Jesús
es el gran signo de que con el amor se transformará el mundo, pero nuestra vida
tiene que ser signo de ese amor y de ese mensaje de Jesús porque el mundo nos
necesita
Jonás 3, 1-10; Sal 50; Lucas 11, 29-32
Algunas veces sucede que en un lugar parece que las cosas no terminan de funcionar; parece un pueblo difícil, conflictivo donde a la gente le cuesta relacionarse, donde surgen con frecuencia conflictos entre unos y otros, porque parece que si empre están irascibles y aunque los dirigentes del pueblo intentan por todos los medios buscar la reconciliación y el encuentro entre los vecinos, cada vez se hace más difícil; incluso aquellos que tendrían que trabajar para que el pueblo sea distinto se sienten cansados y no saben qué hacer.
Por las
circunstancias que sean, no vamos a entrar en ello, aparece alguien por aquel
pueblo que intenta llevarse bien con todo el mundo, que intenta dialogar con
todos, que se da cuenta de la situación que viven los vecinos y comienza a
idear cosas para hacer que se encuentren, proponer trabajos comunes pero
sencillos donde a la gente no le cueste tanto colaborar, y poco a poco va
logrando que algunos vecinos colaboren, comiencen a animar a los demás, y esa
bondad de aquel hombre parece que se va contagiando entre todos, y con el paso
del tiempo, no mucho, aquello ha cambiado.
¿Qué había
cambiado o qué les había hecho cambiar? La bondad y la paciencia de aquel
hombre se había convertido en un signo para aquellas gentes, que les hablaba en
el signo en si mismo de cómo se podía vivir de otra manera, que era posible el
tratarse con bondad los unos a los otros, que la colaboración entre todos era
lo que podía hacer que aquel pueblo fuese a mejor. La llegada de aquel hombre,
podríamos decir, fue un signo salvador, un signo de esperanza, un signo que
transformó el corazón de aquellas personas.
Estamos
hablando del signo; un signo que llama la atención, un signo que atrae y hacer
a unos y otros preguntarse por qué las cosas no podían ser distintas, un signo
que les impulsó a transformarse de cada uno en particular atraídos por la
bondad de aquella persona y que lograría la transformación de aquella
comunidad.
Hoy el
evangelio nos habla de signos también. Le piden a Jesús un signo para creer en
El; y cuando la gente pedía signos estaban pidiendo milagros, cosas
extraordinarias; pero algunas veces – la mayoría podríamos decir – vienen desde
las cosas más sencillas. Jesús es cierto había realizado muchos milagros que
podían ser signos para aquellas gentes; de hecho el evangelista muchas veces
utiliza esa expresión de signo en lugar de milagro. Pero aun no terminan de
creer. Muchas veces incluso se convierten en cosas contradictorias, porque
mientras unos alaban a Dios por las obras que realiza Jesús, otros sin embargo,
como tantas veces hemos visto, le atribuyen a Jesús el poder del príncipe de
los demonios.
¿Qué responde
hoy Jesús a la petición que le están haciendo? ‘Esta generación es una
generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo
de Jonás. Pues como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo
será el Hijo del hombre para esta generación’.
Jonás
había sido un signo de esa llamada de Dios a Nínive y habían respondido. ¿Qué había hecho Jonás? Sabemos que él mismo
en principio se había rebelado contra la misión que le Dios le confiaba. Hay
una serie de hecho que ya conocemos por los que Jonás fue el primero que se
convirtió al Señor; y ahora su vida y su palabra se había convertido en un
signo para aquellas gentes que también se convierten a Dios. Y Jesús concluye ‘lo
mismo será el Hijo del Hombre para esta generación’.
Ya el signo no es Jonás, sino que el signo será Jesús mismo. Está no solo su predicación y enseñanza, pero está sobre todo su vida. Su vida que fue entrega hasta el final; su vida que fue decirnos que es posible el amor; su vida que fue la señal de que el amor de verdad será el que transformará el mundo; su amor que le llevará a la muerte para darnos vida; no tenemos que hacer otra cosa que mirar a Jesús, contemplar su amor, empaparnos de su amor, vivir en el estilo de su amor y nuestra vida se transformará y nuestro mundo será también mejor.
¿No
tendríamos que ser también nosotros signos para esta generación? Los cristianos
estamos llamados a ser signos en medio de nuestro mundo. Con nuestra vida y con
nuestro amor tenemos que decir que es posible el amor, que el amor será el que
en verdad redimirá el mundo. Que así nos sintamos transformados para que
también otros se transformen. El mundo lo necesita.
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