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sábado, 14 de junio de 2025

Tenemos que ser creíbles, no por los juramentos que hagamos, o las muchas palabras vacías que digamos, sino por la autenticidad y sinceridad de nuestra palabra en consonancia con nuestra vida

 


Tenemos que ser creíbles, no por los juramentos que hagamos, o las muchas palabras vacías que digamos, sino por la autenticidad y sinceridad de nuestra palabra en consonancia con nuestra vida

2Corintios 5, 14-21; Salmo 102; Mateo 5, 33-37

Algunas veces nos encontramos con personas que parece que no saben pronunciar dos palabras sin que por medio esté un juramento. ¿Será porque sus palabras habitualmente son vacías y sin contenido y ahora para hacerse creíbles lo que hacen es utilizar el juramento como para darle valor o importancia a lo que dicen? Cuando de forma habitual no vamos con la verdad por delante, como se suele decir, o cuando andamos ocultando cosas, no siendo del todo sinceros en lo que hablamos o decimos, ya estamos pensando que la gente desconfía de nosotros y parece que entonces nos vemos obligados al juramento. Qué bonito sería ir con sencillez en nuestra vida, con palabras sinceras y verdaderamente llenas de contenido.

Es lo que el evangelio está queriendo decirnos. Por supuesto recuerda Jesús de entrada lo que estaba en los mandamientos desde siempre, que de ninguna manera podemos jurar en falso, jurar con mentira, pero también nos dice que no hay que hacerlo sin necesidad. Y sin necesidad de juramento estaríamos si nos acostumbráramos a ir siempre con sinceridad en la vida. Nuestra sinceridad es la que nos hace creíbles, y cuando sabemos que estamos tratando con una persona que es sincera, nunca le pediremos más garantías para aceptar aquello que nos dice.

Démosle pues verdadero contenido a nuestras palabras, autenticidad y verdad porque todo vaya acompañado por la forma en que nosotros vivimos. La sencillez y la humildad deben acompañarnos siempre y no necesitamos muchas palabras para comunicar la verdad que llevamos dentro a los demás. Por eso tenemos que saber ser reflexivos, madurando en nuestro interior aquello que vamos a expresar; así no saldrán palabras vacías, estamos cansados de tanta palabrería y de tantas promesas que se presentan seguramente como una pantalla para ocultar el vacío que llevamos dentro. Y eso, tenemos que reconocerlo, sucede en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Por eso al final terminamos hastiados de tanta mentira y ya no creemos en nada ni en nadie.

Seguramente tienes la experiencia que aquellos momentos que han dado hondura a tu vida, porque quizás te hicieron ver las cosas de otra manera, porque encontraste el sentido de muchas cosas, se originó en un buen consejo, breve en palabras, que te dio alguien lleno de sabiduría; es lo que te hizo pensar, rumiar en tu interior, darle vueltas a las cosas y encontrar una luz para tu vida.

Que sepamos tener también nosotros esa palabra sabia que trasmitamos a los que están a nuestro lado; esa palabra que ofrecemos con humildad y sencillez; esa palabra que no hace alardes de nada, sino que en si misma es sabia porque antes nosotros la hemos rumiado y saboreado en nuestro interior; no será nunca una palabras vacía y hueca, una palabra sin sentido, siempre va a ser como un faro que nos ilumina, nos hemos dejado nosotros iluminar por ella, y con esa luz queremos hacerla llegar a los demás; será una palabra que nos sale de lo más hondo de nosotros mismos, porque de alguna manera con ella estamos dando parte de nosotros para enriquecer a los demás.

Es la autenticidad y la veracidad que nos pide Jesús. Nos pide que no andemos con juramentos sino que nos baste decir un si, o decir un no, en el momento oportuno. Es la sabiduría que vamos aprendiendo del evangelio, que da hondura a nuestra vida cristiana y nos hará más creíble el anuncio que nosotros hemos de hacer a los demás. La mejor garantía de credibilidad es la congruencia que mostremos entre nuestras palabras y nuestra vida; lo que no se vea realmente reflejado en nuestra vida nunca será aceptado por mucha palabrería que digamos o por muchos juramentos que hagamos.

viernes, 13 de junio de 2025

Busquemos la autenticidad, mostrémonos como somos y no adornados de apariencias, aunque el tesoro esté en vasijas de barro la fuerza nos viene del Señor

 


Busquemos la autenticidad, mostrémonos como somos y no adornados de apariencias, aunque el tesoro esté en vasijas de barro la fuerza nos viene del Señor

