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sábado, 4 de septiembre de 2021

Hacer las cosas solo por cumplimiento no tiene sentido, démosle autenticidad a cuanto hacemos para hacer crecer nuestra vida cristiana

 


Hacer las cosas solo por cumplimiento no tiene sentido, démosle autenticidad a cuanto hacemos para hacer crecer nuestra vida cristiana

Colosenses 1, 21-23; Sal 53; Lucas 6, 1-5

Algunas veces algunos episodios que nos presenta el evangelio son de tal naturalidad que nos parecen hechos o cosas anecdóticas que escuchamos con mayor o menos simpatía; nos llaman la atención pero podemos quedarnos en la anécdota y nada más. Como lo que hoy nos cuenta el evangelista, de cómo al ir caminando en medio de los sembrados los que iban con Jesús, sus discípulos, hacían lo más natural del mundo, coger algunas espigas, estrujarlas en las propias manos para echarse a la boca los granos.

Se puede quedar en eso en una anécdota como cualquier otra cosa de la vida corriente que sucediera entre ellos, pero allá estaban ojo avizor los fanáticos de turno para querer ver algo no bueno en aquello tan sencillo y natural; era sábado, y la ley mosaica había establecido el descanso sabático, para que el día fuera para el Señor aunque podríamos ver una consecuencia social en el obligatorio descanso para buscar el bien del hombre, el bien de la persona; todo no se podía reducir al trabajo ni a la dependencia de quien nos pudiera ofrecer un trabajo, era necesario también el descanso para la persona, todo en bien del hombre que siempre es para la gloria del Señor.

Pero los que se creían más papistas que el papa, en expresión que utilizaríamos hoy, habían convertido la ley poco menos que en un tormento, porque en lugar de ayudar a liberar a la persona, los convertía en esclavos de esas mismas leyes; junto a la ley venían las normas, los protocolos, y ya se venía a establecer con detalles esclavizantes lo que se podía hacer y lo que no se podía hacer. De ahí nació esa rigidez que vemos ahora con el descanso sabático como lo veremos en otros momentos con el lavarse las manos y todo lo que tuviera relación con la pureza de la persona.

Jesús les cuenta otra anécdota, vamos a decirlo así, con el episodio cuando David y los que lo seguían comieron de los panes sagrados del culto, cuando eso le correspondía solo a los sacerdotes. Pero ¿qué era más importante? ¿Las normas que impedían o permitían comer de aquellos panes o dar de comer a unas personas hambrientas que no encontrarían bocado por otra parte? El bien del hombre, el beneficio de la persona, lo que podemos hacer para ayudar a los demás. Recordamos otros momentos en que el encargado de la sinagoga les dice a la gente que vengan con los enfermos a Jesús otro día y no el sábado.

Reflexionando sobre todo esto tendríamos que mirarnos porque acaso nosotros sigamos hoy también con esos legalismos, con esas normas y preceptos que nos hemos impuesto, o con esas medidas en lo que hacemos a ver si llegamos con lo que hacemos o acaso nos pasamos.

Cuántas veces la gente se preguntaba si llegaba tarde a Misa si había cumplido o no cumplido según el momento en que llegara, pero poca importancia por otra parte le dábamos a la escucha de la Palabra de Dios; muchas veces nos contentábamos con estar, aunque nuestra mente anduviera por otros derroteros o acaso nos entreteníamos con el rezo del rosario o la lectura de libros piadosos.

Pensemos cuántas tragedias nos hicimos con el ayuno eucarístico para poder recibir la comunión preocupándonos más si por error nos había bebido un vaso de agua, que si acaso no nos llevábamos bien con los vecinos, pero eso no nos impedía comulgar.

En muchas cosas de nuestra vida de hoy tendríamos que pensar en este sentido de lo que hoy nos plantea el evangelio y preguntarnos por la autenticidad de lo que hacemos, de lo que vivimos, de lo que celebramos.

