Tendremos
que ser nosotros los que corramos hasta Jesús para pedirle ‘si quieres, puedes
curarme’ porque nos sobran protocolos de distanciamientos que nos hacen
leprosos
Génesis 17,1.9-10.15-22; Sal 127; Mateo
8,1-4
Un leproso, como diríamos hoy con toda
la carga de discriminación que llevaba consigo, se atreve a acercarse a Jesús
para pedirle que lo cure. Hay situaciones en que nos vemos desesperados y nos
saltamos todas las reglas o protocolos que pretendan imponernos. Ya no importa
nada peor que nos pueda suceder que la situación por la que estamos pasando.
Como aquel leproso, alejado de los suyos, de su familia, de su casa, de su
entorno social para vivir aislado de todos y de todo, como un maldito de Dios y
de los hombres.
Hay momentos que son muy duros.
¿Habremos tenido que pasar por algo así? ¿Conocemos de buena mano a alguien que
lo haya pasado? Quizás nos desentendemos. ¿Qué me importa a mí? Alguno puede
pensar no es mi problema, es tu problema; cuantas veces habremos escuchado
cosas así cuando queremos insensibilizarnos ante lo que vemos, ante lo que
sucede, ante el sufrimiento de los demás. Nos daría mucho que pensar.
Aquel hombre se saltó todos los límites
que pudieran imponerle. Su fe era grande. Habría oído hablar de Jesús o quizá
él mismo antes de su enfermedad lo habría escuchado y habría contemplado los
signos que hacía. Y aunque ahora estaba aislado de todo siempre llegan las
noticias, siempre hay alguien que puede trasmitir algo que despierte esperanza.
Como la que tenía aquel hombre para atreverse a meterse en medio de la gente y
llegar hasta Jesús. Para él sobraban los distanciamientos sociales como ahora
los llamamos.
‘Si quieres, puedes curarme’. No suplica de forma lastimera, sino con la dureza que
se ha podido crear en su corazón con todo lo que había sufrido. Sabía que Jesús
podía, pero tenía que querer. Aunque como nos señalará Jesús en otros momentos
somos nosotros los que hemos de querer, los que hemos de creer, los que hemos
de tener la certeza y la confianza. Y en aquel hombre la había, pero
humildemente lo dejaba todo en las manos de Jesús. ‘Si quieres…’
Pero si aquel hombre se había saltado
los protocolos, Jesús también se los salta. A un leproso no se le podía tocar,
porque solo el hecho de tocarlo, aunque quizá no llegase a contagiarse, ya se
le consideraba impuro como se consideraba de la misma manera a todo leproso.
Porque Jesús se adelantó para acercarse del todo a aquel hombre y lo tocó. ‘Quiero,
queda limpio’.
Todo esto nos puede enseñar muchas
cosas, puede incidir en muchas cosas de nuestra vida. Porque aparte de que
ahora andemos también con unos protocolos y unos distanciamientos con motivo de
la pandemia que estamos padeciendo, también nos ponemos muchos protocolos y nos
llenamos de muchos miedos en la vida y en nuestra relación con los demás.
A cuántos tampoco nosotros nos
atreveríamos a adelantar la mano para tocarlos en nombre de esa escala social
que nos hemos inventado los hombres para querer unos estar por encima y a otros
considerarlos por debajo. Cuántos parias habremos creado en nuestro entorno en
aquellas personas con las que no queremos mezclarnos, ni que nos vean hablando
con ellas; y pasamos de largo, y miramos acaso de rabadillo, pero no somos
capaces de mirarle a la cara, de mirarle a los ojos.
Cuando escuchamos este evangelio nos
hacemos consideraciones muy graves y sesudas sobre la discriminación que se
vivía entonces, por ejemplo, con los leprosos, pero no somos capaces de mirar
nuestro entorno, de mirarnos a nosotros mismos, de reconocer lo que nosotros podemos
estar haciendo también. Hablar, quizás, hablamos bonito de todas estas cosas,
pero luego ¿qué es lo que hacemos? ¿Habremos roto barreras, nos habremos
saltado esos protocolos que nos hemos creado, nos habremos sabido acercar a
todos poniéndonos a su lado y a su altura?
Una pregunta nos queda, ¿no tendremos que ser nosotros los que corramos hasta Jesús para decirle también ‘si quieres, puedes curarme’? ¿Acaso pensamos que no hay en este sentido nada de lo que nos tenga que sanar Jesús? ¿Y esa ceguera para no querer ver y esos miedos para no mezclarnos?
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