2Corintios 4, 7-15; Salmo 115; Mateo 5, 27-32

Más de una vez habremos escuchado o nos lo hemos reflexionado por nosotros mismos que lo importante no es parecer sino ser. Si le damos importancia a lo de parecer lo de menos es lo que nosotros seamos porque estaremos haciéndonos como un disfraz para aparentar lo que no se es. Esto está muy relacionado con lo de la hipocresía; sabemos que esta palabra proviene de la forma del teatro griego que en las representaciones utilizaban una máscara para representar al personaje que correspondiera. Así andamos muchas veces por la vida bien por un lado juzgando a la gente por las apariencias que muchas veces puede ser también algo subjetivo nuestro porque según lo que pensamos es también lo que imaginamos de aquella persona, pero también es cuando nosotros nos disfrazamos con esas apariencias porque queremos dejar traslucir todo lo que llevamos dentro. Aquí tendríamos que hablar de la autenticidad en la vida.

Es lo que Jesús quiere enseñarnos en el evangelio. Que cuidemos nuestro interior, porque además por mucho esfuerzo que hagamos por aparentar, al final se nos saldrá de forma espontánea lo que llevamos dentro. Es necesario que nos manifestemos en todas las cosas con toda rectitud, y por supuesto las obras que realicemos sean buenas, pero cuidemos nuestro interior, cuidemos nuestros pensamientos, cuidemos esos juicios que podemos hacernos de los demás, cuidemos de las malas intenciones que a la callada llevamos dentro y que en un momento determinado se desbordarán.

Habla Jesús de forma concreta del adulterio, pero que nos dice que lo somos no solo cuando externamente caigamos en esos lazos, sino cuando desde nuestro interior estamos deseando a la mujer de nuestro prójimo. Hoy quizás la gente se ría de nosotros si les hablamos de malos pensamientos y nos ponemos nuestras rebajas diciendo que si consentimos o no consentimos, si llegamos a hacer realidad lo que estamos pensado o solo se queda en los pensamientos. Pues eso es lo que hay que cuidar, en nuestro pensamiento estaremos deseando hacer el mal, aunque luego aparentemente por nuestros respetos humanos o por nuestros miedos no lleguemos a realizarlo, pero la podredumbre la tenemos dentro y nos está corroyendo por dentro.

¿No recordamos lo que nos dice Jesús en otro momento de que lo que nos hace impuros no es lo que entra por la boca sino lo que sale de nuestro corazón, porque de ahí salen los malos propósitos y deseos, de ahí salen nuestros orgullos o nuestras violencias incontroladas, desde ahí buscamos esa vanidad de la vida y esas apariencias?

Por eso ese mal deseo es el que tenemos que arrancar de cuajo, desde la raíz. Jesús nos dice que si tu ojo te hace pecar, sácatelo, o si tu mano te hace caer, córtala, que más vale entrar ciego o manco en el reino de los cielos que con todo quedarnos fuera. Esas miradas nuestras tantas veces llenas de maldad, esas miradas que traslucen la envidia que llevamos en el corazón, esas miradas nuestras que parece que están desconsoladas por los oros que brillan, por las riquezas y la posesión de las cosas que nos hace ambiciosos, esas miradas turbias para desconfiar, para querer ver siempre el lado oscuro de las personas, o nos hacen sospechar de todo y de todos, esa mirada que enturbia el corazón y nos hace perder la paz y la serenidad de la vida; no hacemos pero estamos dispuestos a hacer lo que sea por aquello que ambicionamos. Así podríamos seguir pensamos en muchas más cosas que como decíamos nos enturbian el corazón, y eso turbio que llevamos dentro un día va a rebosar de nosotros y todo lo manchará a su paso.

Busquemos esa rectitud de nuestra vida, esa pureza del corazón, esos buenos deseos que buscan siempre lo bueno, esas miradas luminosas que llenan de luz la vida. Habrá autenticidad en la vida a pesar de lo débiles que podamos ser y los tropiezos en los que podamos caer. Nos decía san Pablo que llevamos un tesoro en vasijas de barro, pero la fuerza nos viene de Dios.

jueves, 12 de junio de 2025

Oración de la Iglesia por aquellos que con su ministerio hacen de sus vidas imagen y signo de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote en medio de la Iglesia y el mundo

 


Oración de la Iglesia por aquellos que con su ministerio hacen de sus vidas imagen y signo de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote en medio de la Iglesia y el mundo

