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lunes, 8 de agosto de 2022

La Iglesia, los cristianos que nos sentimos comprometidos con nuestra fe, hemos de dar respuesta al reto de descristianización que vive nuestra sociedad

 


La Iglesia, los cristianos que nos sentimos comprometidos con nuestra fe, hemos de dar respuesta al reto de descristianización que vive nuestra sociedad

Isaías 52, 7-10; Sal 95; Mateo 5, 13-19

Es fácil escuchar ruidos de festejos en estos días de verano cualquiera de los caminos que queramos tomar. Las pirotecnias de los fuegos artificiales iluminan la noche de nuestros pueblos mientras con una mayor o menor insistencia y volumetría secaremos la música que quieren alegrar y acompañar las fiestas de nuestros pueblos. Habitualmente celebramos a nuestros santos patronos, en cuyo honor están edificados nuestros templos, hacemos las fiestas de la Virgen en sus diversas advocaciones que se multiplican por todos lados en estos meses, o sobre todo en el mes de setiembre por nuestras tierras las fiestas de nuestros ‘Cristos’. Los ‘actos religiosos’ están especialmente resaltados en los programas festeros y las procesiones serán acompañadas por esas músicas y los sonidos y coloridos de las exhibiciones pirotécnicas. Frutos de unas tradiciones – muy dados somos a mantener tradiciones en nuestros pueblos aunque solo sean del año anterior – o restos que quedan de la religiosidad de nuestros pueblos que hemos de reconocer cada día va a menos reflejado como está en nuestros templos vacíos en las celebraciones habituales.

Confieso que me interrogo a mí mismo, por lo que vivo o por lo que contribuyo a mantener esas tradiciones, dónde está el evangelio y el sentido cristiano de la vida detrás de todas esas apariencias religiosas y esas manifestaciones. Se pregunta uno qué es lo que en verdad celebra la mayoría de nuestra gente en estas manifestaciones festivas para los que en una inmensa mayoría solo van a recordar el esplendor de una procesión o quizá solo el recuerdo de unos bonitos fuegos artificiales. Como Iglesia de Jesús, ¿qué es lo que realmente estamos haciendo?

Aunque son interrogantes que siempre me han ronroneado en mi interior, me ha venido a la mente con intensidad cuando me he puesto a recordar y a leer algo sobre santo Domingo de Guzmán a quien hoy estamos celebrando. Era a principios del siglo XIII cuando aquel sacerdote español de Burgo de Osma donde era canónigo de su Catedral acompañó a su Obispo en un viaje por el centro y norte de Europa. Diversas herejías asolaban la fe de muchos cristianos, pero era sobre todo la gran ignorancia del evangelio que tenía el pueblo cristiano, lo que mantenía una pobre religiosidad basada muchas veces sólo en vidas de santos muy llenas de leyendas, lo que impresionó a este sacerdote que le haría cambiar totalmente su vida. Sintió la urgencia en su corazón del anuncio del evangelio. ‘¡Ay de mí, si no evangelizara!’, como había dicho un día san Pablo. Había que hacer un anuncio de palabra y de obra del Evangelio. Había que llegar a todas esas gentes – como diría hoy el Papa Francisco a la periferia – con un anuncio vivo del Evangelio de Jesús.

Así nació la Orden de los Predicadores, con aquellos que en torno a santo Domingo se congregaron con la misma inquietud del anuncio del Evangelio. La sal y la luz del evangelio habían de llegar a todos para que todos tuvieran ese nuevo sabor y sentido para sus vidas. La sal no era para guardarla, porque si la guardamos mucho tiempo sin darle uso apropiado lo que hará será estropearse; la luz no puede esconderse debajo del celemín, sino que ha de poner en un alto candelero para que ilumine toda la casa; no se puede ocultar una ciudad edificada en lo alto de una montaña. No podemos ocultar el evangelio, tenemos que trasmitirlo para que se haga vida en los demás. La sal que pierde sabor no sirve sino para tirarla y que la pise la gente.

Ante lo primero que comenzamos a comentar me pregunto qué es lo que nosotros estamos haciendo con el Evangelio. Nos creemos ya un pueblo cristiano y evangelizado porque mantenemos la práctica de algunas tradiciones religiosas pero tenemos que reconocer que necesitamos un nuevo y vivo anuncio del evangelio para que dé sentido a lo que decimos que vivimos o a lo que decimos que somos, pero que muchas veces para muchos de nosotros esa sal ha dejado de dar sabor.

Vamos cada vez más en un proceso muy grave de descristianización de nuestra sociedad; son menos los niños que se bautizan, son pocos los que hacen pareja matrimonial recibiendo el sacramento del matrimonio, cada vez son menos los niños y jóvenes que asisten a las catequesis de nuestras parroquias y no reciben ni los sacramentos de la iniciación cristiana, cada vez se van sustituyendo por ceremonias civiles lo que antes eran celebraciones cristianas, cada vez vamos encontrando una indiferencia en nuestros jóvenes y no tan jóvenes ante el hecho religioso y no digamos ante la Iglesia y el sentido cristiano de la vida.

¿En verdad la Iglesia, los cristianos que nos sentimos más comprometidos con nuestra fe estamos dando respuesta a estos retos?

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