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sábado, 26 de junio de 2021

Como Jesús dejarnos encontrar, como Jesús salir al encuentro de los demás y tender la mano sin miedo al contagio porque en nuestro corazón llevamos la vacuna del amor

 


Como Jesús dejarnos encontrar, como Jesús salir al encuentro de los demás y tender la mano sin miedo al contagio porque en nuestro corazón llevamos la vacuna del amor

Génesis 18,1-15; Sal; Lucas 1,46-55; Mateo 8,5-17

¡Qué bueno que te encontré! Quizás exclamamos cuando nos encontramos con alguien con quien deseábamos estar, hablar, compartir.  Hay personas que son fáciles de encontrar, porque siempre las encontramos dispuestas, siempre prontas para prestar un servicio, siempre con los ojos atentos y los oídos abiertos para acoger, para escuchar, para compartir. Es un gozo. Quizá empleamos aquella expresión de ¡qué bueno que te encontré!, pero que quiere expresar más que nada el gozo de encontrarnos con esa persona, nunca la empleamos como una expresión de reproche, sino que casi no sabemos como expresar lo que significa ese encuentro. Son personas que se dejan encontrar.

Es lo que de alguna manera contemplamos hoy en Jesús en el evangelio. A El acudió aquel centurión con su problema o necesidad y allí estaba pronto Jesús para escucharle. Podría haber habido algún tipo de reserva, puesto que era un centurión romano, del ejército invasor por decirlo de alguna manera, y no era bien visto en general por la gente. Pero Jesús tiene el corazón abierto para todos y quien busca a Jesús siempre se encontrará a un Jesús que acoge, a Jesús con los brazos abiertos, a un Jesús que escucha y que valora.

Muchas veces hemos meditado este episodio y suficientemente podríamos decir nos hemos fijado en la fe de aquel hombre que sin ser judío sin embargo acude con una fe grande a Jesús. Merecerá la alabanza de Jesús mismo que dirá que en Israel no ha encontrado nadie de tanta fe. Es la fe llena de confianza, pero la fe humilde; la fe de quien pone amor en su petición, pero la fe de quien no se considera digno. Así hemos tomado sus palabras para convertirlas en oración en nuestros labios y en nuestro corazón cuando nos acercamos a Jesús. ‘Señor, no soy digno…’

Y si en este episodio es Jesús el que se deja encontrar a continuación veremos a Jesús que busca, que va al encuentro de allí donde sabe que hay una necesidad o un dolor. Cuando acude a la casa de Simón Pedro es Jesús el que se adelanta para llegar a donde está la suegra de Simón postrada en cama para tenderle su mano y levantarla.  Es Jesús, el que pasó haciendo el bien, como un día Pedro lo definiera.

Creo que hoy vamos a fijarnos de manera especial en esta manera de actuar de Jesús; el Jesús que se deja encontrar y el Jesús que va al encuentro de quien está en su sufrimiento. Y es el Jesús que sana y que da vida; es el Jesús que nos pone en camino, el que nos enseña de lo que es disponibilidad y de lo que son unos ojos abiertos por el amor; es el Jesús que nos enseña a olvidarnos de nosotros mismos para ser capaces de estar siempre disponibles para los demás.

Cuánto tenemos que aprender. Aprender a hacer los caminos de la humildad y del servicio. Es esa sensibilidad y delicadeza que tiene que despertarse en nosotros, que muchas veces por distintas circunstancias nos hacemos duros y nos volvemos desconfiados hacia los demás. No nos dejamos encontrar porque desconfiamos de todo y de todos; y dejarnos encontrar es hacer que los demás se sientan a gusto con nosotros, porque miremos con una sonrisa en los ojos, porque no nos quedemos en la distancia – y hay muchas formas de quedarnos en la distancia -, porque seamos capaces de tender la mano que es poner en sintonía el corazón, porque seamos capaces de detenernos en nuestros caminos para ver quien está en la vera del camino, porque seamos capaces de perder el tiempo con aquel que nos encontramos en el camino y no vayamos siempre con nuestras carreras locas.