¿Vamos a la Eucaristía el domingo, día del Señor, en el deseo del encuentro con el Señor para su alabanza y para su gloria o acaso vamos simplemente para quitarnos un peso de encima porque ya hemos cumplido? Cuántas veces escuchamos o acaso nosotros mismos pensamos cuando salimos de la Iglesia ya he cumplido, ya me puedo quedar tranquilo, pero quizá no recordamos lo que nos dijo el Señor en el Evangelio.

viernes, 3 de septiembre de 2021

Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que nos quiere con el traje nuevo del hombre nuevo para hacer resplandecer los valores del Reino de Dios

 


Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que nos quiere con el traje nuevo del hombre nuevo para hacer resplandecer los valores del Reino de Dios

 Colosenses 1, 15-20; Sal 99; Lucas 5, 33-39

Hoy he estado haciendo limpieza a fondo en casa, nos dice alguien. Es que vamos acumulando tantas cosas inservibles que algunas veces no sabemos ni donde poner las cosas. Es el comentario que surge. Porque aquello a lo que le dimos uso en un momento determinado y nos prestó un hermoso servicio no lo queremos tirar, porque pensamos que nos puede valer como remedio en cualquier momento. Hay personas que son muy acumuladoras, que todo lo guardan por si acaso un día lo pudiera necesitar. No es ahorro, son apegos del corazón, porque nos cuesta desprendernos de cosas, nos pueden valer como un remedio o para un remiendo, pensamos.

Así en muchas situaciones de la vida. Y ya no son cosas solamente, pero son apegos del corazón, o quizá rutina de seguir utilizando siempre lo mismo cuando en la vida vamos descubriendo cosas nuevas que podemos hacer mejor y con mayor sentido. Es cierto que lo que somos hoy es lo que ayer construimos, que somos herederos de muchas cosas que nuestros padres o nuestros antepasados vivieron en su momento con mucha intensidad.

Pero es sabiduría de la vida ir profundizando en la vida e ir descubriendo esa actitud nueva que podemos tener a la que quizás en otro momento no le dimos tanta importancia; no es cuestión de hacer las cosas simplemente porque son una tradición sino que todo lo que recibimos lo tenemos que entroncar en el momento presente, en las situaciones distintas que vivimos ahora y que nos harán buscar quizá planteamientos nuevos, sin abandonar lo que es esencial en nuestra vida, lo que son en verdad los fundamentos. Pero no confundamos los cimientos con los adornos con que queremos embellecer la fachada.

Vienen los fariseos hablándole a Jesús de ayunos y penitencias y por qué sus discípulos no ayunan como ayunaban los discípulos de Juan o como siguen haciéndolo los discípulos de los fariseos. Habían convertido algo que es cierto que podía ser importante en cuanto nos ayudara a la conversión del corazón, en algo fundamental sin lo cual los perecía que no había ningún sentido religioso para sus vidas. Pero quizá olvidaban el encuentro profundo del corazón con el Señor y la acogida que en verdad había de tenerse a la Palabra de Dios.

Por eso Jesús les habla de actitudes y de posturas nuevas, que la acogida del Reino de Dios que Jesús anunciaba no se podía quedar en unos remiendos que tratasen de disimular los rotos que pudiera haber en el interior del corazón del hombre, y por eso era necesario un paño nuevo para un vestido nuevo, como eran necesarios odres nuevos para el vino nuevo. Jesús desde el principio había pedido conversión para creer y aceptar la buena nueva que les anunciaba, y conversión no son remiendos, sino conversión es transformación profunda del corazón.

Son muchas las cosas de las que tenemos que desprendernos, de lo que tenemos que aligerar el corazón para vivir el sentido nuevo del Reino de Dios. Y eso tenemos que vivirlo también en el hoy de nuestra vida. La buena noticia del Evangelio siempre tiene que ser novedad en nuestra vida, que nos pide unas actitudes nuevas en nuestro corazón y una nueva forma de actuar. Hay maneras de ser y de hacer que nos pudieron valer muy bien en otros momentos de nuestra historia pero el Espíritu del Señor que es el que guía e inspira a la Iglesia nos va abriendo nuevos caminos de renovación.

