No es
la norma por la norma, ni el cumplimiento formal de las cosas, es la plenitud,
la hondura que le damos a la vida lo que nos hará sentirnos felices en lo que
hacemos
Hechos 11, 21-26; 13; Salmo 97; Mateo
5, 17-19
Muchas veces ni nos entendemos a nosotros
mismos. Sentimos como una rebeldía interior ante las cosas que tenemos que
hacer, responsabilidades que hemos asumido, planteamientos que nos hemos hecho
para la vida, normas que tenemos que cumplir porque vivimos en una sociedad
donde todos estamos relacionados los unos con los otros y eso en cierto modo
nos obliga a unos comportamientos, a unas costumbres, a una manera de tratar a
las personas que están en torno nuestro, y nos parece sentir el deseo de romper
con todo, de hacerme mi vida a mi manera, que no haya ninguna ley que se me
imponga para lo que tengo o no tengo que hacer. Nos parece que comenzar todo
nuevo de cero es donde está la solución.
Quizás sí tendríamos que preguntarnos
por qué hacemos las cosas o qué sentido le estamos dando a eso que tenemos que
hacer; porque no se trata de hacer por hacer, como una rutina de la que no nos
podemos salir, no es solo el cumplimiento por cumplimiento lo que nos hará
saborear lo que estamos haciendo. Y es por ahí por donde vamos a encontrar solución,
vamos a darle un sentido a lo que hacemos, nos va a dar verdaderas motivaciones
para realizar ese camino que tenemos que recorrer en la vida.
Y esto entra también en el plano de lo
religioso, de la vida de religión, de relación con Dios, en nuestro caso el sentido
de ser cristiano. Buscarle el sentido hondo, no es romper por romper. Es lo que
nos está planteando Jesús en este evangelio de hoy.
La situación en la que vivían los judíos
no era ni fácil ni buena. Se sentían, es cierto, herederos de una fe, la pascua
judía lo venía a manifestar, porque ellos estaban siempre recordando como Dios
había liberado a sus padres de la opresión de Egipto y los había conducido por
el desierto hasta traerles a aquella tierra que les había prometido. En el
Sinaí habían hecho aquel pacto, aquella alianza porque la que ellos se sentían
el pueblo de Dios y confesaban que Yahvé era su único Dios. Con la Alianza
habían recibido los mandamientos que eran como el cauce por el que había de
discurrir sus vidas. Claro que aquellos diez mandamientos se habían
multiplicado en una infinidad de normas y preceptos que venían a regular toda
la vida del creyente judío. Al final andaban confundidos y hasta de esa ley de
Dios querían liberarse.
Había aparecido Jesús, como un gran
profeta – se preguntaban si no sería El el Mesías – que les hablaba de un Reino
nuevo, el Reino de Dios, y a ellos les parecía que todo tenía que cambiar. Es
cierto que Jesús les había pedido capacidad de conversión, de cambio, de
transformación para poder creer y aceptar ese Reino de Dios. Pensaban que era
hora de quitarse esa pesada ley de encima.
Estamos escuchando a Jesús en lo que
llamamos el sermón del monte, que comenzó con la proclamación de las
bienaventuranzas para quienes aceptaran ese Reino de Dios. Pero en su manera
simple de ver las cosas pensaban que todo iba
cambiar. Jesús es claro, El no ha venido a abolir la ley y los profetas,
sino que ha venido a darle plenitud.
¿Qué significaba el darle plenitud? La
ley no había que cumplirla por cumplirla, no era solo cumplimiento rutinario lo
que haría caminar los caminos del Reino de Dios. Había que encontrar un
sentido, un valor, un por qué de aquellos mandamientos del Señor, encontrar
aquello que iba a ser el centro, el meollo que le diera sentido y valor. Y eso
sí que nos cuesta, porque eso va a exigir una nueva manera de ver y mirar las
cosas, todo lo que hacemos; era darle hondura y sentido que solo en el amor
podríamos encontrar.
Hablaba con alguien estos días y me
decía qué rollo ese de tener que ir a Misa, y no solo contentarme con cumplir
con la misa de los domingos, sino también en otros días o momentos. ¿Un rollo?
Yo le preguntaba ¿y por que vas a Misa? ¿Lo haces solo por cumplir, o por
realizar algo, allí el cura hace sus rezos, porque yo quiero recordar a mis
difuntos y pedir por ellos? ¿Vas a misa solo porque es la fiesta del pueblo y
está bien que todos vayamos a la misa y a la procesión?
No puedo ir a misa solo desde esos
condicionamientos, tengo que pensar en cómo voy a alimentar mi fe, porque allí
se nos proclama y explica la Palabra de Dios; pero tengo que pensar que no soy
para ser solo un espectador de unos ritos que allá en altar se realizan, sino
que voy a encontrarme con el Señor, a escucharle en lo hondo de mi mismo, al
tiempo que voy a alimentarme de El que se hace comida para mi en la Eucaristía;
voy a misa, le decía, por algo más hondo que una costumbre o una tradición, una
ley que me han impuesto y un simple cumplimiento. Si voy solo por estas razones
es cierto que será un aburrimiento porque estoy pensando en otras cosas que
podría estar haciendo, será algo frío y sin sentido de fiesta y alegría por mi
encuentro con el Señor, porque solo voy a cumplir, a que dejen marcado en el
carné de mi vida que he cumplido viniendo a Misa. Será otra la plenitud que
tengo que darle a mi celebración.
Es lo que nos está diciendo Jesús, El
ha venido a dar plenitud. Ojalá que lo sepamos entender y lo sepamos vivir,
porque ese es el que será grande en el Reino de los cielos.
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