Como Jesús dejarnos encontrar; como Jesús salir al encuentro de los demás; como Jesús tender la mano sin miedo al contagio porque en nuestro corazón llevamos la vacuna del amor.


viernes, 25 de junio de 2021

Tendremos que ser nosotros los que corramos hasta Jesús para pedirle ‘si quieres, puedes curarme’ porque nos sobran protocolos de distanciamientos que nos hacen leprosos


 

Tendremos que ser nosotros los que corramos hasta Jesús para pedirle ‘si quieres, puedes curarme’ porque nos sobran protocolos de distanciamientos que nos hacen leprosos

Génesis 17,1.9-10.15-22; Sal 127; Mateo 8,1-4

Un leproso, como diríamos hoy con toda la carga de discriminación que llevaba consigo, se atreve a acercarse a Jesús para pedirle que lo cure. Hay situaciones en que nos vemos desesperados y nos saltamos todas las reglas o protocolos que pretendan imponernos. Ya no importa nada peor que nos pueda suceder que la situación por la que estamos pasando. Como aquel leproso, alejado de los suyos, de su familia, de su casa, de su entorno social para vivir aislado de todos y de todo, como un maldito de Dios y de los hombres.

Hay momentos que son muy duros. ¿Habremos tenido que pasar por algo así? ¿Conocemos de buena mano a alguien que lo haya pasado? Quizás nos desentendemos. ¿Qué me importa a mí? Alguno puede pensar no es mi problema, es tu problema; cuantas veces habremos escuchado cosas así cuando queremos insensibilizarnos ante lo que vemos, ante lo que sucede, ante el sufrimiento de los demás. Nos daría mucho que pensar.

Aquel hombre se saltó todos los límites que pudieran imponerle. Su fe era grande. Habría oído hablar de Jesús o quizá él mismo antes de su enfermedad lo habría escuchado y habría contemplado los signos que hacía. Y aunque ahora estaba aislado de todo siempre llegan las noticias, siempre hay alguien que puede trasmitir algo que despierte esperanza. Como la que tenía aquel hombre para atreverse a meterse en medio de la gente y llegar hasta Jesús. Para él sobraban los distanciamientos sociales como ahora los llamamos.

‘Si quieres, puedes curarme’. No suplica de forma lastimera, sino con la dureza que se ha podido crear en su corazón con todo lo que había sufrido. Sabía que Jesús podía, pero tenía que querer. Aunque como nos señalará Jesús en otros momentos somos nosotros los que hemos de querer, los que hemos de creer, los que hemos de tener la certeza y la confianza. Y en aquel hombre la había, pero humildemente lo dejaba todo en las manos de Jesús. ‘Si quieres…’

Pero si aquel hombre se había saltado los protocolos, Jesús también se los salta. A un leproso no se le podía tocar, porque solo el hecho de tocarlo, aunque quizá no llegase a contagiarse, ya se le consideraba impuro como se consideraba de la misma manera a todo leproso. Porque Jesús se adelantó para acercarse del todo a aquel hombre y lo tocó. ‘Quiero, queda limpio’.

Todo esto nos puede enseñar muchas cosas, puede incidir en muchas cosas de nuestra vida. Porque aparte de que ahora andemos también con unos protocolos y unos distanciamientos con motivo de la pandemia que estamos padeciendo, también nos ponemos muchos protocolos y nos llenamos de muchos miedos en la vida y en nuestra relación con los demás.

A cuántos tampoco nosotros nos atreveríamos a adelantar la mano para tocarlos en nombre de esa escala social que nos hemos inventado los hombres para querer unos estar por encima y a otros considerarlos por debajo. Cuántos parias habremos creado en nuestro entorno en aquellas personas con las que no queremos mezclarnos, ni que nos vean hablando con ellas; y pasamos de largo, y miramos acaso de rabadillo, pero no somos capaces de mirarle a la cara, de mirarle a los ojos.

