profecía nos hace una descripción de lo que es ese tronco viejo, lo que está significando, porque nos está reseñando un mundo de injusticias, de apariencias y falsedades, de violencia y de muerte, un mundo de enfrentamientos y rivalidades, como puede ser la expresión de la no posible convivencia de animales feroces y salvajes con otros animales más domésticos.
El profeta describe la situación del mundo que él vive, pero que puede ser una perfecta descripción de lo que es nuestro propio mundo. No tenemos que detenernos mucho para hacer la comprobación en nuestra realidad de la descripción profética. ¿No oímos hablar continuamente de violencias de todo tipo, ya sean actos terroristas, ya lo que llaman violencia de género por emplear una expresión actual, o las violencias y enfrentamientos en las familias o entre vecinos, entre razas y entre pueblos? ¿No es un mundo injusto en el que vivimos con tantas desigualdades que provocan tantas miserias? ¿No oímos hablar continuamente de corrupción y de tantas cosas más en ese estilo de injusticias? Podríamos pensar aún en muchas cosas más.
Pero de esa situación de mal, de muerte, de tronco reseco, el Espíritu, nos dice el profeta, hace surgir algo nuevo, ‘un vástago florecerá de su raíz’. Está lleno del Espíritu del Señor. ‘Sobre él se posará el Espíritu del Señor: espíritu de ciencia y de discernimiento, espíritu de consejo y de valor, espíritu de piedad y de temor del Señor; le llenará el Espíritu del Señor’. A continuación habla el profeta de justicia, lealtad, equidad, paz…
Un texto en cierto modo paralelo a aquel otro del mismo Isaías que Jesús proclamará en la sinagoga de Nazaret en lo que llamamos su discurso programático y que nos viene a decir que todo eso se estaba cumpliendo en El. ‘Hoy se cumple todo esto que acabáis de oír’, les dirá entonces.
Ahora el profeta nos habla de la justicia nueva, de la verdad, de la paz y la armonía que vendrá a nuestro mundo con la llegada del Mesías. ‘Será la justicia ceñidor de sus lomos; la fidelidad, ceñidor de su cintura. Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos; un muchacho los pastorea…’ Así seguirá describiéndonos con ricas imágenes esa armonía total en la nueva creación.
‘Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente’, que hemos rezado en el salmo. Todo es nuevo, todo es paz, ya nadie le hará daño al otro. ‘No harán daño ni estrago por todo mi monte santo; porque está lleno el país de la ciencia del Señor, como las aguas cubren el mar’. Así es la abundancia de la paz.
Es la paz mesiánica. Es lo que tendría que ser nuestra vida si recibimos y aceptamos a Jesús en nuestra vida. Es la tarea en la que hemos de comprometernos. Es el mundo nuevo que hemos de construir y vivir. No son ilusiones infundadas ni sueños imaginarios, son esperanzas vivas. Creemos y esperamos al Señor que viene y que puede realizar y realiza esas maravillas en nosotros y en nuestro mundo. Es el recorrido que vamos haciendo en este Adviento, porque es lo que queremos en verdad celebrar cuando llegue la Navidad. Así el Señor transforma nuestra vida.
Con corazón humilde y sencillo nos acercamos al Señor y con esperanza viva. Si así con esa humildad y con esa confianza vamos a El, se nos manifestará, podremos conocerle, como nos dice hoy el evangelio, y podremos vivir ese mundo nuevo de gracia y santidad que Dios quiere para nosotros.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Andrés discípulo y apóstol, llamado y enviado


