No apaguemos los pabilos vacilantes, que demasiado lo hacemos
en la sociedad y también en la iglesia, sino que reavivemos lo pequeño que es
de valor grande
Éxodo 12, 37-42; Sal 135; Mateo 12, 14-21
Qué mal nos sentimos cuando intentamos
hacer algo bueno, pero por las circunstancias que sea no nos sale como nos gustaría
a nosotros, o cuando pretendíamos algo grande e importante, sin embargo lo que
resultó fue algo muy pequeño, insignificante quizás, que parece que no tiene ningún
valor, pero donde habíamos puesto nuestra ilusión y nuestro esfuerzo y viene
alguien y nos lo echa abajo; y llega alguien y nos dice que aquello es una
mezquindad, que tanto decir y decir y mira lo que hemos conseguido, la poquedad
o la pequeñez de lo logrado. Se nos viene el mundo abajo, con la ilusión y el
esfuerzo que habíamos puesto, y viene ahora alguien y nos dice que aquello no
vale nada. Se nos vuelan las ilusiones, nos sentimos perdidos y empequeñecidos,
no tenemos ilusión ni fuerza para comenzar de nuevo algo bueno. Hay personas
que parece que son especialistas en cortarnos las alas.
Algo que nos puede suceder en los
ámbitos educativos, o en el seno familiar donde tenemos el peligro de que a
alguno de sus miembros no lo valores, no tengamos en cuenta lo que hace aunque
sea pequeño; algo que nos puede suceder en el ámbito de la sociedad y donde hay
personas que quieren colaborar, pero quizá no saben hacer más o no pueden hacer
sino cosas sencillas, y pudiera ser que los dejemos a un lado; y nos sucede,
hemos de reconocerlo, también en el ámbito de la comunidad cristiana, en el ámbito
eclesial.
Cuantas veces no valoramos ese pequeño
real de la viejita de turno que simplemente ofrece sus oraciones en su misa
diaria a la que no falta nunca, pero que no puede comprometerse en otras cosas
o actividades; muchas cosas y también muchos encontronazos o discriminaciones
pudieran estar sucediendo en el ámbito de la comunidad porque el encargado de
turno, digámoslo así, no valora a determinadas personas y no sabe o no quiere
contar con ellas; o a cuántos por no sé qué motivos apartamos de actividades o
acciones pastorales que pudieran realizar dentro de la Iglesia. Hay muchos con
los que no se quiere contar, quizás por que nos parezcan poca cosa o por
algunas sombras que pudiera haber habido en su vida y que no hemos sabido
ayudar a superar.
Muchas reflexiones de este tipo nos
pueden surgir en nuestro interior desde el pasaje del evangelio que incluso
cita un texto del profeta Isaías. Los fariseos habían planeado ya acabar con
Jesús y Jesús se retira a otros lugares esperando mejores momentos. Sin embargo
a cuantos se acercan los atiende, les enseña, les cura de sus enfermedades o
dolencias, aunque siempre los dice que no lo digan a nadie. Quiere pasar
desapercibido, pero siempre que tiene la oportunidad sigue anunciando el Reino
de Dios.
Es cuando el evangelista se acuerda de
profeta y trae a colación un texto. ‘Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: Mirad a mi siervo, mi
elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que
anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las
calles. La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará,
hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones’.
Es lo que
queremos recordar y ha motivado la reflexión que nos hacíamos y que bien tendríamos
que tener en cuenta, como decíamos, para muchos aspectos de la vida. ‘La
caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará…’ Cómo tendríamos
que recordarlo y tenerlo en cuenta en tantas ocasiones. Parece que el pabilo se
va a apagar, pero tenemos que reavivarlo; parece que es una caña cascada -
¿para qué nos va a servir si ya está rota?, pensamos – pero aunque nos pudiera
parecer inútil puede servirnos para algo, puede tener su función. Podríamos
pensar cuantas cosas en el terreno de la artesanía se realizan con cosas que
nos pudieran parecer desechos.
Todos
tenemos un valor por insignificantes que parezcamos. Todos podemos realizar una
función aunque nos pudiera parecer que no tienen capacidades. Pienso en el
mundo de los discapacitados con los que he tenido el honor de colaborar en
muchas cosas y de los que he aprendido tanto y del valor de sus vidas a pesar
de las limitaciones.
Jesús nos
enseña – y podríamos recordar muchos lugares del evangelio – a que valoremos lo
pequeño y que seamos capaces de ser fieles en lo pequeño porque de lo contrario
no lo seremos tampoco en lo grande o importante. No apaguemos los pabilos
vacilantes, que demasiado lo hacemos en la sociedad y también en la iglesia.