Cuando escuchamos este evangelio nos hacemos consideraciones muy graves y sesudas sobre la discriminación que se vivía entonces, por ejemplo, con los leprosos, pero no somos capaces de mirar nuestro entorno, de mirarnos a nosotros mismos, de reconocer lo que nosotros podemos estar haciendo también. Hablar, quizás, hablamos bonito de todas estas cosas, pero luego ¿qué es lo que hacemos? ¿Habremos roto barreras, nos habremos saltado esos protocolos que nos hemos creado, nos habremos sabido acercar a todos poniéndonos a su lado y a su altura?

Una pregunta nos queda, ¿no tendremos que ser nosotros los que corramos hasta Jesús para decirle también ‘si quieres, puedes curarme’? ¿Acaso pensamos que no hay en este sentido nada de lo que nos tenga que sanar Jesús? ¿Y esa ceguera para no querer ver y esos miedos para no mezclarnos?

jueves, 24 de junio de 2021

La alegría con que celebramos la natividad del Bautista nos tendría que conducir a un silencio de desierto para en estos momentos de la vida escuchar el susurro de Dios

 


La alegría con que celebramos la natividad del Bautista nos tendría que conducir a un silencio de desierto para en estos momentos de la vida escuchar el susurro de Dios

Isaías 49, 1-6; Sal 138; Hechos 13, 22-26;  Lucas 1, 57-66. 80;

Celebramos hoy la fiesta de la Natividad de Juan Bautista, que había venido para dar testimonio de la luz y para preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto. No era él la luz sino el que venía a ser testigo de la luz, no era la Palabra sino la voz que anunciaba y nos preparaba para escuchar al que era en verdad la Palabra de Dios, no era el Mesías ni se consideraba un profeta – aunque Jesús nos dijera que no había ningún profeta mayor que él - sino que era el anunciado por los profetas que venía a preparar los caminos del Señor. Es lo que hoy estamos celebrando.

Una fiesta que nos llena de alegría como su nacimiento llenó de alegría las montañas de Judea, porque algo asombroso estaba sucediendo y cuando los vecinos de Isabel se enteraron de la noticia la felicitaban y hacían que corriera la noticia con gran alegría por todas las montañas de Judea. Con la misma alegría nosotros seguimos celebrando su nacimiento y en este día por donde se haya anunciado el evangelio de Jesús todos hacen fiesta y se llenan de alegría en el nacimiento del que había de ser el precursor del Mesías, el que venía a preparar los caminos del Señor preparando un pueblo bien dispuesto para el Señor.

Hechos portentosos rodean su nacimiento desde el anuncio que el ángel Gabriel hiciera a Zacarías en el templo. Muchas habían sido las oraciones de aquella pareja ya ancianos pidiendo un hijo al Señor, pero cuando el ángel del Señor viene a anunciarlo al sacerdote Zacarías que estaba en el servicio del templo en la ofrenda del incienso, a éste le cuesta entender los planes del Señor que están por encima de nuestros planes y se realizan por caminos que a nosotros nos parece imposible recorrer, y se queda mudo hasta el nacimiento y la circuncisión de su hijo.

Algunas veces tenemos que aprender a hacer silencio ante los planes de Dios. Caminamos desde nuestras lógicas y baremos humanos pero cuando el Señor en su gracia quiere manifestársenos quizá trastrueque esos planteamientos nuestros y es cuando tenemos que saber dejarnos conducir por la fe y el amor de Dios. Pueden parecernos tortuosos y difíciles de transitar esos caminos que se abren delante de nosotros pero hemos de saber tener la visión de la fe que llena de confianza nuestro corazón; en fin de cuentas tener fe es lo mismo que poner toda nuestra confianza en aquel en quien creemos.

Y esos caminos que nos pueden parecer difíciles tendrán una salida y se pueden convertir para nosotros en una nueva luz para nuestra vida. Parecía imposible que unos ancianos pudieran engendrar un hijo pero por encima siempre está la fuerza y la gracia del Señor. Ese fue el silencio en que tuvo que permanecer Zacarías hasta que asumió plenamente el camino que le señalaba el Señor. Cuántas cosas rumiará en su corazón en ese tiempo de silencio que le haría prorrumpir luego en ese hermoso cántico de alabanza y acción de gracias a Dios después del nacimiento de su hijo reconociendo como Dios en su misericordia había querido visitar a su pueblo. En esos caminos que nos pueden parecer oscuros pero recorridos con fe descubriremos la visita de Dios a nuestra vida.