Fue realmente un momento profético en la vida de la Iglesia el concilio Vaticano II celebrado en el siglo pasado y fue un paso y una puerta de apertura de la Iglesia y del mensaje del evangelio al mundo de hoy. Poco a poco siguiendo aquellas directrices del Espíritu expresadas en las decisiones del concilio se ha ido realizando un profundo camino de renovación en la Iglesia. Eran necesarios unos odres nuevos, una pieza nueva para hacer ese traje del hombre nuevo renovado por el Espíritu; fueron necesarios también un arrancarnos de muchos apegos de muchas cosas que había que vivir hoy con un espíritu nuevo.

Claro que habrá quienes, como reflexionábamos al principio, quisieran seguir guardando muchas cosas que pudieron sernos buenas en otros momentos, pero que hoy ya no nos dicen nada. Algunos aun quieren seguir haciendo remiendos porque les cuesta vestirse ese traje nuevo del Espíritu. Son muchos apegos los que se mantienen en ciertos sectores de la misma iglesia de los que cuesta desprenderse. Y algunas veces incluso les duele las decisiones que tiene que tomar la Iglesia desde el magisterio y la autoridad del Papa y se crean ciertas resistencias que al final a nadie ayudan. Tenemos que aprender de una vez por todas a dejarnos conducir por la acción del Espíritu del Señor.

jueves, 2 de septiembre de 2021

No solo se habían sorprendido y se habían quedado sin habla sintiéndose los mayores pecadores del mundo sino que sus vidas a partir de entonces iban a ser distintas

 


No solo se habían sorprendido y se habían quedado sin habla sintiéndose los mayores pecadores del mundo sino que sus vidas a partir de entonces iban a ser distintas

Colosenses 1, 9-14; Sal 97; Lucas 5, 1-11

Hay cosas que nos dejan sin habla. Cosas que nos sorprenden, por lo inesperado, por lo espectacular o por lo grandioso, porque el acontecimiento es de tal importancia que a todos deja sobrecogido. Un gesto inesperado de una persona que nos sorprende y nos llama poderosamente la atención; un acontecimiento que no esperábamos y que de alguna manera puede marcar nuestra vida; un regalo valioso que nos ofrecen sin que nosotros lo esperáramos ni creíamos que nada habíamos hecho para merecerlo; una palabra que nos dice alguien y nos llega al corazón porque nos hace descubrir y valorar algo de nuestra propia vida que creíamos oculto y a lo que no dábamos mayor importancia. En muchas cosas podemos pensar. Son acontecimientos, palabras, gestos, detalles que pueden marcar nuestra vida de manera que incluso nos hagan darle un rumbo nuevo y distinto.

Algo así sucedió aquella mañana en el lago de Tiberíades. Los pescadores habían hecho sus faenas, que por cierto habían sido infructuosas, y ahora andaban en los cuidados posteriores a cualquier salida al lago a pescar; la gente al oír que Jesús andaba por allí se había arremolinado en la playa y todos querían escucharle; era difícil que estando en el mismo plano le pudieran ver y escuchar debidamente, por eso Jesús se sube a una de aquellas barcas y desde la orilla comienza a enseñar a la gente.

Hasta ahora todo en una cierta normalidad. Pero cuando Jesús termina de enseñar a la gente le pide a Pedro, de quien era la barca en la que Jesús se había subido, que reme de nuevo rumbo al lago para echar las redes de nuevo para pescar. Comienzan las sorpresas. Pero si han estado toda la noche y no han podido coger nada. Pero ante la palabra de Jesús Pedro se deja hacer, aunque replica que él sabe que no hay nada porque ha estado toda la noche bregando le dice que porque Jesús lo dice, en su nombre, echará de nuevo las redes.

Ahora sí comienza a haber algo distinto. La profusión de peces era tan grande que las redes casi reventaban y tienen que llamar a los de las otras barcas para que les ayuden en la faena. Ha sido algo asombroso. Pedro y los demás pescadores no salen de su asombro, no saben ni que decir. Humilde Pedro, que antes casi se había negado a obedecer a Jesús, ahora se postra por los suelos sintiéndose el último del mundo y sintiéndose de verdad pecador, pidiéndole a Jesús en su emoción que se aparte de él. ‘Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador’.

Pedro y los demás pescadores sentían que el mundo se les hundía bajo los pies, porque aquello no se lo esperaban. No salían de su asombro. Le pasaba a Pedro y a su hermano Andrés, le pasaba a Santiago el de Zebedeo y a su hermano Juan, compañeros todos en aquella tarea, pero que nunca habían visto cosa igual.