Rom. 10, 9-18
Sal. 18
Mt, 4, 18-22


‘Paseando Jesús junto al lago vio a dos hermanos, Simón Pedro y Andrés… eran pescadores… y les dijo: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres… dejadas las redes le siguieron…’
Este es Andrés, el hermano de Simón, el ‘primer llamado’ como le proclama la Iglesia de Constantinopla, a quien hoy estamos celebrando. Lo del primer llamado es una clara referencia a la escena que nos narra el evangelio de san Juan; Andrés y Juan, el hermano de Santiago, eran discípulos del Bautista y escucharon el anuncio que Juan había hecho allí junto al Jordán: ‘Yo he visto que el Espíritu bajaba sobre El como una paloma… yo lo he visto y doy testimonio de que El es el Hijo de Dios… Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…’ Y aquellos dos discípulos se fueron tras Jesús.
Detalle a tener en cuenta. Se habían dejado guiar por el Bautista. Había venido a preparar los caminos del Señor y ahora señalaba a aquellos dos discípulos cómo habían de ir hasta Jesús. ‘Conviene que El crezca y que yo mengue…’ diría más tarde. Y sus discípulos se fueron con Jesús. ‘Maestro, ¿dónde vives?... Venid y lo veréis’.
Otro detalle a tener en cuenta. Andrés fue y conoció a Jesús, estuvo con Él y ya a la mañana siguiente salió a hacer el anuncio. ‘Hemos encontrado al Mesías’, le dice a su hermano Simón y lo lleva también hasta Jesús.
Finalmente quiero fijarme en otro momento donde vuelve a aparecer Andrés en el Evangelio. Los dos griegos que querían conocer a Jesús fueron a Felipe, el de Betsaida. Felipe fue a contarle a Andrés la buena noticia de que los griegos querían conocer a Jesús. Y Felipe y Andrés fueron hasta Jesús. Como llevó a Pedro su hermano hasta Jesús, ahora quiere abrirle caminos a aquellos extranjeros hasta Jesús. Se convierte en algo así como intercesor o mediador.
Un llamado que se deja conducir para ir hasta Jesús y dar luego una respuesta pronta y generosa, pero que pronto se convierte en mensajero, en mediador, en apóstol y en intercesor para que otros conozcan a Jesús, lleguen hasta Jesús y Jesús también los reciba y acoja. Hermosa tarea la de Andrés; un entrenamiento ahora para la inmensa labor apostólica y misionera que luego realizará. Moriría en Patras en Grecia y también crucificado como su Maestro.
Nos ha hablado san Pablo en la carta a los Romanos de confesar que Jesús es el Señor y Dios lo resucitó con nuestro corazón y con nuestros labios, o sea, con toda nuestra vida. ‘Si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvarás’. Desde esa confesión alcanzaremos la justificación y la salvación. Pero nos habla Pablo a continuación, sintiendo gran dolor en el alma y fuego ardiente en su espíritu que para invocarlo hay que creer en Él, y que no podrán creer en El si no se les anuncia. Realizarán ese anuncio los enviados y los enviados han de proclamar claro el mensaje que no es otra cosa que hablar de Cristo. ‘La fe nace del mensaje y el mensaje consiste en hablar de Cristo’.
Cuando nosotros hoy celebramos la fiesta del Apóstol san Andrés, con todos estos detalles que hemos ido subrayando y lo que la Palabra del Señor nos ha dicho, tendríamos que tener fuego en el corazón, ardor y coraje en nuestra vida para escuchar el mensaje y el envío que se nos hace para que todos puedan llegar a la fe, conocer a Jesús, y confesarle como nuestro Dios y Señor, como nuestro Salvador y como nuestra vida y así sentir el envío que también nos hace a nosotros. Ir a anunciar el evangelio del Reino y aunque nos cueste, aunque sea difícil, aunque algunos cierren los oídos. Nosotros no podemos cerrar los oídos, tenemos que hacer soltar nuestra lengua para poder hablar de Cristo, para anunciar a Cristo a los demás.
Creo que éste puede ser el mensaje que recibamos de esta fiesta y nuestro compromiso allí donde estamos. Siempre podemos llevar a un hermano hasta Jesús, siempre podemos ser mediadores para que otros lleguen a Jesús, siempre podemos convertirnos en intercesores con nuestra oración pidiendo al Señor que envíe obreros a su mies porque es abundante y los obreros son pocos, y además pidiendo por todos los que no conocen a Jesús.