Isaías 6, 1-4.8; Salmo 22;  Juan 17, 1-2.9. 14-26

¿Hay algún voluntario que se ofrezca? Quizás habremos escuchado en más de una ocasión quedándonos a la expectativa de quien se va a presentar, quedándonos nosotros con la pregunta por dentro para ver si seríamos capaces de ofrecernos voluntariamente; quizás entre aquellos entre los que se lanza la pregunta ya quien tiene la misión, vamos a decirlo así, de formar ese grupo se ha ido insinuando a algunos en quienes ve esas cualidades necesarias para desarrollar esa misión que se les va a confiar; no se sentirán obligados, si son voluntarios, pero de alguna manera se sienten en cierto modo elegidos como preferentes para que se ofrezcan voluntariamente.

Estoy planteando algo que quizás les parezca demasiado imaginario, pero estoy realmente pensando en lo que fue haciendo Jesús con aquel grupo, en especial los doce a los que llamaría de manera especial que con su presencia y su palabra era una invitación a seguirle, no sólo como discípulos que aceptaran su camino y quisieran vivir esos valores del reino de Dios que iba proponiendo, sino de manera especial a aquellos que quería tener más cerca de sí porque a ellos en especial les confiaba la continuidad del anuncio del Reino de Dios por el mundo, aunque fuera tarea de todos los que creyeran en Él.

Es un camino de entrega en que Jesús va por delante. ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’, había dicho en su entrada en el mundo como se nos menciona en la carta a los Hebreos. Era quien iba a ofrecerse por nosotros para hacer de su vida ese sacrificio acepto a Dios y en el que nos invitaba también a nosotros a participar. Hoy estamos celebrando a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, como nos recuerda la liturgia de este día. Su muerte en la cruz no era simplemente un destino o una condenación que recibiera de aquellos que no querían aceptarle y seguirle. Él se entregaba libremente, libremente había subido a Jerusalén cuando entendía muy bien lo que significaba aquella pascua para El. Así se lo había ido anunciando a sus discípulos.

Su voz resuena fuerte cuando en la angustia de Getsemaní, sabiendo que comenzaba su pasión, pedía al Padre que pasara de Él aquel cáliz, pero que allí estaba Él sin embargo en esa disposición de que por encima de todo se cumpliera la voluntad del Padre. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’, que tanto nos cuesta a nosotros tantas veces pronunciar. Aquel cáliz de su sacrificio está sobre el Altar y Él hará su ofrenda de amor como Sacerdote, como Víctima y al mismo tiempo como Altar.

Pero Jesús quiere hacernos partícipes de su sacerdocio en esa ofrenda que tenemos que saber hacer de nuestra vida a la manera de Jesús. Cuando hemos sido ungidos y consagrados en nuestro Bautismo ha sido para hacernos a nosotros con Cristo Sacerdotes, profetas y reyes. Lo que llamamos el sacerdocio común de los fieles, pero que es un verdadero y auténtico sacerdocio. Cada cristiano está haciendo ofrenda de su vida al Señor. Lo expresamos en el padrenuestro cuando queremos santificar siempre con nuestra vida el nombre santo de Dios queriendo que se realice en nosotros el Reino de Dios porque siempre y por encima de todo queremos hacer su voluntad. Qué rápido rezamos tantas veces el padrenuestro sin saborear todo lo que queremos expresar con esas palabras que nos enseñó Jesús.

Estaremos respondiendo así a esa invitación, como reflexionábamos al principio, de hacernos voluntarios por el Reino de Dios. Dios no nos obliga a aceptar su oferta de amor; Él nos ofrece su amor y nosotros respondemos sabiendo todo lo que implica decir que seguimos a Jesús, que somos cristianos. Por ese camino del servicio y del amor ha de transcurrir nuestra vida. Y con ello estamos haciendo esa ofrenda a Dios cada uno desde nuestro lugar, cada uno en la situación de su vida, cada uno con sus valores y cualidades, cada uno en las responsabilidades que va asumiendo en su vida, allí donde estemos.

Pero la petición de voluntarios siempre queda en el aire porque algunos serán llamados para ejercer ese sacerdocio como un ministerio especial. Entre todos, como vemos en el evangelio, Jesús escogió a algunos para que estuvieran más cerca de Él porque a ellos les iba a confiar una misión especial, un servicio especial, un ministerio dentro de la comunidad para lograr construir ese Reino de Dios. Son los llamados al sacerdocio ministerial, como diáconos, como presbíteros, como pastores en medio de la Iglesia en el nombre de Cristo, Buen Pastor.