Allá estará Juan en el desierto precisamente para ayudarnos a preparar los caminos del Señor. Su voz sonará fuerte y desde todos los rincones de Palestina llegarán hasta las orillas del Jordán todos aquellos que sienten la inquietud en su corazón por los tiempos de gracia que han de llegar. Es solo una voz que da testimonio, una voz que llama la atención y señala los caminos de la vida que hemos de enderezar. Jesús en la sinagoga de Nazaret señalará que el tiempo de la gracia y de la amnistía ha llegado, pero Juan invitando a la penitencia nos hará reconocer que somos pecadores, que estamos necesitados de esa amnistía y de ese perdón sumergiéndonos en las aguas purificadoras del Jordán pero con la promesa de que un día habremos de ser bautizados con el Espíritu santo. Son los caminos oscuros de nuestra vida que tenemos que enderezar y hacer iluminar con esa luz de la que Juan nos quiere dar testimonio.

Cuando hoy estamos llenos de alegría celebrando su fiesta ¿no tendrían que abrirse los oídos de nuestro corazón para escuchar esa voz que clama en el desierto? ¿No nos habrá enseñado este tiempo tan especial que hemos vivido que nos ha llenado de tantas incertidumbres y sombras a ir al desierto para hacer silencio en nuestro corazón y escuchar la Palabra que ilumine con sentido nuevo nuestra vida? Nos ha costado recluirnos y vernos obligados a muchos silencios; no nos gustan los silencios porque tenemos miedo a que nos grite el corazón, pero tenemos que saber hacer silencio para escuchar también ese susurro de Dios que puede llegar a nuestra vida y que entre los ruidos del mundo no podríamos escuchar.

Silencio como el de Zacarías, silencio como el de Juan en el desierto, silencio en nuestro corazón para escuchar el susurro de Dios.

 

miércoles, 23 de junio de 2021

El mundo de hoy necesita profetas que llenos de sabiduría abran nuestro corazón a la esperanza de algo nuevo que podemos construir

 


El mundo de hoy necesita profetas que llenos de sabiduría abran nuestro corazón a la esperanza de algo nuevo que podemos construir

Génesis 15,1-12.17-18; Sal 104; Mateo 7,15-20

Seguramente tendremos la experiencia de habernos encontrado alguna vez con una persona humilde y sencilla, de la que quizás no esperábamos grandes conocimientos, pero que sin embargo cuando la escuchamos hablar nos quedamos maravillados por la sabiduría que destilaban sus palabras. Pareciendo no querer decir nada cada palabra era una sentencia y en cada pensamiento que expresaba encontrábamos un pozo de sabiduría; con una visión clara nos describía los acontecimientos e incluso parecía que casi sin querer nos daba como pistas de futuro con mucho acierto.

Personas de una madurez extraordinaria y que en su sencillez y humildad eran verdaderos pozos de sabiduría que nos daban un buen sentido de las cosas y de la vida y siempre con gran paz y serenidad de espíritu. Personas que nos agradaba escuchar y con las que perderíamos horas y horas para escucharlas y aprender, y para llenarnos de la paz de su corazón.

Por el contrario también más veces de la cuenta nos encontramos con charlatanes que todo se lo sabían pero que muchas veces se convertían en profetas de calamidades, por la negrura con que todo lo veían y las pocas esperanzas que sembraban en el corazón; más bien todo era como querer prevenir una catástrofe que veían inminente y que escuchándoles nuestro corazón se llenaba de desasosiego y de temor. Ante cualquier circunstancia sus palabras parecían amenazantes y anunciadoras de calamidades, como si no hubiera nunca esperanza de que las cosas podemos mejorarlas si ponemos empeño y buena voluntad por nuestra parte y por parte de todos.