domingo, 29 de noviembre de 2009

No le podemos cortar las alas al Adviento


Jer. 33, 14-16;
Sal. 24;
1Tes. 3, 12-4, 2;
Lc. 21, 25-28.34-36


‘Al comenzar el Adviento aviva en tus fieles el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene… para que colocados a su derecha un día merezcamos poseer el Reino eterno…’
Así hemos orado hoy al inicio del tiempo del Adviento. Para mí el Adviento es un tiempo ilusionante y provocador de esperanza que nos hace tender la mirada hacia adelante y hacia arriba con metas de futuro en plenitud.
Pero no le podemos cortar las alas al Adviento. No nos quedamos en la celebración gozosa de un recuerdo de algo pasado. Cuando nosotros los cristianos celebramos hacemos memorial. En la memoria que hacemos del actuar de Dios, seguimos sintiendo presente esa acción salvadora de Dios pero siempre tendemos hacia la plenitud final. Por eso decimos memorial.
Fijémonos cómo lo expresa la liturgia en la celebración de la Eucaristía en sus plegarias eucarísticas. ‘Al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo, te ofrecemos… te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia… y merezcamos por tu Hijo Jesucristo compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas’. O como decimos en la otra plegaria eucarística ‘al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo… y esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria’, terminamos diciendo.
Esa dimensión de nuestra celebración cristiana, de lo que es toda nuestra vida cristiana, la esperanza de alcanzar la plenitud eterna de la gloria de Dios, no la podemos perder de vista en el tiempo del Adviento. Adviento, que es precisamente celebrar y fomentar la esperanza. Cuando preparamos la celebración de la venida del Señor en la carne aprendemos a vivir la esperanza de su venida definitiva, mientras seguimos sintiendo, viviendo y celebrando de forma sacramental su presencia salvadora aquí y ahora en nuestra vida.
Por eso, como decíamos antes, no le cortemos las alas al tiempo del Adviento. Y con frecuencia, tenemos que reconocer, que se las cortamos cuando dejamos coja nuestra navidad celebrando sólo un aspecto. Nos alegramos, hacemos fiesta, gastamos todas nuestras energías en el solo recuerdo gozoso de su nacimiento en Belén, que para muchos además se queda en una fiesta de familia, por muy hermosa y bonita que sea.
¿Dónde se nos queda la celebración gozosa del hoy salvador de Cristo en nuestra vida? ¿dónde se nos queda la esperanza de esa plenitud total de su presencia? Tengamos en cuenta todo lo que nos ha dicho hoy la Palabra del Señor. Despertemos, alcemos la cabeza, se acerca nuestra liberación, nuestra salvación. Que finalmente nos sintamos más llenos de la salvación de Dios, cuando lleguemos a celebrar la Navidad.
Decíamos al principio de nuestra reflexión que el tiempo del Adviento es un tiempo ilusionante, ilusionador. Y en verdad será así, si tenemos en cuenta todos estos aspectos que hemos mencionado, tratamos de conjugarlos bien para que estén presentes en nuestra celebración y nos esforzamos por vivirlos en todos los sentidos. Es ilusionante poner esperanza donde parece que no hay esperanza, despertar la fe donde parece que se ha enfriado o se ha perdido, llenarnos del amor de Dios y poner más amor en nuestras relaciones, en ese mundo en el que vivimos para llenarlo de humanidad y ternura. Y a todo esto nos está invitando el Adviento. ‘Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y amor a todos…’ nos decía san Pablo.
Viene el Señor y hemos de prepararnos para su venida, hemos de esperar con toda intensidad su venida. Pero, ¿nos preparamos? ¿tenemos esperanza? Más aún, ¿cuáles son las expectativas y las esperanzas hoy? Las que tenemos nosotros y las que puede tener nuestro mundo. ¿Se habrá perdido la esperanza y acaso nosotros los cristianos nos hayamos contagiado de ello?
Los agobios de la vida por una parte – y en la situación concreta que vive nuestra sociedad hoy – y las rutinas en las que fácilmente caemos en la vida pudieran hacernos perder las esperanzas y las ilusiones más elementales. ¿Estaremos ya desencantados de la vida, como si estuviéramos de vuelta de todo? ¿Ya no esperamos que en verdad pueda haber algo nuevo para mí, para la Iglesia, para la sociedad? A mucha gente pudiera parecerle que Dios ya no tiene nada que decir ni que hacer en este mundo en el que precisamente parece que hubiéramos desterrado a Dios. Hasta se quiere celebrar la navidad hoy sin Dios, sin Jesús, sin nacimiento en Belén, sólo como una fiesta del invierno o del sol que nace y comienza a crecer.
Jesús nos decía: ‘Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida y se os eche encima de repente aquel día… estad siempre despiertos pidiendo fuerza para manteneros en pie ante el Hijo del Hombre’.
Despertemos, no vivamos embotados con tantas cosas ni con las desesperanzas del mundo. Mantengámonos en pie y vigilantes. Con ilusión y con esperanza. ‘En aquel día suscitaré un vástago legítimo que hará justicia derecho en la tierra’, nos anunciaba el profeta. Algo nuevo quiere hacer el Señor en nosotros, en nuestra Iglesia, en nuestro mundo. Las maravillas del Señor se siguen realizando.
Hoy viene el Señor con su salvación. Por mucho que quieran algunos, a Dios no lo podemos desterrar de este mundo. Porque El está en medio de nosotros y nos quiere dar la vida en plenitud. Y nosotros con nuestra fe y con nuestra esperanza lo tenemos que hacer visible, presente en nuestro mundo para que todos lleguen a creer en El. Es importante cómo vivamos este tiempo de Adviento y cómo lleguemos a vivir la Navidad, porque tenemos que ser estrellas luminosas para los demás. Démosle profundidad, trascendencia a este Adviento que estamos comenzando a vivir sin cortarle las alas, como hemos dicho y repetido.