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sábado, 13 de agosto de 2022

 


Cuando vayamos con la mirada del niño y tengamos siempre las puertas abiertas estaremos dando la señales del Reino

Ezequiel 18,1-10.13b.30-32; Sal 50; Mateo 19,13-15

Aunque hoy nos llenamos de orgullo y se nos hace la boca agua para hablar de cuánto hemos avanzado, del mundo mejor que hemos hecho, de cómo se van reconociendo los derechos de todos, y sin negar niveles de progreso que se han conseguido, hemos de reconocer que todavía nuestro mundo está lleno de etiquetas, de distinciones que nos hacemos que si progresistas o carcas, que si proceden de este u otro lugar o país, de esta zona o de aquella isla y también ¿por qué no? aun hacemos distinciones por el color de la piel. Pero no solo eso luego vienen los que se creen más importantes porque son más progresistas, vienen los que se siguen fijando en las apariencias, que si es una persona de la calle porque no tiene donde vivir y así no se cuentas discriminaciones más que nos seguimos haciendo.

Es la realidad. Los que nos parecen pequeños no los tenemos en cuenta, mientras a los que van avasallando les tenemos temor porque no sabemos qué jugarreta nos harán. Y nos vamos contagiando con esas cosas parece que sin darnos cuenta, y tenemos nuestras miradas y nuestras apreciaciones hacia quien nos llega quizá a tocar a la puerta de la casa o lo vemos merodeando allí por donde vivimos. Y surgen los recelos, las desconfianzas, las miradas a distancia, y hasta las humillaciones porque con todos no nos mezclamos.

Jesús hoy en el evangelio nos da una hermosa lección que podíamos decir es un gesto más de cómo él se va acercando a todos sin distinción. Hoy es con algo tan inocente como un niño. Por allá andan los discípulos cercanos a Jesús con sus prejuicios por una parte pero también en un exceso de celo con las barreras que quieren interponer, porque no se puede molestar al Maestro. Están en la plaza y los niños se acercan a Jesús. Los niños tienen una intuición especial para saber a quien se acercan; por otra parte las madres muy entusiasmadas con Jesús les traen a sus hijos para que Jesús les imponga las manos y los bendiga. Pero al Maestro no hay que molestarlo y salen por allí muy ‘fervorosos’ los discípulos.

‘Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos’. Allí está la palabra y el gesto de Jesús. Ahí está la hermosa lección de Jesús. Como sugeríamos antes no es sino una prolongación de lo que Jesús habitualmente hace. A todos se acerca. Deja que todos se acerquen a Jesús.

¿No le critican los fariseos porque como con publicanos y prostitutas? ¿No llamó a Zaqueo el publicano porque quería hospedarse en su casa? ¿No invitó a Leví que estaba en su mostrador de cobrador de impuestos para que le siguiera y luego participó con él en el banquete que ofreció en su casa? ¿Pero no había ido a comer también a casa de Simón el fariseo, aunque en aquella ocasión hasta dejó que una mujer de la calle le lavara los pies? ¿No recibió en la noche en su casa a Nicodemo, hombre principal y magistrado cuando éste vino a verle?

En la orilla del lago permitía que todos se arremolinaran en torno a El para escuchar su Palabra; la gente la estrujaba cuando caminaba hasta la casa de Jairo y aquella mujer impura por sus flujos de sangre llegó hasta tocarle el manto, cuando le hacía reconocer Pedro y El preguntaba quién lo había tocado. ¿Cómo no iba a ahora a dejar que los niños, los pequeños, se acercaran a El?

Pero es que Jesús quiere decirnos algo más. Hay que ser como esos niños para poder entrar en el reino de los cielos. Bien sabido es lo poco que eran considerados los niños en aquella sociedad de entonces, eran como personas sin valor hasta que no llegaran a la mayoría de edad. Pero Jesús dice que hay que ser como un niño, y lo repetirá en otras ocasiones.

¿Cómo es la mirada del niño hasta que no se le hecho manchado con el ejemplo de nuestros malos deseos e intenciones? Una mirada limpia, una mirada curiosa e interrogativa, una mirada sin malicia ni maldad, una mirada que siempre se está ofreciendo para el encuentro, una mirada que se está fijando en cuanto le rodea para aprender, una mirada que se confía porque no piensa en la maldad de los otros. ¿No irán por ahí las características del Reino de Dios que nos está planteando Jesús?