Personas en un sentido o en otro, incluso en nuestro ámbito o sentido religioso nos las podemos encontrar fácilmente, aunque muchas veces intentamos hacernos oídos sordos o somos tan cegatos para no descubrir aquellas cosas y aquellas personas de nuestro entorno que podrían poner esperanza en el corazón. En la misma situación en que nos encontramos en esta hora de nuestro mundo necesitamos encontrar esa palabra sabia que ponga paz en el corazón, que nos dé esperanza y nos ayude a encontrar esos caminos y esas salidas que necesitamos para ese agobio que algunas veces sentimos en el corazón.

Hoy nos previene Jesús. ‘Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis…’  Hemos de saber estar alertas. Alertas para no dejarnos engañar por esos profetas de calamidades que quizás se nos puedan presentar con bonitas palabras o argumentaciones que nos pueden parecer muy juiciosas, pero que siembran ese desasosiego en el corazón, pero que muchas veces hacen surgir en nosotros actitudes negativas, poco constructivas de algo mejor.

Tampoco nos dejaremos seducir por cantos de sirena que todo nos lo presentan bonito y que nos pueden llevar a un conformismo que no es nada bueno. Escuchemos esa palabra que nos pone en camino, que nos impulsa a actuar, que siembra esperanza, con la que nos sentimos fortalecidos para seguir construyendo aunque nos parezca que las cosas no avanzan. Toda buena semilla que sembremos tenemos la esperanza de que un día dará su fruto. Acompañemos ese cultivo de la vida fortalecidos en el Señor pero poniendo nuestro cuidado para quitar las malas hierbas que algunas veces pueden aparecer en nuestro corazón y que podrían ahogar esa buena semilla.

Esas personas buenas y sabias que un día nos dejaron plantada una buena semilla en nuestro corazón, antes ellas lo habían rumiado intensamente en su corazón que es lo que les había hecho llegar a esa profundidad de pensamiento y de vida que tanta admiración producía en nosotros. Rumiemos nosotros en nuestro corazón todo eso bueno que también podemos transmitir; sintiendo la presencia del Señor en nosotros eso se convierte en la mejor oración, porque es abrir nuestro corazón a Dios para escucharle como tanto lo necesitamos.

Con humildad abramos nuestro corazón a Dios que de muchas maneras se nos manifiesta. Así podremos ser esos profetas de buena nueva que necesita nuestro mundo con una sabiduría nueva que ha brotado en nuestro corazón. El Espíritu del Señor también está con nosotros.

martes, 22 de junio de 2021

Un camino de superación y de crecimiento que me planteará las exigencias del amor para tomar la iniciativa de hacer el bien aunque me cueste sacrificio

 


Un camino de superación y de crecimiento que me planteará las exigencias del amor para tomar la iniciativa de hacer el bien aunque me cueste sacrificio

Génesis 13, 2.5-18; Sal 14; Mateo 7,6.12-14

Tenemos carreteras, autovías, autopistas por donde podemos circular con comodidad pero aún nos quejamos y queremos todavía que sean mejores. Nos olvidamos de los caminos estrechos, de las veredas de las montañas, de las carreteras llenas de curvas que teníamos en otros tiempos. Pero es que en la vida queremos que todo sea cómodo, no queremos nada que sea un tropiezo ni tener nosotros que hacer el esfuerzo.

Pero creo que entendemos que no se trata de las vías de comunicación que tengamos que utilizar, sino que estamos hablando de la vida misma que nos exige un esfuerzo, se trata de nuestras relaciones con los demás que tenemos que cuidar, se trata de nuestro propio vivir donde siempre tiene que haber crecimiento como señal de que hay vida y eso nos obligará a ponernos en camino de superación, se trata de nuestras propias responsabilidades, familiares o en nuestra relación con la sociedad en la que vivimos, que tenemos que saber asumir.

