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jueves, 2 de septiembre de 2021

No solo se habían sorprendido y se habían quedado sin habla sintiéndose los mayores pecadores del mundo sino que sus vidas a partir de entonces iban a ser distintas

 


No solo se habían sorprendido y se habían quedado sin habla sintiéndose los mayores pecadores del mundo sino que sus vidas a partir de entonces iban a ser distintas

Colosenses 1, 9-14; Sal 97; Lucas 5, 1-11

Hay cosas que nos dejan sin habla. Cosas que nos sorprenden, por lo inesperado, por lo espectacular o por lo grandioso, porque el acontecimiento es de tal importancia que a todos deja sobrecogido. Un gesto inesperado de una persona que nos sorprende y nos llama poderosamente la atención; un acontecimiento que no esperábamos y que de alguna manera puede marcar nuestra vida; un regalo valioso que nos ofrecen sin que nosotros lo esperáramos ni creíamos que nada habíamos hecho para merecerlo; una palabra que nos dice alguien y nos llega al corazón porque nos hace descubrir y valorar algo de nuestra propia vida que creíamos oculto y a lo que no dábamos mayor importancia. En muchas cosas podemos pensar. Son acontecimientos, palabras, gestos, detalles que pueden marcar nuestra vida de manera que incluso nos hagan darle un rumbo nuevo y distinto.

Algo así sucedió aquella mañana en el lago de Tiberíades. Los pescadores habían hecho sus faenas, que por cierto habían sido infructuosas, y ahora andaban en los cuidados posteriores a cualquier salida al lago a pescar; la gente al oír que Jesús andaba por allí se había arremolinado en la playa y todos querían escucharle; era difícil que estando en el mismo plano le pudieran ver y escuchar debidamente, por eso Jesús se sube a una de aquellas barcas y desde la orilla comienza a enseñar a la gente.

Hasta ahora todo en una cierta normalidad. Pero cuando Jesús termina de enseñar a la gente le pide a Pedro, de quien era la barca en la que Jesús se había subido, que reme de nuevo rumbo al lago para echar las redes de nuevo para pescar. Comienzan las sorpresas. Pero si han estado toda la noche y no han podido coger nada. Pero ante la palabra de Jesús Pedro se deja hacer, aunque replica que él sabe que no hay nada porque ha estado toda la noche bregando le dice que porque Jesús lo dice, en su nombre, echará de nuevo las redes.

Ahora sí comienza a haber algo distinto. La profusión de peces era tan grande que las redes casi reventaban y tienen que llamar a los de las otras barcas para que les ayuden en la faena. Ha sido algo asombroso. Pedro y los demás pescadores no salen de su asombro, no saben ni que decir. Humilde Pedro, que antes casi se había negado a obedecer a Jesús, ahora se postra por los suelos sintiéndose el último del mundo y sintiéndose de verdad pecador, pidiéndole a Jesús en su emoción que se aparte de él. ‘Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador’.

Pedro y los demás pescadores sentían que el mundo se les hundía bajo los pies, porque aquello no se lo esperaban. No salían de su asombro. Le pasaba a Pedro y a su hermano Andrés, le pasaba a Santiago el de Zebedeo y a su hermano Juan, compañeros todos en aquella tarea, pero que nunca habían visto cosa igual.

Algo nuevo iba a comenzar en sus vidas. Ya seguían y escuchaban a Jesús y de alguna manera formaban parte del grupo de los discípulos que le seguían más de cerca. Pero ahora Jesús les invita a algo nuevo que va a cambiar totalmente sus vidas. Eran pescadores y estaban avezados en las tareas de aquellos lagos pero Jesús abría un mundo delante de ellos. ‘No temas; desde ahora serás pescador de hombres’, les dice Jesús. Todavía estaban en medio del lago por eso ‘entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron’.

Algo había cambiado en sus vidas, algo nuevo comenzaba, aquel acontecimiento que les había sorprendido no solo los había dejado sin habla sintiéndose los mayores pecadores del mundo, sino que sus vidas a partir de aquel momento iban a ser distintas.

Ante este pasaje del evangelio no somos unos meros espectadores. Hagámonos presentes nosotros también en la escena. Subamos con Pedro y los pescadores a la barca y sintamos a nuestro lado también la presencia de Jesús. En esa barca de la vida en la que vamos haciendo nuestra travesía dejémonos sorprender también por Jesús. Para nosotros también va a tener un gesto o una palabra, también nos invitará a echar las redes aunque digamos que no sabemos o que no vamos a encontrar nada.

Como Pedro digamos también, ‘en tu nombre…’ No es necesario más, sino esa disponibilidad y veremos cómo el Señor nos sorprende. Sepamos hacer silencio en el corazón o no nos distraigamos con cosas innecesarias. Escucharemos esa palabra de Jesús que nos habla al corazón, sentiremos el calor de su presencia y también al final diremos que nos ardía el corazón, como los de Emaús. Estemos atentos a la acción de Dios en nuestra vida.

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