Cuando en la vida aprendamos a ir sin poner etiquetas, sin hacer distinciones, sin ningún miedo ni temor a nadie, cuando vayamos abriendo nuestros brazos a todos y a todos ofreciendo nuestra sonrisa, cuando no hagamos distinciones de a quien hemos de saludar y de quien hemos de pasar de largo, cuando sepamos ponernos todos a la misma altura y si acaso nos agachamos es para lavarle los pies al que está a nuestro lado, cuando vayamos con la mano tendida para no desconfiar pero también para ofrecer la paz de nuestro corazón, cuando sepamos tener siempre abiertas nuestras puertas y sepamos mezclarnos con todos,  estaremos dando las señales del Reino, nos sentiremos hermanos, porque todos somos hijos del mismo Padre y Señor.

‘Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos’.

viernes, 12 de agosto de 2022

Una construcción que no es fácil aunque todos hablemos con facilidad del amor, pongamos en Dios los cimientos que lo hagan duradero y lleno de belleza

 


Una construcción que no es fácil aunque todos hablemos con facilidad del amor, pongamos en Dios los cimientos que lo hagan duradero y lleno de belleza

Ezequiel 16, 1-15. 60. 63; Sal.: Is. 12, 2-3. 4bcd. 5-6;  Mateo 19, 3-12

¿Qué hemos hecho del amor? ¿Un tópico del que todo el mundo habla? Poesía, música, romanticismo, palabras hermosas… todos tenemos algo que decir, pero al final se nos muere entre las manos, se nos escurre de nuestra vida como agua que se escurre de nuestras manos. Y aunque lo cantamos como lo más hermoso, terminamos diciendo que se nos murió el amor; y decimos que lo rehacemos y lo reconstruimos, pero ya vamos con la desconfianza de que no va a durar, que un día se nos puede escurrir también de esa vida que soñamos tan hermosa con el amor. No quiero entrar en ruedas de pesimismo que sabemos cómo acaban siempre, siento en el alma que nos cueste tanto entender el amor y lo perdamos, que nos sea tan difícil hablar del amor aunque todos queramos decir las cosas más hermosas.

Y Jesús nos viene a decir que no, que no nos dejemos embaucar por esos senderos de derrotismo; que seamos capaces de empezar soñando, si queremos, pero que no dejemos que entre por ninguna esquina ninguna sospecha ni desconfianza, pero tampoco dejemos que sea la pasión la que domine, aunque la pasión tenga que venir; que comencemos a amar de verdad pero buscando la verdad del amor, lo más puro del amor, lo más noble y hermoso del amor; que no construyamos la casa queriendo comenzar por el tejado, porque antes hemos de poner unos sólidos cimientos, una estructura firme, unos valores fundamentales que no pueden faltar, porque será la forma de que la casa no se derrumbe aunque vengan los peores temporales.

Es algo más que un flechazo que se puede quedar en algo pasajero como una flecha que nos roza y pasa de largo. Es algo que tenemos que saber ir construyendo poco a poco, desde la maduración de la propia persona, pero la maduración también en la relación con los demás; que no es solo la relación con la persona que decimos que amamos de manera especial – que también hemos de saber construir y madurar – sino con todos.

Muchas veces nuestra relación con los demás se nos queda inmadura, se nos queda en lo superficial, no sabemos afrontar luchas y dificultades, fácilmente ante la menor dificultad queremos desentendernos de todo e irnos cada uno por nuestro lado y no sabemos mantener una amistad duradera sabiendo reconstruir, corregir, rehacer; no sabemos encontrarnos, y llenamos la vida de banalidad. No sabremos entonces afrontar lo que es una verdadera relación de amor para que sea permanente, para que pueda permanecer para siempre.

Cuando vivimos la vida con esa superficialidad, incapaces del sacrificio para alcanzar algo que consideramos superior, y no hemos aprendido de esa virtud de la constancia y perseverancia aunque no veamos tan pronto como queramos los frutos de la planta que estamos cultivando, no nos extrañe que pongamos tantas pegas a un amor permanente, que no lleguemos a entender la fidelidad que nos pide Jesús en el amor matrimonial, que comencemos a hablar enseguida de rupturas, de separaciones y de divorcios, que rechacemos esa indisolubilidad del matrimonio de la que nos habla Jesús en el evangelio. Lo vemos todo tan lógico y queremos decir tan humano.

