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domingo, 7 de agosto de 2022

Tenemos que hablar de la esperanza, necesitamos esperanza, valor fundamental, motor de nuestro caminar y de nuestras luchas y que nos eleva y llena de trascendencia

 


Tenemos que hablar de la esperanza, necesitamos esperanza, valor fundamental,  motor de nuestro caminar y de nuestras luchas y que nos eleva y llena de trascendencia

Sabiduría 18, 6-9; Sal 32; Hebreos 11, 1-2. 8-19; Lucas 12, 32-48

Corren malos tiempos para la esperanza, decía alguien queriendo comentar los momentos que vivimos. Difícil es hablar de esperanza cuando son tantos los nubarrones que nos envuelven. Los últimos tiempos que hemos vivido han sido difíciles; cuántas cosas se han venido abajo. La pandemia primero que todo lo puso boca abajo, la crisis que ya se anunciaba y que se fue agravando más con la pandemia, los tiempos de guerra que nos envuelven, la difícil salida que se le ve a todo porque parece que todo se va agravando. Nos sentimos inestables, nos sentimos llenos de vaivenes que nos desorientan y nos hacen perder el norte.

Todo aquello que se nos ofrecía porque parecía que todo iba marchando bien, nos hablaban de que nos habíamos creado un estado de bienestar, se ha ido debajo de la noche a la mañana. ¿Sobre qué fundamentábamos las cosas y esos avances? Nos parecía que la situación económica que vivíamos nos llevaba poco menos que a un paraíso aquí en el tierra – cuántas promesas nos hacían -, pero la tierra tembló bajo nuestros pies, y aquellos fundamentos que se nos ofrecían tan seguros se vinieron abajo.

En los momentos en que todo parecía felicidad nos volvimos locos y quizá comenzamos a darle importancia fundamental a lo que nunca puede ser el eje y fundamento de la vida y de la verdadera construcción de nuestro mundo; ahora que nos vienen momentos duros ya no sabemos en qué apoyarnos. Aunque decíamos que todo era buscando el bien de las personas, realmente qué bien buscábamos, qué valores trasmitíamos o inculcábamos a las generaciones del futuro, qué fundamentos le dábamos a la vida.

Perdimos la trascendencia de la vida y nos olvidamos de los valores de altura, valores que llenaran de verdad nuestro espíritu. Ahora parece que nos encontramos sin nada. Hablar de esperanza porque de ahí podremos salir se hace difícil si no buscamos un verdadero fundamento para la esperanza.

Pero tenemos que hablar de esperanza. Necesitamos de la esperanza. No es una ilusión sin fundamento, unos sueños vanos que se van a difuminar apenas despertemos. Es un valor fundamental, es un motor de nuestro caminar y de nuestras luchas. Es lo que tiene que hacernos pensar en una responsabilidad que todos hemos de asumir.

Jesús nos invita a confiar, a no temer, nos dice que somos su rebaño y que El cuida de nosotros y nos mima, como el pastor mima a sus ovejas. ‘No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros su Reino’. Dios está con nosotros. Pero nos recuerda al mismo tiempo donde tenemos que estar y la responsabilidad que tenemos en cada momento ante la vida, ante lo que hacemos, ante el mundo en el que vivimos. De eso nos está hablando el evangelio hoy.


Jesús nos ha hablado del Reino nuevo de Dios que es posible cuando nosotros descubramos el verdadero valor de las personas y entonces del sentido de nuestra vida, lo que somos y lo que tenemos. Ya no pensaremos solo en nosotros mismos o para nosotros mismos, sino que nos comenzaremos a abrir al bien de todos, a la búsqueda de lo bueno para todos, comenzaremos a entender el compartir como la verdadera riqueza que nos va a llenar de verdad en lo más hondo de nosotros mismos. Son los valores nuevos del Reino de Dios que harán posible de verdad un mundo mejor y con mayor felicidad.

Hoy nos habla de esperanza. Algunos piensan que esperar es quedarse sentado con los brazos cruzados a que las cosas vengan por si mismas o nos las den ya solucionadas. La esperanza no es algo pasivo, la esperanza me exige ceñirme la cintura para ponerme a realizar mis tareas. El evangelio nos habla como en parábolas del criado que espera a que su señor vuelva para abrirle la puerta, pero es algo más que estar sentado para abrir, sino que significar tener todo preparado y a punto. Saber donde estoy y lo que tengo que hacer.

Cuando los discípulos más cercanos le preguntan si eso que ha dicho también va por ellos, les responde también con otras comparaciones a manera de parábolas. ‘¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?’ Un administrador fiel y solícito, un administrador que tiene que estar pendiente de todos para estar al servicio de todos, ‘les reparta la ración a sus horas’. Es lo que tenemos que ser en la vida. Cuando sepamos estar en nuestro lugar con responsabilidad iremos haciendo que todo marche mejor, que todos podamos ser más felices. Son los valores que tenemos que desarrollar que nunca nos aíslan, que siempre nos llevarán al encuentro y la colaboración con los demás.

Ojalá aprendiéramos de lo que hemos pasado, para no hundirnos en el desaliento y se despierte de verdad en nosotros esa esperanza responsable. Ojalá seamos capaces de mirar más allá de esas carencias y limitaciones por las que hemos pasado, para darnos cuenta de lo que son las cosas fundamentales que nos engrandecen. Ojalá hayamos aprendido a descubrir esos verdaderos y fundamentales valores que llenan nuestra existencia, porque algunas cosas en que nos apoyábamos han sido como aquellas riquezas que se corroen o en un momento nos las pueden arrebatar o no nos han servido realmente para nada. Por eso nos está pidiendo Jesús que aprendamos a guardar nuestro tesoro donde nada ni nadie nos lo puedan arrebatar. 

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