Busquemos
la autenticidad, mostrémonos como somos y no adornados de apariencias, aunque
el tesoro esté en vasijas de barro la fuerza nos viene del Señor
2Corintios 4, 7-15; Salmo 115; Mateo 5,
27-32
Más de una vez habremos escuchado o nos
lo hemos reflexionado por nosotros mismos que lo importante no es parecer sino
ser. Si le damos importancia a lo de parecer lo de menos es lo que nosotros
seamos porque estaremos haciéndonos como un disfraz para aparentar lo que no se
es. Esto está muy relacionado con lo de la hipocresía; sabemos que esta palabra
proviene de la forma del teatro griego que en las representaciones utilizaban
una máscara para representar al personaje que correspondiera. Así andamos
muchas veces por la vida bien por un lado juzgando a la gente por las
apariencias que muchas veces puede ser también algo subjetivo nuestro porque
según lo que pensamos es también lo que imaginamos de aquella persona, pero también
es cuando nosotros nos disfrazamos con esas apariencias porque queremos dejar
traslucir todo lo que llevamos dentro. Aquí tendríamos que hablar de la
autenticidad en la vida.
Es lo que Jesús quiere enseñarnos en el
evangelio. Que cuidemos nuestro interior, porque además por mucho esfuerzo que
hagamos por aparentar, al final se nos saldrá de forma espontánea lo que
llevamos dentro. Es necesario que nos manifestemos en todas las cosas con toda
rectitud, y por supuesto las obras que realicemos sean buenas, pero cuidemos
nuestro interior, cuidemos nuestros pensamientos, cuidemos esos juicios que podemos
hacernos de los demás, cuidemos de las malas intenciones que a la callada
llevamos dentro y que en un momento determinado se desbordarán.
Habla Jesús de forma concreta del
adulterio, pero que nos dice que lo somos no solo cuando externamente caigamos
en esos lazos, sino cuando desde nuestro interior estamos deseando a la mujer
de nuestro prójimo. Hoy quizás la gente se ría de nosotros si les hablamos de
malos pensamientos y nos ponemos nuestras rebajas diciendo que si consentimos o
no consentimos, si llegamos a hacer realidad lo que estamos pensado o solo se
queda en los pensamientos. Pues eso es lo que hay que cuidar, en nuestro
pensamiento estaremos deseando hacer el mal, aunque luego aparentemente por
nuestros respetos humanos o por nuestros miedos no lleguemos a realizarlo, pero
la podredumbre la tenemos dentro y nos está corroyendo por dentro.
¿No recordamos lo que nos dice Jesús en
otro momento de que lo que nos hace impuros no es lo que entra por la boca sino
lo que sale de nuestro corazón, porque de ahí salen los malos propósitos y
deseos, de ahí salen nuestros orgullos o nuestras violencias incontroladas,
desde ahí buscamos esa vanidad de la vida y esas apariencias?
Por eso ese mal deseo es el que tenemos
que arrancar de cuajo, desde la raíz. Jesús nos dice que si tu ojo te hace
pecar, sácatelo, o si tu mano te hace caer, córtala, que más vale entrar ciego
o manco en el reino de los cielos que con todo quedarnos fuera. Esas miradas
nuestras tantas veces llenas de maldad, esas miradas que traslucen la envidia
que llevamos en el corazón, esas miradas nuestras que parece que están
desconsoladas por los oros que brillan, por las riquezas y la posesión de las
cosas que nos hace ambiciosos, esas miradas turbias para desconfiar, para
querer ver siempre el lado oscuro de las personas, o nos hacen sospechar de
todo y de todos, esa mirada que enturbia el corazón y nos hace perder la paz y
la serenidad de la vida; no hacemos pero estamos dispuestos a hacer lo que sea
por aquello que ambicionamos. Así podríamos seguir pensamos en muchas más cosas
que como decíamos nos enturbian el corazón, y eso turbio que llevamos dentro un
día va a rebosar de nosotros y todo lo manchará a su paso.
Busquemos esa rectitud de nuestra vida,
esa pureza del corazón, esos buenos deseos que buscan siempre lo bueno, esas
miradas luminosas que llenan de luz la vida. Habrá autenticidad en la vida a
pesar de lo débiles que podamos ser y los tropiezos en los que podamos caer.
Nos decía san Pablo que llevamos un tesoro en vasijas de barro, pero la fuerza
nos viene de Dios.
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