Hoy en el texto del evangelio que ya hemos meditado en otras ocasiones recientemente Jesús dice que ruega de manera especial por aquellos discípulos más cercanos que tendrán que vivir una misión especial. En medio del mundo están pero no son del mundo, no han de hacer las cosas de la manera como las hace el mundo. Tienen una misión y un testimonio que no es fácil, pero Jesús que cuenta siempre con nuestra libertad también nos acompaña de manera especial en ese camino de su sacerdocio, signos de Cristo Sacerdote en medio de la comunidad.

Hace pensar todo esto a quienes han recibido ese ministerio, esa llamada especial, pero ha de hacer pensar también a toda la comunidad, valorando el ministerio de sus sacerdotes, que son tan humanos y pecadores como todos, pero que tienen esa misión especial. Hoy es un momento muy especial de oración de la Iglesia por sus Sacerdotes, para que sean en verdad imagen de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.

 


miércoles, 11 de junio de 2025

No es la norma por la norma, ni el cumplimiento formal de las cosas, es la plenitud, la hondura que le damos a la vida lo que nos hará sentirnos felices en lo que hacemos

 


No es la norma por la norma, ni el cumplimiento formal de las cosas, es la plenitud, la hondura que le damos a la vida lo que nos hará sentirnos felices en lo que hacemos

Hechos 11, 21-26; 13; Salmo 97;  Mateo 5, 17-19

Muchas veces ni nos entendemos a nosotros mismos. Sentimos como una rebeldía interior ante las cosas que tenemos que hacer, responsabilidades que hemos asumido, planteamientos que nos hemos hecho para la vida, normas que tenemos que cumplir porque vivimos en una sociedad donde todos estamos relacionados los unos con los otros y eso en cierto modo nos obliga a unos comportamientos, a unas costumbres, a una manera de tratar a las personas que están en torno nuestro, y nos parece sentir el deseo de romper con todo, de hacerme mi vida a mi manera, que no haya ninguna ley que se me imponga para lo que tengo o no tengo que hacer. Nos parece que comenzar todo nuevo de cero es donde está la solución.

Quizás sí tendríamos que preguntarnos por qué hacemos las cosas o qué sentido le estamos dando a eso que tenemos que hacer; porque no se trata de hacer por hacer, como una rutina de la que no nos podemos salir, no es solo el cumplimiento por cumplimiento lo que nos hará saborear lo que estamos haciendo. Y es por ahí por donde vamos a encontrar solución, vamos a darle un sentido a lo que hacemos, nos va a dar verdaderas motivaciones para realizar ese camino que tenemos que recorrer en la vida.

Y esto entra también en el plano de lo religioso, de la vida de religión, de relación con Dios, en nuestro caso el sentido de ser cristiano. Buscarle el sentido hondo, no es romper por romper. Es lo que nos está planteando Jesús en este evangelio de hoy.

La situación en la que vivían los judíos no era ni fácil ni buena. Se sentían, es cierto, herederos de una fe, la pascua judía lo venía a manifestar, porque ellos estaban siempre recordando como Dios había liberado a sus padres de la opresión de Egipto y los había conducido por el desierto hasta traerles a aquella tierra que les había prometido. En el Sinaí habían hecho aquel pacto, aquella alianza porque la que ellos se sentían el pueblo de Dios y confesaban que Yahvé era su único Dios. Con la Alianza habían recibido los mandamientos que eran como el cauce por el que había de discurrir sus vidas. Claro que aquellos diez mandamientos se habían multiplicado en una infinidad de normas y preceptos que venían a regular toda la vida del creyente judío. Al final andaban confundidos y hasta de esa ley de Dios querían liberarse.

Había aparecido Jesús, como un gran profeta – se preguntaban si no sería El el Mesías – que les hablaba de un Reino nuevo, el Reino de Dios, y a ellos les parecía que todo tenía que cambiar. Es cierto que Jesús les había pedido capacidad de conversión, de cambio, de transformación para poder creer y aceptar ese Reino de Dios. Pensaban que era hora de quitarse esa pesada ley de encima.

Estamos escuchando a Jesús en lo que llamamos el sermón del monte, que comenzó con la proclamación de las bienaventuranzas para quienes aceptaran ese Reino de Dios. Pero en su manera simple de ver las cosas pensaban que todo iba  cambiar. Jesús es claro, El no ha venido a abolir la ley y los profetas, sino que ha venido a darle plenitud.