Y Jesús nos recuerda que ya no son dos sino una sola carne, así de profunda es la unión del amor verdadero, pero nos dice también que lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. Y es que esa capacidad de amor nos viene de Dios, esa posibilidad del amor se la debemos a Dios, ese modelo de amor lo tenemos en Dios.

¡Qué hermoso el texto del profeta que se nos ofrece también hoy en la liturgia! Viene a hablarnos de esa fidelidad del amor de Dios a pesar de nuestras infidelidades. Y si Dios está en medio de ese amor ¿cómo es posible que falle el amor? porque Dios no nos falla nunca.

Los discípulos se quejaban, como lo hacemos nosotros también, lo difícil que era entender todas esas cosas de las que les hablaba Jesús. Y Jesús no lo reconoce, ‘es cierto que no todos lo entienden, sino los que han recibido ese don’. Pidamos a Dios que nos conceda a nosotros también ese don.

jueves, 11 de agosto de 2022

Disfrutemos del perdón que es también liberación para nuestro corazón y encuentro de la paz interior

 


Disfrutemos del perdón que es también liberación para nuestro corazón y encuentro de la paz interior

Ezequiel 12, 1-12; Sal 77; Mateo 18, 21 – 19, 1

En el Reino nuevo que Jesús nos anuncia hay preguntas que ni siquiera tendría uno que planteárselas ni hacerlas. ¿Por qué digo esto? Decir que aceptamos el Reino de Dios es reconocer que es el único Señor de nuestra vida porque en verdad hemos experimentado en nosotros su amor y su misericordia. Una experiencia que transforma, una experiencia que nos da un nuevo sentido de vivir, una experiencia que nos hace mirar a los demás con ojos distintos, una experiencia que nos hace entrar en la órbita del amor. Quienes viven esta experiencia ¿cómo se van a preguntar hasta cuántas veces tenemos que perdonarnos? El que ama, ama para siempre, nunca podrá ver mermado su amor, hagan lo que le hagan.

Podríamos decir que ahí está la clave, aunque luego bien sabemos cuanto nos cuesta ponerla en práctica. No siempre saboreamos el amor de Dios como tendríamos que saborearlo. No siempre somos capaces de disfrutar de la experiencia del perdón. Y cuando digo disfrutar de la experiencia del perdón no me refiero al perdón que nosotros podemos o tenemos que ofrecer, sino a la experiencia del perdón recibido. Porque de ahí tenemos que partir.

Los discípulos iban captando poco a poco los planteamientos nuevos que Jesús les iba haciendo, aunque les costara asumirlos totalmente. Ya habían escuchado repetidas veces cómo Jesús hablaba del perdón, y así nos había incluso enseñado a rezar, a pedirle perdón a Dios, pero con la conciencia de que hemos sido perdonados y así generosamente ofrecemos el perdón a los demás. Nos había hablado en el sermón del monte incluso del amor a los enemigos y nos planteaba lo diferente que hemos de hacer nosotros, porque no vamos a hacer simplemente lo que hace toda la gente; algo nuevo tiene que diferenciarnos. Los gentiles también prestan a los que le prestan, como saludan a los que los saludan, pero al seguidor de Jesús se le pide un paso más adelante, también rezamos y perdonamos a los que nos hacen daño.

De ahí la pregunta de Pedro. ‘Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?’ Y está clara la respuesta de Jesús. ‘No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete’, o sea siempre, porque en este caso no caben las contabilidades. Pero ante la cara de estupor que pondría Pedro y que pondrían los que le estaban escuchando, les propone una parábola, los dos deudores con las diferentes actitudes.

¿De qué nos estará hablando Jesús con el ejemplo de la parábola? Que nos fijemos en lo inmenso que es el amor de Dios que nos perdona por mucha que sea la deuda, frente a la mezquindad con que andamos nosotros preguntándonos cuántas veces tenemos que perdonar. Aquel criado de la parábola que no supo luego perdonar su compañero después de todo lo que le había perdonado a él, no había sabido saborear el perdón que le habían regalado.