Y el camino se nos puede volver angosto y estrecho porque parece que quisiéramos hacer siempre solamente lo que nos apetezca en el momento y el pensar que estamos rodeados de otras personas con las que convivimos o porque tenemos unas responsabilidades nos obligará a hacernos como una escala de valores para darnos cuenta lo que es más importante en cada momento y eso me puede exigir una renuncia a un capricho, un sacrificio de algo que nos gustaría placenteramente, o desprendernos de algo a lo que nos sentimos muy apegados.

Muchas veces nos confundimos y pensamos que el camino de la felicidad pasa por la satisfacción de esos caprichos personales o por la posesión de muchas cosas a las que finalmente nos sentimos tan apegados que nos convertimos en esclavos de ellas. Es hermosa la imagen que nos está proponiendo Jesús. Nos habla de una puerta estrecha, como las que había en las murallas que rodeaban las ciudades antiguas. Por esa puerta no podríamos pasar cargados con muchas pertenencias; necesitaríamos liberarnos de aquellas cosas que no nos son esenciales para poder pasar con lo justo, con lo que realmente es importante para nuestra vida.

Por eso tenemos que saber ir a lo esencial, quedarnos con lo esencial. Y claro desprendernos de muchas cosas en las que habíamos puesto toda nuestra vida como si fueran lo que nos daría la verdadera felicidad, cuesta, son desgarros del corazón, son caminos estrechos por los que en algún momento tenemos que transitar.

De eso nos está hablando Jesús hoy en el evangelio. Nos recuerda una regla importante para nuestra relación con los demás y para el trato que hemos de tener con los otros. ‘Así, pues, todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas’. Pedimos, sí, y exigimos que nos traten bien como si fuera una obligación que tienen los otros de atendernos y de hacer por nosotros, pero, ¿qué somos capaces de hacer por los demás? El amor no se impone, pero quien ama de verdad tiene que saber ser el primero que toma la iniciativa del bien por aquel a quien ama.

Y nos habla de esa exigencia que hemos de tener con nosotros mismos, como hemos venido diciendo para buscar siempre lo que es lo fundamental. No nos podemos confundir pensando que por el camino ancho de nuestras vanidades y superficialidades, de nuestro endiosamiento y de nuestra búsqueda de pedestales, de nuestro encerrarnos para pensar solo en nosotros mismos, vamos a ser más felices. No se trata de buscar de forma masoquista lo que es lo más duro de la vida, sino de un camino de superación que nos llevará a la mayor plenitud de la persona.

‘Entrad por la puerta estrecha, nos dice. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos’. ¿Encontraremos el verdadero camino? ¿Sabremos pasar por esa puerta estrecha? ¿Seremos capaces de desprendernos de nuestros apegos y de la superficialidad con que a veces vivimos la vida?

 

lunes, 21 de junio de 2021

Cuando hemos metido al otro en nuestro corazón porque lo amamos de verdad otras son las actitudes de benevolencia, comprensión y compasión que tengamos con él

 


Cuando hemos metido al otro en nuestro corazón porque lo amamos de verdad otras son las actitudes de benevolencia, comprensión y compasión que tengamos con él

Génesis 12,1-9; Sal 32; Mateo 7,1-5

¿Se te habrá ocurrido pensar alguna vez cuando te cruzas con alguien – hay muchas maneras de cruzarse con otras personas – cuál es la historia que lleva en su interior aquella persona? ¿Cuál pudiera ser el drama que esté viviendo en su interior? Es fácil que la miremos y nos hagamos nuestra idea de aquella persona, y pensamos es seria o es de mal carácter por ejemplo, o fácilmente la juzgamos por cualquier gesto que le veamos realizar o cualquier reacción que tenga en ese momento ante lo que sucede a su alrededor. Pero si pudiéramos ver lo que lleva en su interior seguro que nuestro juicio sería mucho más benevolente.

En algún sitio escuché esta sentencia que creo que tiene buena razón. ‘Es casi imposible odiar a alguien cuya historia conoces’. Hay un espacio sagrado en la interior de la persona donde no podemos penetrar si esa persona no nos abre la puerta de su corazón. Y seguro que cuando llegamos a conocer a la persona otras son las actitudes de benevolencia, de comprensión, de compasión, de misericordia que van a surgir en nuestro propio corazón. Ojalá nos revistiéramos de ellas.