Algo nuevo iba a comenzar en sus vidas. Ya seguían y escuchaban a Jesús y de alguna manera formaban parte del grupo de los discípulos que le seguían más de cerca. Pero ahora Jesús les invita a algo nuevo que va a cambiar totalmente sus vidas. Eran pescadores y estaban avezados en las tareas de aquellos lagos pero Jesús abría un mundo delante de ellos. ‘No temas; desde ahora serás pescador de hombres’, les dice Jesús. Todavía estaban en medio del lago por eso ‘entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron’.

Algo había cambiado en sus vidas, algo nuevo comenzaba, aquel acontecimiento que les había sorprendido no solo los había dejado sin habla sintiéndose los mayores pecadores del mundo, sino que sus vidas a partir de aquel momento iban a ser distintas.

Ante este pasaje del evangelio no somos unos meros espectadores. Hagámonos presentes nosotros también en la escena. Subamos con Pedro y los pescadores a la barca y sintamos a nuestro lado también la presencia de Jesús. En esa barca de la vida en la que vamos haciendo nuestra travesía dejémonos sorprender también por Jesús. Para nosotros también va a tener un gesto o una palabra, también nos invitará a echar las redes aunque digamos que no sabemos o que no vamos a encontrar nada.

Como Pedro digamos también, ‘en tu nombre…’ No es necesario más, sino esa disponibilidad y veremos cómo el Señor nos sorprende. Sepamos hacer silencio en el corazón o no nos distraigamos con cosas innecesarias. Escucharemos esa palabra de Jesús que nos habla al corazón, sentiremos el calor de su presencia y también al final diremos que nos ardía el corazón, como los de Emaús. Estemos atentos a la acción de Dios en nuestra vida.

miércoles, 1 de septiembre de 2021

La Iglesia tiene que inventarse caminos nuevos para ir al encuentro de los hombres y mujeres de nuestro tiempo porque a ellos también hemos de hacer el anuncio del Reino

 


La Iglesia tiene que inventarse caminos nuevos para ir al encuentro de los hombres y mujeres de nuestro tiempo porque a ellos también hemos de hacer el anuncio del Reino

Colosenses 1,1-8; Sal 51; Lucas 4, 38-44

Saber retirarse a tiempo, es una frase que escuchamos y poco menos tenemos como principio sobre todo cuando las cosas no marchan bien, cuando consideramos que es necesario retirarse a un lado para dejar paso a otros que puedan realizar la labor mejor que nosotros. Esto que como principio quizás tenemos muy claro sin embargo no vemos que sea frecuente en la vida, porque nos aferramos al lugar que ocupamos, la función que nos ha confiado que aunque veamos que somos un fracaso, no damos el brazo a torcer, no nos retiramos. Pero estamos mencionando el caso quizás de cuando las cosas no funcionan, pero cuando marchan bien y tenemos éxito muchos menos vamos a pensar en dar un paso a un lado, sino que quizás en un populismo que nos agrada queremos seguir manteniéndonos en el candelero.

Pero no vemos en el evangelio que esa sea la manera de actuar de Jesús. Había sido bien aceptado en la sinagoga de Cafarnaún, al llegar a casa de Simón Pedro se encuentra a la suegra enferma y la cura, a la puerta al atardecer – tengamos en cuenta que era sábado y hasta que no llegara el atardecer poco se podía caminar – se agolpan a la puerta trayéndole multitud de gente enferma para que los cure y hasta los endemoniados curados gritan proclamando quien es Jesús.


Pero Jesús no va buscando esos populismos, Jesús no está en la búsqueda del éxito, su misión es el anuncio del Reino de Dios y aquellos milagros son los signos y señales de la llegada del Reino de Dios. Pero el Reino de Dios no son gritos ni aclamaciones en su honor; es una transformación grande que se ha de ir realizando en el corazón de las personas y Jesús tiene que llevar esa buena nueva a los demás. Por eso a la mañana siguiente muy temprano se va a un lugar apartado; allá lo buscan, vienen diciéndole que hay mucha gente que lo busca allí en Cafarnaún, pero Jesús dice que tiene que ir a otra parte, que para eso ha venido. ‘Es necesario que proclame el reino de Dios también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado’.