Es la clave para el perdón. Ese perdón que nos ha dignificado cuando lo hemos recibido, luego nos engrandece también cuando somos capaces de ofrecerlo generosamente. Ese perdón que es liberación para nosotros mismos, no solo porque cuando Dios nos perdona ha roto las cadenas de muerte que oprimían nuestra vida, sino que cuando somos capaces de perdonar estamos también liberándonos a nosotros mismos de esas cadenas del resentimiento y de la venganza que buscar resarcir lo que nos hayan hecho. Quien perdona de verdad se siente profundamente liberado dentro de sí mismo.

Ya sabemos bien, aunque le demos la vuelta para no quererlo reconocer, que cuando con nuestro resentimiento no queremos perdonar y lo hacemos como queriendo hacerle daño a quien nos ha ofendido, realmente a quien nos estamos haciendo daño es a nosotros mismos, porque ese resentimiento es dolor que estamos guardando dentro de nosotros sin necesidad.

Aprendamos a disfrutar de la generosidad del perdón, no porque nos sintamos como en un estadio superior sobre aquel que nos ha ofendido, sino porque nos estamos liberando interiormente a nosotros mismos. El perdón no será solamente darle una nueva oportunidad a aquel que hemos perdonado para recomenzar su vida, sino que es a nosotros mismos a quienes nos estamos dando la oportunidad de recomenzar nuestra vida sintiendo verdadera paz en el corazón.

Por eso como comenzábamos diciendo ni siquiera tenemos que preguntarnos cuántas veces tengo que perdonar, porque siempre nosotros queremos también alcanzar esa paz interior.

miércoles, 10 de agosto de 2022

Que no echemos a perder a semilla de nuestra vida porque nos guardemos tanto para nosotros porque no seamos capaces darnos hasta morir por los demás

 


Que no echemos a perder a semilla de nuestra vida porque nos guardemos tanto para nosotros porque no seamos capaces darnos hasta morir por los demás

Corintios 9, 6-10; Sal 111; Juan 12, 24-26

Estudia para que seas un hombre y una mujer de provecho, nos inculcaron desde pequeños; bueno eso era lo que nos decían a nuestras generaciones. Pero ser un hombre o mujer de provecho era que pudieras tener un buen trabajo y ganar dinero, poder situarte en la vida, ‘hacer carrera’, como se decía, para poder ser alguien importante, que tuvieras poder económico, que fueras una persona de nombre y de influencia en la vida. No está mal. Es bueno hacer soñar. Es bueno poner aspiraciones en el corazón. Es bueno que lleguemos a desarrollar lo que somos y lo que valemos, nuestras cualidades y valores, que podamos hacer con lo que somos algo por la sociedad en la que vivimos. Es cierto, no hay que cortarle alas a los sueños. Demasiado vemos en la vida gente dando vueltas y vueltas sin saber a donde va, a qué dedicar su vida, que pueden hacer de provecho por ellos mismos, pero también por esa sociedad en la que vivimos.

Lo que creo que no podemos o no debemos hacer es solamente quedarnos en nuestras propias complacencias y satisfacciones – aquello de guardarnos para nosotros mismos -, llenarnos de orgullo y subirnos a pedestales para aprovecharnos de eso que hemos alcanzado, de eso que podemos hacer, o de esos valores y cualidades que hemos sido capaces de desarrollar. Es una tentación fácil, que se nos suba a la cabeza lo que hemos ido logrando en la vida, y centrarlo todo en nuestro yo, querer incluso que los demás sean adoradores de lo que somos suscitando envidias, creando rivalidades, poniendo recelos y desconfianzas en los corazones.

Mira por donde Jesús de que tenemos que hacer fructificar la semilla de nuestra vida. Ya en otros momentos del evangelio nos hablará de cómo hemos de negociar los talentos que se han puesto en nuestras manos para darles rendimiento, y nos habla también de la buena administración que hemos de hacer de lo que somos o de lo que tenemos. Pero hoy nos está dando unas claves cuando habla de la semilla que para que pueda fructificar ha de ser enterrada en tierra y morir. Es una forma de decir que ha de germinar para que surja una nueva planta, de aquella semilla germinada no quedará nada, o mejor tenemos que decir, quedará una nueva planta, una nueva vida, que va a producir también sus frutos.

Por eso nos habla de morir a nosotros mismos. En otro momento empleará la expresión de negarse a sí mismo. Hoy nos dice ‘el que ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna’. No podemos centrar la vida solo en nosotros mismos, no podemos pensar en que solo vamos a ganar para nosotros; nos está hablando de desgastarnos, de darnos, de morir como lo hace la semilla para que germine y surja esa nueva planta, nos está hablando del sentido del amor que le hemos de dar a la vida.

