Busquemos
utilizar la órbita que en verdad nos hace pasar al lado de los hermanos, tan
juntos que aunque vayamos cegatos tengamos que tropezar con ellos para
encontrarnos con Jesús
Levítico 19, 1-2. 11-18; Sal 18; Mateo 25,
31-46
‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre
o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?’ Lo tremendo sería que todavía siguiéramos haciéndonos
esa pregunta queriendo pasar por ignorantes y que nada saben. Terrible seríamos
aun más si fuéramos tan cegatos que no seamos capaces de ver a ese hambriento,
o desnudo, o enfermo con el que nos vamos tropezando a cada rato.
Vamos de insensibles por la vida; nos sensibilizamos quizás en cosas que nos
pueden tocar directamente a nosotros y entonces nos convertimos en plañideras
que no terminamos de hacernos lamentaciones, porque nos pasó esto o aquello y
nadie hizo nada por nosotros. Para eso estamos pronto; cuando son problemas que
nos afectan directamente o son asuntos que atañen a aquellos que consideramos
como de los nuestros, nuestros amigos, nuestra familia, los que son de nuestro
sentir o están en la misma cuerda social que nosotros, entonces levantamos la
voz, damos gritos, ponemos pancartas, hacemos manifestaciones, y clamamos por
la justicia y por los derechos de aquellos que a nosotros nos parece que han
sido conculcados.
Pero llegar a tener una visión tal como
nos la ofrece hoy el evangelio donde Jesús se está situando en la persona que
sufre y lo que hagamos o dejemos de hacer a esas personas es como si se lo hiciéramos a Cristo, eso es algo que nos
cuesta más. Jesús nos está diciendo que
cuando no socorrimos al hambriento, al desnudo, al huérfano, al desplazado que
llega a nuestra puerta es como si se lo hubiéramos hecho a El. Pero esa visión
nos cuesta más tenerla.
Y Jesús aquí no hace rebajas, como
nosotros estaríamos dispuestos a pedirlas que para eso si estamos al tanto. Jesús
habla con radicalidad, porque nos está hablando de juicio final y definitivo
donde podríamos vernos sorprendidos cuando pensábamos que nosotros éramos tan
cumplidores que pagábamos el diezmo hasta por el comino. Nosotros que no faltábamos
a Misa, nosotros que asistíamos siempre
a las procesiones de semana santa, nosotros que ‘echábamos una peonada’
para que luego nos acompañaran a nosotros cuando asistíamos al entierro de un
vecino o de un compañero de trabajo. Si somos tan cumplidores, pensamos, y
viene Jesús nos sale con otras historias que nos dejan descolocados. Lo que
hagamos o dejemos de hacer a cualquiera de los hermanos en sus situaciones de
dolor o en sus situaciones difíciles, es como si se lo hubiéramos hecho a
Jesús.
Por eso Jesús dejaba descolocados a
aquellos que entonces le escuchaban. Muy preocupados por el culto en el templo,
por los sacrificios que cada día se ofrecían, de cumplir con el ayuno o guardar
más que religiosamente el descanso sabático, y ahora Jesús les dice que lo que
hagan o dejen de hacer a los demás tiene mucha más importancia. Es el orden
nuevo que Jesús viene a proponernos, es el verdadero sentido del Reino de Dios,
donde es importante el culto que le demos a Dios y el respeto a su santo
nombre, pero es igualmente importante el respeto que le tengamos a los demás,
el amor que les manifestemos, o la misericordia y compasión con que los
tratemos.
Y nosotros todavía seguiremos preguntándonos
que cuándo fue que no vestimos su desnudez, no calmamos su sed, o lo dejamos
abandonado en su soledad de la enfermedad o de la ancianidad.
Hay que cambiar el chip. Tenemos que
cambiar la manera de ver las cosas. Tenemos que entrar en otra órbita porque
por la que solemos ir aunque creamos que nos está llevando a Dios, realmente
nos está alejando cada vez más de El. Busquemos utilizar la órbita que en
verdad nos hace pasar al lado de los hermanos, tan junto a ellos que aunque
vayamos cegatos tengamos que tropezar con ellos; si así nos vamos encontrando
con el hermano que sufre, estaremos cada día más cerca de Dios, porque
estaremos encontrándonos con Jesús, y desde ese momento todo comenzará a tener
una nueva luz.
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