Porque
nos sentimos amados, nos vemos impulsados a amar también entrando en una órbita
que nos lleva por caminos de plenitud como perfecto es el Padre Dios que nos
ama
Deuteronomio 26, 16-19; Sal 118; Mateo
5, 43-48
El que se
siente amado se ve impulsado a amar también. Es una experiencia maravillosa el
sentirse amado. Sabes que tú le importas a alguien. Sabes que se te valora y se
te tiene en cuenta. Sabes que tú eres importante para alguien cuando te
considera digno de su amor. Por eso las experiencias negativas son tan traumatizantes.
En todos los sentidos, en todos los seres que tienen sentimientos. Quien no ha
experimentado en si mismo lo que es el recibir el amor de alguien se siente
incapaz de amar, podríamos decir que aunque es algo innato en la persona sin
embargo no ha aprendido a amar.
Lo
necesitamos en todos los caminos de la vida; lo necesitamos para nuestras
relaciones con los demás; lo necesitamos para tener amigos; lo necesitamos en
el seno familiar que tendría que ser la mejor cuna y escuela del amor; lo
necesitamos para comprender el sentido de la vida; lo necesitamos para aprender
a valorar la vida misma y para comprender el mundo en el que vivimos y nuestro
lugar en él. Es importante sentirnos amados.
Es la base y
el fundamento que da sentido a nuestra vida, es la base y el fundamento de
nuestra fe. Porque es el amor de Dios el que nos llama, Es el amor que se nos
descubre y que nos hace buscar y responder. Es el amor de Dios el que nos abre
caminos para ir no solo al encuentro con el Dios que nos ama, sentirnos
gozosamente amados por El, sino que nos llevará necesariamente al encuentro con
los demás porque nos pone en el camino del amor verdadero.
Cuando nos
sentimos amados de Dios nuestros ojos, nuestra vida se abre a una nueva visión.
Es una claridad que llega a nuestra vida y disipa las sombras; es una claridad
que nos hace mirar con una visión nueva y distinta cuanto nos rodea, que nos
hace mirar con una visión y nueva y distinta a los demás. Ellos también son
amados de Dios y eso nos hace amar nosotros también.
Y Dios nos
ama no porque nosotros hagamos merecimientos, sino que es una muestra de su
generosidad, es iniciativa de Dios, es el mismo ser de Dios que es amor que nos
ama y nos hace sus hijos. Daremos o no daremos respuesta, pero Dios sigue amándonos,
Dios sigue llamándonos con sus señales de amor, Dios quiere tenernos junto a
sí. ¿No tendremos, pues, que dar esas mismas señales de amor para con los
demás?
Por eso
nuestro amor tiene que hacerse generosamente ilimitado; no caben ni límites ni
excepciones; no tienen sentido las discriminaciones; romperá siempre fronteras
porque se hace universal como lo es el amor de Dios. Hoy nos habla Jesús del
amor a los enemigos, porque cuando comenzamos a amar de verdad se tuvieron que
acabar para siempre los enemigos; cuando comenzamos a amar de verdad se curaron
las heridas y se borraron las cicatrices que pudieran quedar. Por eso nos dirá
Jesús que incluso tenemos que rezar por aquellos que pudieran habernos hecho
daño. Y todo ¿por qué? Porque queremos sentirnos de verdad hijos de Dios.
Por eso nos
da esos detalles tan bonitos Jesús.
‘Porque si amáis a los que os aman,
¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis
solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo
también los gentiles?’ Algo
distinto tiene que ser nuestra vida cuando nos sentimos amados de Dios. Con un
amor distinto comenzaremos a amar. Y es que estamos entrando en una órbita que
nos lleva a la plenitud, una órbita en crecimiento continuo porque termina
diciéndonos ‘sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’.
¿Queremos
algo más hermoso?