Somos fáciles para ver y para juzgar cualquier sombra que nosotros podamos atisbar en la otra persona, pero cuánto nos cuesta ver y reconocer las sombras que llevamos en nuestro corazón. Alguien decía que vamos cargando en la vida con dos mochilas, una por delante donde llevamos acumulados todos los defectos que podamos ver en los demás, pero en la espalda llevamos la mochila de los nuestros que por llevarlos a la espalda no los vemos ni los reconocemos.

El evangelista Mateo nos recoge en lo que solemos llamar el sermón del monte que se inicia con la proclamación de las bienaventuranzas un cúmulo de enseñanzas que Jesús fue desgranando a lo largo de su predicación para entrar en detalle en muchos aspectos de nuestra vida. Todo, podríamos decir, es como un desarrollo de lo que va a ser su principal mandamiento, el del amor. Los párrafos que hoy escuchamos vienen a abundar en esa delicadeza en el trato con los demás en nombre precisamente de ese amor para nunca entrar en valoraciones o juicios temerarios de la vida o de la conducta de los demás.

Y es que cuando hemos metido por el amor en nuestro corazón a los demás a los que ya sentimos como hermanos no cabe la desconfianza, la suspicacia, el juicio aunque solo fuera en nuestro pensamiento con lo que estaríamos condenando a los demás. Sabemos, como veníamos diciendo, que en el corazón del otro hay una historia, como nosotros también tenemos la nuestra y ¿quiénes somos nosotros para entrar en juicio sobre la vida de los otros cuando realmente no la conocemos?

Por eso tiene que brillar en nuestra vida la comprensión y la compasión, por eso siempre nuestro corazón está abierto a la misericordia, porque es poner el bálsamo del amor, de nuestro amor, en la miseria que pudiera haber en el corazón de los demás, de la misma manera que queremos para nosotros esa misma compasión y misericordia.

No abramos nunca la mochila de los defectos o debilidades de los demás sin haber hecho antes un repaso de nuestra propia mochila, de nuestros propios defectos y debilidades. Es lo que nos habla Jesús de la brizna del ojo ajeno, pero de la viga que podemos llevar en el nuestro.

Experimentamos lo que es el amor y la misericordia del Señor para con nosotros, actuemos nosotros de la misma manera. Que nuestra medida sea a la manera de lo que es la misericordia del Señor, y así podremos obtener para nosotros esa comprensión y esa compasión del corazón de los demás.

domingo, 20 de junio de 2021

Estará Jesús dormido en un rincón de la barca desentendiéndose de lo que nos está pasando, llegamos a pensar ante las turbulencias de la vida

 


Estará Jesús dormido en un rincón de la barca desentendiéndose de lo que nos está pasando, llegamos a pensar ante las turbulencias de la vida

Job 38, 1. 8-11; Sal. 106; 2Corintios 5, 14-17; Marcos 4, 35-41

‘Vamos a la otra orilla’. No se lo pensaron. ‘Dejando a la gente se lo llevaron en barca como estaban’. ¿Necesitaban haber sido más previsores antes de meterse a atravesar el lago? Creían conocerlo.

En la vida muchas veces sentimos el impulso o sentimos la invitación a lanzarnos mar adentro. ¿Es la aventura de la vida? ¿Son los riesgos que hemos de asumir? ¿Son los proyectos que se nos pueden presentar que nos obliguen a dejar en lo que estamos para lanzarnos a algo nuevo? Quizás nos lo pensamos, analizamos, queremos ver pro y contra, recibir quizá otra opinión de otras personas, vemos los peligros y los riesgos, ¿nos atreveremos a arriesgarnos?