¿Qué significaba el darle plenitud? La ley no había que cumplirla por cumplirla, no era solo cumplimiento rutinario lo que haría caminar los caminos del Reino de Dios. Había que encontrar un sentido, un valor, un por qué de aquellos mandamientos del Señor, encontrar aquello que iba a ser el centro, el meollo que le diera sentido y valor. Y eso sí que nos cuesta, porque eso va a exigir una nueva manera de ver y mirar las cosas, todo lo que hacemos; era darle hondura y sentido que solo en el amor podríamos encontrar.

Hablaba con alguien estos días y me decía qué rollo ese de tener que ir a Misa, y no solo contentarme con cumplir con la misa de los domingos, sino también en otros días o momentos. ¿Un rollo? Yo le preguntaba ¿y por que vas a Misa? ¿Lo haces solo por cumplir, o por realizar algo, allí el cura hace sus rezos, porque yo quiero recordar a mis difuntos y pedir por ellos? ¿Vas a misa solo porque es la fiesta del pueblo y está bien que todos vayamos a la misa y a la procesión?

No puedo ir a misa solo desde esos condicionamientos, tengo que pensar en cómo voy a alimentar mi fe, porque allí se nos proclama y explica la Palabra de Dios; pero tengo que pensar que no soy para ser solo un espectador de unos ritos que allá en altar se realizan, sino que voy a encontrarme con el Señor, a escucharle en lo hondo de mi mismo, al tiempo que voy a alimentarme de El que se hace comida para mi en la Eucaristía; voy a misa, le decía, por algo más hondo que una costumbre o una tradición, una ley que me han impuesto y un simple cumplimiento. Si voy solo por estas razones es cierto que será un aburrimiento porque estoy pensando en otras cosas que podría estar haciendo, será algo frío y sin sentido de fiesta y alegría por mi encuentro con el Señor, porque solo voy a cumplir, a que dejen marcado en el carné de mi vida que he cumplido viniendo a Misa. Será otra la plenitud que tengo que darle a mi celebración.

Es lo que nos está diciendo Jesús, El ha venido a dar plenitud. Ojalá que lo sepamos entender y lo sepamos vivir, porque ese es el que será grande en el Reino de los cielos.

martes, 10 de junio de 2025

No podemos perder los cristianos la luminosidad y el sabor del evangelio con que tenemos que iluminar y contagiar a nuestro mundo

 


No podemos perder los cristianos la luminosidad y el sabor del evangelio con que tenemos que iluminar y contagiar a nuestro mundo

2Corintios 1, 18-22; Salmo 118;  Mateo 5, 13-16

¿Puede la sal dejar de dar sabor? Parece algo imposible, pero si así sucediera se convierte en una arena, por decirlo de alguna manera, inservible. Para que la pisotee la gente, para echarla en nuestras carreteras en las heladas y después ni a la tierra de cultivo podríamos echarla porque llenaría la tierra de una salinidad que la haría improductiva.

De eso nos está hablando Jesús en el evangelio cuando nos dice que quien le sigue, quien ha asumido el evangelio como opción de su vida tiene que ser sal que dé sabor a la vida; es la sabiduría del evangelio del que nos hemos empapado para luego ser sabiduría para los demás. No es una cuestión baladí la que Jesús nos está planteando con estas imágenes que se nos ofrecen en este texto de hoy. Y ya nos tendría que llevar a preguntarnos ¿qué sabor le estamos dando los cristianos a nuestro mundo, a nuestra sociedad?

Hoy el evangelio está lleno de imágenes. Jesús las hablaba a las gentes con imágenes para que captaran el hondo sentido de sus palabras. Porque son cosas que vemos en la vida de cada día; tenemos la sal para nuestras comidas, tenemos la luz para iluminarnos. Por eso hoy está diciendo que no encendemos la luz para ocultarla. Como nos dice, si queremos que ilumine no la podemos esconder debajo de un celemín, sino ponerla en alto. Sabemos que el celemín es como una medida por ejemplo para nuestros cereales, un cajón con un determinado tamaño que nos da una cantidad, el celemín aunque sean medidas que hoy no son usadas habitualmente. Y Jesús nos está diciendo que la luz tenemos que ponerla en alto, en un lugar estratégico para que sus rayos luminosos puedan abarcar el mayor espacio posible y todos nos podamos beneficiar.

