Cuando
hemos metido al otro en nuestro corazón porque lo amamos de verdad otras son
las actitudes de benevolencia, comprensión y compasión que tengamos con él
Génesis 12,1-9; Sal 32; Mateo 7,1-5
¿Se te habrá ocurrido pensar alguna vez
cuando te cruzas con alguien – hay muchas maneras de cruzarse con otras
personas – cuál es la historia que lleva en su interior aquella persona? ¿Cuál
pudiera ser el drama que esté viviendo en su interior? Es fácil que la miremos
y nos hagamos nuestra idea de aquella persona, y pensamos es seria o es de mal
carácter por ejemplo, o fácilmente la juzgamos por cualquier gesto que le
veamos realizar o cualquier reacción que tenga en ese momento ante lo que
sucede a su alrededor. Pero si pudiéramos ver lo que lleva en su interior seguro
que nuestro juicio sería mucho más benevolente.
En algún sitio escuché esta sentencia
que creo que tiene buena razón. ‘Es casi imposible odiar a alguien cuya
historia conoces’. Hay un espacio sagrado en la interior de la persona
donde no podemos penetrar si esa persona no nos abre la puerta de su corazón. Y
seguro que cuando llegamos a conocer a la persona otras son las actitudes de
benevolencia, de comprensión, de compasión, de misericordia que van a surgir en
nuestro propio corazón. Ojalá nos revistiéramos de ellas.
Somos fáciles para ver y para juzgar
cualquier sombra que nosotros podamos atisbar en la otra persona, pero cuánto
nos cuesta ver y reconocer las sombras que llevamos en nuestro corazón. Alguien
decía que vamos cargando en la vida con dos mochilas, una por delante donde
llevamos acumulados todos los defectos que podamos ver en los demás, pero en la
espalda llevamos la mochila de los nuestros que por llevarlos a la espalda no
los vemos ni los reconocemos.
El evangelista Mateo nos recoge en lo
que solemos llamar el sermón del monte que se inicia con la proclamación de las
bienaventuranzas un cúmulo de enseñanzas que Jesús fue desgranando a lo largo
de su predicación para entrar en detalle en muchos aspectos de nuestra vida. Todo,
podríamos decir, es como un desarrollo de lo que va a ser su principal
mandamiento, el del amor. Los párrafos que hoy escuchamos vienen a abundar en
esa delicadeza en el trato con los demás en nombre precisamente de ese amor
para nunca entrar en valoraciones o juicios temerarios de la vida o de la
conducta de los demás.
Y es que cuando hemos metido por el
amor en nuestro corazón a los demás a los que ya sentimos como hermanos no cabe
la desconfianza, la suspicacia, el juicio aunque solo fuera en nuestro
pensamiento con lo que estaríamos condenando a los demás. Sabemos, como
veníamos diciendo, que en el corazón del otro hay una historia, como nosotros
también tenemos la nuestra y ¿quiénes somos nosotros para entrar en juicio
sobre la vida de los otros cuando realmente no la conocemos?
Por eso tiene que brillar en nuestra
vida la comprensión y la compasión, por eso siempre nuestro corazón está
abierto a la misericordia, porque es poner el bálsamo del amor, de nuestro
amor, en la miseria que pudiera haber en el corazón de los demás, de la misma
manera que queremos para nosotros esa misma compasión y misericordia.
No abramos nunca la mochila de los
defectos o debilidades de los demás sin haber hecho antes un repaso de nuestra
propia mochila, de nuestros propios defectos y debilidades. Es lo que nos habla
Jesús de la brizna del ojo ajeno, pero de la viga que podemos llevar en el
nuestro.
Experimentamos lo que es el amor y la
misericordia del Señor para con nosotros, actuemos nosotros de la misma manera.
Que nuestra medida sea a la manera de lo que es la misericordia del Señor, y así
podremos obtener para nosotros esa comprensión y esa compasión del corazón de
los demás.
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