Aquello que desarrollamos en nosotros, esa semilla que queremos hacer germinar, esas cualidades y valores que vamos a desarrollar, no es simplemente por buscar un nombre de prestigio, por alcanzar unas metas de poder; no importa las altas cotas que pueda alcanzar sino aquello en lo que yo sea capaz de servir, aquello en lo que yo pueda hacer por ese mundo en el que vivimos, por los demás, por aquellos que me rodean.

Esa es nuestra verdadera riqueza, esa es nuestra verdadera grandeza, ese tiene que ser el auténtico brillo que le dé a mi vida. Ese es el grano de trigo que verdaderamente va a dar fruto, no aquel que guardamos y almacenamos en el granero sin darle ninguna utilidad. Alguna vez nos ha pasado que unas semillas que teníamos allá bien guardadas durante mucho tiempo, las habíamos guardado como si fueran una pepita de oro, pero cuando quisimos sembrarlas para que germinaran y nos dieran nuevas plantas ya estaban inservibles, ya no fueron capaces de germinar para darnos nuevas plantas. Que no echemos a perder así la semilla de nuestra vida.


Todo esto lo estamos reflexionando cuando estamos celebrando hoy a san Lorenzo que no solo se dejó quemar en la parrilla por el nombre de Jesús, sino que por ese nombre de Jesús se había gastado su vida por los pobres que eran la verdadera riqueza de la Iglesia.

martes, 9 de agosto de 2022

La superficialidad con que muchas veces vivimos nos hace quedarnos sin aceite, nos hace quedarnos, lo que es peor, sin una luz que dé un sentido a nuestra existencia

 


La superficialidad con que muchas veces vivimos nos hace quedarnos sin aceite, nos hace quedarnos, lo que es peor, sin una luz que dé un sentido a nuestra existencia

Oseas 2, 16b. 17de. 21-22; Sal 44; Mateo 25,1-13

Según sean nuestros intereses o las prioridades que nos hayamos propuesto serán nuestras prisas o será la forma como nos preparemos para algo que nos anuncian o que podamos estar esperando. Es un familiar que por distintas razones tuvo que emigrar al extranjero y ahora nos anuncia la llegada, y según quizás la relación o el contacto que con él hayamos mantenido ahora nos alegraremos de su llegada y tendremos todo preparado o iremos dejándolo para ultima hora, pensando que ya habrá tiempo para preparar lo que fuera necesario.

Eso de dejar las cosas para ultima hora – ya tendré tiempo, nos decimos, que eso es pan comido - es algo en lo que muchas veces somos ‘especialistas’ – quizá para un trabajo o un proyecto que tenemos que presentar – y luego vienen los apuros de última hora, las carreras y las cosas que no salen. Con qué facilidad dejamos las cosas para última hora.

Esto algunas veces nos puede parecer cosa sin mayor importancia, pero puede ser una muestra del interés que pongamos en cosas que son fundamentales para la vida; nos puede mostrar nuestras actitudes, o las búsquedas o preguntas que hasta nos podamos hacer sobre el sentido de la vida; puede manifestar una cierta superficialidad cuando simplemente nos vamos preocupando por las cosas que en cada momento nos salen al paso, y nos olvidamos de darle un sentido hondo a nuestra vida.

Hoy Jesús nos propone una parábola, precisamente a partir de lo que eran las costumbres de la época. Se trataba de una boda y de la costumbre de que las amigas de la novia salieran al encuentro del novio de su amiga con lámparas encendidas para no solo iluminar el camino sino también luego la sala de la boda; esas cosas hoy no las entendemos tan fácilmente porque estamos acostumbrados a que nuestros caminos o nuestras calles estén iluminadas y tenemos la energía que ilumina nuestros hogares. Pero tratemos de ponernos en sus circunstancias para darnos cuenta de que algo que parecía tan sencillo como tener aceite suficiente para mantener encendidas las lámparas, en este caso falló en algunas de aquellas doncellas y por la tardanza del novio ni lo pudieron recibir con sus lámparas encendidas ni participar luego en la sala del banquete.