La imagen de la luz se nos repite en el evangelio de muchas maneras; desde las que tienen que salir con las lámparas encendidas para iluminar el camino del novio que viene al encuentro con su esposa, como luego colocadas estratégicamente en la sala del banquete para que podemos disfrutar de la comida y de la fiesta. Pero será imagen que se utiliza al principio del evangelio de san Juan para de alguna manera describirnos lo que era la misión de Jesús y lo que tiene que significar nuestra fe. Luz va repartiendo Jesús en todos aquellos a los que saca de su ceguera, que se convierte en imagen de lo que significa encontrarnos con Jesús y su evangelio, porque quien le encuentra no andará en tinieblas. Gritará Jesús en un momento determinado para que vayamos a El y en El encontremos luz.

Pero hoy la imagen de la luz va en el camino de lo que somos nosotros con nuestra fe y lo que tenemos que ser con nuestra vida. Es el testimonio de luz que tenemos que dar. ‘Sois la luz del mundo’, nos dirá y no podemos ocultar esa luz, no podemos ocultar esa fe que ha iluminado nuestra vida. Tenemos que resplandecer quienes estamos llenos de luz. Y nos dice que igual que la luz no se oculta bajo el celemín, nos dice que la ciudad puesta en lo alto de la montaña no se puede ocultar. Y somos nosotros esa ciudad que tenemos que convertirnos en medio del mundo en ese faro que ilumine y que oriente - ¿qué hace el faro en la orilla del mar sino iluminar, orientar, decir lo cerca que estamos de puerto seguro, o prevenirnos de los peligros de las rocas que podamos encontrar en medio del mar? -, es lo que nosotros tenemos que ser.

Terminará diciéndonos Jesús que así ilumine nuestra luz la vida de los hombres para que todos puedan dar gloria a Dios. Todo se convierte en un interrogante, en una pregunta seria que tenemos que hacernos en lo más hondo de nosotros mismos. ¿Seremos esa luz? ¿Seremos esa sal? ¿Habremos ido perdiendo esa luminosidad y ese sabor de evangelio que tiene que desprenderse de nuestras vidas? A pesar de que somos tantos los que nos decimos cristianos, ¿cómo es que aun no hemos contagiado de ese sabor al mundo que nos rodea? ¿Estaremos los cristianos confundiendo a los demás porque no sabemos estar en el sitio y el momento adecuado para dar testimonio de esa luz?

lunes, 9 de junio de 2025

María, madre y molde de la Iglesia sintiendo que camina siempre a nuestro lado y con su mano nos va moldeando para mejor parecernos a ella y así vivir a Jesús

 


María, madre y molde de la Iglesia sintiendo que camina siempre a nuestro lado y con su mano nos va moldeando para mejor parecernos a ella y así vivir a Jesús

Génesis 3, 9-15. 20; Salmo 86;  Juan 19, 25-34

Dios busca al hombre, pero el hombre está escondido de Dios. Es la imagen que aparece en las primeras líneas el texto del Génesis proclamado. ‘¿Dónde estás?’ llegaron los miedos donde el hombre había sido colocado para ser feliz, era un jardín al que llamamos paraíso aquí en la tierra, pero entró el desorden y la división, las mutuas acusaciones, quienes habían sido creados para una especial comunión de felicidad, ahora hasta sienten vergüenza de si mismos y llenos de miedo se esconden.

¿No reflejarán estas palabras mucho de lo que nosotros queremos vivir y construir a nuestra manera? El mundo y la vida tenía que ser un jardín apacible, pero quisimos hacer un paraíso a nuestra medida; y hablamos de bienestar pero impera el materialismo, hablamos de comunidad y nos rompemos por nuestras ambiciones, hablamos de un mundo de felicidad pero todo lo sensualizamos, hablamos de un mundo que es de todos pero seguimos encerrados en ambiciones e insolidaridades. ‘¿Donde estás?’, ¿Dónde está el hombre que Dios ha creado y en cuyas manos a puesto toda la riqueza de la creación? ¿Andaremos escondiéndonos también avergonzados de nuestra manera de proceder?

Pero Dios se sigue ganando por su amor. El hombre vivirá errante pero no todo está perdido. La misericordia del Señor fluye por doquier y a ese hombre le promete una salvación, un día en que acabaran esos miedos o esas cobardías, ese mal que nos corroe será vencido porque llegará la estirpe y descendencia de una nueva Eva que traerá la victoria sobre todo ese mal y nos hará un mundo nuevo.