Siempre hemos de estar en camino. Un camino que no es la búsqueda de éxitos y aclamaciones, un camino que significa esfuerzo y superación, un camino como nos enseñará en otro momento que hemos de hacer en total disponibilidad e incluso en pobreza, un camino impulsado por el amor. Un camino que es anuncio que se ha de llevar más allá, que ha de llegar a todos, no solo a los que ya por sí mismos vienen o los tenemos a nuestra mano. Así vemos a Jesús, no se queda en Cafarnaún donde ya han visto los signos y todos ahora le buscan; es Jesús el que sale a la búsqueda, el que va al encuentro con los demás, también allí donde no le han escuchado o donde no le conocen.

Es la tarea que hoy tiene que seguir haciendo la Iglesia, es la tarea de quienes creemos en Jesús y queremos seguirle. Y esta manera de actuar de Jesús tiene que hacernos pensar cuando los cristianos nos rodeamos de tantas comodidades, cuando solo buscamos lo fácil, cuando nos quedamos donde siempre y dándole vueltas siempre a lo mismo.

Es la Iglesia que tiene que estar siempre en camino de búsqueda para ir al encuentro de los que no están, de los que no vienen, también de los que no quieren escuchar; y sin embargo nos quedamos demasiado dentro de nuestros templos y nuestros salones parroquiales, pero no vamos a esa periferia como tantas veces nos está repitiendo el papa Francisco.

La Iglesia tiene que inventarse caminos nuevos para ir al encuentro de los hombres y mujeres de nuestro tiempo; que ya no vivimos en tiempos de cristiandad donde parecía – y digo parecía – que todos ya estábamos convertidos y convencidos, pero vemos como ya no somos tantos, nuestros templos se nos quedan grandes y vacíos, y no nos podemos quedar pensando o añorando los suntuosidades de otros tiempos. Necesitamos solo un bastón y unas sandalias para hacer el camino y el manto que llevamos puesto, por eso de cuántas cosas tendremos que desprendernos.

Pero Jesús nos está diciendo que tenemos que ir a otros lugares también a hacer el anuncio del Reino.

martes, 31 de agosto de 2021

Dejemos que el Señor llegue a nosotros y su Palabra nos transforme y nos libere, que su Espíritu nos inunde con una nueva vida resplandeciente de amor y de espíritu de servicio

 


Dejemos que el Señor llegue a nosotros y su Palabra nos transforme y nos libere, que su Espíritu nos inunde con una nueva vida resplandeciente de amor y de espíritu de servicio

1Tesalonicenses 5, 1-6. 9-11; Sal 26; Lucas 4, 31-37

Va a saber este quien manda aquí. Lo habremos escuchado o lo habremos palpado en algunos que se creen con autoridad; una autoridad que parece en ocasiones que se guía por el capricho, por el autoritarismo, en plan de dominio y exigencia, poniéndose en un pedestal; tener autoridad para algunos es creerse superior y con el dominio de todo, hacer uso de ella en su propio beneficio, imponer sus ideas o su manera de hacer las cosas. Por supuesto esta descripción le repugnará a muchos, porque por supuesto entendemos que no todos lo viven así, pero si hemos de reconocer que es en cierto modo el estilo de la vida.

Hago esta referencia a la autoridad como una contraposición para comenzar la reflexión del evangelio, porque en él se nos dice hoy que las gentes reconocen en Jesús su autoridad. ‘Este modo de hablar es distinto’, dicen cuando le escuchan y cuando ven las obras que realiza. Y es que la palabra y la presencia de Jesús despertaban vida, despertaba esperanza; era una palabra y una presencia liberadora.

La presencia de Jesús es la del que se hace sencillo para saber hacerse el ultimo y el servidor de todos; la presencia de Jesús es cercanía para levantar y para liberar; la presencia de Jesús es paño de lágrimas, pero su consuelo no es una compasión paternalista, sino que siempre su presencia y su palabra estimula a algo nuevo, despierta esperanza, nos abre los ojos para tener una nueva visión y ver que las cosas pueden ser de otra manera.