Quizá queremos tenerlo todo atado y bien atado; no queremos que nada nos falle; cuando se hacen proyectos o se lanzan planes los promotores lo estudian todo al pormenor; quien va a embarcarse en ese proyecto estudiará con todo detalle lo propuesto, viendo posibilidades, viendo capacidades porque no vamos a emprender la tarea de edificar una torre si no tenemos medios para terminarla, para no ser el hazmerreír de la gente. Aunque también los hay osados que se lanzan ciegos porque aquel proyecto le atrajo, porque en él vio la realización de sus sueños, porque aburrido de lo de siempre quería lanzarse a algo nuevo y distinto. Dicen que quien no se arriesga nunca consigue nada.

Es la travesía de la vida en la que todos andamos embarcados; cada uno irá a altura diferente según su capacidad, sus posibilidades o su saber hacer. Quisiéramos que la travesía fuera cómoda y placentera; además nos estamos mal acostumbrando en la vida y algunas veces hasta exigiendo que todo nos lo den hecho y resuelto y que nosotros no tengamos que sacrificarnos tanto. No queremos contratiempos, cosas que nos vengan en contra, pero hay ocasiones en que parece que todo se nos va de las manos, se nos va al traste, que se derrumban nuestros planes y proyectos y no sabemos a quien culpar o cómo rehacernos para salir de esa situación. Nos vemos abrumados y nos parece que estamos hundidos para siempre.

En estos momentos en nuestra sociedad estamos pasando por uno de esos trances en que nos parecía que habíamos conseguido grandes metas pero un simple virus nos ha dado la vuelta a la vida, nos ha trastocado todo y el mundo parece que se nos derrumba. No terminamos de saber cómo reaccionar, no terminamos de darnos cuenta de cuáles son las cosas verdaderamente importantes y esenciales que son las que tendrían que darle un valor más permanente a la vida.

Y podemos y tenemos que hablar también del ámbito de nuestra fe, de la vida de la Iglesia y nuestra pertenencia a la comunidad eclesial. En el horizonte también nos aparecen turbulencias que en determinados momentos se pueden convertir en fuertes tormentas que nos puede parecer que la barca se hace agua y nos hundimos. No todo es tan placentero y tan pacífico, y esto lo podríamos ver desde diferentes frentes; no todo son siempre noticias buenas y hay cosas que suceden que nos cuesta entender y hasta nos pueden escandalizar; hay quien por otra parte se siente desorientado porque o quiere anclarse en meras tradiciones que nos pueden llenar de rutinas o porque algunas veces queremos caminar tan deprisa que podemos perder el norte o perder de vista lo que es el verdadero fundamento.

No todos entendemos de la misma manera la evolución de la vida y lo que es el camino de la Iglesia y en consecuencia el camino de los cristianos en este mundo en el que estamos. Y nos encontraremos con reacciones enfrentadas dentro de la misma Iglesia. Nos da la impresión que la barca hace agua porque nuestras Iglesias se nos vacían y nos cuesta ver la asistencia del Espíritu Santo en este camino que hoy vive la Iglesia. ¿Estará Jesús dormido en un rincón de la barca desentendiéndose de lo que nos está pasando?, llegamos a pensar.

Pero el Señor está ahí y su Espíritu está presente en medio de nosotros. No es a Jesús a quien tenemos que despertar sino que somos nosotros los que tenemos que despertar para darnos cuenta de esa presencia del Espíritu de Cristo en la Iglesia y también en medio de nuestro mundo en esta situación que vivimos. Es el Espíritu quien nos inspira, quien nos abre los ojos y el corazón, quien nos hace buscar lo que es verdaderamente fundamental, quien amplía ante nosotros horizontes para despejar todos esos nubarrones que nos parecía que nos podían poner en peligro.

En toda esa travesía de la que hemos venido hablando sabemos bien quién es el que lleva el timón y que nunca nos fallará. A El es a quien tenemos que escuchar allá en lo hondo del corazón y al que tenemos que seguir porque es el que nos puede llevar a alcanzar una vida en plenitud. Con El a nuestro lado no tememos las tormentas, nos sentimos seguros porque El es nuestra verdadera fortaleza y guía de nuestra vida. En la barca con nosotros va siempre Jesús. Y no está dormido.