En medio de aquello que había hecho de un jardín un lugar de miedos y cobardía, queriéndolo convertir en un escondite de si mismo, hay una mujer, la madre de todos los vivientes, Eva; pero ahora aparecerá una nueva mujer, una nueva Eva que va a ser la madre de la nueva humanidad. De ella ha de nacer el Salvador, el Hijo de Dios que a ella la convierte en Madre de Dios, pero ese hijo a ella le va a confiar esa nueva humanidad que está naciendo desde la sangre derramada en la cruz para que sea la madre de todos los creyentes, la Madre esa humanidad nueva que es la Iglesia. Es como hoy, en el día siguiente a Pentecostés, queremos llamarla, Madre de la Iglesia, como la había proclamado el Papa san Pablo VI en casi los albores del concilio Vaticano II, que nos dejó en la constitución sobre la Iglesia un hermoso tratado de lo que es y significa María en la historia de la salvación y luego en la historia de la Iglesia.

Y nos dice el evangelio que el discípulo la llevó a su casa. La tradición sitúa la presencia de María en aquellos lugares en que los discípulos estaban haciendo el anuncio del Evangelio, y no hace muchos años, por ejemplo, en los alrededores de Efeso se ha encontrado la casita de María – en cuyo lugar he tenido la suerte de haber estado -, como la vemos también en nuestra tradición hispana presente en el Pilar de Zaragoza, que como confesamos en nuestras tradiciones Maria quiso hacerse presente en las orillas del Ebro junto al Apóstol Santiago que anunciaba la buena nueva de Jesús en nuestras tierras hispanas.

¿No querremos nosotros, como hizo el discípulo amado a quien Jesús se la confió desde la cruz, traernos también a casa a María, para que habite con nosotros? Sí, son sus imágenes repartidas por nuestros templos y capillas por todas partes; son las imágenes de la Virgen María que con tanta devoción conservamos en nuestras casas en la advocación de nuestra especial y particular devoción. Pero son las imágenes de María que nosotros hemos de mostrar desde nuestras actitudes y comportamientos, desde la copia de sus virtudes y el cultivo de los mejores valores que manifiestan nuestro seguimiento de Jesús y su evangelio.

La santidad de nuestras vidas es querer copiar la santidad de María, es como vestirnos con su misma ropa para así mejor parecernos a Ella, es meternos en el mismo molde para que así salgamos nosotros esa imagen perfecta, esa figura que trasparenta lo que fue la vida de Maria, su amor y su generosidad, su fe y su fortaleza, su fidelidad a la Palabra de Dios y su disponibilidad para el servicio, para ayudar, para estar atenta a las necesidades de los demás, para tener los ojos abiertos para beberse las lagrimas de los que lloran y ser el mejor consuelo de los que sufren. Dios llenó de perfección el molde de María en el que nosotros hemos de verternos para que salgan grabadas en nosotros mismos sus virtudes y su amor.

María, madre y molde de la Iglesia sintiendo siempre además que camina a nuestro lado y con su mano va moldeando nuestra vida para mejor parecernos a ella y así vivir la vida de Jesús.

domingo, 8 de junio de 2025

Nos hace falta revigorizar en nosotros la alegría del Espíritu, reavivar esa experiencia en nosotros, que nos despierte a algo nuevo y vivo y fermentar la levadura del evangelio

 


Nos hace falta revigorizar en nosotros la alegría del Espíritu, reavivar esa experiencia en nosotros, que nos despierte a algo nuevo y vivo y fermentar la levadura del evangelio

 Hechos 2, 1-11; Salmo 103; 1Corintios 12, 3b-7. 12-13;  Juan 20, 19-23

Hay experiencias por las que pasamos en la vida que nos marcan profundamente y nos harán sentir que a partir de ello ya todo no es igual para nosotros, nos pueden abrir a un nuevo sentido de vida, a comprender de una forma distinta aquellas cosas que nos van sucediendo y reviviéndolas nos sentimos como distintos, de alguna manera transformados y con una fuerza interior que nos lleva a ese nuevo actuar. Son experiencias que no solo recordamos sino que revivimos dentro de nosotros, porque cuando las recordamos es como si estuviéramos viviéndolas de nuevo y brota de nosotros como una nueva energía que nos hace distintos en cada momento.

Los discípulos de Jesús habían  pasado también por una tremenda experiencia; la entrega de Jesús, su pasión y su muerte fue algo que les hizo experimentar dentro de ellos mismos algo grande; la experiencia podría parecer que estaba llena de sombras porque todo aquello podía sonarles a fracaso; pero cuando al tercer día se encontraron con El vivo y resucitado todo cambio en su interior.