Es cierto que todos no entenderán así la presencia de Jesús y de alguna manera es como un estorbo a su manipulación y a su dominio. Jesús viene a liberar, a despertar a la persona para otra perspectiva de vida. Vemos cuando Jesús llega hoy a la sinagoga de Cafarnaún mientras muchos le escuchan complacidos habrá también quien poseído por el espíritu del mal le rechaza. Nos habla el evangelio de endemoniados o poseídos por el maligno, pero en ello tenemos que saber ver también a quienes se aferran al mal y no quieren desprenderse de él y entonces la presencia de Jesús será un estorbo, porque Jesús quiere a la persona liberada de todo mal. Y así se manifiesta la autoridad de Jesús.

Nos habla el evangelio en este episodio de cómo Jesús liberó a aquel hombre poseído por el espíritu del maligno. El poseído por el mal opone resistencia, porque vemos cómo lo retuerce y lo tira por tierra. Fue la autoridad de la Palabra de Jesús la que le hizo llegar la salvación, una palabra que salva y que libera, una Palabra que llena de gracia y llena de vida, una palabra que nos pone en camino de una vida nueva en que ya no queramos ser nunca más esclavos del mal y del pecado.

Pero mirémonos a nosotros mismos. No nos contentamos con quedarnos contemplando ese episodio del evangelio como si con nosotros no fuera. Cuando escuchamos el evangelio nos ponemos en su lugar. También hay dentro de nosotros muchas cosas que nos atan y que nos esclavizan, muchas ambiciones que nos obnubilan y que en el deseo de alcanzar aquellas cosas a las que aspiramos muchas veces también vamos arrasando a nuestro paso a todo el que nos encontremos. Pensemos en esas actitudes de orgullo y de soberbia que tantas veces nos dominan y con las que queremos también violentamente dominar a los otros.

Cuánto nos cuesta reconocerlo, cuánto nos cuesta ser humildes, cuántas disculpas nos buscamos para justificarnos en nuestras actitudes y en nuestras posturas y hasta en el trato que tenemos con los demás. Es como si hubiera un rechazo desde nuestro interior no queriendo despojarnos de esas actitudes violentas y orgullosas. Como nos cuenta hoy el evangelio en aquel episodio de la sinagoga de Cafarnaún.

Dejemos que el Señor llegue a nuestra vida, que su Palabra nos transforme y nos libere, que su Espíritu nos inunde para que tengamos nueva vida resplandeciente de amor y de espíritu de servicio.

lunes, 30 de agosto de 2021

Tenemos que estar dispuestos a ponernos en camino para arrancarnos de lo que nos oprime y nos angustia aceptando la buena nueva de liberación que Jesús nos ofrece

 


Tenemos que estar dispuestos a ponernos en camino para arrancarnos de lo que nos oprime y nos angustia aceptando la buena nueva de liberación que Jesús nos ofrece

1Tesalonicenses 4, 13-18; Sal 95; Lucas 4, 16-30

Todos sabemos que el ritmo de las lecturas de la Palabra de Dios en medio de la semana en el tiempo Ordinario es distinto al ritmo del Evangelio que escuchamos los domingos. En los domingos son tres ciclos dedicados enteramente a los evangelios sinópticos; este ciclo estamos escuchando en el evangelio de los domingos a san Marcos, salvos los últimos cinco domingos que se leyó el capítulo 6 del evangelio de Juan; ya ayer retomamos de nuevo a san Marcos. Sin embargo en medio de semana hasta ahora hemos venido escuchando a san Mateo y hoy tomamos el evangelio de Lucas a partir del capítulo 4 con el episodio de la sinagoga de Nazaret, que hoy se nos ha proclamado, comenzando así el camino del evangelio, repito, de Lucas que tiene unas características muy especiales.

Hoy nos dice el evangelista que Jesús fue a su pueblo de Nazaret donde se había criado y el sábado según su costumbre fue a la sinagoga para la proclamación y escucha de la Ley y de los Profetas. Según su costumbre, nos dice, lo que había hecho en todos sus años de juventud hasta que había partido para el anuncio de la Buena Nueva del Reino por todos los rincones. Ahora va, y es Jesús el que hace la lectura, en este caso del profeta Isaías. Cuando termina de proclamarla y todos esperaban su comentario todo lo que viene a decir es que aquella Escritura se estaba cumpliendo ahora y allí. ‘Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír’.