‘Dadnos un poco de vuestro aceite que se nos apagan las lámparas’, suplicaban aquellas muchachas insensatas que no fueron lo suficientemente previsoras; pensaban que si fallaba pronto podrían encontrar aceite que supliera la carencia. ¿Pero no será eso lo que nos puede pasar en la vida cuando nos damos cuenta de que nos sentimos vacíos por dentro y sabemos responder a los retos que la misma vida nos va presentando?

Podemos llamarlo esa preparación humana de la que todos hemos de preocuparnos para ir madurando en la vida, podemos llamarlo el haber construido la vida sobre unos valores permanentes que nos den consistencia a lo que hacemos y vivimos y nos den fortaleza para los momentos difíciles, podemos llamarlo un sentido de la vida que dé profundidad a nuestro ser para saber qué es lo que buscamos, cual es el sentido de la vida, donde está la meta hacia la que caminamos, podemos llamarlo sentido de trascendencia o espiritualidad que nos haga pensar en metas altas, que nos abra a Dios.

La superficialidad con que muchas veces vivimos nos hace quedarnos sin aceite, nos hace quedarnos, lo que es peor, sin una luz que dé un sentido a nuestra existencia. Y nos pasa en el camino de nuestra fe, que no cuidamos, que no alimentamos, que nos parece que con el aceite que recibimos en una catequesis en la infancia ya nos es suficiente. Así vivimos superficialmente nuestra fe y nuestra relacion con Dios, nos enfriamos, nos distanciamos de todo, se nos va apagando esa fe cuando nos encontramos un mundo muchas veces adverso precisamente a esas manifestaciones religiosas y cristianas.

No es cuestión solo de prepararnos para un día, o prepararnos, como muchas veces, pensamos para el último día, para la última hora; esa preparación ha de ser lo que cada momento con profundidad vivamos; seremos en el último día, lo que en el ahora estamos siendo. Dejemos que el evangelio nos interrogue, nos cuestione por dentro, nos haga hacernos preguntas, busquemos el camino de reencontrarnos con esa fe, de llenar de nuevo las alcuzas de nuestra vida de esa fe auténtica que nos haga mantener encendida la luz de nuestra vida.

¿Qué prioridad le damos en la vida a nuestra fe?

lunes, 8 de agosto de 2022

La Iglesia, los cristianos que nos sentimos comprometidos con nuestra fe, hemos de dar respuesta al reto de descristianización que vive nuestra sociedad

 


La Iglesia, los cristianos que nos sentimos comprometidos con nuestra fe, hemos de dar respuesta al reto de descristianización que vive nuestra sociedad

Isaías 52, 7-10; Sal 95; Mateo 5, 13-19

Es fácil escuchar ruidos de festejos en estos días de verano cualquiera de los caminos que queramos tomar. Las pirotecnias de los fuegos artificiales iluminan la noche de nuestros pueblos mientras con una mayor o menor insistencia y volumetría secaremos la música que quieren alegrar y acompañar las fiestas de nuestros pueblos. Habitualmente celebramos a nuestros santos patronos, en cuyo honor están edificados nuestros templos, hacemos las fiestas de la Virgen en sus diversas advocaciones que se multiplican por todos lados en estos meses, o sobre todo en el mes de setiembre por nuestras tierras las fiestas de nuestros ‘Cristos’. Los ‘actos religiosos’ están especialmente resaltados en los programas festeros y las procesiones serán acompañadas por esas músicas y los sonidos y coloridos de las exhibiciones pirotécnicas. Frutos de unas tradiciones – muy dados somos a mantener tradiciones en nuestros pueblos aunque solo sean del año anterior – o restos que quedan de la religiosidad de nuestros pueblos que hemos de reconocer cada día va a menos reflejado como está en nuestros templos vacíos en las celebraciones habituales.

Confieso que me interrogo a mí mismo, por lo que vivo o por lo que contribuyo a mantener esas tradiciones, dónde está el evangelio y el sentido cristiano de la vida detrás de todas esas apariencias religiosas y esas manifestaciones. Se pregunta uno qué es lo que en verdad celebra la mayoría de nuestra gente en estas manifestaciones festivas para los que en una inmensa mayoría solo van a recordar el esplendor de una procesión o quizá solo el recuerdo de unos bonitos fuegos artificiales. Como Iglesia de Jesús, ¿qué es lo que realmente estamos haciendo?