El evangelio, por expresarlo de alguna manera nos habla de sorpresa y de alegría, pero tuvo que ser algo más porque comenzaron a descubrir el sentido de todo; revivían no solo su muerte sino todo lo que había sido su vida con Jesús y sus hechos y palabras se hacían vida dentro de ellos; las palabras de Jesús se cumplían y lo estaban viendo en aquella experiencia pascual que estaban viviendo; era en verdad pascua para ellos todo aquello porque era un paso grande – pascua significa paso – el que estaban viviendo y los estaba transformando.

Sentían que Jesús estaba ya siempre con ellos; aquello que Jesús les había prometido del Paráclito o Defensor que estaría con ellos y les haría comprender todas las cosas lo estaban experimentando en sus vidas; era el Espíritu divino, el Espíritu Santo prometido que estaba con ellos.

Los textos de la Palabra de Dios nos hablan de dos momentos principales donde van a sentir esa fuerza del Espíritu; la forma de narrarnos las cosas de los evangelistas que tienen que emplear lenguajes humanos nos hablarán de dos tiempos distintos. Es el evangelio de Juan el que nos habla como en aquel primer encuentro con Cristo resucitado se sintieron llenos del Espíritu cuando Jesús les decía que habían de ir por el mundo anunciando el perdón, anunciando una nueva paz. ‘Recibir el Espíritu Santo… a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados…’

Es anuncio y cumplimiento de aquella amnistía, aquel año de gracia del que hablaban los profetas y Jesús anuncia en la sinagoga de Nazaret. Una experiencia que ellos estaban viviendo y que ahora habían de transmitir. El Espíritu que impulsó a Jesús a anunciar aquella Buena Nueva es el que ahora ellos van a sentir en su interior para hacer ese anuncio hasta los confines del mundo.

San Lucas, por su parte, nos dará por así decirlo un plazo de cuarenta días en que con la presencia de Cristo resucitado que ellos estaban continuamente reviviendo fueron como redescubriendo todo el sentido del misterio de Jesús. Experimentarán así esa presencia del Espíritu en su corazones que Lucas nos va a situar en el día del Pentecostés judío – una fiesta que se celebraba a los cincuenta días de la pascua, de ahí su nombre – el momento en que van a sentir esa experiencia del Espíritu, esa fuerza del Espíritu que hará abrirse puertas y ventanas en su vida para salir a anunciar el nombre de Jesús. Es lo que nos describe san Lucas en los Hechos de los Apóstoles y hoy escuchamos.

Es lo que hoy nosotros estamos celebrando. Para nosotros no puede ser solo un recuerdo o una conmemoración; para nosotros tiene que ser el revivir esa experiencia del Espíritu en nosotros que lo hemos recibido desde nuestro Bautismo que nos hizo templos del Espíritu y de forma espacial como un don en nuestra confirmación. No puede ser algo que se quede en el recuerdo de un sacramento que un día recibimos, tiene que ser algo mucho mas hondo en nosotros mismos. Tenemos que abrirnos a la acción del Espíritu, tenemos que dejarnos conducir por la fuerza e inspiración del Espíritu Santo. Tenemos que hacerlo en verdad vida en nosotros.

Muchas veces los cristianos vamos de cansinos por la vida, parece que fuéramos arrastrándonos y haciendo las cosas solo por cumplimiento u obligación. Nos hace falta revigorizar en nosotros la alegría del Espíritu, reavivar esa experiencia en nosotros, que nos despierte a algo nuevo y vivo, que ponga alas en nuestros pies para ir a llevar esa buena noticia de salvación a los demás.

Qué lástima que los cristianos nos manifestemos tan aburridos, con falta de ese vigor y ese empuje que tienen que tener los que están llenos del Espíritu de Dios. Qué lástima que los encuentros de los cristianos sean tan monótonos y aburridos, pareciera que andamos adormilados, nos falta entusiasmo por aquello según decimos en lo que creemos porque no somos capaces de contagiar, de entusiasmar a los que están a nuestro lado.

Pidamos que se derrame abundante el Espíritu en nosotros, en nuestros corazones y en nuestras vidas, para que en verdad podamos hacer en nuestro mundo esa revolución del Evangelio. Si somos tantos cristianos en el mundo – cómo nos llenamos la boca con las cifras - ¿cómo es que en nuestro mundo no haya hecho efecto la levadura del evangelio? Y es que no vivimos esa vida nueva y renovadora del Evangelio; quizás habremos dejado sin efecto la fuerza de esa levadura porque la hemos hecho levadura vieja.