Ya escuchamos, la gente se sorprende, en principio se siente orgullosa que sea uno de su pueblo el que ahora proféticamente este anunciando el Reino de Dios por todos los rincones, pero como sucede siempre en pueblo pequeño comienzan las desconfianzas porque a El siempre lo han conocido desde pequeño y por allí andan sus parientes y no es sino el hijo del carpintero, ¿de dónde saca todo esto?

Jesús ha proclamado un texto de Isaías que anuncia un tiempo nuevo de liberación y de salvación; vendrá la libertad para los oprimidos, los que se ven con muchas limitaciones en su vida sentirán que todo cambia y es como que los ciegos recobran la vista, los leprosos son curados con todo lo que eso significaba y los inválidos podrán caminar. Es el año de gracia del Señor, es el año de la gran liberación, es el jubileo universal donde todo ha de cambiar. Y eso comienza aquí y ahora, les dice. Hoy se cumple, en El se cumple porque El es quien está lleno del Espíritu del Señor enviado a anunciar esa buena nueva a los pobres y oprimidos.

Son palabras que despiertan la esperanza porque es un mundo nuevo el que va a comenzar; son palabras comprometedoras porque quienes van a creen en esas palabras han de emprender un camino nuevo, porque es una vida nueva la que se les ofrece. Pero muchas veces nos sucede que aunque andemos muy oprimidos y esclavizados parece que nos cuesta salir de esa situación, cuando significa que nosotros tenemos que ponernos en camino. Cuántas veces los israelitas peregrinos por el desierto, porque el camino de liberación que estaban recorriendo les resultaba costoso y duro, anhelaban volver a los puerros y a las cebollas de Egipto, aunque eso significase seguir viviendo bajo la opresión y la esclavitud.

¿La gente de Nazaret pensaba que todo se les iba a dar con demasiada facilidad? Como les dice Jesús, estáis pensando por qué no hago aquí los milagros que habéis escuchado que he hecho en Cafarnaún y en otros sitios. Pero dirá el evangelista que allí no hizo milagros por su falta de fe. Escuchaban las palabras de Jesús pero no terminaban de creer, escuchaban las palabras de Jesús pero les costaba ponerse en ese camino de liberación; muchas cosas oprimían sus corazones, muchas angustias inundaban sus vidas, muchas decepciones les hacían perder la esperanza, pero había que querer salir de esa opresión o de esa angustia; era necesario querer ponerse en camino. Y ese paso no lo daban, por eso lo rechazaron y hasta quisieron tirarlo por un barranco.

Esto nos tiene que hacer pensar para nuestra vida. ¿Cómo acogemos nosotros ese mensaje de liberación que se nos ofrece? ¿Estaremos dispuestos a ponernos en camino para ir arrancando de nosotros todo eso que nos oprime y nos angustia, todo eso que crea dependencias en nosotros y nos llena de limitaciones? ¿Preferiremos los puerros y las cebollas de Egipto aunque eso signifique seguir en ese estado de esclavitud? Cuántas veces decimos, es que esto se ha hecho siempre así, porque no queremos hacer el esfuerzo de cambiar para vivir algo nuevo y con eso estamos rechazando la buena nueva de liberación que Jesús nos ofrece.

domingo, 29 de agosto de 2021

Quien busca el bien de la persona y pone corazón en lo que hace estará siempre cumpliendo lo que es la ley del Señor, la voluntad de Dios que es nuestra felicidad

 


Quien busca el bien de la persona y pone corazón en lo que hace estará siempre cumpliendo lo que es la ley del Señor, la voluntad de Dios que es nuestra felicidad

Deut. 4, 1-2. 6-8; Sal. 14; Sant. 1, 17-18. 21b-22. 27;  Mc. 7, 1-8a. 14-15. 21-23

‘Lo sé’, nos responde nuestro interlocutor cuando le hacemos ver una cosa. Lo sabe, pero no hace nada. Luego el saber tiene que entrañar algo más que tener conocimiento de algo; la sabiduría no es simplemente saber cosas, ser erudito en muchos temas, sino que la sabiduría está en un vivir, en un sentido de vivir; aquellos conocimientos que he adquirido, que la misma vida me ha ido dando, nos dan una nueva amplitud de la mente, pero que no se queda ahí sino que nos impregna, nos da un nuevo sabor y sentido a nuestro corazón.