Aunque son interrogantes que siempre me han ronroneado en mi interior, me ha venido a la mente con intensidad cuando me he puesto a recordar y a leer algo sobre santo Domingo de Guzmán a quien hoy estamos celebrando. Era a principios del siglo XIII cuando aquel sacerdote español de Burgo de Osma donde era canónigo de su Catedral acompañó a su Obispo en un viaje por el centro y norte de Europa. Diversas herejías asolaban la fe de muchos cristianos, pero era sobre todo la gran ignorancia del evangelio que tenía el pueblo cristiano, lo que mantenía una pobre religiosidad basada muchas veces sólo en vidas de santos muy llenas de leyendas, lo que impresionó a este sacerdote que le haría cambiar totalmente su vida. Sintió la urgencia en su corazón del anuncio del evangelio. ‘¡Ay de mí, si no evangelizara!’, como había dicho un día san Pablo. Había que hacer un anuncio de palabra y de obra del Evangelio. Había que llegar a todas esas gentes – como diría hoy el Papa Francisco a la periferia – con un anuncio vivo del Evangelio de Jesús.

Así nació la Orden de los Predicadores, con aquellos que en torno a santo Domingo se congregaron con la misma inquietud del anuncio del Evangelio. La sal y la luz del evangelio habían de llegar a todos para que todos tuvieran ese nuevo sabor y sentido para sus vidas. La sal no era para guardarla, porque si la guardamos mucho tiempo sin darle uso apropiado lo que hará será estropearse; la luz no puede esconderse debajo del celemín, sino que ha de poner en un alto candelero para que ilumine toda la casa; no se puede ocultar una ciudad edificada en lo alto de una montaña. No podemos ocultar el evangelio, tenemos que trasmitirlo para que se haga vida en los demás. La sal que pierde sabor no sirve sino para tirarla y que la pise la gente.

Ante lo primero que comenzamos a comentar me pregunto qué es lo que nosotros estamos haciendo con el Evangelio. Nos creemos ya un pueblo cristiano y evangelizado porque mantenemos la práctica de algunas tradiciones religiosas pero tenemos que reconocer que necesitamos un nuevo y vivo anuncio del evangelio para que dé sentido a lo que decimos que vivimos o a lo que decimos que somos, pero que muchas veces para muchos de nosotros esa sal ha dejado de dar sabor.

Vamos cada vez más en un proceso muy grave de descristianización de nuestra sociedad; son menos los niños que se bautizan, son pocos los que hacen pareja matrimonial recibiendo el sacramento del matrimonio, cada vez son menos los niños y jóvenes que asisten a las catequesis de nuestras parroquias y no reciben ni los sacramentos de la iniciación cristiana, cada vez se van sustituyendo por ceremonias civiles lo que antes eran celebraciones cristianas, cada vez vamos encontrando una indiferencia en nuestros jóvenes y no tan jóvenes ante el hecho religioso y no digamos ante la Iglesia y el sentido cristiano de la vida.

¿En verdad la Iglesia, los cristianos que nos sentimos más comprometidos con nuestra fe estamos dando respuesta a estos retos?

domingo, 7 de agosto de 2022

Tenemos que hablar de la esperanza, necesitamos esperanza, valor fundamental, motor de nuestro caminar y de nuestras luchas y que nos eleva y llena de trascendencia

 


Tenemos que hablar de la esperanza, necesitamos esperanza, valor fundamental,  motor de nuestro caminar y de nuestras luchas y que nos eleva y llena de trascendencia

Sabiduría 18, 6-9; Sal 32; Hebreos 11, 1-2. 8-19; Lucas 12, 32-48

Corren malos tiempos para la esperanza, decía alguien queriendo comentar los momentos que vivimos. Difícil es hablar de esperanza cuando son tantos los nubarrones que nos envuelven. Los últimos tiempos que hemos vivido han sido difíciles; cuántas cosas se han venido abajo. La pandemia primero que todo lo puso boca abajo, la crisis que ya se anunciaba y que se fue agravando más con la pandemia, los tiempos de guerra que nos envuelven, la difícil salida que se le ve a todo porque parece que todo se va agravando. Nos sentimos inestables, nos sentimos llenos de vaivenes que nos desorientan y nos hacen perder el norte.

Todo aquello que se nos ofrecía porque parecía que todo iba marchando bien, nos hablaban de que nos habíamos creado un estado de bienestar, se ha ido debajo de la noche a la mañana. ¿Sobre qué fundamentábamos las cosas y esos avances? Nos parecía que la situación económica que vivíamos nos llevaba poco menos que a un paraíso aquí en el tierra – cuántas promesas nos hacían -, pero la tierra tembló bajo nuestros pies, y aquellos fundamentos que se nos ofrecían tan seguros se vinieron abajo.

