Estará
Jesús dormido en un rincón de la barca desentendiéndose de lo que nos está
pasando, llegamos a pensar ante las turbulencias de la vida
Job 38, 1. 8-11; Sal. 106; 2Corintios 5,
14-17; Marcos 4, 35-41
‘Vamos a la otra orilla’. No se lo pensaron. ‘Dejando a la gente se lo
llevaron en barca como estaban’. ¿Necesitaban haber sido más previsores
antes de meterse a atravesar el lago? Creían conocerlo.
En la vida muchas veces sentimos el
impulso o sentimos la invitación a lanzarnos mar adentro. ¿Es la aventura de la
vida? ¿Son los riesgos que hemos de asumir? ¿Son los proyectos que se nos
pueden presentar que nos obliguen a dejar en lo que estamos para lanzarnos a
algo nuevo? Quizás nos lo pensamos, analizamos, queremos ver pro y contra,
recibir quizá otra opinión de otras personas, vemos los peligros y los riesgos,
¿nos atreveremos a arriesgarnos?
Quizá queremos tenerlo todo atado y
bien atado; no queremos que nada nos falle; cuando se hacen proyectos o se
lanzan planes los promotores lo estudian todo al pormenor; quien va a
embarcarse en ese proyecto estudiará con todo detalle lo propuesto, viendo
posibilidades, viendo capacidades porque no vamos a emprender la tarea de
edificar una torre si no tenemos medios para terminarla, para no ser el
hazmerreír de la gente. Aunque también los hay osados que se lanzan ciegos
porque aquel proyecto le atrajo, porque en él vio la realización de sus sueños,
porque aburrido de lo de siempre quería lanzarse a algo nuevo y distinto. Dicen
que quien no se arriesga nunca consigue nada.
Es la travesía de la vida en la que
todos andamos embarcados; cada uno irá a altura diferente según su capacidad,
sus posibilidades o su saber hacer. Quisiéramos que la travesía fuera cómoda y
placentera; además nos estamos mal acostumbrando en la vida y algunas veces
hasta exigiendo que todo nos lo den hecho y resuelto y que nosotros no tengamos
que sacrificarnos tanto. No queremos contratiempos, cosas que nos vengan en
contra, pero hay ocasiones en que parece que todo se nos va de las manos, se nos
va al traste, que se derrumban nuestros planes y proyectos y no sabemos a quien
culpar o cómo rehacernos para salir de esa situación. Nos vemos abrumados y nos
parece que estamos hundidos para siempre.
En estos momentos en nuestra sociedad
estamos pasando por uno de esos trances en que nos parecía que habíamos
conseguido grandes metas pero un simple virus nos ha dado la vuelta a la vida,
nos ha trastocado todo y el mundo parece que se nos derrumba. No terminamos de
saber cómo reaccionar, no terminamos de darnos cuenta de cuáles son las cosas
verdaderamente importantes y esenciales que son las que tendrían que darle un
valor más permanente a la vida.
Y podemos y tenemos que hablar también
del ámbito de nuestra fe, de la vida de la Iglesia y nuestra pertenencia a la
comunidad eclesial. En el horizonte también nos aparecen turbulencias que en
determinados momentos se pueden convertir en fuertes tormentas que nos puede
parecer que la barca se hace agua y nos hundimos. No todo es tan placentero y
tan pacífico, y esto lo podríamos ver desde diferentes frentes; no todo son
siempre noticias buenas y hay cosas que suceden que nos cuesta entender y hasta
nos pueden escandalizar; hay quien por otra parte se siente desorientado porque
o quiere anclarse en meras tradiciones que nos pueden llenar de rutinas o
porque algunas veces queremos caminar tan deprisa que podemos perder el norte o
perder de vista lo que es el verdadero fundamento.
No todos entendemos de la misma manera
la evolución de la vida y lo que es el camino de la Iglesia y en consecuencia
el camino de los cristianos en este mundo en el que estamos. Y nos
encontraremos con reacciones enfrentadas dentro de la misma Iglesia. Nos da la
impresión que la barca hace agua porque nuestras Iglesias se nos vacían y nos cuesta
ver la asistencia del Espíritu Santo en este camino que hoy vive la Iglesia.
¿Estará Jesús dormido en un rincón de la barca desentendiéndose de lo que nos
está pasando?, llegamos a pensar.
Pero el Señor está ahí y su Espíritu
está presente en medio de nosotros. No es a Jesús a quien tenemos que despertar
sino que somos nosotros los que tenemos que despertar para darnos cuenta de esa
presencia del Espíritu de Cristo en la Iglesia y también en medio de nuestro
mundo en esta situación que vivimos. Es el Espíritu quien nos inspira, quien
nos abre los ojos y el corazón, quien nos hace buscar lo que es verdaderamente
fundamental, quien amplía ante nosotros horizontes para despejar todos esos
nubarrones que nos parecía que nos podían poner en peligro.
En toda esa travesía de la que hemos venido
hablando sabemos bien quién es el que lleva el timón y que nunca nos fallará. A
El es a quien tenemos que escuchar allá en lo hondo del corazón y al que
tenemos que seguir porque es el que nos puede llevar a alcanzar una vida en
plenitud. Con El a nuestro lado no tememos las tormentas, nos sentimos seguros
porque El es nuestra verdadera fortaleza y guía de nuestra vida. En la barca
con nosotros va siempre Jesús. Y no está dormido.
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