Puede sucedernos también que hasta hacemos muchas cosas buenas, pero les puede faltar algo por dentro, porque se han convertido en una rutina más de nuestra vida y las hacemos porque siempre se ha hecho así, porque es una tradición, porque todo el mundo lo hace, pero no ponemos corazón en lo que hacemos, no ponemos vida, lo hacemos con frialdad, al final no sabemos por qué las hacemos. Podemos terminar siendo dependientes o esclavos del tener que hacer algo pero no le hemos encontrado su sentido profundo. Hemos de saber encontrarle el sentido a lo que hacemos para que entonces pongamos corazón. Necesitamos, pues, también ser más reflexivos en la vida.

Y creo que a esto es a lo que nos quiere ayudar el evangelio que hoy escuchamos. Vienen muy preocupados algunos fariseos y escribas a plantearle a Jesús por qué sus discípulos no siguen la tradición de sus mayores. Todo iba por aquel sentido de pureza que ellos tenían en que poco menos que se quedaba en una pureza legal; hacer las cosas porque es una tradición, hacer las cosas por un cumplimiento, o de lo contrario estamos contrayendo una impureza.

Aquí van planteando el tema de lavarse o no lavarse las manos antes de comer. No es una cosa mala, es una buena costumbre higiénica; mira cómo ahora en estos tiempos de pandemia y peligros de contagio nos lo recomiendan encarecidamente. Pero se había convertido en una ley y hasta le habían dado un sentido religioso, formaba parte para ellos ya de la ley de Moisés. Y ahora ponen el grito en el cielo porque los discípulos de Jesús no cumplen según ellos con esas costumbres. Venir con las manos manchadas de la plaza significaba que habían podido tocar algo que se considerara impuro, y así entraba la impureza en el corazón de la persona.

Jesús viene a decirles que la impureza no viene de fuera sino que sale del corazón porque es en el corazón donde tenemos los malos deseos y las malas intenciones. Y claro nuestros labios hablarán lo que llevamos en el corazón, nuestros comportamientos externos y nuestras actitudes reflejarán lo que llevamos dentro de nosotros. Si en nuestro corazón hay maldad, malicia, con esa maldad y malicia vamos a actuar contra los demás. Por eso Jesús nos está pidiendo esa pureza de nuestro corazón del que hemos de desterrar todo mal deseo.

Les recuerda Jesús lo que ya había dicho el profeta Isaías: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres’.

Es la profundidad que hemos de saberle dar a nuestra vida. Y ahí está la verdadera sabiduría que nos ayudará a descubrir lo que en verdad el Señor quiere de nosotros. Lo que hacemos y lo que vivimos ha de tener un sentido, hemos de darle una verdadera profundidad, hemos de poner en ello todo nuestro corazón. No se trata de ser cumplidores sino de darle plenitud a aquello que hacemos y que vivimos. Como decíamos antes, podemos hacer incluso cosas buenas pero no le ponemos el calor de nuestra humanidad.

Hoy se nos ha dicho en el libro del Deuteronomio que los mandamientos del Señor son nuestra Sabiduría. ‘Esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán: Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente, esta gran nación’. Porque los mandamientos del Señor no son un yugo pesado que se nos impone y del que no nos podemos liberar, sino que son como el cauce y el camino que lleva a la plenitud de su ser a toda persona.

Nunca el mandamiento del Señor nos coarta en lo más hondo de nosotros mismos sino que nos hace vivir la vida en la mayor plenitud. Es la gloria del Señor lo que buscamos, pero será siempre buscando el bien del hombre, de toda persona, y los mandamientos es eso lo que tratan de preservar. Quien busca el bien de la persona estará siempre cumpliendo lo que es la ley del Señor, lo que es la voluntad de Dios que es nuestra felicidad.

Pongamos corazón en lo que hacemos y vivimos y nos sentiremos en plenitud.