En los momentos en que todo parecía felicidad nos volvimos locos y quizá comenzamos a darle importancia fundamental a lo que nunca puede ser el eje y fundamento de la vida y de la verdadera construcción de nuestro mundo; ahora que nos vienen momentos duros ya no sabemos en qué apoyarnos. Aunque decíamos que todo era buscando el bien de las personas, realmente qué bien buscábamos, qué valores trasmitíamos o inculcábamos a las generaciones del futuro, qué fundamentos le dábamos a la vida.

Perdimos la trascendencia de la vida y nos olvidamos de los valores de altura, valores que llenaran de verdad nuestro espíritu. Ahora parece que nos encontramos sin nada. Hablar de esperanza porque de ahí podremos salir se hace difícil si no buscamos un verdadero fundamento para la esperanza.

Pero tenemos que hablar de esperanza. Necesitamos de la esperanza. No es una ilusión sin fundamento, unos sueños vanos que se van a difuminar apenas despertemos. Es un valor fundamental, es un motor de nuestro caminar y de nuestras luchas. Es lo que tiene que hacernos pensar en una responsabilidad que todos hemos de asumir.

Jesús nos invita a confiar, a no temer, nos dice que somos su rebaño y que El cuida de nosotros y nos mima, como el pastor mima a sus ovejas. ‘No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros su Reino’. Dios está con nosotros. Pero nos recuerda al mismo tiempo donde tenemos que estar y la responsabilidad que tenemos en cada momento ante la vida, ante lo que hacemos, ante el mundo en el que vivimos. De eso nos está hablando el evangelio hoy.


Jesús nos ha hablado del Reino nuevo de Dios que es posible cuando nosotros descubramos el verdadero valor de las personas y entonces del sentido de nuestra vida, lo que somos y lo que tenemos. Ya no pensaremos solo en nosotros mismos o para nosotros mismos, sino que nos comenzaremos a abrir al bien de todos, a la búsqueda de lo bueno para todos, comenzaremos a entender el compartir como la verdadera riqueza que nos va a llenar de verdad en lo más hondo de nosotros mismos. Son los valores nuevos del Reino de Dios que harán posible de verdad un mundo mejor y con mayor felicidad.

Hoy nos habla de esperanza. Algunos piensan que esperar es quedarse sentado con los brazos cruzados a que las cosas vengan por si mismas o nos las den ya solucionadas. La esperanza no es algo pasivo, la esperanza me exige ceñirme la cintura para ponerme a realizar mis tareas. El evangelio nos habla como en parábolas del criado que espera a que su señor vuelva para abrirle la puerta, pero es algo más que estar sentado para abrir, sino que significar tener todo preparado y a punto. Saber donde estoy y lo que tengo que hacer.

Cuando los discípulos más cercanos le preguntan si eso que ha dicho también va por ellos, les responde también con otras comparaciones a manera de parábolas. ‘¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?’ Un administrador fiel y solícito, un administrador que tiene que estar pendiente de todos para estar al servicio de todos, ‘les reparta la ración a sus horas’. Es lo que tenemos que ser en la vida. Cuando sepamos estar en nuestro lugar con responsabilidad iremos haciendo que todo marche mejor, que todos podamos ser más felices. Son los valores que tenemos que desarrollar que nunca nos aíslan, que siempre nos llevarán al encuentro y la colaboración con los demás.

Ojalá aprendiéramos de lo que hemos pasado, para no hundirnos en el desaliento y se despierte de verdad en nosotros esa esperanza responsable. Ojalá seamos capaces de mirar más allá de esas carencias y limitaciones por las que hemos pasado, para darnos cuenta de lo que son las cosas fundamentales que nos engrandecen. Ojalá hayamos aprendido a descubrir esos verdaderos y fundamentales valores que llenan nuestra existencia, porque algunas cosas en que nos apoyábamos han sido como aquellas riquezas que se corroen o en un momento nos las pueden arrebatar o no nos han servido realmente para nada. Por eso nos está pidiendo Jesús que aprendamos a guardar nuestro tesoro donde nada ni nadie nos lo puedan arrebatar.