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jueves, 3 de diciembre de 2009

¿En qué roca hemos de cimentar nuestra fe?

Is. 26, 1-6
Sal. 117
Mt. 7, 21.24-27


Cuando queremos edificar una casa tenemos que procurarle unos buenos cimientos. No nos podemos quedar sólo en la apariencia externa o en los adornos. Así en el edificio de nuestra vida cristiana, en el edificio de nuestra fe.
Tenemos fe y decimos que creemos en Dios, pero no pueden ser sólo buenas palabras. Y cuando nosotros en un Dios que tanto nos ama, que es nuestro Padre y que por nosotros y para nosotros nos ha enviado a su Hijo Jesús, honda tiene que ser nuestra respuesta. Por eso hemos de comenzar por querer conocerle más y descubrir en lo más profundo cuál es su voluntad para nosotros. Y por ahí tenemos que caminar, que será siempre un camino de amor, una respuesta de amor, de amor fiel. Lo que tendrá que darle hondura a nuestra fe y a nuestra vida cristiana.
Hoy nos habla Jesús de casa edificada sobre roca y casa edificada sobre arena. Cuando no hay verdaderos cimientos ante cualquier embate el edificio se pone en peligro. ‘Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente’. No queremos entrar en juicio contra nadie, pero bien hemos visto muchas veces gente que nos parecía buena y hasta piadosa, pero que se enfriaron, abandonaron su práctica religiosa y cristiana y hasta algunas veces los vemos alejados de la fe. ¿Qué les habrá sucedido? ¿Tendrían bien cimentada su vida cristiana? ¿Nos puede suceder a nosotros lo mismo?
Jesús había dicho que ‘el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo… el que escucha estas palabras mías y las pone en práctica… es el que entrará en el reino de los cielos… porque se parece a aquel hombre prudente que edificó sobre roca’. Buscar, pues, lo que es la voluntad del Padre del cielo, escuchar a Jesús que es quien mejor nos descubre quien es Dios y lo que Dios quiere de nosotros, y ponerlo en práctica, vivirlo con toda la intensidad de nuestra vida.
Esto nos pide que en verdad tengamos deseos y tengamos voluntad de ponernos en un verdadero camino de crecimiento espiritual, de crecimiento en nuestra vida cristiana. Cuántos nos dicen es que yo soy cristiano de toda la vida, ahora a estas alturas qué voy a aprender, qué me van a enseñar o qué nuevo tengo que hacer. Y se contentan con lo de siempre, no le han dado profundidad a su fe y a su vida cristiana, tienen el peligro de quedarse en lo superficial, no han crecido en la fe, en el descubrimiento de la voluntad de Dios, muchas veces su fe se queda en lo infantil y sin madurar. Les falta una verdadera sustentación.
Y es que en la medida en que amemos a Dios con toda sinceridad, cada día tendremos deseos de conocerle más y más y nunca nos cansaremos de ese crecimiento, de ese avance en su vida cristiana. Dos enamorados que se aman de verdad cada día quieren conocerse más, cada día quieren sentirse más unidos y, si no les falla o les merma su amor, cada día tendrán más deseos de amarse más y mejor.
Es así cómo tiene que ser el alimento de cada día de nuestra vida cristiana la Palabra de Dios. Ese lectura de la Biblia que hacemos a nivel personal e individual para aprenderla, y cuando digo para aprenderla es apresarla, tomarla para mi vida, rumiarla en mi interior, reflexionarla, hacerla oración. Esa oración que me hace sentir en la presencia de Dios, para sentirle y para vivirle allá en lo más hondo de nosotros, para amarle cada vez más, pero para experimentar cada vez con mayor intensidad su amor en mi vida. Y de ahí en nuestro proyecto espiritual, pues, nuestra vida sacramental, la vivencia de la Eucaristía y de los sacramentos que alimentan con la gracia de Dios nuestra vida cristiana.
Ahí tenemos el cimiento sobre roca que necesitamos para mantenernos firmes en nuestra fe, comprometidos en nuestro amor y llenos de esperanza en la vida eterna de la que Dios quiere hacernos partícipes y que un día viviremos en plenitud.

1 comentario:

  1. Muy buena reflexión sobre cimentar nuestra fe y que dará hondura a nuestra vida.
    Gracias, que reciba bendiciones de Dios por siempre.

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